a. Alcmena, temiendo los celos de Hera, abandonó a su hijo recién
nacido en un campo fuera de las murallas de Tebas, y allí, por instigación de
Zeus, Atenea llevó a Hera a dar un paseo casual. «¡Mira querida, qué niño tan
maravillosamente robusto! —exclamó Atenea, simulando sorpresa, mientras se
detenía para recogerlo—. Su madre debía de estar loca para abandonarlo en un
campo pedregoso. Ven, tú tienes leche. ¡Dale de mamar a la pobre criaturita!»
Irreflexivamente, Hera lo tomó y se desnudó el pecho, del que Heracles chupó
con tal fuerza que el dolor hizo que la diosa lo arrojara al suelo; un chorro
de leche ascendió al firmamento y se convirtió en la Vía Láctea. «¡Pequeño
monstruo!», exclamó Hera. Pero Heracles era ya inmortal y Atenea se lo devolvió
sonriendo, diciéndole que lo conservara y lo criara bien. Los tebanos muestran
todavía el lugar don-
de se le hizo a Hera esa treta, y lo llaman «La Llanura de
Heracles».
b. Sin embargo, algunos dicen que Hermes llevó al infante Heracles
al Olimpo, que Zeus mismo lo puso en el pecho de Hera mientras ésta dormía, y
que la Vía Láctea se formó cuando ella se despertó y lo rechazó, o cuando él
mamó vorazmente más leche de la que podía contener su boca y la arrojó
tosiendo. De todos modos, Hera fue la madre de leche de Heracles, aunque sólo
por poco tiempo; y por tanto los tebanos le llaman hijo suyo y dicen que se
llamaba Alceo antes que ella le diera de mamar, pero cambió de nombre en su
honor.
c. Una noche, cuando Heracles tenía ocho o diez meses de edad o,
según dicen otros, un año, y estaba todavía sin destetar, Alcmena, después de
lavar y amamantar a sus mellizos, los acostó para que descansaran bajo una
colcha de lana de cordero, sobre el ancho escudo de bronce del que Anfitrión
había despojado a Pterelao. A medianoche Hera envió dos prodigiosas serpientes
de escamas azuladas a la casa de Anfitrión, con órdenes estrictas de dar muerte
a Heracles. Las puertas se abrieron al acercarse ellas, se deslizaron por el
umbral y por los pisos de mármol hasta el cuarto de los niños, con los ojos
arrojando llamas y el veneno goteando de sus colmillos.
d. Los mellizos se despertaron y vieron a las serpientes
retorcerse a su alrededor y sacando como dardos sus lenguas bifurcadas, pues
Zeus volvió a iluminar divinamente la habitación. Ificles gritó, arrojó la
colcha de un puntapié y en una tentativa para escapar rodó del escudo al suelo.
Sus gritos de espanto y la extraña luz que resplandecía bajo la puerta del
cuarto de los niños despertaron a Alcmena. «¡Levántate, Anfitrión!», exclamó.
Sin esperar a ponerse las sandalias, Anfitrión saltó del lecho de madera de
cedro, tomó su espada, que colgaba de la pared cerca de él, y la sacó de su
vaina pulida. En aquel momento se apagó la luz en el cuarto de los niños.
Mientras gritaba a sus esclavos soñolientos que acudieran con lámparas y
antorchas, Anfitrión entró en la habitación, y Heracles, que ni siquiera había
lanzado un sollozo, le mostró con orgullo las serpientes, que estaba
estrangulando, una con cada mano. Cuando murieron, se echó a reír, se puso a
saltar alegremente y arrojó las serpientes a los pies de Anfitrión.
e. Mientras Alcmena consolaba al aterrado Ificles, Anfitrión
volvió a cubrir a Heracles con la colcha y fue a acostarse. Al amanecer, cuando
el gallo había cantado tres veces, Alcmena llamó al anciano Tiresias y le
refirió el prodigio. Tiresias, después de predecir las futuras hazañas de
Heracles, aconsejó a Alcmena que hiciera una gran fogata con haces de aulaga,
abrojos y zarzas, y
quemara en ella a las serpientes a la medianoche. Por la mañana
una sirvienta debía recoger las cenizas, llevarlas a la roca donde se había
posado la Esfinge, diseminarlas a los vientos y alejarse corriendo sin mirar
hacia atrás. A su regreso, el palacio debía ser purificado con vapores de
azufre y agua de manantial salada, y su techo coronado con acebuche.
Finalmente, había que sacrificar un
jabalí en el altar de Zeus. Todo eso hizo Alcmena. Pero algunos sostienen
que las serpientes eran inofensivas y las puso en la cuna Anfitrión mismo;
deseaba averiguar cuál de los mellizos era su hijo y así lo supo muy bien.
f. Cuando Heracles dejó de ser un niño, Anfitrión le enseñó a
conducir un carro y a dar vuelta a las esquinas sin rozar las columnas. Castor
le dio lecciones de esgrima y le instruyó en el manejo de las armas, las
tácticas de la infantería y la caballería y los rudimentos de la estrategia.
Uno de los hijos de Hermes fue su maestro de pugilato, bien Autólico o bien
Harpálico, quien tenía un aspecto tan horrendo cuando peleaba que nadie se
atrevía a enfrentarlo. Eurito le enseñó el manejo del arco; o quizás fuera el
escita Teutaro, o uno de los pastores de Anfitrión, o inclusive Apolo.
Pero Heracles pronto superó a todos los arqueros nacidos hasta entonces,
inclusive a su compañero Alcón, padre del argonauta Palero, quien podía hacer
pasar la flecha a través de una serie de anillos colocados en los yelmos de
soldados puestos en fila, y hender flechas sujetas en las puntas de espadas o
lanzas. En cierta ocasión, cuando el hijo de Alcón fue atacado por una
serpiente que se enroscó a su alrededor, Alcón disparó contra ella con tal
habilidad que la hirió mortalmente sin hacer el menor daño al muchacho.
g. Eumolpo enseñó a Heracles a cantar y tocar la lira, en tanto
que Lino, hijo del dios fluvial Ismeno, le inició en el estudio de la
literatura. En una ocasión en que Eumolpo estuvo ausente, Lino le dio también
lecciones de lira; pero Heracles se negó a cambiar los principios que le había
enseñado Eumolpo, y como Lino le golpeó por su terquedad, lo mató con un golpe
de la lira.
En su juicio por homicidio, Heracles citó la ley de Radamantis que justificaba
la resistencia enérgica a un agresor, y así consiguió que lo absolviesen. Sin
embargo, Anfitrión, temiendo que el muchacho pudiera cometer más delitos de
violencia, lo envió a una hacienda de ganado, donde permaneció hasta que
cumplió los dieciocho años, superando a sus contemporáneos en altura, fuerza y
valor. Allí lo eligieron portador del laurel del Apolo ismenio, y los tebanos
todavía conservan el trípode que le dedicó a Anfitrión en esa ocasión. No se
sabe quién enseñó a Heracles la astronomía y la filosofía, pero estaba versado
en ambas ciencias.
h. Habitualmente se dice que tenía cuatro codos de altura. Sin
embargo, puesto que él midió el estadio de Olimpia, calculándole seiscientos
pies de longitud, y puesto que los estadios griegos posteriores tenían también
nominalmente seiscientos pies de longitud, aunque eran mucho más cortos que el
olímpico, el sabio Pitágoras dedujo que la longitud del paso de Heracles, y en
consecuencia su estatura, tienen que haber estado, en relación con el paso y la
estatura de otros hombres, en la misma proporción que la longitud del estadio
de Olimpia con la de los otros estadios. Este cálculo le daba cuatro codos y un
pie de altura. Pero algunos sos tienen que su estatura no pasaba del término
medio.
i. Los ojos de Heracles fulguraban y tenía una puntería infalible,
tanto con la jabalina como con la flecha. Comía parcamente al mediodía, y en la
cena su comida favorita eran la carne asada y las tortas de cebada dorias, de
las cuales comía las suficientes (si se puede creer eso) para que un jornalero
hubiera gruñido: «¡Basta!» Su túnica era corta y limpia y prefería pasar la
noche bajo las estrellas a dormir dentro de casa.
Un profundo conocimiento de los agüeros lo llevaba especialmente a acoger de
buen grado la aparición de buitres siempre que se disponía a emprender un nuevo
trabajo. «Los buitres —decía— son las aves más nobles, pues no atacan ni
siquiera a la menor criatura viva».
j. Heracles alegaba que nunca había buscado pendencia, sino que
siempre había tratado a sus agresores como ellos se proponían tratarlo a él. Un
tal Térmero acostumbraba matar a los viajeros desafiándolos a una lucha a
topetazos; el cráneo de Heracles resultó el más fuerte y aplastó la cabeza de
Térmeno como si hubiese sido un huevo. Pero Heracles era cortés de naturaleza y
fue el primer mortal que devolvió espontáneamente al enemigo sus muertos para
que los sepultara.
1.
Según
otro relato, la Vía Láctea se formó cuando Rea destetó por la fuerza a Zeus
(véase l.b). El amamantamiento de Heracles por Hera es un mito que se basa
aparentemente en el renacimiento ritual del rey sagrado de la reina madre
(véase 145.3).
2.
Una
ilustración antigua en la que se basa la fábula posthomérica de las serpientes
estranguladas mostraría quizás a Heracles acariciándolas mientras le limpiaban
las orejas con las lenguas, como le sucedió a Melampo (véase 12.c), Tiresias
(véase 105.g), Casandra (véase 158,p) y probablemente los hijos de Laocoonte
(véase 167.3). Sin esta bondadosa atención no habría podido comprender el
lenguaje de los buitres; y Hera, si realmente hubiera querido matar a Heracles,
habría enviado a una harpía para que se lo llevase. La ilustración fue
interpretada erróneamente por Píndaro, o su informante, como una alegoría del
Niño del Nuevo Año Solar, que destruye el poder del Invierno, simbolizado por
las serpientes. El sacrificio de un jabalí a Zeus realizado por Alcmena es el
antiguo del solsticio hiemal, que sobrevive en la cabeza de jabalí navideña en
la vieja Inglaterra. En Grecia el acebuche, como el abedul en Italia y el
noroeste de Europa, era el árbol del Año Nuevo, símbolo de comienzo, y se lo
utilizaba como una escoba para expulsar a los malos espíritus (véase 53.7);
Heracles utilizaba como clava un acebuche y llevó un vastago a Olimpia desde el
país de los Hiperbóreos (véase 138.;). Lo que Tiresias le dijo a Alcmena era
que encendiera la fogata de la Candelaria, que todavía se enciende el 2 de
febrero en muchas partes de Europa: su propósito es quemar las viejas plantas
achaparradas y facilitar el crecimiento de los nuevos retoños.
3.
El
Heracles dorio comedor de tortas, al contrario de sus cultos predecesores
eolios y aqueos, era un simple rey del ganado, dotado con las limitadas
virtudes de su condición, y no pretendía poseer conocimientos de música,
filosofía o astronomía. En la época clásica los mitógrafos, recordando el
principio de mens sana in corpore sano, le impusieron una educación superior e
interpretaron su asesinato de Lino como una protesta contra, la tiranía, más
bien que contra el afeminamiento. Pero siguió siendo una personificación de la
salud física y no mental; excepto entre los celtas (véase 132.3), quienes le
honraban como el patrono de las letras y todas las artes de los bardos. Seguían
la tradición de que Heracles, el dáctilo ideo al que llamaban Ogmius,
representaba la primera consonante del alfabeto arbolar hiperbóreo, Abedul o
Acebuche (véase 52.3 y 125.1) y que «en una varilla de abedul se talló el
primer mensaje que se envió nunca, a saber, la palabra Abedul repetida siete
veces» (La Diosa Blanca, p. 157).
4.
La
proeza de Alcón al matar a la serpiente sin herir a su hijo indica una prueba
de ballestería como la descrita en el Malleus Maleficarum del siglo xv, cuando
al candidato para la iniciación en el gremio de arqueros se le exigía que
disparase contra un objeto colocado sobre el gorro de su propio hijo, bien
fuera una manzana o bien una pequeña moneda de plata. A los hermanos de
Laodamia, que competían por la dignidad de rey sagrado (véase 163.n) se les
pidió que dispararan una flecha a través de un anillo colocado en el pecho de
un niño, pero este mito tiene que deberse a una información errónea, pues la
muerte del niño no era su propósito. Parece que la tarea original de un
candidato a rey había sido disparar una flecha a través del enroscamiento de
una serpiente de oro, que simbolizaba la inmortalidad, colocada en el tocado
que llevaba un niño regio; y que en algunas tribus esta costumbre se modificó
por la de hender una manzana, y en otras por la de hacer pasar la flecha entre
las hojas encorvadas de un hacha doble, o por el anillo que formaba la cimera
de un yelmo; pero más tarde, cuando la puntería mejoró, a través de una hilera
de anillos de yelmo, la prueba impuesta a Alcón; o una hilera de hojas de
hacha, la prueba impuesta a Odiseo (véase 171.h). Los alegres compañeros de
Robin Hood, como los arqueros germanos, disparaban contra monedas de plata,
porque estaban marcadas con una cruz, y los gremios de arqueros eran
desafiantemente anticristianos.
5.
Los
arqueros griegos y romanos estiraban la cuerda del arco hasta el pecho, como
hacen los niños, y su alcance eficaz era tan corto que la jabalina siguió
siendo la principal arma arrojadiza de los ejércitos romanos hasta el siglo VI
d. de C., cuando Belisario armó a sus catafractarios con arcos pesados y les
enseñó a estirar la cuerda hasta la oreja, a la manera escita. La puntería
exacta de Heracles la explica, en consecuencia, la leyenda de que su instructor
era el escita Téutaro, nombre formado al parecer de teutaein, «practicar
asiduamente», lo que no parece haber hecho el arquero griego corriente. Quizá
se deba a la sobresaliente habilidad con que los escitas manejaban el arco el
que se los describiera como descendientes de Heracles; y se decía que había
legado un arco a Escites, el único de sus hijos que podía encorvarlo como él
(véase 132.v).
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