a. En agradecimiento por su absolución
Orestes dedicó un altar a Atenea Belicosa, pero las Erinias amenazaron con que,
si no se revocaba la sentencia, dejarían caer una gota de la sangre de sus
corazones que haría estéril la tierra, arruinaría las cosechas y destruiría a todos los habitantes de
Atenas. Pero Atenea calmó su ira mediante la lisonja: reconoció que eran mucho
más sabias que ella y les sugirió que podían fijar su residencia en una gruta
de Atenas, donde reunirían una multitud de adoradores, más de los que podían
esperar hallar en ninguna otra parte. Contarían con altares domésticos
apropiados para las deidades infernales, así como con sacrificios moderados,
libaciones a la luz de las antorchas, primicias ofrecidas después de la
consumación de matrimonio o del nacimiento de los hijos, e incluso asientos en
el Erecteón. Si ellas aceptaban esta invitación, Atenea decretaría que ninguna
casa en la que no se les rindiera culto
pudiera prosperar; pero ellas, a cambio, debían comprometerse a invocar
vientos favorables para sus barcos, fertilidad para su tierra y casamientos
fecundos para los habitantes de su ciudad, así como a extirpar a los impíos, de
modo que ella pudiera juzgar conveniente conceder a Atenas la victoria en la
guerra. Las Erinias, tras una breve deliberación, aceptaron de buena gana las
propuestas.
b. Con expresiones de agradecimiento y de
buenos deseos, y encantamientos contra los vientos perjudiciales, la sequía, el
añublo y la sedición, las Erinias —a las que en adelante se las llamó las
Solemnes— se despidieron "e Atenea y fueron conducidas por su gente en una
procesión con antorchas de jóvenes, matronas y ancianas (vestidas de púrpura y
que llevaban la antigua imagen de Atenea) a la entrada de una profunda gruta
situada en el ángulo sudeste del Areópago. Allí les ofrecieron los sacrificios
adecuados y ellas se introdujeron en la gruta, que es ahora un templete
oracular y, como el templo de Teseo, un lugar de refugio para los suplicantes.
c. Sin embargo, sólo tres de las Erinias
habían aceptado la oferta generosa de Atenea; las restantes siguieron
persiguiendo a Orestes; y algunas personas incluso se atreven a negar que las
Solemnes fueran Erinias. El primero que dio a las Erinias el nombre de
«Euménides» fue Orestes, al año siguiente, después de su temerario aventura en
el Quersoneso táurico, cuando por fin consiguió apaciguar su furia en Carnea
con el holocausto de una oveja negra. También las llaman Euménides en Colono,
donde nadie puede entrar en su antigua arboleda y en la Cerinia aquea, donde,
hacia el final de su vida, Orestes les dedicó un nuevo templo.
d. En la gruta de las Solemnes en Atenas
—que está cerrada sólo para los destinados dos veces, es decir, aquellos cuya
muerte ha sido llorada prematuramente— su tres imágenes no tienen un aspecto
más terrible que el de los dioses infernales situados a su lado, a saber Hades,
Hermes y la Madre Tierra. Allí los que han sido absueltos de la acusación de
asesinato por el Areópago sacrifican una víctima negra; otras muchas ofrendas
se hacen a las Solemnes de acuerdo con la promesa de Atenea; y una de las tres
noches que el Areópago destina cada mes a la vista de los juicios por asesinato
es asignada a cada una de ellas.
e. Los ritos de las Solemnes se realizan
en silencio; de aquí que el sacerdocio sea hereditario en el clan de los
hesíquidas, quienes ofrecen un sacrificio preliminar de un carnero a su
antepasado Hesiquio en su altar de héroe fuera de las Nueve Puertas.
f. Un altar doméstico se ha dedicado
también a las Solemnes en Flia, pequeño municipio del Ática; y un bosquecillo
de encinas siempre verdes les está consagrado cerca de Titane, en la orilla más
lejana del Asopo. En el festival que se les dedica en Flia y que se celebra
anualmente se sacrifican ovejas preñadas, se hacen libaciones de aguamiel y se
llevan flores en lugar de las habituales guirnaldas de mirto. Ritos análogos se
realizan en el altar de las Parcas, que se halla en el bosque de
encinas, sin protección contra la
intemperie.
1.
La «sangre de los corazones» de las Erinias con la que estaba
amenazada el Ática parece ser un eufemismo por la sangre menstrual. Un
encantamiento inmemorial utilizado por las hechiceras que quieren maldecir una
casa, un campo o un establo, consiste en correr desnudas a su alrededor, en
sentido contrario al del movimiento del sol, nueve veces, mientras tienen la
menstruación. Esta maldición es considerada más peligrosa para las cosechas, el
ganado y los niños durante un eclipse lunar, y completamente inevitable si la
hechicera es una virgen que tiene la menstruación por primera vez.
2.
Filemón el Comediante tenía razón al poner en tela de juicio la
identificación de las Erinias con las Solemnes. Según las autoridades más
respetadas, las Erinias eran solamente tres: Tisífone, Alecto y Megera (véase
31.g), quienes vivían permanentemente en el Erebo y no en Atenas. Tenían cabeza
de perro, alas de murciélago y serpientes por cabellera; sin embargo, como
señala Pausanias, a las Solemnes se las representaba como matronas augustas. La
oferta de Atenea, en realidad no fue la que Esquilo ha descrito, sino un
ultimátum del sacerdocio de la Atenea nacida de Zeus a las sacerdotisas de las
Solemnes —la antigua Triple Diosa de Atenas— de que, si no aceptaban la nueva
opinión de que la paternidad era superior a la maternidad, y consentían en
compartir su gruta con los dioses del Infierno, como Hades y Hermes, perderían
el derecho a cualquier clase de culto y con él a los gajes tradicionales de las
primicias.
3.
A los hombres destinados a una segunda muerte se les prohibía
entrar en la gruta de las diosas infernales porque era de esperar que les
ofendiese que las personas dedicadas a ellas siguiesen vagando libremente en el
mundo superior. Una dificultad análoga se produce en la India cuando los
hombres salen de un estado semejante a la muerte de camino a la pira fúnebre en
el siglo pasado, según Rudyard Kipling, se les solía negar la existencia
oficial y los llevaban a escondidas a una colonia-prisión destinada a los
muertos. La encina siempre verde, llamada también coscoja porque produce
coscojos (cochinillas), de la que los griegos extraían el tinte escarlata, era
el árbol del heredero que mataba al rey sagrado, y por lo tanto apropiada para
un bosquecillo de las Solemnes. Los sacrificios de ovejas preñadas, miel y
flores las incitarían a no causar daños al resto del rebaño durante la
aparición de los corderos, favorecer a las abejas y enriquecer los pastos.
4.
La continua persecución de Orestes por las Erinias, a pesar de la
intervención de Atenea y Apolo, indica que, en el mito original, fue a Atenas y
Fócide para purificarse, pero sin conseguirlo, como en el mito de Erifila,
cuando Alcmeón fue inútilmente a Psófide y Tesprotia. Puesto que no existe
información alguna de que Orestes encontrara la paz en el terreno de aluvión de
ningún río (véase 107.e) —a menos que fuera el Escamandro (véase 114.2)— debió
de morir en el Quersoneso táurico o en Braurón (véase 116.1).
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