a. Cuando Helena, la bella hija de Leda, llegó al estado de mujer
en el palacio de su padre adoptivo Tindáreo en Esparta, todos los príncipes de
Grecia se presentaron con valiosos regalos como pretendientes, o enviaron
parientes para representarlos. Diomedes, quien acababa de obtener su victoria
en Tebas, se hallaba allí con Áyax, Teucro, Filoctetes, Idomeneo, Patroclo,
Menesteo y otros muchos. También fue Odiseo, pero con las manos vacías, porque
no tenía la menor probabilidad de buen éxito, pues aunque los Dioscuros,
hermanos de Helena, deseaban que ésta se casase con Menesteo de Atenas, Odiseo
sabía que se la darían al príncipe Menelao, el más rico de los aqueos,
representado por el poderoso yerno de Tindáreo, Agamenón.
b. Tindáreo no despidió a ninguno de los pretendientes, pero, por
otra parte, tampoco aceptó ninguno de los regalos, pues temía que su
parcialidad por cualquiera de los príncipes provocara peleas entre los demás.
Odiseo le preguntó un día: «Si te digo cómo pueden evitar una querella, ¿me
ayudarás, en cambio, a casarme con Penélope, la hija de Icario?» «Trato hecho»,
contestó Tindáreo. «Entonces —continuó Odiseo— mi consejo es éste: insiste en
que todos los pretendientes de Helena juren defender al marido elegido por ella
contra quienquiera que se sienta ofendido por su buena suerte.» Tindáreo
convino en que ése era un procedimiento prudente. Después de sacrificar un
caballo y de descuartizarlo, hizo que cada uno de los pretendientes se colocase
sobre los pedazos sangrientos y repitiese el juramento que Odiseo había
formulado; luego enterraron los pedazos en un lugar al que se sigue llamando
«La Tumba del Caballo».
c. No se sabe si fue el propio Tindáreo quien eligió al marido de
Helena o si ella declaró su preferencia coronándole con una guirnalda.
De todos modos se casó con Menelao, quien llegó a ser rey de Esparta después de
la muerte de Tindáreo y de la deificación de los Dioscuros. Pero su matrimonio
estaba condenado al fracaso: años antes, mientras hacía sacrificios a los
dioses, Tindáreo se había olvidado tontamente de Afrodita, quien se vengó
jurando que haría a sus tres hijas —Clitemestra, Timandra y Helena— célebres
por sus adulterios.
d. Menelao tuvo una hija con Helena y la llamó Hermíone; sus hijos
eran Etiolao —de quien pretende descender la familia persa de los Morrafio— y
Plístenes. Una esclava etolia llamada Pieris dio más tarde a Menelao dos
mellizos bastardos: Nicóstrato y
Megapentes.
e. Se ha preguntado por qué Zeus y Temis proyectaron la guerra de
Troya. ¿Fue para hacer famosa a Helena por haber embrollado a Europa y Asia? ¿O
para exaltar a la raza de los semidioses y al mismo tiempo hacer menos densas
las tribus populosas que oprimían la superficie de la Madre Tierra? Sus motivos
tienen que seguir siendo oscuros, pero ya habían tomado la decisión cuando
Éride arrojó una manzana de oro en la que estaban inscritas estas palabras:
«Para la más bella», en la boda de Peleo y Tetis. Zeus Omnipotente no quiso
decidir la subsiguiente disputa entre Hera, Atenea y Afrodita y dejó que Hermes
llevara a las diosas al monte Ida, donde Paris, el hijo perdido de Príamo,
actuaría como arbitro.
f. Ahora bien, poco antes del nacimiento de París había soñado
Hécabe que daba a luz un haz de leña del que salían retorciéndose innumerables
serpientes de fuego. Se despertó gritando que la ciudad de Troya y los bosques
del monte Ida ardían. Príamo consultó inmediatamente con su hijo Ésaco, el
adivino, quien anunció: «¡El niño que está a punto de nacer será la ruina de
nuestro país! Te ruego que te deshagas de él.»
g. Pocos día después Ésaco hizo otro anuncio: «La troyana de la
casa real que hoy dé a luz un niño debe ser destruida, y también su hijo». Por
consiguiente Príamo mató a su hermana Cila y su hijo Munipo, nacido esa mañana
misma de su unión secreta con Timete, y los enterró en el recinto sagrado de
Tros. Pero Hécabe había dado a luz un hijo antes del anochecer y Príamo perdonó
a ambos la. vida, aunque Herófila y otros adivinos instaron a Hécabe a que
matara por lo menos al niño. Ella no pudo decidirse a hacerlo, y al final
convencieron a Príamo para que llamara al jefe de sus pastores, un tal Agelao,
y le confiara la tarea. Agelao, demasiado bondadoso para emplear una cuerda o
una espada, abandonó al recién nacido en el monte Ida, donde le amamantó una
osa. Cuando volvió cinco días después, Ageleao quedó pasmado ante el portento y
llevó al niño a su casa en un zurrón —de aquí el nombre de «París»— para
criarlo juntamente con su propio hijo recién nacido y le llevó a Príamo una lengua de perro como prueba de que había obedecido su
orden. Pero algunos dicen que Hécabe sobornó a Agelao para que no matara a
París y ocultara el secreto a Príamo.
h. La noble alcurnia de París se puso pronto de manifiesto gracias
a su belleza, su inteligencia y su fuerza sobresalientes: cuando era poco más
que un niño venció a una cuadrilla de ladrones de ganado y recuperó las vacas
que habían robado, por lo que mereció el sobrenombre de Alejandro.
Aunque no era más que un esclavo en esa época, Paris fue el amante preferido de
Enone hija del río Éneo, una ninfa de las fuentes. Rea le había enseñado el
arte de la profecía y Apolo el de la medicina mientras trabajaba como pastor de
Laomedonte. Paris y Enone solían cuidar sus rebaños y cazar juntos y él grababa
su nombre en la corteza de las hayas y los álamos.
Su principal diversión consistía en hacer que los toros de Agelao lucharan
entre ellos; coronaba al vencedor con flores y al perdedor con paja. Cuándo un
toro comenzó a vencer continuamente, Paris lo enfrentó con los campeones de los
rebaños de sus vecinos, a todos los cuales venció. Por fin ofreció poner una
corona de oro en los cuernos del toro que pudiese vencer al suyo. Por broma,
Ares se transformó en toro y ganó el premio. Paris entregó sin vacilar la
corona a Ares, lo que sorprendió y complació a los dioses que observaban desde
el Olimpo, y ése fue el motivo de que Zeus lo eligiese como arbitro entre las
tres diosas.
i. Cuidaba su ganado en el monte Gárgaro, la cumbre más alta del
Ida, cuando Hermes, acompañado por Hera, Atenea y Afrodita, le entregó la
manzana de oro y el mensaje de Zeus:
—Paris, puesto que eres tan bello como sabio en los asuntos del
corazón, Zeus te ordena que juzgues cuál de estas diosas es la más bella.
Paris aceptó la manzana dudosamente y contestó:
—¿Cómo puede un simple pastor como yo hacerse arbitro de la
belleza divina? Dividiré la manzana entre las tres.
—No, no, no puedes desobedecer a Zeus Omnipotente —se apresuró a
replicar Hermes—. Tampoco estoy autorizado para aconsejarte. ¡Utiliza tu
inteligencia natural!
—Así sea —suspiró Paris—. Pero antes ruego que las perdedoras no
se ofendan conmigo. Sólo soy un ser humano, expuesto a cometer los errores más
estúpidos.
Las diosas convinieron en acatar su decisión.
—¿Bastará con juzgarlas tal como están —preguntó Paris a Hermes— o
deberán desnudarse?
—Tú debes decidir las reglas de la competencia —contestó Hermes
con una sonrisa discreta.
—En ese caso, ¿tendrán la bondad de desnudarse?
Hermes dijo a las diosas que lo hicieran y él se volvió
cortésmente.
j. Afrodita no tardó en estar lista, pero Atenea insistió en que
debía quitarse su famoso ceñidor mágico que le daba una ventaja injusta, pues
hacía que todos se enamoraran de quien lo llevaba.
—Está bien —dijo Afrodita con rencor—, lo haré con la
condición Je que tú te quites tu yelmo,
pues estás espantosa sin él.
—Ahora, si no tenéis inconveniente, os juzgaré una por una
—anunció Paris— para evitar discusiones perturbadoras. ¡Ven, divina Hera!
¿Tendrán las otras dos diosas la bondad de dejarnos durante un rato?
—Examíname concienzudamente —dijo Hera mientras se daba vuelta
lentamente y exhibía su figura magnífica—, y recuerda que si me declaras la más
bella te haré señor de toda el Asia y el hombre más rico del mundo.
—Yo no me dejo sobornar, señora... Muy bien, gracias. Ya he visto
todo lo que necesitaba ver. ¡Ahora ven, divina Atenea!
k. —Aquí estoy —dijo Atenea, avanzando con decisión—. Escucha,
Paris: si tienes el sentido común suficiente para concederme el premio haré que
salgas victorioso en todas tus batallas, y que seas el hombre más bello y sabio
del mundo.
—Soy un humilde pastor, no un soldado —replicó Paris—. Puedes ver
con tus propios ojos que la paz reina en toda Lidia y Frigia y que no se
disputa la soberanía del rey Príamo. Pero prometo considerar imparcialmente tu
aspiración a la manzana. Ahora puedes volver a ponerte tus ropas y tu yelmo.
¿Estás lista, Afrodita?
l. Afrodita se acercó a él despacio y Paris se ruborizó porque se
puso tan cerca que casi se tocaban.
—Examíname cuidadosamente, por favor, sin pasar nada por alto...
Por cierto, en cuanto te vi me dije: «A fe mía, éste es el joven más hermoso de
Frigia. ¿Por qué pierde el tiempo en este desierto cuidando un ganado
estúpido?» ¿Por qué lo haces, Paris? ¿Por qué no vas a una ciudad y vives una
vida civilizada? ¿Qué puedes perder casándote con alguien como Helena de
Esparta, que es tan bella como yo y no menos apasionada? Estoy convencida de
que, cuando os hayáis conocido, ella abandonará su hogar, su familia y todo
para ser tu amante. Habrás oído hablar de Helena ¿no?
—Nunca hasta ahora, señora. Te quedaré muy agradecido si me la
describes.
m. —Helena tiene una tez bella y delicada, pues nació del huevo de
un cisne. Puede alegar que su padre es Zeus, le gustan la caza y la lucha y
causó una guerra cuando era todavía niña. Y cuando llegó a la mayoría de edad
todos los príncipes de Grecia aspiraron a su mano. Ahora está casada con
Menelao, hermano del rey supremo Agamenón, pero eso no es un inconveniente,
pues puedes conseguirla si quieres.
—¿Cómo es posible si está ya casada?
—¡Caramba, qué inocente eres! ¿Nunca has oído que es mi deber
divino arreglar esa clase de asuntos? Te sugiero que recorras Grecia con mi
hijo Eros come guía. Cuando lleguéis a Esparta él y yo procuraremos que Helena
se enamore perdidamente de ti.
—¿Estás dispuesta a jurarlo? —preguntó París, excitado.
Afrodita juró solemnemente y Paris, sin pensarlo más, le concedió
la manzana de oro.
Pero incurrió en el odio encubierto de Hera y Atenea, quienes se
alejaron tomadas del brazo a preparar la destrucción de Troya, mientras
Afrodita, sonriendo picaramente, se preguntaba cómo podía cumplir mejor su
promesa.
n. Poco después Príamo envió a sus sirvientes en busca de un toro
del rebaño de Agelao. Iba a ser el premio en los juegos fúnebres que se celebraban
anualmente en honor de su hijo difunto. Cuando los sirvientes eligieron el toro
mejor, Paris sintió de pronto el deseo de asistir a los juegos y corrió tras
ellos. Agelao trató de retenerlo: «Tú tiene tus corridas de toros particulares.
¿Qué más puedes desear?», le dijo, pero Paris insistió y al final Agelao le
acompañó a Troya.
o. En Troya era costumbre que al terminar la sexta vuelta de la
carrera de carros los que se habían presentado para intervenir en el pugilato
comenzasen a luchar delante del trono. Paris decidió competir y, a pesar de las
súplicas de Agelao, salió a la liza y ganó la corona, por puro valor más bien
que por habilidad. También ganó la carrera pedestre, lo que exasperó tanto a
los hijos de Príamo que le desafiaron a correr otra; y así conquistó la tercera
corona. Avergonzados por su derrota pública, decidieron matar a París y
pusieron guardias armados en todas las salidas del estadio, mientras Héctor y
Deífobo le atacaban con sus espadas. Paris corrió a protegerse en el altar de Zeus
y Agelao se acercó corriendo a Príamo: gritando: «¡Majestad, ese joven es tu
hijo perdido hace tiempo!» Príamo llamó inmediatamente a Hécabe, quien, cuando
Agelao mostró el sonajero que había encontrado en las manos de Paris, confirmó
su identidad. Fue llevado triunfalmente al palacio, donde Príamo celebró su
regreso con un gran banquete y sacrificios a los dioses. Sin embargo, tan
pronto como los sacerdotes de Apolo se enteraron de la noticia anunciaron que
Paris debía ser ejecutado inmediatamente, pues de otro modo Troya perecería..
Le informaron de ello a Príamo, quien contestó: «¡Prefiero que caiga Troya a
que muera mi hijo maravilloso!»).
p. Los hermanos casados de Paris le instaron poco después a que
tomara una esposa, pero él les dijo que confiaba en que Afrodita le elegiría
una, pues se lo suplicaba todos los días. Cuando se convocó a otro consejo para
tratar del rescate de Hesíone, pues las gestiones pacíficas habían fracasado,
Paris se ofreció voluntariamente para encabezar la expedición si Príamo le
proporcionaba una flota grande y bien tripulada. Añadió astutamente que si no
conseguía llevar de vuelta a Hesíone, quizá podría llevar a una princesa griega
de la misma categoría como rehén por ella. Su deseo secreto era, por supuesto,
ir a Esparta para sacar de allí a Helena.
q. Ese mismo día Menelao llegó inesperadamente a Troya y preguntó
por las tumbas de Lico y Quimereo, los hijos de Prometeo con la atlántida
Celeno; explicó que el remedio que le había prescrito el oráculo de Delíos para
una peste que hacía estragos en Esparta era ofrecerles sacrificios de héroes.
París agasajó a Menelao y le pidió, como favor, que le purificara en Esparta,
pues había matado accidentalmente al joven hijo de Antenor, Anteo, con una
espada de juguete. Menelao accedió y París, por consejo de Afrodita, encargó a
Pereció, hijo de Tectón, que construyera la flota que Príamo le había
prometido; el mascarón de proa de la nave capitana debía ser una Afrodita
sosteniendo a un Eros en miniatura. El primo de París, Eneas, hijo de Anquises,
accedió a acompañarle.
Casandra, con la cabellera suelta, predijo la conflagración que causaría el
viaje, y Heleno se mostró de acuerdo, pero Príamo no hizo caso de ninguno de
sus hijos proféticos. Ni siquiera Enone logró disuadir a París de su viaje
fatal, aunque lloró cuando le dio el beso de despedida. «Vuelve a mí si te
hieren —le dijo ella—, pues solamente yo puedo curarte».
r. La flota se hizo a la mar, Afrodita envió un viento favorable y
París llegó pronto a Esparta, donde Menelao le agasajó durante nueve días. En
el banquete París entregó a Helena los regalos que había llevado de Troya, y
sus miradas desvergonzadas, fuertes suspiros y señas audaces le causaron una
gran turbación. Tomando la copa de ella, ponía los labios en la parte del borde
por donde ella había bebido; y en una ocasión encontró las palabras «Te amo,
Helena», escritas con vino en la mesa. A Helena le aterraba que Menelao pudiera
sospechar que alentaba la pasión de París, pero como Menelao no era observador,
se embarcó alegremente para Creta, donde tenía que asistir a las exequias de su
abuelo Catreo, dejando que Helena agasajara a los huéspedes y gobernara el
reino durante su ausencia.
s. Helena se fugó con París esa misma noche y se entregó a él
amorosamente en el primer puerto de escala, que era la isla de Cránae. En la
tierra firme, frente a Cránae, se halla el altar de Afrodita Unidora, fundado
por París para celebrar esta ocasión.
Algunos dicen falsamente que Helena rechazó sus requerimientos y que él se la
llevó por la fuerza mientras ella cazaba; o haciendo una incursión súbita en la
ciudad de Esparta; o disfrazándose de Menelao con la ayuda de Afrodita. Ella
abandonó a su hija Hermíone, que tenía entonces nueve años de
edad, pero se llevó a su hijo Plístenes, la mayor parte de los tesoros del
palacio y oro por valor de tres talentos robado en el templo de Apolo; así como
cinco sirvientas, entre ellas dos ex reinas, Etra, la madre de Teseo, y
Tisadie, la hermana de Pirítoo.
t. Cuando se dirigían a Troya una gran tormenta enviada por Hera
obligó a París a hacer escala en Chipre. Desde allí navegó a Sidón, donde le
agasajó el rey, al cual, instruido ya en los métodos del mundo griego, asesinó
y robó traidoramente en la sala de los banquetes. Mientras embarcaban el
cuantioso botín le atacó un grupo de sidonios; París los rechazó tras un
sangriento combate y la pérdida de dos navios, y continuó su viaje. Como temía
que le persiguiera Menelao, se detuvo durante varios meses en Fenicia, Chipre y
Egipto, pero por fin llegó a Troya y celebró su boda con Helena.
Los troyanos la acogieron bien, embelesados por su belleza, y un día, al
encontrar en la ciudadela troyana una piedra que goteaba sangre cuando se la
frotaba con otra, la reconoció como un poderoso afrodisíaco y la utilizó para
mantener encendida la pasión de Paris. Más todavía: toda Troya y no solamente
Paris se enamoró de ella y Príamo juró que nunca la dejaría irse.
u. Según una versión completamente distinta, Hermes robó a Helena
por orden de Zeus y la confió al rey Proteo de Egipto; entretanto una Helena
fantasma, hecha con nubes por Hera (o, según dicen algunos, por Proteo) fue
enviada a Troya junto a Paris, con el único propósito de provocar la lucha.
v. Según la versión de Jos sacerdotes egipcios, no menos
improbable, la flota troyana fue desviada de su ruta por el viento y Paris
desembarcó en las Salinas, en la desembocadura canópica del Nilo. Allí hay un
templo de Heracles, al que acuden los esclavos fugitivos, los cuales, a su
llegada, se dedican al dios y reciben ciertas marcas sagradas en su cuerpo. Los
sirvientes de París se refugiaron en ese templo y, después de conseguir la
protección de los sacerdotes, le acusaron de haber raptado a Helena. El
guardián canópico se enteró del asunto e informó al rey Proteo de Menfis, quien
hizo detener a Paris y ordenó que lo llevaran ante él, juntamente con Helena y
el tesoro robado. Tras un severo interrogatorio, Proteo desterró a Paris, pero
retuvo a Helena y el tesoro en Egipto hasta que Menelao fuera a recogerlos. En
Menfis hay un templo de Afrodita Extranjera que, según se dice, le dedicó
personalmente Helena. Helena le dio a Paris tres hijos: Bunico, Agano e Ideo,
todos los cuales murieron en Troya cuando eran todavía niños de pecho a
consecuencia del derrumbamiento de un techo; y una hija llamada también Helena.
Paris había tenido un hijo llamado Corito con Enone, y ésta, celosa de Helena,
lo envió para que guiara hasta Troya a los griegos vengadores .
1.
A
Estesícoro, el poeta siciliano del siglo VI, se le atribuye la versión de que
Helena nunca fue a Troya y que la guerra se libró por «sólo un fantasma».
Después de escribir un poema que la presentaba bajo una luz sumamente
desfavorable, quedó ciego y luego supo que era víctima del desagrado postumo de
Helena (véase 164.w). De aquí su palinodia, que comienza así: «La verdad es que
no fuiste en las naves bien tripuladas, ni llegaste a las torres de Troya», la
declamación pública de la cual le devolvió la vista (Platón: Fedro 44;
Pausanias: iii.19.ii). Y ciertamente, no está claro en qué sentido Paris, o
Teseo antes que él, habían raptado a Helena. «Helena» era el nombre de la diosa
Luna espartana, el casamiento con la cual, después del sacrificio de un caballo
(véase 81.4) hizo rey a Menelao; pero Paris no usurpó el trono. Es posible, por
supuesto, que los troyanos invadieran Esparta y se llevaran a la heredera y los
tesoros del palacio en represalia por un saqueo griego de Troya, como implica
la fábula de Hesíone. Pero si bien la Helena de Teseo era quizás de carne y
hueso (véase 103.4) la Helena troyana es más probable que fuera «sólo un
fantasma», como alegaba Estesícoro.
2.
Esto
es sugerir que los mnesteres tes Helenes, «pretendientes de Helena», eran
realmente mnesteres tou Hellespontou, «los que tenían en cuenta el Helesponto»,
y que el juramento solemne que esos reyes prestaron sobre los peda zos
sangrientos del caballo consagrado a Posidón, el principal patrono de la
expedición, fue para apoyar los derechos de cualquier miembro de la
confederación a navegar por el Helesponto a pesar de los troyanos y sus aliados
asiáticos (véase 148.10, 161.1 y 162J). Después de todo, el Helesponto llevaba
el nombre de su propia diosa Hele. La fábula de Helena proviene, en realidad,
de la epopeya ugarita Keret, en la que
la esposa legítima de Keret, Huray, es
raptada y llevada a Udm.
3.
El
nacimiento de París sigue el modelo mítico de Eolo (véase 43.c), Edipo (véase
105.a), Jasón (véase 148.a) y los demás; es el conocido niño del Año Nuevo, con
el hijo de Agelao como mellizo. Su victoria sobre los cincuenta hijos de Príamo
en una carrera pedestre resulta igualmente familiar (véase 53. y 60.m). «Enone»
parece haber sido el título de la princesa que conquistó en esa ocasión (véase
53J; 60.4; 98.o y 160.d). En realidad no otorgó la manzana a la más bella de
las tres diosas. Esta fábula ha sido deducida erróneamente de una ilustración
que mostraba a Heracles recibiendo una rama de manzano de las Hespérides (véase
133.4) —la diosa ninfa desnuda en tríada—, a Ádano de Hebrón en el acto de ser
hecho inmortal por la Madre de Todos los Vivientes cananea, o al triunfador en
la carrera pedestre de Olimpia recibiendo su premio (véase 53.7); como lo
demuestra la presencia de Hermes, Conductor de las Almas, su guía para ir a los
Campos Elíseos.
4.
En
el siglo XIV a. de C. Egipto y Fenicia sufrieron frecuentes incursiones de
los keftiu, o «pueblos del mar», en las
que los troyanos parecen haber desempeñado un papel importante. Entre las
tribus que se asentaron en la Palestina se hallaban los gergeseos (Génesis
x.16), es decir, los teucros de Gergis, o Gergesa, en Tróade (Homero: Ilíada
viii.304; Herodoto: v.122 y vii.43; Livio: xxxviii.39). Príamo y Anquises
figuran en el Antiguo Testamento como Piram y Achish (Josué x.3 y 1 Samuel
xxvii.2); y Pharez, un antepasado de la tribu racialmente mixta de Judá, que
luchó con su mellizo dentro del vientre de su madre (Génesis xxxviii. 29),
parece ser París. La «piedra sangrante» de Helena, encontrada en la ciudad
troyana, se explica con la ejecución allí del sobrino de Príamo, Munipo: París
siguió siendo el consorte de la reina al precio del sacrificio anual de un
niño. Anteo («florido») es una víctima análoga: su nombre, un título de Dioniso
Primaveral (véase 85.2) se dio a otros príncipes infortunados, cortados en la
flor de su vida; entre ellos el hijo de Posidón, muerto y desollado por
Cleómenes (Filostéfano: Fragmento 8); y Anteo de Halicarnaso, ahogado en un
pozo por Cleobis (Pártenos: Narraciones 14).
5.
Cila,
cuyo nombre significa «los dados adivinadores hechos con hueso de asno»
(Hesiquio sub Cila) tiene que ser Atenea, la diosa de la ciudadela troyana que
inventó el arte de la pronosticación (véase 17.j) y presidió la muerte de
Munipo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario