Sabemos este suceso por Amadu Diop.
Hay un spahi llamado Mandoy N’Gom, spahi de segunda clase, que se acostaba con su mujer en N’Dar. Una noche, estando en su casucha, la Luna le ha engañado. Se despertó a las dos de la madrugada, e imaginándose ver el día a causa de la gran claridad de la Luna, ha despertado a su mujer, diciendo:
—Vamos, levántate y hazme el café.
—¡Ah, Mandoy N’Gom! —respondió la mujer—. Es muy temprano todavía.
—Eso no es cosa tuya. Vamos, levántate.
La mujer no quiso y se negó categóricamente.
Entonces Mandoy se hizo él mismo su café, se lo bebió, y tomando el látigo, se fue, declarando que seguramente iba a faltar a la lista.
Llega corriendo hasta la cárcel civil. Allí se pone al paso.
Toma un trozo de tabaco para llenar la pipa, y así llega hasta la mezquita de N’Dar.
Y, de pronto, una joven aparece ante él, cortándole el paso.
Surge enteramente desnuda, sin más que un cinturón de cuentas de vidrio.
—Querido amigo —le dice—, dame un pico de tabaco.
—No tengo tiempo —responde Mandoy—. Te lo daría de buena gana, pero llevo prisa. Si me detengo, llegaré tarde a la lista.
La joven no lo deja pasar:
—No pasarás —le dice—. Necesito tabaco.
Y empezó a hacer tonterías. Quería besar al spahi…
—¡Cómo! —se dice Mandoy—. ¡Aún no ha amanecido y ya me pide tabaco!
La joven no quería dejarlo. Mandoy le suelta un latigazo en la cara. La joven rompe a llorar. Grita: «¡Uuuh!… ¡Uuuh!», como la sirena de un barco, y huye.
—¡Ah! —dice Mandoy—, vaya un fastidio. De seguro que no es una mujer, es una guinné.
Se apresura hasta el cuartel. Ya está en el patio, gritando también: «¡Uuuh! ¡Uuuh!». El suboficial de semana se dirige a él:
—Mandoy, ¿te has vuelto loco? A las dos de la mañana vienes a aullar en el cuartel como un chacal. Desde mañana, cuatro días de calabozo. Cuenta con ello.
Pero Mandoy no podía ya hablar. Se había vuelto loco. El suboficial y el brigadier de semana lo agarran, lo hacen subir la escalera. Entonces dice Mandoy que ha visto una cosa fantástica.
Lo acuestan, y se queda uno velándolo.
Al siguiente día, a las ocho de la mañana, lo trasladan al hospital. Allí ha pasado ocho días, y empezaba a mejorar y a hablar, porque su mujer le llevaba grigris y medicamentos de los negros, escondiéndolos debajo de la ropa para entrarlos en el hospital. Durante los ocho días le han cuidado de esa manera, y se ha curado.
Los médicos no sabían cómo había podido ser así. Vinieron, le tomaron el pulso, y declararon que estaba mejor.
Los morabitos, que son sabios, han dicho:
—Esto lo ha hecho una guinné.
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