La Mekala, es otra deidad maléfica que preocupa a los campesinos. Según éstos, es una mujer alta, flaca, de color lívido, carnes lacias, cabellera desgreñada y suelta al aire, pocos y afilados dientes, ojos pequeños y fosforescentes chata, con las fosas nasales demasiado abiertas y boca grande, labios descarnados, con la barriga que desciende hasta las rodillas y una cola de fuego, semejante a la de un cometa. Dicen que anda a saltos, vestida de una larga túnica roja, cubierta de pequeños bolsillos en toda su extensión. Cuando salta a una sementera, se apodera de los mejores frutos y los introduce en todos sus bolsillos, imposibles de ser rellenados, porque, a medida que reciben las especies, van ensanchándose indefinidamente por virtud diabólica.
Su paso se señala por las devastaciones que deja tras sí.
Si la Mekala, penetra a un aprisco chupa la sangre de los corderitos tiernos, cual voraz vampiro, hasta causarles la muerte. Si sorprende dormida a una criatura, le extrae los sesos y le arranca el alma, llevándosela aprisionada en los bolsillitos de su terrible túnica.
Para impedir que la Mekala lleve a cabo los daños a que le impulsan sus malos instintos, invocaban los indios la intervención de sus Konapas o sean dioses penates, y colocaban en el centro de sus chacras la imagen de una Mama-Sara, y en las habitaciones la de alguna deidad benéfica.
Los misioneros católicos exhortaban y aconsejaban a los indios a no buscar el amparo de sus ídolos contra la Mekala, sino contener su osadía con cruces que ponían en las sementeras y tras la puerta de las majadas, con agua bendita que rociaban en todos los lugares sospechosos; también empleaban con el mismo objeto, la sal y hojas de romero.
El mito de la Mekala encierra el simbolismo de los desastres que causan las sequías, heladas y epidemias.
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