Entre los Ackachilas, a unos los tienen como a principales troncos de grandes pueblos, tales eran el lago Titicaca, el Illampu, el Illimani, el Caca-hake o Huayna-Potosí y el Potosí; otros eran de menor importancia y cepa de tribus insignificantes. El Achachila de los urus, decían que era el fango, de donde estos habían brotado y que por eso eran despreciables, de poco entendimiento, ásperos y zahereños; que vivían en balsas de totora, contemplando constantemente desde la superficie de las aguas a su progenitor, el limo del lago.[6] Los lupi-hakes o lupakas, los umasuyus y pacajjas, se suponían de prosapia superior, nacidos de los amores del Illampu con el lago Titicaca. Al Potosí se le tenía como antecesor de los chayantas, y al Tata-Sabaya, los kara-cankas o carangas. El Sajama, y el Tunari, el río Cachimayu, el Pilcomayo, etc. etc., se les consideraba como Achachilas de los pueblos próximos a esas montañas o ríos.
Sin perjuicio de adorar el indio a su propio Achachila, cuando, al trasmontar una altura o doblar una ladera, ve por primera vez cualquiera de esas montañas, cerros o ríos, inmediatamente se pone de rodillas, se destoca el sombrero y se encomienda a ese Achachila, aunque no sea el suyo y en señal de reverencia, le ofrenda con la coca mascada que tiene en la boca, arrojándola al suelo, y dirigiéndose a aquél.
Cuando en 1898, Sir Martín Conway, trató de realizar su ascensión al Illampu, los indios quisieron sublevarse y atacarlo, porque temían que el extranjero profanase a su deidad y esta les enviará castigos, por lo que Conway sólo pudo efectuar a medias su intento, y en ausencia de los indios.
Denominaban Huacas a las deidades particulares adoradas por un ayllu o pueblo, comúnmente formadas de piedra, algunas sin figura ninguna. Otras, dice el P. Oliva: «tienen diversas figuras de hombres, o mujeres de otras huacas; otras tienen figuras de animales y todas tienen sus nombres particulares, con que las invocan y está tan establecida esta adoración, que no hay muchacho en algunos pueblos o en algunas provincias, que en sabiendo hablar no sepa el nombre de la huaca de su ayllu, por cuanto cada parcialidad tiene su huaca principal y otras menos principales, y de ellas suelen tomar el nombre de aquel ayllu; algunas de estas las tienen como a guardas y patrones de sus pueblos, porque sobre el nombre propio, llaman Marca-aparac o Marcachara».[7]
Las Konopas y Khanapas[8], como pronunciaban los Kollas, eran dioses tutelares destinados a proteger las familias. Los fabricaban indistintamente de metal, de barro o de piedra, o solamente era alguna piedra preciosa u objeto raro. Tenían las más el aspecto de figuritas cuyos brazos y manos formaban sobre el pecho un ángulo recto, según la geometría mística y sacerdotal. Algunas eran de forma fálica, otras representaban pescados. El cronista citado dice: «Herédanse estas Konopas de padres a hijos y están siempre en el mayorazgo de la casa como vínculo principal de ella a cuyo cargo está guardar los vestidos de las Huacas que nunca entran en división entre los hermanos, porque son cosas dedicadas al culto. Entre estos Konopas solían tener algunas piedras vezares que los indios llamaban quicu y el P. Pablo Joseph certifica en su tratado que en algunas de las misiones que hizo se hallaron no pocas de ellas manchadas con la sangre de los sacrificios que les habían hecho».[9]
Konopas aún conservan las familias indígenas en sus casas con mucha veneración.
[6] A los uros les llaman también chancumankkeris, (comedores de ciertas plantas acuáticas de los géneros Myriophyllum, Potomogeton, Clanophora, Elodea y Chara). La tradición cuenta de ellos que fueron trasladados, en tiempos remotos, en calidad de esclavos de las costas del Pacífico, por el gran conquistador kolla Tacuilla, y distribuidos en las riberas de los lagos del altiplano, donde se les dedicó exclusivamente a la pesca. De aquí proviene que se nombre chancus, a los que aun quedan por aquellas regiones.
[7] Historia del Perú y varones insignes, etc., pag. 133.
[8] Esta palabra quiere decir: «su luz de él o su demostración de él». Se compone de dos voces, khana, que significa—«claridad, luz, día y también verdad y demostración de ella». La otra es la partícula pa, que es un sub-fijo positivo de la lengua aymara que significa «suyo, suya, su». De manera que khanapa es la luz de él o su demostración. ¿De quién? Del fenómeno producido o de su autor; del hecho moral o material que simboliza la figura representante y del cual es su demostración.
De este modo el pueblo aymara ha logrado trasmitir la memoria de los hechos de una manera constante y eterna, si se quiere, porque ese modo de ser social del Kolla hace parte integrante de sus propios hábitos y costumbres.
[9] Historia del Perú citada, pag. 135.
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