Un hombre llamado Nuahungukuri toma mujer; pero no ha construido una choza junto a las de la otra gente. Se la lleva a su casa, aparte. Pues bien: este hombre era caníbal.
Un día mata a su mujer. Se come una parte de la carne, y deja guardada una pierna; después se pone en camino, y dice:
«Voy a ir a casa de los padres de mi mujer».
Cuando esta aún en camino, un pájaro comienza a cantar:
¡Toto-hi! ¡Toto-hi! ¡Ay, madre mía!
Nuahunguruki ha embrujado el cielo…
Ya lo has visto, cielo. Pájaro, ya lo has visto
Ha matado a su mujer, y despedazado su carne,
¡oh cielo!
Dice que es carne de alce.
Ya lo has visto, cielo. Pájaro, ya los has visto.
Al oírlo, Nuahungukuri persigue al pájaro; después lo atrapa y lo mata. Pero el pájaro resucita. El hombre prosigue su camino; el pájaro va con él, y canta, canta sin cesar, hasta el momento en que llega al pueblo de la mujer.
Cuando el hombre llega, las gentes se dicen: «Vengan; hoy nos regalaremos con carne». Le hacen entrar en la choza, y toman sitio en ella. El pájaro se encarama sobre la corona de paja, en lo alto de la choza, y vuelve a cantar:
¡Toto-hi! ¡Toto-hi! ¡Ay, madre mía!
Nuahunguruki ha embrujado el cielo…
Ha matado a su mujer, y despedazado su carne,
¡Oh cielo!
Dice que es carne de alce.
Ya lo has visto, cielo. Pájaro, ya los has visto.
Los parientes se dicen:
—¡Escuchen, escuchen lo que se oye ahí afuera!
Nuahungukuri no se azora; sale, da caza al pájaro, y lo mata otra vez. Pero el pájaro vuelve a resucitar, y canta de nuevo.
Los suegros, entonces, se ponen a pensar, y se dicen:
—Nuestra hija ya no existe. Nuahungukuri la ha matado.
Lo encierran en la choza, pero se escapa. Y huye veloz, dejándolos muy atrás. Lo persiguen, pero no dan con él.
Aquí se acaba.
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