Había una vez un jefe llamado Bulané, que tenía diez mujeres; su favorita se llamaba Morongoé. Bulané tenía en el pecho la imagen de la luna llena, por eso la apodaban KhoediSefubeng (luna en el pecho). Cierto año, el jefe dijo a sus mujeres:
—La reina parirá un hijo semejante a mí, que llevará la imagen de la luna llena; las otras tendrán hijos con la imagen de los cuartos de luna, o simplemente de las estrellas. El hijo de Morongoé se llamará como yo: Khoedi-Sefubeng.
El día que las mujeres de Khoedi-Sefubeng habían de parir, la segunda mujer dijo a la vieja que iba a partear a Morongoé:
—Si adviertes que el hijo de Morongoé lleva en el pecho la imagen de la luna llena, mátalo y pon en su lugar un perrillo.
Cuando el hijo de Morongoé nació, la vieja lo tomó sin que lo advirtiese su madre y lo echó al fondo de la cabaña, entre los cacharros. Unos ratones lo recogieron y lo alimentaron.
El jefe se informó de los niños que le habían nacido de sus mujeres. Le respondieron:
—Una ha dado a luz un cuarto de luna; las otras unas estrellas. Morongoé ha dado a luz un perrito.
Entonces el jefe se separó de la primera mujer y se aficionó a la segunda. Morongoé pasó a ser su criada.
Un día que la segunda mujer cruzaba por delante de la cabaña de Morongoé, vio en ella un niño muy hermoso, que tenía en el pecho la imagen muy exacta de la luna llena: unos ratones jugaban con él. De noche dijo a su marido:
—Estoy enferma; dicen las tabas que para curarme hay que quemar la cabaña de Morongoé, la que acaba de parir un perrito, para que perezcan todos los ratones que allí hay.
El jefe dijo:
—Está bien; mañana se quemará.
Entonces los ratones llevaron al niño a Thamaha, un buey grande, colorado y listón.
—Cuida mucho de este niño —le dijeron—, porque mañana nos matan.
Thamaha consintió en encargarse del niño de Morongoé. Al día siguiente, la cabaña de Morongoé ardió, y todos los ratones perecieron. Un día, la mujer del jefe fua a buscar estiércol fresco en el corral del ganado, y vio al niño, que jugaba con Thamaha.
La mujer buscó al marido y le dijo:
—Estoy mala, pero dicen las tabas que me curaré si mandas matar a Thamaha.
El jefe respondió:
—Lo matarán mañana.
Entonces Thamaha se dirigió a los cangrejos y les dijo:
—Cuiden de este niño, porque van a matarme mañana.
—Los cangrejos lo cuidaron y lo alimentaron durante mucho tiempo. Un día, la mujer del jefe dijo a las otras mujeres:
—Vamos a buscar junco para tejer estera.
Entonces vio en la laguna al niño, ya crecido, que jugaba con los cangrejos; seguía teniendo en el pecho la imagen de la luna llena. La mujer dijo a las otras:
—Estoy enferma; volvamos a casa.
Ya de regreso, dijo a su marido:
—Estoy enferma, pero dicen las tabas que me curaré si mandas desecar la laguna para que perezcan todos los cangrejos y mandas cortar todos los juncos.
El jefe respondió:
—Mañana se hará lo que deseas.
Entonces los cangrejos lo llevaron a los mercaderes diciéndoles:
—Cuiden de él, porque mañana nos matan.
Al día siguiente, el jefe mandó desecar la laguna y cortar todos los papiros. El niño creció en la cabaña de los mercaderes.
Un día, gentes de la casa de Bulané vinieron a hacer un trato en aquella cabaña. Uno de ellos observó que el joven tenía en el pecho una cosa que brillaba; entonces volvió a casa de Bulané y dijo:
—He visto un joven muy hermoso que tiene en el pecho la imagen de la luna llena.
Bulané se apresuró a ir a verlo. Le preguntó:
—¿De quién eres hijo? ¿Quién te ha traído aquí?
Entonces el joven le contó cuanto le había sucedido; le dijo:
—Cuando mi madre me dio a luz, la segunda mujer de mi padre mandó echarme en un rincón de la cabaña, entre cacharros. Los ratones me recogieron y cuidaron de mí; la segunda mujer de mi padre me puso en mi lugar un perrito, sosteniendo que era el hijo de mi madre.
Oído esto, Bulané miró atentamente al joven y recordó que su segunda mujer había dicho que la primera había parido un perrito. Entonces el joven continuó relatando cuanto le había sucedido, cómo los ratones habían cuidado de él, después Thamaha, después los cangrejos, hasta el día en que se refugió en casa de los mercaderes.
Entonces el padre descubrió el pecho del joven y vio que tenía, en efecto, la imagen de la luna llena; comprendió que era su hijo. Lo tomó consigo y lo llevó a su aldea, donde lo ocultó en una cabaña. Después convocó a toda su tribu en asamblea pública. Se preparó una gran fiesta, sacrificaron bueyes, hicieron mucho yoala. Entonces Bulané hizo tender esteras de paja delante de la cabaña en que había escondido a su hijo Khoedi-Sefubeng.
Reunidos todos, hizo salir a su hijo y lo presentó a su pueblo; después explicó cómo su segunda mujer había estado engañándole mucho tiempo. La madre de Khoedi-Sefubeng fue repuesta en todos sus derechos, le quitaron los harapos que llevaba y la vistieron con buena ropa nueva. Khoedi-Sefubeng reemplazó a su padre en el puesto de jefe. En cuanto a la mujer que lo había perseguido y había querido matarlo, fue expulsada con todos sus hijos y tuvo que refugiarse en un país lejano.
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