a. La derrota de los minias por Heracles lo convirtió en el más
famoso de los héroes; y su recompensa fue casarse con la hija mayor del rey
Creonte, Megara o Megera, y que se le designase protector de la ciudad; en
tanto que Ificles se casó con la hija menor. Algunos dicen que Heracles tuvo
dos hijos con Megara, otros que tuvo tres, cuatro y hasta ocho. Se los llama
los Alcides.
b. Heracles venció luego a Pirecmes, rey de los eubeos, aliado de
los minias, cuando marchó sobre Tebas; y difundió el terror en toda Grecia
ordenando que su cuerpo fuera dividido por unos potros y abandonado sin
enterrarlo junto al río Heracleo, en un lugar llamado los Potros de Pirecmes,
que produce un eco como de relincho cuando beben allí los caballos.
c. Hera, ofendida por los excesos de Heracles, lo enloqueció. En
primer lugar atacó a su querido sobrino Yolao, el hijo mayor de Ificles, quien
consiguió escapar a sus violentas arremetidas; y luego, tomando por enemigos a
seis de sus propios hijos, los mató y arrojó sus cuerpos al fuego, juntamente
con otros dos hijos de Ificles con quienes realizaban ejercicios militares. Los
tebanos celebran un festival anual en honor de las ocho víctimas. El primer día
ofrecen sacrificios y arden fogatas durante toda la noche; el segundo día se
realizan juegos fúnebres y al vencedor se le corona con mirto blanco. Los
celebrantes se lamentan recordando el brillante futuro que estaba reservado a
los hijos de Heracles. Uno iba a gobernar en Argos, ocupando el palacio de
Euristeo, y Heracles le había puesto en los hombros su piel de león; otro iba a
ser rey de Tebas y Heracles le había puesto en la mano derecha la maza de
defensa, don engañoso de Dédalo; a un tercero se le había prometido Ecalia, que
Heracles asoló posteriormente; y para todos ellos se habían elegido las novias
más selectas que significaban alianzas con Atenas, Tebas y Esparta. Heracles
quería tanto a esos hijos que muchos niegan su delito y prefieren creer que
fueron muertos a traición por sus huéspedes; por Lico quizá, o, como ha
sugerido Sócrates, por Augías.
d. Cuando Heracles recobró la razón se encerró en una habitación
oscura durante varios días, evitando toda comunicación con seres humanos y,
después de ser purificado por el rey Tespio, fue a Delfos, para preguntar qué
debía hacer. La Pitonisa, dirigiéndose a él por primera vez como Heracles y no
como Palemón, le aconsejó que residiera en Tirinto, sirviera a Euristeo durante
doce años y realizara los trabajos que le impusiese, en compensación por lo
cual se le concedería la inmortalidad. Al oír esto, Heracles se sumió en una
profunda desesperación, pues aborrecía servir a un hombre al que consideraba
muy inferior a él, pero temía oponerse a la voluntad de su padre Zeus. Muchos
amigos acudieron a consolarle en su angustia, y por fin, cuando el transcurso
del tiempo había aliviado algo su dolor, se puso a disposición de Euristeo.
e. Sin embargo, algunos sostienen que Heracles no se volvió loco
hasta su regreso del Tártaro; que mató a sus hijos; que mató también a Megara y
que la Pitonisa le dijo entonces: «¡En adelante ya no te llamarás Palemón!
¡Febo Apolo te llama Heracles, pues por Hera gozarás de una fama imperecedera
entre los hombres», como si le hubiera hecho a Hera un gran servicio. Otros
dicen que Heracles era amante de Euristeo y que realizó los doce trabajos para
complacerle, y otros aún que se comprometió a realizarlos con la condición de
que Euristeo anulase la sentencia de destierro dictada contra Anfitrión.
f. Se ha dicho que cuando Heracles salió para realizar sus
trabajos Hermes le dio una espada, Apolo un arco y flechas bien afiladas,
adornadas con plumas de águila, Hefesto un peto de oro y Atenea una túnica. O
que Atenea le dio el peto y Hefesto las grebas de bronce y un yelmo adamantino.
Se añade que Atenea y Hefesto rivalizaban entre ambos para beneficiar a
Heracles; ella le dio goces y placeres pacíficos, y él protección contra los
peligros de la guerra. El regalo de Posidón fue un tiro de caballos; el de Zeus
un escudo magnífico e impenetrable. Muchas eran las fábulas grabadas en el
escudo en esmalte, marfil, electro, oro y lapislázuli; además, doce cabezas de
serpiente grabadas alrededor del tachón entrechocaban sus mandíbulas siempre
que Heracles se lanzaba a la batalla y aterraban a sus adversarios.
La verdad, no obstante, es que Heracles desdeñaba la armadura y, después de su
primer trabajo, rara vez llevaba ni siquiera una lanza, y confiaba más bien en
la clava, el arco y las flechas. Utilizaba poco la clava con punta de bronce
que le había dado Hefesto y prefirió las que él mismo cortó de olivos
silvestres, primeramente en el Helicón y luego en Nemea. A esta segunda clava
la reemplazó posteriormente con una tercera, también de acebuche, en la costa
del mar Sarónico; fue la clava que cuando visitó Trecén apoyó contra la imagen
de Hermes. Echó raíces, brotó y es ahora un árbol majestuoso.
g. Su sobrino Yolao participó en los trabajos como su auriga o
escudero.
1.
La
locura era la excusa griega clásica por el sacrificio de los niños (véase 27.e
y 70.g); la verdad es que los niños que sustituían al rey sagrado (véase 42.2,
81.8 y 156.2) eran quemados vivos después de que él hubiese permanecido
escondido durante veinticuatro horas en una tumba, simulando estar muerto, y
reapareciendo luego para reclamar el trono una vez más.
2.
La
muerte de Pirecmes, partido en dos por caballos salvajes, resulta familiar
(véase 71.1). El título Palemón de Heracles lo identifica con Melicertes de
Corinto, quien fue divinizado con ese nombre; Melicertes es Melkarth, el Señor
de la Ciudad, el Heracles tirio. Los ocho alcideos parecen haber sido miembros
de un grupo que bailaba con espadas y cuya actuación, como la de los ocho que
bailaban la danza morisca en la Comedia de la Navidad inglesa, terminaba con la
resurrección de la víctima. El mirto era el árbol del decimotercer mes de
veintiocho días y simbolizaba la partida; el acebuche, el árbol del primer mes,
simbolizaba el comienzo (véase 119.2). Los ocho hijos de Electrión (véase
118.a) pueden haber formado un grupo análogo en Micenas.
3.
Las
relaciones homosexuales de Heracles con Hilas, Yolao y Euristeo y las
descripciones de su lujosa armadura tienen por finalidad justificar la
costumbre militar tebana. En el mito original habría amado a la hija de
Euristeo y no a Euristeo mismo. Sus Doce Trabajos, según señala Servio, fueron
finalmente considerados equivalentes a los doce signos del Zodíaco, aunque
Homero y Hesíodo no dicen que fueran doce, ni la serie de los trabajos
corresponde a la de los signos. Como el Dios del Año celta, celebrado en la
Canción de Amergin irlandesa, el Heracles pelasgo parece haber hecho un curso a
lo largo de un año de trece meses. En el mito irlandés y gales los emblemas
sucesivos eran: ciervo o toro, diluvio, viento, gotas de rocío, halcón, flor,
fogata, lanza, salmón, colina, jabalí, rompiente, sierpe marina. Pero las
aventuras de Gilgamesh en la epopeya babilonia se relacionan con los signos del
zodíaco y el Heracles tirio tenía mucho en común con él. A pesar de Homero y
Hesíodo, las escenas representadas en los escudos antiguos no parecen haber
sido obras de arte deslumbradoras, sino toscos pictogramas que indicaban el
origen y la categoría del propietario, rayados a lo largo de la faja en espiral
que revestía cada escudo.
4.
La
ocasión en que los doce olímpicos hicieron regalos a Heracles fue sin duda su
casamiento sagrado, y todos ellos debió entregárselos su novia sacerdotisa,
Atenea, Auge, Yole o comoquiera que fuera su nombre, directamente o por medio
de sus ayudantes (véase 81.1). Se armaba aquí a Heracles para sus trabajos, es
decir, para sus combates rituales y sus hazañas mágicas.
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