jueves, 28 de febrero de 2019

Leyenda del elefante

En aquel tiempo, y es tiempo muy remoto, no cabe imaginárselo más remoto, los hombres vivían todos juntos en una aldea grande, y lo mismo hacían los animales, cada cual en su aldea, según la casta: los antílopes con los antílopes; los jabalíes con los jabalíes; los tigres con los tigres, los monos con los monos.

  Pero en cada aldea había un elefante para mandarlos, y los elefantes estaban así dispersos, mandando cada familia de elefantes en una aldea distinta: el jefe de todos ellos, el elefante padre, habitaba solo en la selva, pero, cuando había discordia, todos comparecían ante él y juzgaba con acierto. Cuando el elefante padre pensaba que su hora era llegada, entregaba su seso al sucesor, y desaparecía. Nunca, nunca se le volvía a ver, pero su buen sentido permanecía.

  Los hombres habitaban aparte, retirados en la selva, y ni un animal vivía con ellos, ni uno, ni siquiera el perro. Respecto de las gallinas no estoy enterado, pero creo que las gallinas estaban también con las otras aves.

  Los hombres vivían aparte: comían los frutos de la selva, pero a menudo mataban animales para comerse la carne, y entonces se producían discordias sin fin. Los animales iban a quejarse al elefante; este ordenaba a los hombres que compareciesen, pero no comparecían y continuaban matando animales.

  Hubo tantas quejas contra los hombres, que, por fin, dijo el elefante:

  —Puesto que no pueden venir; iré yo a su aldea.

  Hizo provisiones de viaje y se encaminó a la aldea de los hombres. Pero, ante todo, era necesario dar con la aldea, cosa difícil, porque los hombres la habían escondido mucho. El elefante seguía su marcha; en el camino encuentra primero la aldea de los tigres.

  —¿Adónde vas, padre elefante?

  —Voy a la aldea de los hombres, para dirimir su discordia con ustedes.

  —Es buena idea. Iremos contigo.

  —No, se asustarían mucho. Prefiero ir solo.

  El elefante decía eso porque sabía muy bien que Nzamé ha creado a los hombres y que el jefe de los hombres era hijo de Nzamé, como él.

  —¡Bien; irás solo, padre elefante; pero descansa un día en nuestra aldea!

  El elefante aceptó, porque lo recibían bien, y permaneció dos días enteros en la aldea de los tigres. Se habría demorado hasta tres días, y aún más, pero ya no quedaba nada de comer.

  Continúa, pues, su camino, y llega a la aldea de los antílopes: también allí le festejan mucho.

  —¿Y adónde vas así, padre elefante?

  —Voy a la aldea de los hombres, a dirimir sus discordias, porque estoy cansado «con» ellos.

  —Es muy buena idea; iremos contigo.

  —No, prefiero ir solo, porque puede ser que durante la noche, los maten a ustedes.

  Y los antílopes respondieron:

  —Está bien; pero, al menos, descansa dos días con nosotros.

  Y padre elefante aceptó de buen grado, porque los antílopes eran muy buenos con él, y permaneció dos días enteros en su aldea. Tres días, y aún más, se habría estado, pero ya no quedaba nada de comer y tenía hambre.

  Padre elefante se dirige, pues, a la aldea de los jabalíes. Y así, de aldea en aldea, el elefante seguía su camino.

  Sin embargo, el jefe de los hombres, que consultaba a menudo su fetiche (un antílope con un espejo engastado en un extremo), hacía mucho tiempo que sabía el viaje del elefante y por qué quería ir a la aldea de los hombres. Y el jefe no quería que fuese. De modo que en todos los senderos que conducían a la aldea, desde muy lejos, muy lejos, con ayuda de todos los hombres y de las mujeres, abrió grandes hoyos, con estacas puntiagudas en el fondo; tres, cuatro, cinco trampas se sucedían a una, dos y tres horas de marcha. Concluido el hoyo más alejado, dijo a los hombres:

  —Vayan a cortarme tallos de manioc.

  Los hombres fueron a cortar manioc.

  —Cubran el hoyo con los tallos.

  Los hombres dispusieron bien los tallos, que retoñaron a los pocos días, y no se veía el palo. Y en otro sitio del sendero, a una hora de marcha, el jefe de los hombres mandó abrir otro hoyo y dijo a los hombres:

  —Vayan a buscarme matas de papas.

  A eso fueron, y regresaron con muchas matas de papas. Y el jefe les dijo:

  —Colóquenlas sobre el hoyo.

  Las colocaron bien, de modo que el hoyo no se veía.

  Mandó abrir en el sendero cinco hoyos diferentes, cada uno con una planta diferente. Y en cada sendero de los que conducían a la aldea mandó abrir cinco hoyos. Y eso no es todo; hay más. ¡El jefe de los hombres era listo! Había discurrido así: «Si el elefante ve un montón de manioc en el camino, desconfiará porque es astuto». Y en el sendero, lejos, lejos, en cuatro o cinco sitios diferentes, mandó poner manioc, pero debajo no había hoyo, y más lejos, después del primer hoyo, mandó poner también manioc, y luego matas de papas y luego las otras plantas. Las había a todo lo largo del camino.

  Padre elefante seguía, pues, andando para ir a la aldea de los hombres. Y he aquí que en el camino encuentra un montón de manioc; los revuelve con la trompa una vez y otra, porque era muy astuto, pero no descubre nada sospechoso. «Es un regalo de mis hijos —dice para sí—, que me han puesto comida en el camino; son muy buenos». Y como aún estaba receloso, se come un pedacito de manioic, nada más. Era muy rico; come otro poco y luego todo el montón; no había mucho, y padre elefante estaba muy gordo, mucho más gordo que los elefantes de ahora. Un poco más lejos, otro montón de manioc. Padre elefante se acerca con precaución, después come un poquito; nada anormal. «¡Ah! —dice—, que hijos tan buenos». Y se come todo el montón, porque padre elefante era gordo, y el montón era pequeño. Y padre elefante había andado mucho, mucho. Llegaba la noche cuando ve en el sendero otro montón de manioc; como tenía mucha hambre, se precipita sobre él.

  ¡Crac! Era efectivamente el boquete del hoyo. Y como padre elefante corría veloz se cae de cabeza sobre la estaca puntiaguda.

  ¡Y fue mucha suerte! Porque, de lo contrario, la estaca le habría perforado el vientre y habría muerto. Pero con la cabeza rompió la estaca. Y toda la noche padre elefante permaneció en el fondo del hoyo gritando y gimiendo:

  —¡Muerto soy!

  De mañana, el jefe de los hombres, que estaba cerca con sus guerreros, fue al borde del hoyo.

  —¡Anda! ¿Qué es esto? —dice—. ¡Cómo! ¡Es padre elefante! ¡Oh! ¿Quién le ha hecho caer aquí?

  Prontamente echa en el hoyo tierra y ramas; pero, cuando lo ve casi colmado y que el elefante va a salir, se esquiva a toda prisa con su gente. En tanto, padre elefante logra salir del hoyo, muy arañado y lastimado, y continúa el viaje; pero le dolía mucho la cabeza, y tenía los ojos llenos de tierra y le costaba trabajo andar.

  En fin, después de muchas aventuras, padre elefante, habiendo invocado sus grandes fetiches y a todos los demás elefantes, vence todos los obstáculos y llega a la aldea de los hombres. Llega a la plaza grande pero no había nadie. Por orden suya, todos los animales se ponen en campaña con encargo de traer a los hombres.

  Los monos los persiguen en los árboles, los jabalíes y los tigres en la selva, los pájaros denuncian sus escondites, las serpientes, entre las hierbas, les muerden, de modo que tienen que volver y someterse a juicio.

  Los hombres estaban, pues, delante de padre elefante, y el jefe de los hombres sentía en su corazón pavor muy grande, porque veía la muerte. «Sentía frío», porque ¿quién ha visto lo que hay detrás de la muerte? La muerte es como la luna. ¿Quién ha visto el otro lado?

  El jefe de los hombres tenía frío. Pero padre elefante dijo:

  —¿Confiesas tu pecado?

  El jefe de los hombres respondió:

  —Lo confieso.

  —Entonces, ¿ves ahora la muerte?

  —¡Oh! Padre elefante, yo soy pequeño, y tú eres fuerte.

  Perdón, ¡oh!

  Y padre elefante respondió:

  —Es verdad; yo soy fuerte, y tú débil, pero Nzamé te ha creado jefe. Te perdono, pues.

  El jefe de los hombres respondió:

  —Gracias.

  Y sintió alegrársele el corazón.

  Pero el jefe de los tigres se adelantó, furioso:

  —Padre elefante, no hablas bien. Los hombres han matado a mi hermano. Quiero venganza.

  Y el hombre pagó los regalos al tigre. Y el elefante dijo entonces:

  —Ahora van a hacer «hermandad» y concluirá la discordia.

  El jefe de los hombres llamó a su hermano y le dijo:

  —Haz el cambio de sangre con el tigre.

  Y el jefe de los tigres dijo a su hermano:

  —Haz el cambio de sangre con el hombre.

  El hombre hizo el cambio de sangre, y el tigre hizo el cambio de sangre, y permanecieron hermanos en la misma aldea.

  Pero el jefe de las águilas se adelantó a su vez y propuso el mismo pleito, y el jefe de los jabalíes, y el de los gorilas, y muchos otros, pero hicieron el cambio de sangre y la disputa se acabó.

  Arregladas todas las discordias, el jefe elefante dijo a su vez:

  —Quiero hacer hermandad con el jefe de los hombres.

  Mataron, pues un cabri, porque no había hecho hermandad: era esclavo del hombre; mataron un gran cabri macho, y padre elefante y padre de los hombres hicieron hermandad. Padre elefante conoció los fetiches de padre de los hombres, y padre de los hombres conoció los fetiches de padre elefante. Y, desde aquel entonces, padre elefante vino a ser ototor de los hombres, y por eso le honran mucho. Los que no lo hacen así son «salvajes».

  Amana. Aquí se acaba

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