Daura tenía hijos; entrado en años y envejeciendo les dijo:
—Estoy viejo, no puedo ya gobernar el Buganda. Tomen posesión de él, sean dueños de nuestro reino.
Respondieron:
—Padre, somos jóvenes. ¿Cómo tomar posesión del Buganda, si no has muerto? ¿Cómo vamos a sucederte en vida?
Rehusaron.
—Puesto que no quieren posesionarse de la realeza, déjenme —dijo Daura.
Llamó a Seroganga el mukopi y le dijo:
—Ven, voy a contártelo todo. Daura le dijo:
—¿Me llevarás a tu casa y me esconderás?
—Señor, te esconderé.
—Bueno —dice el rey—. Márchate. Ven esta noche. Nos iremos juntos y me esconderás. La realeza me fastidia. No la aguanto más.
Dijo a uno de sus esclavos y a tres de sus mujeres:
—Vengan, partamos a escondernos.
Se levantó y se fue a casa del mukopi. Seroganga lo condujo a la selva, construyó una casa y la terminó.
—Amigo mío —dijo el rey—, no reveles a nadie que estoy en la selva.
—No, señor. No te delataré.
Daura se quedó en la selva. La mujer que lo había parido preguntó a los grandes:
—¿Dónde ha ido el rey?
—Ha desaparecido —respondieron.
—Consulten con un hechicero —dijo la reina madre.
Fueron en busca de un brujo, quien les dijo:
—Vengan mañana temprano todos los de Buganda. El que esté mejor vestido, ese es el que esconde al rey. Cuando vean al que sobresale por el vestir, apodérense de él y les revelará dónde se halla el rey.
Seroganga dijo a Daura:
—Señor, voy a un festín.
—No me delates.
—Señor, no.
Fue a Rusaka. La reina madre lo llamó:
—Seroganga, jura y dime esto: «Anoche he visto a Daura».
Namasa le dice:
—¡Seroganga!
Y juró de nuevo:
—Anoche he visto a Daura.
—Qué bien vestido estás.
Seroganga repitió:
—Anoche he visto a Daura.
—Daura ha desaparecido hace tiempo; pero tú lo has visto anoche.
—Señor —dijo Seroganga—, no lo he visto; no he hecho más que jurar.
La reina madre dijo a los grandes:
—Apodérense de él y mátenlo.
Se apoderaron de él. Entonces Seroganga dice:
—No me maten, señores. Déjenme y los conduciré a la selva, a Hanyaya, a casa del rey.
—Dejen a Seroganga —dice la reina madre— que los lleve a la selva, a casa del rey.
Delante de todos los grandes y jefes, los precedió en el camino; llegaron a la selva. Cuando vieron al rey se arrodillaron.
Daura dijo a Seroganga:
—Te había dicho que no me delataras a los hombres. No obedeciste. ¿Quién los ha traído aquí?
—Señor —respondió—, querían matarme.
—Puesto que me has delatado, que te maten.
Daura lo mató. Enseguida salió de la selva, volvió al Buganda, recobró la realeza, y los grandes fueron a saludarlo.
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