En N’Dugumane, cerca de Kahone, en el Salum, había una uolova que llamaban Kumba N’Dao.
Al mismo tiempo, vivía en Diolof, en el pueblo de Sagata, un uolof llamado Mademba Dieng.
Cuando Kumba se peaba, todo lo que su soplo encontraba a su paso, se quebraba como una paja. De suerte que la expulsaron de su pueblo, porque su cañón natural había estropeado a mucha gente.
Mademba tuvo que largarse de Sagata por el mismo motivo.
Ambos se encontraron en la maniagua.
—¿Por qué estás aquí? —interrogó Mademba.
Kumba respondió:
—Me han obligado a marcharme del pueblo, porque cada vez que me peaba mataba a mucha gente.
—¡Anda! —exclama Mademba—. Justamente por eso me han expulsado del mío.
Se casaron, y vivieron juntos cerca de un año. Un día riñen; Kumba se pee, y da en una pierna a Mademba. Pierna rota.
Entonces, temiendo la furia de su marido, Kumba se da a la fuga.
Mademba se queda en su cabaña llorando. Pasa uno, que le pregunta:
—¿Por qué lloras?
—¡Ah! —gime el otro—. Mi mujer me ha roto una pierna peyéndose encima. Quisiera que me apuntasen el trasero en la dirección que lleva en su fuga, para peerme también y romperle una pierna.
El pasajero le prestó el servicio que pedía. Entonces Mademba tronó en la dirección que llevaba Kumba.
Kumba había llegado ya a un pueblo. Se oye venir el pedo de Mademba con el estrépito de un trueno.
—¿Qué pasa? ¿Pero qué pasa? —se preguntan los aldeanos, despavoridos.
—Es un pedo de mi marido —les explica Kumba.
El pedo irrumpe en la aldea. Kumba cae muerta la primera, y con ella todos los que se encontraban en sus inmediaciones. El pueblo se incendia.
Siete años estuvo el pedo girando como una tromba sobre las ruinas, como el aire removido al paso de un guinné. Después se remontó por el cielo, y todo quedó concluido.
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