a. Atenea inspiró a Prilis, hijo de Hermes, la sugestión de que se
podría entrar en Troya por medio de un caballo de madera; y Epeo, hijo de
Panopeo, un fócense del Parnaso, se ofreció voluntariamente para construir uno
bajo la inspección de Atenea. Luego, por supuesto, Odiseo reclamó el mérito de
esta estratagema.
b. Epeo había llevado treinta naves desde las Cicladas a Troya. Desempeñaba
el oficio de acarreador de agua en la casa de Atreo, como aparece en el friso
del templo de Apolo en Cartea, y aunque era un pugilista hábil y un artesano
consumado, había, nacido cobarde como castigo divino por haber faltado su padre
a la palabra dada, pues Panopeo había jurado falsamente en nombre de Atenea que
no desfalcaría parte alguna del botín tafiano conquistado por Anfitrión. La
cobardía de Epeo se hizo proverbial desde entonces.
c. Construyó un enorme caballo hueco con tablones de pino, con un
escotillón en un costado y grandes letras talladas en el otro que lo dedicaban
a Atenea: «En agradecida anticipación del regreso a salvo a sus hogares, los
griegos dedican esta ofrenda a la Diosa».
Odiseo convenció a los más valientes de los griegos para que subieran al
caballo, completamente armados, por una es-
cala de cuerdas y se introdujeran por el escotillón en su vientre.
Se da variadamente su número como veintitrés, más de treinta, cincuenta, y lo
que es un tanto absurdo, tres mil. Entre ellos estaban Menelao, Odiseo,
Diomedes, Esténelo, Acamante, Toante y Neoptólemo. Engatusado, amenazado y
sobornado, Epeo se unió también al grupo. Subió el último, introdujo la escala
de cuerdas tras de sí y, como era el único que sabía hacer funcionar el
escotillón, se sentó junto a la cerradura.
d. Al anochecer, los demás griegos que estaban a las órdenes de
Agamenón siguieron las instrucciones de Odiseo, que consistían en incendiar su
campamento, hacerse a la mar y esperar frente a Ténedos y las islas Calidnes
hasta la noche siguiente. Sólo Sinón, primo hermano de Odiseo y nieto de
Autólico, se quedó encargado de encender un fuego como señal de regreso.
e. Al amanecer los exploradores troyanos informaron que el
campamento griego estaba reducido a cenizas y que su ejército se había ido
dejando un caballo gigantesco en la costa. Príamo y varios de sus hijos
salieron para verlo y se quedaron contemplándolo con asombro. Timetes fue el
primero que rompió el silencio. «Puesto que esto es un don para Atenea —dijo—,
propongo que lo introduzcamos en Troya y lo subamos a su ciudadela.» «¡No, no!
—exclamó Capis— Atenea ha favorecido a los griegos durante demasiado tiempo;
debemos quemarlo inmediatamente o abrirlo para ver qué contiene su vientre.»
Pero Príamo declaró: «Timetes tiene razón. Lo llevaremos sobre rodillos para
que nadie profane la propiedad de Atenea.» El caballo resultó demasiado ancho
para que pudiera pasar por las puertas. Incluso cuando ensancharon la brecha en
la muralla se atrancó cuatro veces. Con enormes esfuerzos los troyanos lo
subieron a la ciudadela, pero al menos tomaron la precaución de volver a cerrar
la brecha en la muralla. Siguió otra agitada discusión cuando Casandra anunció
que el caballo contenía hombres armados, y le apoyó el adivino Laocoonte, hijo
de Antenor, a quien algunos llaman equivocadamente hermano de Anquises. Gritó:
«¡Necios, no confiéis en los griegos ni siquiera cuando os traen regalos!» Y
dicho eso arrojó su lanza, que se clavó vibrando en el ijar del caballo e hizo que
dentro de él se entrechocaran las armas. Se oyeron gritos de: «¡Quemémoslo!
¡Arrojémoslo por la muralla!» Pero los partidarios de Príamo suplicaron:
«Dejadlo donde está».
f. La discusión fue interrumpida por la llegada de Sinón, a quien
conducían encadenado un par de soldados troyanos. Sometidos a interrogatorio
declaró que Odiseo trataba hacía mucho tiempo de matarlo porque conocía el
secreto del asesinato de Palamedes. Añadió que los griegos estaban sinceramente
cansados de la guerra y habrían vuelto a sus casas meses antes, pero el mal
tiempo ininterrumpido les había impedido hacerlo. Apolo les había aconsejado
que aplacasen a los vientos con sangre, como cuando quedaron demorados en
Aulide. «En vista de ello —continuó Sinón— Odiseo obligó a Calcante a
adelantarse y le pidió que nombrara a la víctima. Calcante no quiso responder
inmediatamente y se retiró durante diez días, al cabo de los cuales, sin duda
sobornado por Odiseo, entró en la tienda donde se realizaba el consejo y me
señaló. Todos los presentes aceptaron de buena gana el veredicto, aliviados
porque no los habían elegido como víctima propiciatoria. Me encadenaron, pero
comenzó a soplar un viento favorable, mis compañeros se apresuraron a
embarcarse y yo aproveché la confusión para escaparme.»
g. Príamo, engañado, aceptó a Sinón como suplicante y ordenó que
le quitaran las cadenas. «Ahora habíanos del caballo», le dijo amablemente.
Sinón explicó que los griegos habían perdido el favor de Atenea, del que
dependían, cuando Odiseo y Diomedes robaron el Paladio de su templo. Tan pronto
como lo llevaron a su campamento las llamas envolvieron tres veces la imagen y
sus miembros comenzaron a sudar en prueba de la ira de la diosa. En vista de
ello, Calcante aconsejó a Agamenón que se embarcaran para su patria y reunieran
una nueva expedición en Grecia bajo mejores auspicios, dejando el caballo como
una ofrenda aplacatoria a la diosa. «¿Por qué lo han hecho tan grande?»,
preguntó Príamo. Sinón, bien aleccionado por Odiseo, contestó: «Para impedir
que lo introdujeseis en la ciudad. Calcante predice que si
despreciáis esta imagen sagrada, Atenea os arruinará; pero una vez que esté
dentro de Troya podréis reunir a todas las fuerzas de Asia, invadir Grecia y
conquistar Micenas».
h. «Ésas son mentiras —gritó Laocoonte— y parecen inventadas por
Odiseo. ¡No le creas, Príamo!» Y añadió: «Te ruego, señor, que me permitas
sacrificar un toro a Posidón. Cuando vuelva espero ver este caballo de madera
reducido a cenizas.» Es necesario explicar que los troyanos habían dado muerte
lapidándolo a su sacerdote de Posidón nueve años antes y decidieron no
sustituirlo hasta que la guerra pareciera haber terminado. Ahora eligieron a
Laocoonte echando suertes para que propiciara a Posidón. Ya era el sacerdote de
Apolo Timbreo, a quien había irritado casándose y engendrando hijos a pesar del
voto de celibato y, lo que era peor, yaciendo con su esposa Antíope a la vista
de la imagen del dios.
i. Laocoonte se retiró para elegir una víctima y preparar el
altar, pero, como advertencia de que se acercaba la perdición de Troya, Apolo
envió dos grandes sierpes marinas llamadas Porces y Caribea, o Curisia, o
Períbea, que corrieron hacia Troya desde Ténedos y las islas Calidnes.
Salieron a tierra y, enroscándose alrededor de los miembros de
Antifante y Timbreo, al que algunos llaman Melanio, los hijos mellizos de
Laocoonte, los estrujaron hasta causarles la muerte. Laocoonte corrió a
salvarlos, pero murió también miserablemente. Las serpientes se deslizaron
luego hasta la ciudadela y mientras una se enroscaba en los pies de Atenea la
otra se refugió detrás de su égida. Algunos dicen, sin embargo, que sólo murió
uno de los hijos de Laocoonte y que eso sucedió en el templo de Apolo Timbreo y
no junto al altar de Posidón; otros que Laocoonte escapó a la muerte.
j. Este terrible prodigio sirvió para convencer a los troyanos de
que Sinón había dicho la verdad. Príamo dio por supuesto equivocadamente que a
Laocoonte se le castigaba por haber herido el caballo con su lanza y no por
haber insultado a Apolo. Inmediatamente dedicó el caballo a Atenea y aunque los
seguidores de Eneas se retiraron alarmados a sus chozas en el monte Ida, casi
todos los troyanos de Príamo comenzaron a celebrar la victoria con banquetes y
fiestas. Las mujeres recogieron flores en las orillas del río, adornaron con
ellas la crin del caballo y extendieron una alfombra de rosas alrededor de sus
cascos.
k. Entretanto, dentro del vientre del caballo, los griegos
temblaban de terror y Epeo lloraba en silencio, en un arrebato de miedo.
Solamente Neoptólemo no mostraba emoción alguna, ni siquiera cuando la punta de
la lanza de Laocoonte atravesó los tablones cerca de su cabeza. Una vez tras
otra hacía señas a Odiseo para que ordenara el ataque —pues Odiseo tenía el
mando— y asía su lanza y el puño de la espada amenazadoramente. Pero Odiseo no
lo permitía. Por la tarde Helena salió del palacio y dio tres veces la vuelta
al caballo, palmeando sus costados, y, como para divertir a Deífobo que la
acompañaba, atormentó a los griegos ocultos imitando por turno la voz de cada
una de sus esposas. Menelao y Diomedes, agazapados en el centro del caballo
junto a Odiseo, sintieron la tentación de salir cuando oyeron pronunciar su
nombre, pero él les contuvo y, al ver que Antielo estaba a punto de contestar,
le tapó la boca con la mano y, según dicen algunos, le estranguló.
l. Esa noche, agotados por los banquetes y las orgías, los
troyanos durmieron profundamente y ni siquiera el ladrido de un perro rompía el
silencio. Pero Helena permanecía despierta y una brillante luz redonda ardía
sobre su habitación como una señal para los griegos. A la medianoche, poco
antes de que saliera la luna llena —la sétima del año—, Sinón salió
furtivamente de la ciudad para encender un fuego de señal en la tumba de
Aquiles y Antenor blandió una antorcha.
Agamenón contestó a las señales encendiendo astillas de madera de
pino en un fanal en la cubierta de su nave, que estaba al pairo a unos pocos
tiros de flecha de la costa; y toda la flota se acercó a la orilla. Antenor se
acercó cautelosamente al caballo e informó en voz baja que todo se hallaba
bien, y Odiseo ordenó a Epeo que abriera la puerta.
m. Equión, hijo de Porteo, fue el primero que salió dando un gran
salto, pero cayó y se rompió el cuello; los demás descendieron por la escala de
cuerdas de Epeo. Unos corrieron a abrir las puertas a sus compañeros que habían
desembarcado y otros dieron muerte a los centinelas soñolientos que guardaban
la ciudadela y el palacio, pero Menelao sólo podía pensar en Helena y corrió
directamente a su casa.
1.
Los
comentadores clásicos de Homero no estaban satisfechos con la fábula del
caballo de madera. Sugirieron, variadamente que los griegos utilizaron una
máquina parecida a un caballo para derribar la muralla (Pausanias: i.23.10);
que Antenor hizo entrar a los griegos en Troya por un postigo en el que estaba
pintado un caballo; o que la señal de un caballo era utilizada para distinguir
a los griegos de sus enemigos en la oscuridad y la confusión; o que cuando
Troya fue traicionada los oráculos prohibieron el saqueo de cualquier casa
marcada con la señal de un caballo, y así se respetó a las de Antenor y a las
de otros; o que Troya cayó a causa de una acción de caballería;- o que los
griegos, después de incendiar su campamento, se ocultaron detrás del monte
Hipio («del Caballo»).
2.
Es
muy probable que Troya fuese tomada por medio de una torre de madera con
ruedas, cubiertas con cueros de caballo húmedos para protegerla contra las
flechas incendiarias, y empujada hacia la parte notoriamente débil de las
defensas: la cortina occidental que había construido Éaco (véase 158.5). Pero
esto difícilmente explicaría la leyenda de que los caudillos griegos se
ocultaron en el «vientre» del caballo. Quizá los homéridas inventaron esto para
explicar una ilustración ya no inteligible que mostraba una ciudad amurallada,
una reina, una asamblea solemne y el rey sagrado en el acto de renacer, con la
cabeza por delante, de una yegua, que era el animal sagrado tanto de los
troyanos (véase 48.j) como de los eácidas (véase 8,j). Una yegua de madera de
pino, el árbol del nacimiento (véase 51.5) puede haber sido utilizada en esta
ceremonia, así como una vaca de madera facilitó el casamiento sagrado de Minos
y Pasífae (véase 88.í). La lucha entre Odiseo y Antielo, ¿se dedujo, quizá, de
una ilustración que mostraba a los mellizos disputando en el seno materno?
(véase 73.2).
3.
La
fábula del hijo, o los hijos, de Laocoonte recuerda la de las dos serpientes
estranguladas por Heracles (véase 119.2). Según algunas versiones, su muerte
ocurrió en el templo de Apolo, y Laocoonte mismo, como Anfitrión, escapó ileso.
En realidad las serpientes se limitarían a limpiar los oídos de los muchachos
para darles facultades proféticas. Antífante significa, al parecer, «profeta»,
«el que habla en lugar» del dios.
4.
En
el nivel divino esta guerra se libró entre Afrodita, la diosa del Mar troyana,
y Posidón, el dios del Mat griego (véase 169J) y de aquí la supresión por
Príamo del sacerdocio de Posidón.
5.
Las
imágenes que sudan han sido un fenómeno repetido desde la caída de Troya; los
dioses romanos adoptaron posteriormente esta señal de advertencia, y lo mismo
han hecho los santos católicos que los han sustituido.
6.
En
la saga primitiva la reputación de valor de Epeo era tal que su nombre se
aplicaba irónicamente a los bravucones; y del bravucón al cobarde no hay más
que un corto paso (véase 88.10).
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