Fuentes
No poseemos fuentes germánicas antiguas escritas. Únicamente fuentes romanas, pero incluso las primeras son demasiado modernas; así, por ejemplo, la Germania de Tácito, obra del siglo I, cuando los germanos llevan ya cierto tiempo en las fronteras del Imperio, habiendo perdido mucho de la pureza de sus creencias primitivas. Con mayor cuidado hay que tratar las fuentes de los misioneros, como San Columbano, San Gall y San Bonifacio, pues, aunque contienen bastantes detalles sobre el paganismo de aquellas gentes, siempre lo hacen en forma secundaria, con el fin de valorar el mensaje de Cristo. Otros historiadores como Procopio, Jordanes, Gregorio de Tours, Beda el Venerable, etc., pecan por el mismo defecto. Lo propio sucede con las leyes eclesiásticas y las bulas pontificias dictadas para la conversión de estos pueblos.
Sería inútil que intentásemos buscar las fuentes en los germanos de las invasiones del siglo V, los propiamente denominados «bárbaros[9]».
Sus grandes poemas épicos posteriores: El Beowulfo, Los Nibelungos, El Gudruna, etc., son ya de ambiente cristiano. Hay que ir a las obras literarias de los germanos septentrionales, los que luego provocarán, como hemos citado, la segunda oleada de invasiones en el siglo IX, es decir, los normandos; porque la introducción del cristianismo fue temprana en el ámbito de Germania, y, por el contrario, en Escandinavia tarda mucho más (hasta 1150 el soberano sueco no quema el último templo pagano de su país).
De Escandinavia los Eddas, cánticos míticos recopilados primero en un códice y «modernizados» a mediados del siglo XIII por un tal Snorri Sturleson, que tituló a su obra Nuevo Edda, parecen ser de origen islandés o noruego. Junto a los Eddas se hallan las Sagas, que son leyendas en prosa, al parecer de idéntico origen que los Eddas. El inconveniente que se nos presenta al manejar estos dos tipos de fuentes es el de que son tardías, pues nos dan una idea de la última etapa pagana de estos pueblos; etapa más propia de los escandinavos que de los pueblos germanos de las invasiones: francos, godos, vándalos, suevos, anglos, sajones, etcétera.
Dadas las dificultades, vamos a englobar la mitología de los primeros pueblos y la de los escandinavos bajo un solo apelativo: el germánico, y únicamente daremos los nombres de los dioses en dos formas —germánica y escandinava— cuando haya lugar.
El germano veneraba la fuerza donde él creía que se originaba: en el Sol, en la Luna, en la tierra, en el agua, en la espada, en los barcos, en la cerveza y en los seres vivos. En relación con esta fuerza se halla, en primer lugar, el Sol, origen del calor. La necesidad del calor en los países germánicos se siente más que en otros lugares y, a causa de ello, se veneró la fuente del calor. Creían que el fuego de la tierra procedía del Sol. El germano primitivo se dio cuenta de que en el crepúsculo hay como una especie de hoguera. Concedió, además, al fuego efectos curativos (cauterización de las heridas) y purificadores. Idea generalizada en muchos pueblos es la de que el fuego aleja a los malos espíritus, a las fieras, etc. El fuego sagrado de las vestales romanas, el fuego nuevo de Pascua en el cristianismo, el cirio pascual, etcétera.
Otra fuerza es la Luna. (Tengamos presente que el Sol en alemán actual es femenino, como si quisiera recordar su debilidad lumínica y calorífica. Por el contrario, la Luna es masculino). Esta tiene una gran importancia entre los pueblos ganaderos, considerándola como determinante del tiempo. Los germanos creían que no podía realizarse una acción que fuera contra la Luna visible. Para que una acción prosperara debía realizarse en cuarto creciente, y para que desapareciera, en cuarto menguante.
Tanto el Sol como la Luna eran fuerzas que se hallaban en peligro. Los enemigos de ellas se encarnaban en unos monstruos que las perseguían implacablemente, tales Fernis, lobo que deseaba engullirse el Sol, y su compañero Mond-Hund, el perro cazador de la Luna. Cuando éstos atacaban, los dos astros se escondían, produciéndose los eclipses.
La tercera fuerza era la tierra. El germano la veneraba como madre de la vida y de los hombres. Se enterraba en contacto con ella para resucitar. Fuerza vital de la tierra era la diosa Nerta. Al llegar la primavera se celebraban cultos en su honor. Cuando nacía un niño, el padre le hacía tocar la tierra madre como ofrendándoselo, e inmediatamente lo elevaba. La tierra era considerada también con valor curativo.
El agua, como fuerza, poseía dos aspectos: uno positivo, elemento purificador (en cierto modo, un reflejo de ello se halla en el agua bendita del cristianismo y las abluciones musulmanas) con virtudes curativas y de adivinación. La idea abstracta de la fuerza del agua la concretó la mitología germana en formas reales. Según ésta, el espíritu de las aguas de los ríos eran unos animales llamados nixes, masculinos o femeninos, repugnantes y traicioneros, de color verde como sus dientes, que tomaban forma de toro o caballo. Eran malvados porque atraían a los hombres al agua y los ahogaban. La misma Tierra era un disco plano rodeado por un océano donde vivía una serpiente monstruosa que cuando se irritaba producía las tempestades.
La personificación de la diosa del Mar era Ran, que procuraba hacer caer en sus redes a todos los que se embarcaban. El mar poseía también espíritus bienhechores simbolizados por las nixinas u ondinas, que corresponden a las sirenas clásicas, mujeres que acompañaban a las naves cantando e incluso se contaba que algunas veces se habían enamorado y casado con marinos.
La fuerza de la naturaleza se representa en los bosques por una serie de seres en su mayoría benévolos: son los gnomos o duendes, espíritus que procedían de los elementos (troncos de árbol, ramas, etc.) del bosque, que continuaban viviendo en los mástiles de los barcos. Los árboles tenían, pues, su espíritu, y su sangre era la savia. En la encina, el árbol por excelencia de aquella época, vivía la diosa Norma. En los campos de cultivo había un espíritu distinto para cada clase de plantas: el del centeno adoptaba forma de lobo, el del trigo, la de toro, etc. Al segar no era conveniente hacer desaparecer el espíritu, y a tal fin conservaban sin cortar la última gavilla.
Otros espíritus o genios
Las montañas poseían dos clases de espíritus: los gigantes y los enanos. Los primeros, grandes arquitectos, eran quienes las habían construido. Los enanos constituían los herreros encargados de fabricar las armas de los dioses, y tenían carácter benéfico. La casa poseía también su genio, que vivía debajo del hogar. Igualmente lo ostentaban las tempestades y su espíritu se llamaba Kari; sus hijas eran las brujas que volaban por el aire y se reunían en el aquelarre presididas por el diablo (éstas son de origen oriental). El genio de las enfermedades adoptaba la forma de gusano.
Magia y supersticiones germánicas
A los germanos les causó admiración el fenómeno de brotar la naturaleza en primavera. La tierra producía la vida, su fuerza vital se manifestaba en los árboles mucho mejor que en ninguna otra cosa. Por ello plantaban árboles cerca de sus moradas con finalidad mágica bienhechora, y para poseer esa fuerza se cortaba una ramita. (¿No nos recuerda este símbolo la famosa «varita mágica»?). En los campos enterraban huevos con el fin de alejar a los malos espíritus y con significado de fecundidad, ya que los germanos interpretaron como fuerza misteriosa y mágica el romper de la cáscara apareciendo un polluelo. Este poder de alejar a los espíritus malignos, simbolizados por el invierno, y la llegada de la riente primavera, se ha conservado en la tradición del «huevo de Pascua» y en Cataluña en el «baile del huevo». («L’ou com baila») del día de Corpus.
Los germanos creían que existían ciertos objetos que ayudaban a preservarse y alejar a los malos espíritus. Así, algunas piedras que consideraban «caídas del cielo», piedras que producían chispas, etc. La herradura era el símbolo de la buena suerte. Las escobas, al revés, etc. También las aves y las cigüeñas, así como las golondrinas, eran preventivas de los seres malignos. Con la misma finalidad, los germanos arrojaban armas al aire para alejar al mal espíritu que provocaba la tempestad. Finalmente, para presentarse del llamado «mal de ojo», es decir, de personas cuya simple mirada producía daño, llevaban amuletos, poseían cerámica con ojos representados, etcétera.
¿Quiénes eran las personas más adecuadas para ejecutar los ritos mágicos?
Según los germanos, para valerse del auxilio de la magia era necesario ser persona iniciada en sus misterios, que conociera las fórmulas determinadas para cada caso y la acción de éstas. En los pueblos primitivos esto estaba reservado al shamnn o brujo; en el mundo germánico eran las brujas de origen finés las que, valiéndose de las misteriosas inscripciones rúnicas, se dedicaban a estos menesteres. Se solían teñir de sangre para aumentar la eficacia mágica.
Entre los germanos existían también gentes con poder de adivinación, adivinos o adivinas, que en contacto con los espíritus escudriñaban el futuro, mediante la observación del vuelo de las aves, su canto, el relinchar de los caballos, las fases de la Luna, las entrañas de los animales (quizá por influencia romana), la interpretación de los sueños, etc. Tenían en cuenta, incluso, el primer animal o ser humano que se encontraban al salir de casa: persona anciana, gato, liebre, etc., representaban un mal augurio; y si les salía al paso un lobo, ciervo, etc., era, en cambio, buena señal.
La vida de ultratumba
Los germanos creían en una especie de doble o filgia, elemento que vivía con el cuerpo, pero que podía abandonarlo. Cuando esto sucedía, solía encarnarse en un animal. Pensaban que existían hombres con la virtud de poderlo hacer salir a voluntad. Para los germanos, al igual que para muchos pueblos primitivos, en los sueños hemos estado viviendo una vida que la ha protagonizado el doble. Estaban convencidos de que con el fallecimiento de una persona su filgia continuaba viviendo. Seguía cerca del cuerpo y con sus mismas necesidades. (Ello nos recuerda al doble de los egipcios). He aquí por qué los germanos también le ofrecían presentes: el doble necesitaba comer, poseyendo la virtud de metamorfosearse. Podía favorecer o perjudicar a los vivos, según la valía del difunto.
El germano creía además en el espíritu o alma; pero le daba un carácter perjudicial, y su existencia era acusada en forma de desdichas, perturbando a los vivos. Los espíritus tomaban una apariencia vaga (origen de los fantasmas).
Los fantasmas aparecían cerca de aquellos lugares donde se enterraban los cadáveres. De noche la prueba más palpable era el fuego fatuo de los huesos fosforescentes del cementerio; por tal circunstancia algunos opinaban que era mejor quemar los cadáveres o atarlos con fuertes ligaduras.
Los vivos tenían una serie de obligaciones con respecto al difunto: velaban el cadáver, le daban sepultura poniéndole ofrendas e incluso servidores (enterraban a veces a la mujer). Al cabo de treinta días después de la muerte, se celebraba el banquete fúnebre. El hijo mayor no podía tocar ninguna cosa que hubiese sido propiedad del difunto, al que se le cantaba y se le hacían elogios fúnebres; y si éste había sido asesinado, sus familiares tenían obligación de vengarle.
Según las creencias ya de época escandinava, el espíritu de los germanos muertos iba a parar, en líneas generales, a un lugar oscuro denominado Held, bañado por el río Yold, cuyas orillas en vez de juncos tenían espadas, siendo imposible el atravesarlo. A la persona que se había portado bien durante su vida, se le tendía un puente por encima de las espadas y salvaba de este modo el obstáculo. Según los pueblos más nórdicos, el Held se hallaba en el fondo del mar, donde moraba la ya citada Ran con sus nueve hijas, las olas (las olas eran nueve, porque pensaban que en cada nueve de ellas existía una de mayor intensidad); por eso los normandos eran enterrados en embarcaciones y acto seguido lanzados al mar, donde se hundían. Posteriormente se añadió la noción de una especie de infierno para los condenados; lugar subterráneo cuyo soberano era el lobo Fenris, devorador de hombres.
Los dioses
¿Cuáles eran los dioses principales de los pueblos germánicos que movían las fuerzas de la naturaleza, objeto de veneración? Al referirnos a esas fuerzas mencionamos el nombre de algunos. Resaltamos el contraste en la mitología germana de las fuerzas de la luz que simbolizan al bien, con las que encarnan el mal, las tinieblas, cosa que nos recuerda a los persas; ya que no en vano son persas y germanos arios o indoeuropeos. En general, los dioses germanos son concebidos con atributos guerreros: espada, casco, lanza, martillo, etc., lo que demuestra la belicosidad de estos pueblos.
En la mitología germánica, Zio es la divinidad celeste más antigua (su nombre ario dará en Grecia el dios Zeus), dios de la Luz, destructor de la Oscuridad o del Mal. Se cita con nombres distintos: Irvin para los sajones, Tir para los pueblos germánicos septentrionales, representándole con casco y espada. Su esposa es Nerta, la Tierra, y ambos poseen un hijo: Wottan u Odín para los germanos del norte o escandinavos. En un principio Wottan no fue más que un aspecto de Zio provisto de un solo ojo (el Sol). En este sentido es dios de la suprema sabiduría, y con el tiempo pasará a ocupar la primacía del panteón germánico. Su esposa es Freya o Friga, conocedora de los secretos de la sabiduría; no porque los posea, sino debido a que los arranca a su augusto esposo; diosa del Amor y de la Fecundidad, le estaba consagrado el viernes (en alemán freitag), el mismo día que los romanos habían consagrado a Venus. Sin embargo, podía transformarse en diosa de la Muerte, volando al frente de los ejércitos de los muertos.
Donnar, llamado también Thor, es hijo de Wottan, dios del Trueno y de la Tempestad, en sentido bienhechor, que en Noruega rivalizaba su culto con el ofrecido a su padre. Como dios de la Guerra se asimila al Marte romano (nuestro martes, día de esa divinidad); se consagraba entre los germanos a Donnar. Se le representa en un carro tirado por machos cabríos, es barbudo y pelirrojo, esgrime como armas un haz de flechas (que nos recuerda a Zeus) o bien un martillo que tenía la propiedad de volver a su mano después de haber sido lanzado.
Hermano de Friga, la esposa de Wottan, es Freyr, dios del Campo y de las Cosechas, quien, montado a caballo, con casco y espada, va arrojando luz y lluvia, ya que no en vano su madre es Nerta (la Tierra).
Cuando un guerrero germano caía valerosamente en la guerra, venían las walkirias y conducían el cuerpo del muerto hasta el Walhalla. Las walkirias son el espíritu divinizado de las heroínas que ayudaban al guerrero en el combate; van armadas y son servidoras de los dioses que moran en el Walhalla (este concepto parece en una fase muy tardía de la mitología germánica), mansión celestial entre nubes, como el Olimpo clásico, residencia inmensa compuesta por una sala única unida a la Tierra por un puente: el arco iris. Dioses y guerreros fraternizan en él, bebiendo el néctar y el hidromiel escanciado por las walkirias en los cráneos de los vencidos. También en fase tardía, aparece en el centro de la Tierra el Nifheim, lugar sombrío y helado. Allí vive Loki, el dios del Mal, con sus hijos Fenris y Holla, quienes lucharon contra Wottan y fueron vencidos. Loki fue encadenado entre rocas, mientras una serpiente intentaba acabar con él, vertiéndole continuamente veneno. Un día Loki se desatará y emprenderá una tremenda ofensiva contra Wottan y los dioses de Walhalla. Conducirá un bajel construido con uñas de muerto; el cielo se resquebrajará, y el mundo se hundirá; el Walhalla arderá… y el ocaso de los dioses habrá comenzado. Pero ¿terminará así la lucha? Muy al contrario; del océano surgirá una tierra nueva con una vida mejor.
Caracteres comunes de los dioses germanos y escandinavos
Son inmortales, tienen las mismas necesidades que los hombres, no son creadores, sino solamente ordenadores del mundo. Su mitología presupone la eternidad de la materia, y finalmente, recalquemos de nuevo, casi todos van armados, en especial los masculinos. Existen también semidioses protegidos con coraza, y héroes como Hafdan el Negro, especie de Hércules germánico. La influencia posterior de la mitología llega a envolver en la leyenda a personajes como Carlomagno, Federico I, etcétera.
Teogonía germánica
Según otra versión, probablemente anterior a los eddas y sagas, el Principio absoluto y decisivo, superior a hombres y dioses, fue Alfadir. Esta tradición primitiva cita a los azas y al héroe divino Heimdal como hijos de Wottan u Odín al lado de Thor o Donnar. De Heimdal procederían todos los pueblos germano-escandinavos. Esta primera fase terminaría con la destrucción total y la formación de un nuevo universo.
A Wottan, Donnar y Zio se les cita como pertenecientes a la raza de los ases, mientras que el ejército de los vanes acaudillados por Freyr, se erigió en su antagonista hasta que esta rivalidad terminó con un compromiso por medio del cual los vanes entraron a formar parte en la dirección del Asgar o primitivo Walhalla.
Mucho antes de que existiera el mundo, Zio habitaba en el palacio de la Luz, mientras que Sutur el Negro poseía como morada las regiones de las tinieblas, rodeadas de ríos hirvientes. Entre estos dos palacios, representación de la luz mis intensa y la más perfecta oscuridad, existía la nada, sin conocerse ni mar, ni tierra, ni vientos, ni el cielo que se cierne sobre nuestras cabezas. Los vapores que erraban por el espacio, salidos de los ríos venenosos, se condensaron y formaron las montañas gélidas, las cuales se derretían cuando salía un rayo de sol. Estos vapores originaron el Imer, progenitor de los gigantes de hielo, raza malvada y odiosa.
Recién nacido, Imer sólo veía a su alrededor nieve, hielo y agua con lo que no sabía de qué alimentarse; pero he aquí que un rayo de sol derritió la nieve y surgió una vaca maravillosa, cuyas ubres manaban leche a raudales. Tal fue el vigor adquirido con ella, que rápidamente formó Imer otros gigantes de gran valor y violencia extraordinaria.
La vaca alimentaba a los gigantes, pero como no había pastos, ésta no tenía a su vez con qué sustentarse, lamiendo las piedras cubiertas de sal y de hielo. Poco a poco, fueron saliendo de dichas piedras la cabeza, el tronco, los brazos y las piernas de un hombre joven llamado Bora, que según algunas tradiciones era el progenitor de los dioses posteriores.
Odín o Wottan con sus hermanos Ael y Vil, a quienes se agregaron treinta y dos divinidades más, eran enemigos declarados de los gigantes, de forma que todas las leyes bienhechoras que promulgaba Wottan, los gigantes las desbarataban, hasta que se libró una feroz batalla, que recuerda la Gigantomaquia clásica, en la que sucumbió Imer y sus secuaces, quedando únicamente uno que logró escaparse, no extinguiéndose por esta causa aquella raza.
Era tan enorme el torrente de sangre y cuerpos mutilados de los enemigos, que los dioses, no sabiendo qué hacer con todo ello, lo lanzaron al vacío. Inmediatamente, con la carne de los gigantes se formó la tierra y con su sangre el mar. Sus huesos se tornaron montes y sus cabellos selvas. Con su océano construyeron las deidades la bóveda celeste, encargándose de sostenerla cuatro enanos que fueron los cuatro puntos cardinales. Los cerebros se lanzaron al aire surgiendo las nubes.
Después, Odín, que se preocupaba de la ordenación del universo, vio dos troncos en la playa y de ellos salieron Aské, el primer hombre, y Embla, la primera mujer.
Cuando se convocaba a las deidades, montaban a caballo atravesando el arco iris y se reunían al pie del fresno Igdrasil (incorporado posteriormente al Walhalla), cuyo follaje cubría enteramente el universo. Sus raíces iban una al cielo, la otra a la Tierra y la tercera a los infiernos. La raíz celeste limitaba con una fuente limpia que purificaba todo lo que lavaba y en ella vivían dos cisnes de inmaculada blancura, atendidos por tres hadas: el Presente, el Pasado y el Porvenir, las cuales, regaban el gigantesco árbol para que no se marchitase. La raíz que se dirigía a los abismos era roída sin parar por una serpiente monstruosa llena de malos presagios, aunque había una ardilla que recorría todos los días el árbol y comunicaba sus intenciones a un águila que se hallaba en la copa.
La leyenda del aza Balder
Fue durante la primera lucha entre Loki y Wottan cuando el espíritu del mal decidió vengarse y así proyectó la muerte del apuesto Balder tras hacer surgir de los espumarajos de rabia que salieron de su boca, por haber sido apresado, el río de los vicios.
Balder era joven, inteligente y muy estimado de los demás dioses, se sentía invulnerable y presentaba su pecho a la puntería de los tiradores con arco y a los proyectiles lanzados con fuerza, pero su madre había olvidado exigir juramento de invulnerabilidad al muérdago y esto Loki lo sabía, de forma que cortó un poco de esta planta, la mezcló con los objetos que se arrojaban en los juegos del Walhalla y el ciego Hoder los proyectó en broma sobre Balder, que al instante pereció. Su esposa murió de pena, siendo enterrada junto a su marido.
Los azas o héroes no se consolaron por la muerte de Balder, por lo que uno de ellos decidió ir a los abismos, para intentar rescatarle. Las potencias infernales accedieron a condición de que todos los seres de la Tierra sin exceptuar ninguno, deberían verter una lágrima Contento con ello el aza, pues creía que esto era fácil, volvió a la Tierra, pero se encontró que el pérfido Loki se negó a llorar convertido en una vieja de aparente aspecto bonachón y Balder tuvo que quedarse en el reino de las sombras.
Nos damos cuenta así de que el viaje a los infiernos por diferentes circunstancias, se repite en numerosas mitologías.
Dioses menores
En las leyendas escandinavas aparecen una porción de dioses menores, entre los cuales los principales son: Hoenir, compañero de Odín y de Loki en las excursiones de éstos a través del mundo. Él fue quien dotó de alma a la primera pareja de mortales. Pasaba por robusto, hermoso e intrépido; pero algo limitado de espíritu. A causa de ello, cuando los Ases dieron a este dios en rehén a los Vanes al terminar la guerra entre ambos bandos, le acompañaron de Mimir, que era, por el contrario, sumamente sabio. Éste debió ser, y no Hoenir, el donador del alma de los mortales, con lo que se hubiese evitado que casi todos se le pareciesen en lo de la limitación de espíritu.
La importancia secundaria de este dios tonto y guapo se ve en la leyenda siguiente: Un gigante obligó una vez a un aldeano a echar con él una partida de damas. El que perdiese lo haría doblemente: la partida y la vida. Habiendo ganado el aldeano, el gigante, para salvar su mejor bien, propuso al ganador el trato siguiente: si le perdonaba se obligaba a construirle en una sola noche una granja magnífica llena de cuanto es normal en las granjas ricas: animales y provisiones. Aceptó el aldeano y, en efecto, a la mañana siguiente ocupaba, en unión de su mujer y de su hijo, la flamante casa. Con la alegría aceptó otra partida, ¡qué no obtendría si ganaba aún!; pero esta vez fue el gigante el que ganó. Y lo peor fue que el precio era el hijo del aldeano. ¿Qué hacer para burlar al gigante? El aldeano no halló mejor recurso que volverse hacia Odín, pues en todos los tiempos y lugares el último recurso contra la desgracia han sido los dioses. Aquella noche el suyo, decidido a ayudarle, hizo nacer todo un campo de cebada y transformó al hijo del aldeano en un simple grano, que escondió en una de las espigas.
Entonces el gigante segó la cebada y se puso a golpear las espigas decidido a aplastar los granos y precisamente el que le interesaba cayó a tierra, escapando a su propósito, con lo que Odín pudo devolver al aldeano su hijo sano y salvo. Pero le dijo que era cuanto podía hacer por él. Entonces el aldeano se dirigió a Hoenir. Éste acudió, se llevó al niño al borde del mar, y como en aquel momento dos de siete cisnes que pasaban volando se posaron en la playa, Hoenir hizo que el niño se transformase en una de las plumas de la cabeza de uno de ellos. En esto llegó el gigante, cogió el ave y le cortó la cabeza. Pero lo que no advirtió es que al hacerlo, la pluma codiciada se desprendió de la cabeza del animal y fue arrastrada por el viento. Gracias a ello, Hoenk podía aún devolver, el niño a sus padres. Entonces el aldeano, como Hoenir no puede tampoco hacer más por él, invocó a Loki, que transformó al niño en uno de los innumerables huevos de la freza de un rodaballo hembra. Pero el gigante pescó al rodaballo y empezó a aplastar los huevos uno a uno. Pero precisamente el que buscaba se escurrió entre sus dedos y cayó sin que lo viera el gigante. Al tocar el suelo, el niño recobró su forma y echó a correr cuanto pudo. Y el gigante detrás. Pero, en su precipitación y aturdimiento, cayó en un cepo preparado por Loki y, gracias a lo cual el niño se salvó. En este caso Loki —por excepción— realizó una buena obra.
Menos importante aún que Hoenir es Bragi, dios de la poesía (invención tardía esta divinidad, de la fantasía escandinava). Hasta el siglo IX, Odín pasaba por haber enseñado a los hombres el arte de hacer versos; pero en este siglo vivió un escaldo (semejante a los rapsodas o compositores griegos) tan célebre. Bragi Broddason, que tras su muerte se le deificó haciendo de él el maestro de todos los poetas, con lo que terminó con el tiempo siendo el Bragi en cuestión. Para acabar de honrarle le casaron con la diosa Idun (que tan deliciosamente, pintó Constantino Hansen), le hicieron el escaldo de Odín, y era él quien en la Valhalla estaba encargado de ofrecer a los visitantes la copa de bienvenida y acogerles con palabras corteses. Y asimismo el que durante los banquetes entretenía a los comensales con hermosas historias de los tiempos pasados, o cantando las aventuras guerreras y amorosas de los dioses.
La figura de otros dos dioses menores, Vidar y Vali, es aún más borrosa. El primero, hijo de Odín, era llamado el As Silencioso, pues no solía despegar la boca en las asambleas de los dioses. No obstante, a pesar de su aparente candidez y modestia, era capaz de llevar a cabo empresas que no hubieran realizado otros dioses aparentemente más avisados y audaces. En la guerra entre dioses y gigantes sobrepujó en vigor a Odín mismo, y él fue el que mató a Fenrir, el gran lobo que había devorado a su padre. Sobrevivió, además, a la última lucha y fue de los dioses del mundo regenerado.
Vali, hijo también de Odín, apenas hizo algo antes de la lucha que precedió al crepúsculo de los dioses. Poco más de vida tenía que una noche cuando emprendió la tarea de vengar en Hod la muerte de Balder. Y tan gran deseo tenía de acabar y poner sobre la hoguera al asesino, bien que involuntario, del menor de los dioses, que ni se tomó el trabajo de lavarse y de peinar sus cabellos al ir a emprender su hazaña.
Estos dos dioses, creación de los poetas de última hora, jamás fueron divinidades populares. En cambio, Ull fue, en gran parte de Escandinavia, durante mucho tiempo, adorado y reverenciado. Pero luego fue oscurecido por divinidades posteriores, y estaba ya casi olvidado cuando aparecieron los escaldos. Se le decía hijo de Sif y de Thor. Su nombre, Ull significaba el Magnífico. Gran cazador, su mayor placer y habilidad era recorrer, calzado con sus zapatos especiales para la nieve (tal vez fue el inventor de los «skis», no lo aseguro), las vastas llanuras heladas matando animales con sus flechas. Lleno de nobleza y majestad, los Ases le escogieron para que durante cierto tiempo ocupase el puesto de Odín, cuando éste fue desterrado del Cielo por haber engañado, mediante artes indignas de un dios, a una joven. Al cabo de diez años, Odín volvió y expulsó a Ull, que se refugió en Suecia, donde alcanzó una reputación inmensa como mago y encantador. Poseía un hueso, en el cual había grabado fórmulas mágicas tan poderosas, que incluso se podía servir de él como de un navío para cruzar el mar.
Culto a los dioses germánicos
Los germanos no poseían una clase sacerdotal establecida. El sacerdote era el príncipe, a su vez responsable de los males del pueblo (esta concepción desapareció en los germanos occidentales). Tampoco existían sacerdotisas, y la mujer quedaba excluida de los bienes de la tierra; en cambio, como ya se ha mencionado, tenían profetisas o brujas. El príncipe o la persona que oficiaba como sacerdote hacía las ofrendas en nombre del pueblo o de la divinidad. Las ofrendas familiares las realizaba el padre en el hogar. Mediante sacrificios, se aplacaba la cólera de los dioses, incluso con víctimas humanas, en general prisioneros; pero a veces fue ofrendado hasta el mismo rey.
Por norma general, los germanos se reunían tres veces al año para honrar a sus dioses. La primera de estas fiestas tenía lugar a comienzos del invierno, que era cuando comenzaba el año; la segunda a mediados de esta estación, y ambas tenían como objetivo el solicitar a Freyr un buen crecimiento de las plantas. La última de estas celebraciones se consagraba a Nerta (en Escandinavia a Odín). Todas eran ejecutadas con un ritual semejante: una petición a la divinidad, un sacrificio a ésta y, por último, se terminaba con un banquete, pero sin dar gracias por los favores recibidos. En estos banquetes corría abundante una especie de cerveza, cuya bebida tenía carácter sagrado, y se rociaba con ella a los asistentes. Estas ceremonias religiosas se celebraban primitivamente en los bosques, después existen noticias de que se realizaban en templos o grandes salas ex profeso.
Veamos ahora el relato de la Vieja Eda.
La edad de Oro. Creación del primer hombre y de la primera mujer
En un principio el padre de todas las cosas (Odín), nombró unos gobernantes, los erigió en jueces junto con él del destino de los hombres y les encargó regular el gobierno del Paraíso. Se reunieron con este fin en un lugar llamado Idavold (las llanuras de Ida), que es el centro de la divina estancia (Asgard, estancia de los Ases). Su primer trabajo fue edificar un patio o sala donde se hallan doce sedes para ellos, además de un trono que ocupa el padre de todas las cosas. Esta sala es la más vasta y la más suntuosa del universo: resplandece por todos lados, tanto en el interior como en el exterior, del más fino oro. Su nombre es Gladsheim (morada de la alegría). Levantaron también otra sala que debía ser el santuario de las diosas. Es un bello edificio; se llama Vingolf (suelo del amigo). Luego construyeron una forja y la surtieron de martillos, pinzas y yunques, con cuya ayuda fabricaron todos los demás instrumentos necesarios para trabajar los metales, la piedra y la madera, y formaron tal gran cantidad del metal llamado oro, que con él hicieron todo su mobiliario. He aquí el motivo de que a esta edad se la llamase Edad de Oro. Esta edad duró hasta la llegada de las mujeres venidas de Jotunheim, que la corrompieron.
Entonces los dioses sentados sobre sus tronos distribuyeron justicia y recordaron como los enanos habían sido engendrados en el molde de la tierra, lo mismo que los gusanos en un cuerpo muerto. Los enanos fueron animados como mascarones en la carne del viejo gigante Ymer, pero por orden de los dioses recibieron la forma e inteligencia de los hombres; su morada estaba no obstante, en la tierra y en las rocas. Cuatro enanos, Austre (Este), Vestre (Oeste), Nordre (Norte), y Sudre (Sur), fueron designados por los dioses para soportar el cielo. De la raza de los enanos los principales son Modsogner y Durin.
No existían todavía seres humanos sobre la tierra; un día en que los hijos de Bor (Odín, Hoener y Loder) se paseaban a la orilla del mar, encontraron dos árboles y de ellos formaron la primera pareja humana (hombre y mujer). Odín les dio vida y espíritu, Hoener razonamiento y movimiento, y Loder sangre y oído, vista y una bella tez. Llamaron al hombre Ask y a la mujer Embla. La pareja recién creada recibió de los dioses Midgard como morada; y de Ask y de Embla descendió toda la familia humana.
ODÍN
El primero y el más antiguo de los astros es Odín. Su nombre deriva del verbo uada (imperfecto, od), andar (comparad, watan, vvuot, wuth, wuthen, wuothan, wodan). Es el espíritu del mundo que todo lo invade, y produce la vida y el espíritu (oend, aand). No ha creado el mundo, pero lo dispone y lo gobierna. Con Vidar y Vali extrae del cuerpo de Ymer el cielo y la tierra; con Hoener y Loder forma al primer hombre y a la primera mujer, y les da el espíritu. Toda empresa en la paz o en la guerra procede de él. Es el autor de la guerra y el inventor de la poesía. De él procede toda la ciencia, y es el inventor de las runas. Al ser el espíritu de la vida, penetra en toda la materia animada o inanimada, en el universo entero; es el viajero infinito. Lo gobierna todo, y por muy poderosas que sean las otras divinidades, todas la sirven y le obedecen como los hijos obedecen a sus padres. Otorga muchos favores a los dioses y a los hombres.
Los héroes son especialmente objeto constante de su solicitud. Gura y protege al valiente héroe durante toda su vida; vigila su nacimiento y su entero desarrollo; le da armas maravillosas, le enseña nuevos artes de guerra, le asiste en las circunstancias críticas, le acompaña en la guerra y detiene el vuelo de las flechas enemigas; y cuando finalmente el guerrero llega a viejo, vigila que ni muera en su cama y que sucumba dignamente combatiendo. Finalmente, protege la organización social y las influencias del espíritu humano. Venga los asesinatos, protege la santidad de las promesas, domina el odio y disipa la ansiedad y la pena.
Los nombres de Odín
Odín es llamado Alfadir (padre de todas las cosas), porque es el padre de todos los dioses, y Valfadir (padre de la mortandad), porque escoge sus hijos entre todos los que sucumben combatiendo. Les ha preparado como morada Valhal y vingold, donde se les llama einherjes (héroes). En Asgard, Odín tiene doce nombres, pero la Nueva Edda enumera cuarenta y cuatro, y si a estos nombres añadimos todos los que le han dado los poetas, el número llegará casi hasta doscientos. La causa de esta multiplicidad de nombres, dice la Nueva Edda, es la gran variedad de lenguas. Pues las diferentes naciones estuvieron obligadas a traducir su nombre a sus lenguas respectivas con el fin de suplicarle y adorarle. No obstante, algunos de estos nombres son debidos a las aventuras que tuvo en sus viajes y que están relatadas en las viejas historias. Nadie podría pasar por sabio, si no pudiese contar esas maravillosas aventuras.
Fisionomía de Odín
Odín tiene el aspecto de un alto anciano de larga barba, que sólo tiene un ojo, tocado de un sombrero de anchos bordes, vestido con un manto rayado de varios colores, y que lleva una lanza en la mano. Lleva en el brazo la argolla de oro Draupner; dos cuervos descansan sobre sus hombros, dos lobos están acostados a sus pies y un enorme carro rueda encima de su cabeza. Está sentado en un trono elevado y domina el mundo, o bien cabalga sobre los vientos con su caballo Sleipner. Su fisionomía expresa una profunda contemplación. En la Volsung Saga, Odín está descrito de la forma siguiente: El rey Volsung había hecho preparativos para una recepción. Unos brillantes fuegos llameaban a lo largo de la sala, en medio de la cual se levantaba un gran árbol cuyo verde y bello follaje cubría el techo. (Esto nos recuerda a Ygdrasil). El rey Volsung lo había colocado y era llamado árbol de Odín. Ahora bien, mientras los huéspedes estaban sentados alrededor del fuego durante la velada, un hombre cuya fisionomía no conocían, entró en la sala. Llevaba un manto abigarrado, andaba descalzo, y sus calzones eran de tela, y un sombrero de amplios bordes cubría su figura. Era muy alto, parecía mayor y sólo tenía un ojo. Llevaba una espada en la mano. El hombre se dirigió hacia el árbol y lo embistió con su espada con tal fuerza que ésta se hundió hasta la guarda. Nadie osó dirigirse a este hombre. Entonces dijo: Aquel que saque esta espada del tronco del árbol la recibirá de mí como regalo y podrá comprobar que jamás habrá llevado una espada mejor. Entonces el anciano salió de la sala, y nadie supo quién era ni adónde iba. Todos trataron de retirar la espada, pero no quiso moverse antes de la llegada de Sigmund, hijo de Volsung; para él pareció ser completamente libre.
En la continuación de la Saga, Sigmund se convirtió en rey, y ya era viejo cuando hizo la guerra al rey Lynge. Las nornas lo protegían de forma que no podía ser herido. Durante una batalla con Lynge, Sigmund vio llegar hasta él a un hombre que llevaba un gran sombrero y un manto azul. Sólo tenía un ojo y llevaba una lanza en la mano. Este hombre dirigió su espada contra Sigmund. La espada de Sigmund se partió en dos, la fortuna le abandonó, y cayó. La misma Saga nos dice más adelante que el hijo de Sigmund, Sigurd, levantó velas sobre un gran dragón para atacar a los hijos de Hunding. Se levantó una tormenta, pero Sigmund ordenó que no se bajasen las velas, aunque el viento las rompiese, sino que al contrario se izaran más alto. Al pasar por una punta rocosa, un hombre echó un grito al navío y preguntó quién era el comandante de la flota. Respondieron que era Sigurd Sigmundson, el más bravo de todos los jóvenes. El hombre dijo: Todos están de acuerdo en alabarle recoged las velas y tomadme a bordo. Le preguntaron su nombre. Respondió: Me llamaban Hnikar cuando alegraba al cuervo tras la batalla; llamadme ahora Karl, de la montaña, o Fengr o Fjolner, ¡pero tomadme a bordo! Se pararon y le tomaron a bordo. La tormenta cesó, y navegaron hasta que llegaron a los dominios de los hijos de Hunding; entonces Fjolner (Odín) desapareció. En la misma Saga, se aparece también a Sigurd bajo la forma de un anciano con una larga barba flotante y le enseña a cavar unos fosos para capturar a Fafner.
Atributos de Odín
El sombrero de Odín representa la bóveda redondeada del cielo; su manto azul o variopinto es la atmósfera o el cielo azul; uno y otro simbolizan la protección.
Anteriormente se han mencionado los cuervos de Odín, Hugin (reflexión) y Munin (memoria). Están posados sobre sus hombros y le murmuran al oído todo lo que ven y oyen. Al amanecer, los envía a volar por el mundo, y vuelven al atardecer a la hora de la comida. Por eso Odín sabe tantas cosas y es llamado Rafnagud (dios de los cuervos). Odín se expresa de una manera encantadora al hablar de sus cuervos en un canto de la Vieja Edda, el canto de Grimner:
En el canto del cuervo de Odín, Hug (Hugin) va a explorar los cielos. El espíritu de Odín está pues en el cuervo que vuela; es el regulador espiritual.
Odín tiene dos lobos, Gere y Freke (el glotón y el voraz). Odín da a estos dos lobos toda la carne que hay sobre la mesa, pues él mismo no tiene necesidad de alimento.
El vino le sirve a la vez de carne y de bebida.
Encontrarse a un lobo es un buen augurio. Odín divirtiéndose con sus lobos es un tema encantador para un escultor.
Odín tiene una argolla llamada Draupner. Encontramos su historia en las conversaciones de Brage, la segunda parte de la Nueva Edda. Un día Loki había cortado sin malicia toda la cabellera de Sif, la mujer de Thor. Pero cuando Thor lo descubrió, cogió a Loki y le hubiera triturado todos los huesos si no hubiera jurado mandar hacer a los alfes de las tinieblas una cabellera de oro para Sif, que crecería como los otros cabellos. Loki fue, pues, a la morada de los enanos que son llamados hijos de Ivald, y ellos hicieron los cabellos, y Skidbladner (barco de Frey), y la lanza que poseía Odín y que se llama Gungner. Entonces Loki apostó sobre su cabeza con el enano, cuyo nombre era Brok, que su hermano Sindre no sería capaz de hacer otros tres tesoros tan buenos como los que acaban de ser nombrados. Los hermanos se dirigieron a la forja. Sindre puso una piel «le cerdo en la fragua y pidió a Brok que maniobrara el fuelle y que no se parara hasta que Sindre no hubiera retirado de la fragua lo que había colocad*». Una mosca se posó sobre la mano de Brok y le picó, pero no por eso dejo de maniobrar el fuelle, y lo que Sindre retiró fue un cerdo con sedas de oro. Entonces Sindre puso oro en la fragua. Esta vez la mosca se posó sobre el cuello de Brok y le picó más fuerte, pero no por eso dejó de maniobrar el fuelle, y lo que retiró el forjador fue la argolla de oro Draupner.
La tercera vez Sindre puso hierro en la fragua y pidió a su hermano que continuara soplando, si no todo se perdería. Entonces la mosca se posó entre sus ojos y le pidió los párpados. La sangre empezó a caer de sus ojos, de tal forma que no podía ver; entonces Brok soltó un instante el fuelle para asustar a la mosca. Lo que el forjador retiró fue un martillo, Sindre dio a su hermano estos tesoros y le pidió que fuera a Asgard a buscar a quien había apostado. Mientras Loki y Brok llegaban cada uno con sus tesoros, los ases se sentaron sobre sus tronos, y deliberaron, y Odín, Thor y Frey fueron nombrados jueces para dar la decisión final. Entonces Loki dio a Odín la lanza que no debía jamás perder su señal; a Thor le dio la cabellera que enseguida creció rápidamente en la cabeza de Sif; y a Frey, le dio el barco, que siempre tenía viento favorable en cuanto sus velas eran desplegadas, sin importar donde iba su capitán: también se lo podía plegar como una servilleta y guardarlo en el bolsillo si se deseaba. Después de esto Brok avanzó y dio a Odín la argolla, diciendo que cada novena noche le surgiría otra argolla igual de pesada. A Frey le dio el cerdo, diciéndole que podría correr en el aire y sobre el mar día y noche, más rápido que cualquier otro caballo, y que, por muy negra que fuese la noche, por más oscuros que fuesen los otros mundos, siempre habría claridad, donde estuviera presente el cerdo, tan brillantes eran sus sedas. A Thor le dio el martillo, diciendo que podría golpear un objeto por grande que fuera; que jamás golpearía en falso, y que cuando lo lanzase no debía temer perderlo, pues por mucho que fuera a caer, volvería siempre a su amo, y según sus deseos, se volvería tan pequeño que podría esconderlo en su seno; pero tenía un defecto, su empuñadura era un poco corta.
Según la decisión de los dioses, el martillo era el mejor de todos los tesoros, especialmente por la protección que ofrecía contra los gigantes del frío; en consecuencia, decidieron que el enano había ganado la apuesta. Este último quiso pues la cabeza de Loki. Loki se ofreció a recuperarla de alguna manera; pero el enano no quiso aceptar ninguna alternativa. ¡Bueno, cógeme entonces!, dijo Loki, y en un momento estuvo muy lejos, pues tenía unos zapatos con los que podía correr a través de los aires y sobre el mar. Entonces el enano pidió a Thor que lo cogiera, lo que fue hecho; pero cuando el enano quiso cortarle la cabeza, Loki dijo: La cabeza os pertenece, pero no el cuello. Entonces el enano cogió hilo y un cuchillo y quiso perforar los labios de Loki para coserlos juntos, pero el cuchillo no estaba bastante afilado. Estaría bien que tuviera el aliento de mi hermano, dijo, e inmediatamente el aliento estuvo allí, y fue afilado. Entonces el enano cogió juntos los labios de Loki. (Los enanos son representados como los herreros de los dioses).
La argolla Draupner es un símbolo de fertilidad. Odín colocó esta argolla en la pira funeraria de Balder y fue quemada con Balder (el verano), y cuando Balder envió esta argolla a Odín, su mujer, la diosa de las flores Nanna envió a Friga, la mujer de Odín, una alfombra (de hierba), que representa el retorno de la vegetación y de la fertilidad. Balder reenvía la argolla en recuerdo de los buenos tiempos en los que él y su padre (Odín) trabajaban juntos, y de esta forma recuerda al padre de todas las cosas que debe seguir bendiciendo la tierra y volviéndola fecunda. Pero eso no es todo; esta argolla simboliza también la fecundidad del espíritu, el poder creador del planeta, la evolución del pensamiento, la maravillosa cadena de las ideas. Las argollas caen de Draupner como la gota cae en la gota. Las ideas no permanecen atadas a sus padres, sino que viven una vida independiente en cuanto han nacido; la idea o el pensamiento, una vez despierto, no se adormece, sino que continúa creciendo y desarrollándose de hombre a hombre, de generación en generación, produciendo constantemente nuevas ideas hasta que se desarrolla en un sistema único. Si, como lo hicieron nuestros antecesores consideramos esta argolla de oro como la conexión histórica entre los tiempos y los acontecimientos, esta argolla que se multiplica sin cesar y que se desarrolla por encadenamiento en la marcha progresiva del tiempo, ¡qué bella cadena de oro se ha formado desde la aurora de los tiempos hasta ahora!
Odín tenía una lanza llamada Gungner. La palabra significa la producción de un violento temblor o sacudida, y, en efecto, sacudía con viveza a cualquiera que era golpeado por ella. Como hemos visto más arriba, fue fabricada por los hijos Ivald (los enanos), y fue dada a Odín por Loki. Odín se lanza al campo de batalla con un casco de oro, una armadura resplandeciente y su lanza Gungner. El juramento se prestaba sobre la punta de Gungner. Esta lanza es muy a menudo nombrada en las Sagas semimitológicas, donde se ven volar las lanzas sobre las cabezas de los enemigos; están paralizados por el pánico y deshechos. Las lanzas son a veces consideradas como fenómenos meteóricos que muestran una amenaza de guerra. La lanza simboliza la fuerza y el poder de Odín. Cuando Odín tiraba su lanza sobre alguien, señalaba así que le pertenecía. ¿Acaso el mismo Odín no se hirió con su lanza, y de esta forma se consagró él mismo al cielo? Cuando Odín pone la lanza en manos de un guerrero, es que vela por él y dirige sus acciones de valor. Cuando Odín es el dios de la poesía y de la elocuencia (anglosajón wod), entonces la lanza Gungner es la sátira mordaz y afilada que pueden expresar la poesía y el arte oratorio.
El caballo de Odín, Sleipner, simboliza los vientos del cielo, que soplan por los cuatro costados. En Skaane y en Bleking, en Suecia, era costumbre dejar en los campos una gavilla de grano para el caballo de Odín, para impedir que pisoteara los granos con los pies. Miércoles se llama así por Odín (Wednesday, Odinsday), y es el día en que su caballo estaba más dispuesto a visitar los campos. Pero, en un sentido más elevado, Sleipner es un Pegaso. Pegaso volaba de la tierra a las moradas de los dioses. Sleipner viene del cielo, lleva al héroe sano y salvo a través de los peligros de la vida, y transporta al poeta que cree en el espíritu a la morada celeste. Grundvig llama a Sleipner corcel del alma del poeta; es decir de la estrofa islandesa o nórdica antigua, que consistía en ocho versos, o cuatro octómetros. La interpretación más poética de los mitos es la que es más verídica.
Viajes de Odín
Podríamos escribir un capítulo entero referente a los viajes de Odín, a sus visitas a los gigantes, a los hombres, a los campos de batalla, etc., pero estos relatos son muy extensos, y los encontramos en su mayoría en las Sagas semimitológicas, donde es difícil separar el elemento legendario del elemento histórico. Todos los viajes de Odín nos lo muestran naturalmente como el espíritu que penetra en todo el universo. Tienen el mismo significado que su caballo Sleipner, que sus cuervos Hugin y Munin, etc. Desciende al fondo del mar para encontrar la sabiduría, baja a la tierra para someter a prueba las almas de los hombres. En la Vieja Edda, los viajes de Odín constituyen el tema de los cantos de Vafthrudner, de Grimner, de Vegtam, etc. En el canto de Vafthrunder, Odín visita al gigante Vafthrudner con el fin de poner a prueba su ciencia. Proponen preguntas relativas a la cosmogonía del Norte, con la condición de que la parte vencida sacrificara su cabeza. El gigante se expone a la pena. Odín se da el nombre de Grangaad, pero, en la última pregunta, el gigante lo reconoce, y está impresionado por el terror y y el temor. El gigante debe perecer, puesto que ha emprendido una lucha con Odín. El alma subyuga la naturaleza física. Cuando el gigante reconoce a Odín, comprende su baja naturaleza y debe morir.
En el Grimnersmal Odín toma el nombre de Grimner y se va a someter a prueba el alma de su hijo nutricio Geirrod. Geirrod lo tortura y lo coloca entre dos fuegos. Y aquí comienza el canto en el que Odín se glorifica a sí mismo, glorifica el poder de los dioses, y compadece a su hijo nutricio; pero finalmente se descubre y consagra a Geirrod a la muerte por su trato poco hospitalario.
Hlidskjalf
Hlidskjalf es el trono de Odín. Sabemos poca cosa de éste. La Nueva Edda habla de una magnífica morada que pertenecía a Odín, llamada Valaskjalf: construida por los dioses, tenía un techo de plata pura, y encerraba el trono llamado Hlidskjalf. Cuando Odín está sentado en su trono puede ver el mundo entero. Pero no se contenta con sólo mirar, también escucha:
Se dice en el canto del cuervo de Odín; en el canto de Grimner, se dice que Odín y Friga, su mujer, estaban sentados sobre Hlidskjalf y veían el mundo entero; y en el canto de Skirner leemos que Frey, hijo de Njord, se había sentado un día en Hlidskjalf. Como Odín envía todas las mañanas a sus cuervos, parece que sea su primera atención mirar como un buen padre el mundo que ha creado y ver lo que hacen sus hijos y si les hace falta su providencial solicitud. Está situado en Glaheim, donde Odín se sentaba con sus héroes escogidos y bebía vino. Pero Valaskialf es un lugar diferente de Gladsham, y el trono de Odín, Hlidskjalf, se encuentra en su pináculo más elevado, por encima de las altas bóvedas del cielo.
Odín personaje histórico
Hasta aquí el Odín mitológico, tal como está basado en los fenómenos de la naturaleza. Ahora ofreceremos un corto esbozo del Odín histórico, tal como está presentado en el Heimskringla de Snorre Sturleson por Saxo Gramático y otros. Mallet, el escritor francés que ha estudiado la Mitología Nórdica ha ofrecido, un resumen de todo lo que estos escritores han dicho referente a los viajes y proezas de este famoso personaje.
El imperio romano había llegado al apogeo de su poder y había sometido a sus leyes a toda la parte del mundo entonces conocida, cuando un acontecimiento imprevisto le suscitó enemigos en el seno mismo de los bosques de Escitia y al borde del Tanais. En su huida, Mitridates había arrastrado a Pompeyo en su persecución a estos desiertos. El rey de Ponto buscó allí refugio y nuevos medios de venganza. Esperaba armar contra la ambición de Roma a todos los pueblos bárbaros, sus vecinos, pues hacía peligrar su libertad. Al principio lo consiguió, pero todos esos pueblos, carentes de unión, mal armados, y aún peor disciplinados, fueron obligados a ceder al genio de Pompeyo. Se dice que entre ellos se hallaba Odín. Fue obligado a huir de la venganza de los romanos y a buscar, en regiones desconocidas a sus enemigos, la seguridad que ya no podía encontrar en su país.
Odín era el comandante de los ases (¿el origen de las invasiones procedentes de Asia = ases?), cuyo país estaba situado entre el Ponto Euxino (Mar Negro) y el mar Caspio. Su principal ciudad era Asgard. Odín, que había reunido bajo su bandera a la juventud de las naciones vecinas, avanzó hacia el oeste y el norte de Europa: sometió a todos los pueblos que se encontró en el camino, y los dio como vasallos a uno o a otro de su hijos. Varias familias soberanas del Norte pasan por descender de estos príncipes. Así pues Hengist y Horsa, los jefes sajones que conquistaron la Bretaña en el siglo V, cuentan a Odín entre sus antepasados. Lo mismo hacían otros príncipes anglosajones, así como la mayoría de los príncipes de la Baja Germania y del Norte.
Tras haber dispuesto de tantas comarcas, establecido y confirmado sus nuevos gobiernos, Odín dirigió su marcha hacia Escandinavia, atravesó el Holstein y el Jutland. Estas provincias no le opusieron ninguna resistencia. Luego pasó al Funen (Dinamarca), que se sometió desde su aparición. Permaneció mucho tiempo en esta isla y construyó la ciudad de Odense (Odins-vc, santuario de Odín), que todavía conserva en su nombre el recuerdo de su fundador. Desde allí extendió su autoridad por todo el Norte. Sometió al resto de Dinamarca y colocó en su trono a su hijo Skjold. Los descendientes de Skjold siguieron gobernando Dinamarca durante varias generaciones, y fueron llamados skjoldungs.
Odín, a quien parece haberle complacido más dar sus coronas a sus hijos, que llevarlas él, pasó luego a Suecia, donde reinaba en aquella época un príncipe llamado Gylfe que le otorgó grandes honores e incluso lo adoró como a una divinidad. Odín adquirió pronto en Suecia la misma autoridad que había conquistado en Dinamarca. Los suecos acudieron en masa a rendirle homenaje y de común acuerdo otorgaron el título de rey a su hijo Yngve y a su posteridad. Tal es el origen de los Ynglings, nombre bajo el cual fueron designados mucho tiempo los reyes de Suecia. Gylfe murió y fue olvidado; Odín adquirió un duradero renombre por su distinguido gobierno, confeccionó nuevas leyes, introdujo las costumbres de su país, y estableció en Sigtuna, antigua ciudad situada en la misma provincia que Estocolmo, un consejo supremo o tribunal, compuesto por doce jueces. Su misión era velar por el bien público, distribuir justicia al pueblo, presidir el nuevo culto que Odín había traído consigo del Norte, y conservar fielmente los secretos religiosos y mágicos que este príncipe les había confiado. Estableció un impuesto para cada habitante del país, pero por su parte se comprometió a defenderlos contra todos los enemigos y a proveer a los gastos del culto rendido a los dioses en Sigtuna.
Estas grandes conquistas no parecieron sin embargo haber satisfecho su ambición. El deseo de extender más lejos su religión, su autoridad y su gloria le hicieron emprender la conquista de Noruega. Su buena fortuna lo siguió, y este reino se sometió pronto a un hijo de Odín llamado Saming, que se convirtió en jefe de una familia cuyas diferentes ramas reinaron mucho tiempo en Noruega.
Cuando Odín hubo realizado estas gloriosas hazañas, se retiró a Suecia: allí, sintiendo próximo su fin, no quiso esperar que una enfermedad de languidez pusiera fin a esta vida que había tan a menudo y tan valientemente expuesto en los campos de batalla: reunió a su alrededor a sus amigos y compañeros de fortuna, y con la punta de su lanza se hizo nueve heridas, en forma de círculo, y con la espada se hizo otros muchos cortes en la piel. Declaró al morirse que volvía a Asgard a tomar su sitio entre los dioses para un banquete eterno, donde acogería con grandes honores a todos los que se expusieran intrépidamente en los campos de batalla y murieran bravamente con la espada en la mano. En cuando hubo exhalado el último suspiro, transportaron su cuerpo a Sigtuna donde, según la costumbre introducida por él en el Norte, su cuerpo fue quemado con mucha pompa y magnificiencia.
Este fue el final de este hombre, cuya muerte fue tan extraordinaria como su vida. Muchos sabios han pretendido que el deseo de vengarse de los romanos fue el principio que dominó toda su conducta. Alejado de su primera patria por los enemigos de la libertad universal, su resentimiento era tanto más violento por cuanto que los godos consideraban un deber sagrado vengarse de todas las injurias sobre todo de las inferidas a sus padres o a sus países. Al atravesar tantos reinos alejados y establecer con tanto celo sus doctrinas de valentía sólo tenía, dicen, por fin el levantar todas las naciones contra una nación tan formidable y tan odiosa como Roma. La semilla que Odín depositó en el seno de los adoradores de los dioses fermentó mucho tiempo en secreto; pero con el curso de los años, a una señal convenida cayeron sobre este desgraciado imperio, y lo derrotaron completamente tras varios choques repetidos, vengando así el insulto hecho a su fundador tantos siglos antes.
Las Sagas describen a Odín como el más persuasivo de los hombres. Nada podía resistir la fuerza de sus palabras. A veces animaba sus arengas con versos que componía sin preparación, y no sólo era un gran poeta, sino que fue él quien enseñó el arte de la poesía a los nórdicos. Fue el inventor de los caracteres rúnicos, que estuvieron tanto tiempo en uso en el Norte. El arte de expresar con caracteres escritos el pensamiento invisible del hombre es la invención más maravillosa que se haya hecho jamás; es casi tan milagrosa como la misma palabra, y bien puede ser llamada una clase de segunda palabra. Pero lo que más contribuyó a hacer pasar a Odín por dios, fue su habilidad en la magia. Podía dar la vuelta al mundo en un abrir y cerrar de ojos; mandaba sobre el aire y las tempestades, podía tomar toda clase de formas, resucitar a los muertos, predecir el futuro; arrebatar la salud y la fuerza a sus enemigos por medio de encantamientos, y descubrir todos los tesoros escondidos en la tierra. Sabía cantar aires tan tiernos y melodiosos, que las llanuras y montañas se abrían y dilataban de placer; los espíritus atraídos por la dulzura de sus cantos, dejaban sus cuevas infernales y se quedaban inmóviles a su alrededor.
Pero si su elocuencia, junto con su porte augusto y venerable, lo hacían querer y respetar en una asamblea calmada y apacible, no era por ello menos temible y furioso en el campo de batalla. Inspiraba un terror tal a sus enemigos, que pensaba no poder describirlo mejor que diciendo que los volvía sordos y ciegos. Parecía un lobo desesperado y mordiendo de rabia su propio escudo, se tiraba en medio de las filas enemigas y hacía a su alrededor la más horrible carnicería sin recibir ninguna herida. Este es el Odín histórico nórdico, tal como era en otros términos, el gran ejemplo que los pueblos europeos de latitudes septentional debían imitar en la guerra y en la paz.
Anexo:
DIOSES DE LA MITOLOGÍA DE LSO PUEBLOS GERMANOS Y ESCANDINAVOS
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