Cuentan que en otro tiempo todos los hombres perecieron.
Un animal prodigioso, que llaman Kammapa, devoró a grandes y chicos. Era una bestia horrible, y había una distancia tan grande, tan grande, desde una extremidad de su cuerpo a la otra, que los ojos del más lince apenas podían abarcarlo entero. En la tierra sólo quedó una mujer, que se libró de la ferocidad de Kammapa.
Permanecía cuidadosamente oculta. La mujer concibió y parió un hijo en un antiguo establo de terneros. Mirándolo de cerca, se sorprendió mucho al encontrarle en el cuello amuletos adivinatorios.
—En vista de esto —dijo— le pondré por nombre Litaolané, el Divino. ¡Pobre niño! ¡En qué tiempos ha nacido! ¿Cómo podrá escapar de Kammapa? ¿De qué le servirán los amuletos?
Así hablaba mientras recogía afuera algunas briznas de estiércol que sirviesen de lecho al recién nacido. Al volver al establo por poco muere de sorpresa y de espanto: el niño había alcanzado ya la estatura de un hombre y profería discursos henchidos de sabiduría. Enseguida sale del establo y se maravilla de la soledad que reina en torno.
—Madre mía —dice—, ¿dónde están los hombres?
¿Estamos tú y yo solos en la tierra?
—Hijo mío —responde la madre temblando—, no hace mucho tiempo, los hombres cubrían valles y montañas; pero la bestia que estremece con su voz las rocas, los ha devorado a todos.
—¿Dónde está la bestia?
—Ahí la tienes, muy cerca de nosotros.
Litaolané toma un cuchillo y, sordo a los ruegos de su madre, ataca al devorador del mundo.
Kammapa abre sus pavorosas fauce y se lo engulle; pero el hijo de la mujer no ha muerto; había entrado armado de su cuchillo en el estómago del monstruo, y le desgarró las entrañas.
Kammapa suelta un mugido horrible y cae. Litaolané empieza enseguida a abrirse paso; pero la punta de su cuchillo arranca alaridos a miles y miles de criaturas humanas, encerradas, como él, vivas. Innumerables voces se alzan por todas partes y gritan:
—Ten cuidado; nos desgarras.
Sin embargo, consigue abrir un boquete por el cual las naciones de la tierra salen con él del vientre de Kammapa. Los hombres, liberados de la muerte, se dicen unos a otros:
—¿Quién es ese, nacido de la mujer solitaria, que no ha conocido jamás los juegos de la infancia? ¿De dónde viene? Es un prodigio, no un hombre. Nada de común tiene con nosotros; hagámosle desaparecer de la tierra.
Dicho esto cavan un foso profundo, lo cubren con césped y ponen un asiento encima; después un mensajero corre en busca de Litaolané y le dice:
—Los ancianos de tu pueblo se han reunido y desean que vayas a sentarte en medio de ellos.
El hijo de la mujer va: pero, al pasar junto a la trampa, hace caer en ella, de un empujón, a uno de sus adversarios, que desaparece para siempre.
Los hombres se dicen de nuevo:
—Litaolané acostumbra reposar al sol, cerca de un montón de cañas; ocultemos entre las cañas un guerrero armado.
Esta asechanza no salió mejor que la primera. Litaolané no ignoraba nada, y su prudencia confundía siempre la malicia de sus perseguidores. Algunos, queriendo arrojarlo en una gran hoguera, cayeron ellos dentro. Un día que se vio vivamente perseguido, llegó al borde de un río profundo y se metamorfoseó en piedra. Su enemigo, sorprendió de no encontrarlo, agarró la piedra y la lanzó a la orilla opuesta, diciendo:
—Así le rompería la cabeza si lo viera en la otra orilla.
La piedra se convirtió de nuevo en hombre, y Litaolané sonrió sin miedo a su adversario, que, no pudiendo ya alcanzarlo, desfogó su furor con gritos y ademanes amenazadores
No hay comentarios:
Publicar un comentario