El mito de Pacha-Mama, por los vestigios que aun quedan, debió referirse primitivamente al tiempo, tal vez vinculado en alguna forma con la tierra; al tiempo que cura los mayores dolores, como extingue las alegrías más intensas; al tiempo que distribuye las estaciones, fecundiza la tierra, su compañera; da y absorve la vida de los seres en el universo. Pacha significa originariamente tiempo en lenguaje kolla; sólo con el transcurso de los años y adulteraciones de la lengua y predominio de otras razas, ha podido confundirse con la tierra y hacerse que a ésta y no aquél se rinda preferente culto. El Saturno indígena no llegó, pues, a conservarse como personalidad independiente en la imaginación de sus prosélitos; al identificarse con la Démater india, desapareció de la mitología aborigen.
Los indios antes de su contacto con los españoles llamaban en el Kolla-suyu, Pacha Achachi a esta deidad; después se sustituyó el Achachi, que quiere decir viejo y también cepa de una casa o familia, con la palabra mama, que significa grande, inmenso, cuando se refiere a los animales o cosas, y superior, cuando a las personas. En este caso, tiene aplicación la palabra, únicamente con las del sexo femenino. Los términos mamatay y mamay, con los que en aymara y kechua, respectivamente, se designa al presente a la madre, es de introducción posterior a la conquista española; parece que proviene del mamá castellano. Probable es que algún misionero la introdujo en el habla indígena, por no encontrar otra palabra más expresiva para el vulgo, con que nombrar a la Virgen María, a quien la plebe, llama siempre con unción y ternura, mama. Matay era el nombre que daba el indio a la madre o señora principal, aunque prefería y era de uso más común el llamarla tayca, como se escucha actualmente. De manera que Pacha-Mama, según el concepto que tiene entre los indios, se podría traducir en sentido de tierra grande, directora y sustentadora de la vida.
La fiesta de Pacha, la celebran los naturales en un día determinado del año, que después ha venido a concuasar con la del Espíritu Santo. Consiste ella al presente, en sacar la víspera del Espíritu, en la noche, las joyas de los habitantes de una casa, el dinero que han ganado ese año, y exponerlos en una mesa colocada en medio patio al aire libre; invocar la protección de la Pacha-Mama, derramando en su homenaje aguardiente en el suelo y antes de probar ellos siquiera una gota. Al contorno de la mesa colocan braseros encendidos, sobre los cuales, ponen el momento preciso, ramas de kkoa o póleo silvestre (Mentha pulegium), con pedazos de feto seco de llama, cordero o vaca, porque dicen que los animales son puros en este estado; agregan a esas especies, tallos y hojas de cardo santo, millu, confites, mixtura, y cuando comienza a arder todo esto, desocupan los presentes la casa, a fin de no recibir el humo; porque mantienen la creencia de que reduciéndose los males en humo, debe evaporarse y perderse para siempre en el espacio, sin allegarse a una persona, a cuyo cuerpo penetraría en caso contrario, haciendo que adquiera alguna enfermedad, o sea víctima de constantes desgracias. Después de que las brasas se han consumido y extinguídose el fuego, vuelven a la casa, y en señal de contento derraman en el suelo confites y flores.
Esta ceremonia conocida con el nombre de kkoaña, es muy popular y la celebran las familias, además de la fecha expresada, toda vez que tienen que trasladarse de una casa a otra, aunque no con las solemnidades anteriores, concretándose a sahumar, con hojas del arbusto mencionado y trozos de feto las habitaciones que se han de ocupar, con lo que tienen por expulsados a los malos espíritus y los males que pudieran haber dejado los anteriores ocupantes.
El martes de Carnaval, también en homenaje a la Pacha-Mama, acostumbran derramar en todas las habitaciones de la casa, flores, confites y mixtura; pidiéndole conserve con salud a sus dueños y la propiedad permanezca en poder de estos.
Por lo regular las ofrendas no deben levantarse del suelo y aprovecharse de ellas, porque, quien tal hace, atrae sobre sí el enojo de la deidad honrada, que puede mandarle en castigo de su desacato, la muerte, o una enfermedad, o alguna desgracia. Lo ofrecido a la Pacha-Mama debe destruirse y consumirse por la acción del tiempo.
Los pastores acostumbran a su vez degollar cada año, uno o dos corderos tiernos, con objeto de que su sangre sea ofrecida a esta deidad, empapando con ella el suelo en su honor y esparciéndola antes en direcciones distintas. Este acto llamado huilara, lo tienen por obligatorio y a él le dan suma importancia para la conservación y aumento del ganado.
Samiri, descansadero, es el sitio señalado como morada, originaria de los antepasados, sea de los hombres o animales y que por esta circunstancia ha quedado localizado en el lugar, una extraña fuerza vital, que toda vez, que el descendiente va allí recibe un soplo vivificador y regresa alentado. En ese sitio ha sido reservada semejante virtud por la Pacha-Mama, que no quiso dar a sus moradores de entonces todo lo que dar podía, con la morada que a sus hijos, mientras durase la vida, mientras existiese el mundo, no les faltare algún remedio a sus desalientos, o al desgaste de sus fuerzas. Ese sitio es una madre que reanima al ser viviente, que le implora ayuda. A estos lugares, tenidos por sagrados, los veneran y les ofrecen sacrificios.
Mi samiri, dice el indio, y muestra una prominencia, cerrito, campo o cueva. El samiri de mi ganado es aquel otro paraje, e indica otros lugares parecidos, por más que a ellos jamás haya ido.
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