a. Cuando Odiseo se despertó no reconoció al principio su isla
natal, a la que Atenea había hecho objeto de un encantamiento deformante. Poco
después se presentó ella disfrazada de muchacho pastor y escuchó su larga y
mentirosa narración de cómo era un cretense que, después de matar al hijo de
Idomeneo, había huido hacia el norte en una nave sidonia y allí fue arrojado a
tierra contra su voluntad. «¿Qué isla es ésta?», preguntó. Atenea rió y
acarició la mejilla de Odiseo. «¡Eres, ciertamente, un mentiroso maravilloso!
—le dijo—. Si no hubiera conocido la verdad me habrías engañado fácilmente.
Pero lo que me sorprende es que no hayas descubierto mi disfraz. Soy Atenea;
los feacios te desembarcaron aquí siguiendo mis instrucciones. Lamento que
hayas tardado tantos años en volver a tu casa, pero yo no me atrevía a ofender
a mi tío Posidón ayudándote demasiado abiertamente.» Le ayudó a guardar en una
cueva las calderas, los trípodes, los mantos de púrpura y las copas de oro que
le habían regalado los feacios, y luego lo transformó de manera que no se le
podía reconocer: le marchitó la piel, le adelgazó y blanqueó el cabello rojizo,
lo vistió con sucios harapos y lo llevó a
la choza de Eumeo, el anciano y
fiel porquerizo del palacio. Atenea acababa de volver de Esparta, adonde había
ido Telémaco para preguntar a Menelao, recién vuelto de Egipto, si podía darle
alguna noticia de Odiseo. Ahora hay que explicar que, dando por supuesta la
muerte de Odiseo, no menos que ciento doce príncipes jóvenes e insolentes de
las islas que formaban el reino —Duliquio, Samos, Zacinto e Itaca— cortejaban a
su esposa Penélope, cada uno con la esperanza de casarse con ella y ocupar el
trono; y habían convenido entre ellos en asesinar a Telémaco a su regreso de
Esparta.
b. Cuando pidieron por primera vez a Penélope que decidiera entre
ellos, ella declaró que sin duda Odiseo debía vivir todavía, porque su futura
vuelta al hogar había sido predicha por un oráculo digno de confianza; y más
tarde, como le apremiaban fuertemente, prometió tomar una decisión tan pronto
como terminara la mortaja que debía tejer en previsión de la muerte del anciano
Laertes, su suegro. Pero esta tarea le llevó tres años, pues lo que tejía de
día lo destejía por la noche, hasta que al fin los pretendientes se dieron cuenta
de la treta. Durante todo ese tiempo se divertían en el palacio de Odiseo,
bebían su vino, comían sus cerdos, ovejas y va cas y seducían a sus sirvientas.
c. A Eumeo, quien recibió a Odiseo bondadosamente, le hizo otro
relato falso, aunque le declaró bajo juramento que Odiseo vivía y se dirigía a
su hogar. Telémaco desembarcó inesperadamente, eludiendo los planes para
asesinarlo de los pretendientes, y fue directamente a la choza de Eumeo; Atenea
le había hecho volver apresuradamente de Esparta. Pero Odiseo no reveló su
identidad hasta que Atenea se lo permitió y le devolvió mágicamente su
verdadero aspecto. Siguió una conmovedora escena de reconocimiento entre padre
e hijo. Pero Eumeo no estaba todavía en el secreto y no se permitió a Telémaco
que diera la noticia a Penélope.
d. Disfrazado otra vez de mendigo, Odiseo fue a espiar a los
pretendientes. En el camino se encontró con el cabrero Melencio, quien le
increpó con palabras groseras y le dio un puntapié en la cadera, pero Odiseo no
quiso vengarse inmediatamente. Cuando llegó al patio del palacio encontró al
viejo Argo, en un tiempo famoso perro de caza, tendido en un estercolero,
sarnoso, decrépito y atormentado por las pulgas. Argo movió al verlo el rabo
descarnado y dejó caer las orejas lacias, pero no pudo salir al encuentro de
Odiseo, quien a hurtadillas se enjugó una lágrima mientras Argo expiraba.
e. Eumeo condujo a Odiseo a la sala de los banquetes, donde
Telémaco, simulando que no sabía quién era, le ofreció hospitalidad. Apareció
Atenea, aunque inaudible e invisible para todos menos para Odiseo, y le sugirió
que recorriese la sala mendigando migajas a los pretendientes, pues así se
enteraría de qué cíase de hombres eran. Él lo hizo y vio que eran no menos
tacaños que rapaces. El más desvergonzado de todos, Antínoo de Itaca (a quien
dio una versión completamente diferente de sus aventuras) le arrojó airadamente
un escabel. Odiseo, pasándose la mano por el hombro magullado, apeló a los
otros pretendientes, quienes estuvieron de acuerdo en que Antínoo debía haberse
mostrado más cortés; y Penélope, cuando sus doncellas le informaron del
incidente, quedó escandalizada. Hizo llamar al supuesto mendigo, con la
esperanza de que le diera noticias de su perdido esposo. Odiseo prometió ir a
la sala de recibo regia esa noche y decirle a Penélope todo lo que deseaba
saber.
f. Entre tanto, un robusto mendigo de ítaca apodado Iro porque,
como la diosa Iris, hacía todos los mandados que se le ordenaban, trató de
arrojar a Odiseo del umbral. Como él no quiso moverse, Iro le desafió a un
pugilato, y Antínoo, riendo cordialmente, ofreció al vencedor las entrañas de
una cabra y un asiento en la mesa de los pretendientes. Odiseo se recogió los
andrajos, los sujetó debajo del cinturón deshilachado que llevaba y se enfrentó
a Iro. El bellaco retrocedió al ver sus abultados músculos, pero las mofas de
los pretendientes le impidieron emprender una fuga precipitada. Luego Odiseo lo
derribó de un solo golpe, cuidando de no llamar demasiado la atención
asestándole uno mortal. Los pretendientes aplaudieron, se burlaron, disputaron,
se acomodaron para su banquete vespertino, brindaron por Penélope, quien se
presentó para recibir de todos ellos regalos de boda (aunque sin la intención
de tomar una decisión definitiva) y al anochecer se dispersaron a sus diversos
alojamientos.
g. Odiseo ordenó a Telémaco que sacara las lanzas que colgaban de
las paredes de la sala de banquetes y las guardara en la armería mientras él
iba a ver a Penélope. Ella no le reconoció y él le relató un cuento largo y
minucioso describiendo un encuentro con Odiseo, quien, según dijo, había ido a
consultar al oráculo de Zeus en Dodona, pero pronto estaría de vuelta en ítaca.
Penélope le escuchó atentamente y ordenó a Euriclea, la anciana nodriza de Odiseo,
que le bañara los pies. Euriclea reconoció en seguida la cicatriz que tenía en
el muslo y lanzó un grito de alegría y sorpresa, pero Odiseo le asió la
marchita garganta y le obligó a guardar silencio. Penélope no se dio cuenta del
incidente, pues Atenea distrajo su atención.
h. Al siguiente día, en otro banquete, Agelao de Same, uno de los
pretendientes, preguntó a Telémaco si no podía convencer a su madre para que
tomase una decisión. Penélope anunció inmediatamente que estaba dispuesta a
aceptar a cualquier pretendiente que emulase la hazaña de Odiseo haciendo pasar
una flecha a través de doce anillos de hacha, estando las hachas colocadas en
línea recta con los mangos clavados en una zanja. Les mostró el arco que debían
utilizar; era el que le había dado Ifito a Odiseo veinticinco años antes,
cuando fue a protestar en Mesena por el robo hecho en Itaca de trescientas
ovejas y sus pastores. En un tiempo perteneció a Éurito, el padre de Ifito, a
quien Apolo mismo había enseñado el arte de la ballestería, pero a quien
Heracles venció y mató. Algunos de los pretendientes trataron de estirar la
cuerda del arma poderosa, pero no lo consiguieron, ni siquiera después de
ablandar la madera con sebo. En consecuencia se decidió aplazar la prueba hasta el día siguiente. Telémaco,
quien fue el que estuvo más cerca de realizar la hazaña, dejó el arco al
advertir una señal de Odiseo. En seguida Odiseo, a pesar de las protestas y los
insultos vulgares —durante los cuales Telémaco se vio obügado a ordenar a
Penélope que volviera a su habitación— tomó el arco, lo estiró fácilmente e
hizo vibrar la cuerda melodiosamente
para que todos la oyeran. Apuntó cuidadosamente y disparó una
flecha que pasó a través de los doce anillos. Entretanto Telémaco, que había
salido apresuradamente, volvió a entrar con una espada y una lanza y Odiseo
mostró por fin quién era hiriendo a Antínoo en la garganta.
i. Los pretendientes se levantaron de un salto y corrieron a las
paredes, pero se encontraron con que las lanzas ya no estaban en sus lugares
habituales. Eurímaco pidió misericordia, y cuando Odiseo se la negó, desenvainó
la espada y le acometió, pero una flecha le atravesó el hígado y cayó
moribundo. Siguió una lucha feroz entre los pretendientes desesperados armados
con espadas y Odiseo, armado únicamente con el arco, pero apostado delante de
la entrada principal de la sala. Telémaco corrió a la armería y volvió con
escudos, lanzas y yelmos para armar a su padre, Eumeo y Filecio, los dos fieles
sirvientes que estaban junto a él, pues aunque Odiseo había matado a muchos
pretendientes, casi se le habían agotado las flechas. Melancio, quien se había
deslizado a hurtadillas por una puerta lateral para llevar armas a los
pretendientes, fue sorprendido y muerto en su segunda visita a la armería,
antes que consiguiera armar a más de unos pocos. La matanza continuó y Atenea,
en forma de golondrina, revoloteó gorjeando por la sala hasta que todos los
pretendientes y sus partidarios yacían muertos, con la única excepción del
heraldo Medonte y el bardo Femio, a quienes Odiseo perdonó la vida porque no le
habían hecho daño activamente y porque sus personas eran sacrosantas. Luego se
detuvo para preguntar a Euriclea, quien había encerrado a las mujeres del
palacio en sus alojamientos, cuántas de ellas habían permanecido fieles a su
causa. Ella contestó: «Sólo doce se han deshonrado, señor.» Llamó a las
sirvientas culpables y les obligó a limpiar la sangre derramada en la sala con
esponjas y agua, y cuando terminaron ese trabajo las ahorcó en fila. Patearon
un poco, pero pronto terminó todo. Luego Eumeo y Filecio cortaron a Melancio
las extremidades —la nariz, las manos, los pies y los órganos genitales— y las
arrojaron a los perros
j. Por fin Odiseo, reunido al cabo con Penélope y con su padre
Laertes, les relató sus diversas aventuras, esta vez ateniéndose a la verdad.
Se acercó una fuerza de rebeldes de Itaca, parientes de Antínoo y de los otros
pretendientes muertos, y al ver que superaban en número a Odiseo y sus amigos,
el anciano Laertes intervino vigorosamente en la lucha, que marchaba bastante
bien para ellos, hasta que Atenea medió e impuso una tregua.
Entonces los rebeldes inicaron una acción legal conjunta contra Odiseo y
designaron como juez a Neoptólejmo, rey de las islas del Epiro. Odiseo convino
en aceptar el veredicto, y Neoptólemo dictaminó que debía dejar su reino y no
volver a él hasta que pasaran diez años, durante los cuales los herederos de
los pretendientes debían compensarle por sus depredaciones, con pagos a
Telémaco, quien sería el rey.
k. Pero faltaba todavía aplacar a Posidón y Odiseo partió a pie,
como le había aconsejado Tiresias, a través de las montañas del Epiro, llevando
un remo al hombro. Cuando llegó a Tesprotis las campesinos le preguntaron:
«Extranjero, ¿por qué un bieldo en primavera?» En consecuencia sacrificó un
carnero, un toro y un jabalí a Posidón y quedó perdonado.
Como no podía volver a Itaca todavía, se casó con Calídice, reina de los
tesprotios, y mandó su ejército en una guerra contra los brigios, bajo la
dirección de Ares; pero Apolo exigió una tregua. Nueve años después Polipetes,
el hijo de Odiseo con Calídice, subió al trono de Tesprotis y Odiseo volvió a
Itaca, que gobernaba entonces Penélope en nombre de su joven hijo Poliportes;
Telémaco había sido desterrado a Cefalenia porque un oráculo anunció: «¡Odiseo,
tu propio hijo te matará!» En Itaca le llegó la muerte a Odiseo desde el mar,
como había predicho Tiresias. Su hijo con Circe, Telégono, que navegaba en
busca de él, hizo una incursión en ítaca, a la que confundió con Corcira, y
Odiseo salió para rechazar el ataque. Telégono le mató en la orilla y el arma
fatal era una lanza reforzada con el espinazo de una pastinaca. Después de
pasar en el destierro el año que exigía la costumbre, Telégono se casó con
Penélope y Telémaco lo hizo con Circe, y así las dos ramas de la familia se
unieron estrechamente.
l. Algunos niegan que Penélope se mantuvo fiel a Odiseo. Lo acusan
de haber tenido relaciones amorosas con Anfínomo de Duliquio, o con todos los pretendientes
por turno, y dicen que el fruto de esa unión fue el monstruoso dios Pan, a la
vista del cual Odiseo huyó avergonzado a Etolia, después de enviar a Penélope
deshonrada a casa de su padre Icario en Mantinea, donde todavía se muestra su
tumba. Otros dicen que tuvo a Pan con Hermes, y que Odiseo se casó con una
princesa etolia, la hija del rey Toante, engendró con ella a su hijo menor
Leontófono y murió anciano y próspero.
1.
El
asesinato de los pretendientes por Odiseo pertenece a la alegoría de Ulises: es
un ejemplo más de la resistencia del rey sagrado a morir al término de su
reinado. Es decir, que interviene en el certamen con los arcos realizado para
elegir a su sucesor (véase 135.1) y mata a todos los candidatos. Una prueba de
ballestería primitiva que debía realizar el candidato al reino parece haber
consistido en hacer pasar una flecha por un anillo colocado en la cabeza de un
niño (véase 162.10).
2.
En
ninguna parte sugiere directamente la Odisea que Penélope fuera infiel a su
marido durante su larga ausencia, aunque en el Libro xviii.281-3 fascina a los
pretendientes con su coquetería, obtiene de ellos regalos y muestra una
preferencia decidida por Anfínomo de Duliquio (Odisea xvi. 394-8). Pero Odiseo
no confía en ella lo bastante para revelar quién es hasta que ha matado a sus
rivales; y su madre, Anticlea, demuestra que hay algo que ocultar cuando no le
dice ni una palabra acerca de los pretendientes (Odisea xi.180 y ss.). Él
relato arcaico que hace a Penélope madre de Pan con Hermes, o alternativamente
con todos los pretendientes, se refiere, al parecer, a la diosa Penélope y sus
primitivas orgías primaverales (véase 26.2). Su engaño de Odiseo y su posterior
vuelta a Mantinea, otra fábula arcaica, son un recuerdo de la insolencia de él
al obligarle a acompañarle a Itaca, contrariando la antigua costumbre
matrilocal (véase 160.e). Pero Nausícaa, la autora, relata el asunto a su
manera, favoreciendo a Penélope. Acepta el sistema patriarcal en el que ha
nacido y prefiere la ironía suave a la sátira aguda de la Iliada. La diosa es
ahora desalojada por Zeus Omnipotente, los reyes ya no son sacrificados en su
honor y la era del mito ha terminado. ¡Muy bien! Eso no perturba mucho a
Nausícaa con tal que pueda seguir bromeando y jugando a la pelota con sus
afables sirvientas, tirar del pelo a quienes le desagradan, escuchar los
cuentos de la anciana Euriclea y manejar a su gusto a su padre, Alcínoo.
3.
Así
la Odisea nos deja con Laertes, Odiseo y Telemaco, una tríada patriarcal
masculina de héroes apoyados por Atenea nacida de Zeus y vencedora de sus
enemigos; mientras que las sirvientas cuelgan en hilera por su falta de
discreción, para mostrar que Nausícaa desaprueba la promiscuidad premarital
porque abarata el mercado matrimonial. El final ha sido conservado por otros
mitógrafos. Odiseo es desterrado a Tesprotia, y Telémaco a Cefalonia, mientras
Penélope se queda tranquilamente en el palacio, gobernando en nombre de su hijo
Poliportes. Debe cumplirse, por supuesto, la profecía de Tiresias: Odiseo no
morirá tranquilamente en la ancianidad, como el respetado y locuaz Néstor. La
muerte debe alcanzarle a la manera tradicional que él se proponía abolir: el
Niño del Año Nuevo cabalgando en el lomo de un delfín le traspasará con una
lanza armada con una pastinaca. Lo mismo le sucedió a Catreo de Rodas, su hijo
Altémenes le mató accidentalmente en la playa (véase 93.2). Las lanzas con
pastinaca, utilizadas también por los polinesios, causan heridas inflamadas que
los griegos y los latinos consideraban incurables (Eliano: Naturaleza de los
animales i.56); la pastinaca (trygon pastinaca) es común en el Mediterráneo. Se
dice que Heracles fue herido por una (véase 123.2).
4.
El
casamiento de Telémaco con Circe, y el de Telégono con Penélope, sorprenden a
primera vista. Sir James Frazer (Apolodoro ii p. 303, Loeb) relaciona estas
uniones al parecer incestuosas con la regla en virtud de la cual en las
sociedades polígamas un rey heredaba todas las concubinas de su padre, con
excepción de su propia madre (2 Samuel xvi.21 y ss.). Pero la poligamia nunca
fue una institución griega, y ni Telémaco, ni Telégono, ni Edipo un Niño del
Año Nuevo, «nacido de la ola hinchada», que mató a su padre y se casó con la
viuda Yocasta (véase l05.e), ni Hilo, el hijo de Heracles, que se casó con su
madrastra Yole (véase I45.e), eran polígamos. Cada uno de ellos se limitó a
matar y suceder al Rey del Año Viejo en el antiguo estilo mítico, llamándose a
partir de entonces hijo suyo. Esto explica por qué Telémaco se dispone a
disparar el arco —lo que le habría dado a Penélope por esposa—, pero desiste al
advertir el ceño de Odiseo, es un detalle que sobrevive de la fábula de Ulises,
conservado sin examen crítico en la Odisea.
5.
¿Quién
sabe si el cabello rojo de Odiseo tiene algún significado mítico (véase 133.8),
o si es una peculiaridad personal que no viene al caso, como sus piernas
cortas, perteneciente a algún aventurero de Sicilia al que Nausícaa ha
retratado como Odiseo? Autólico, desde luego, lo llamó «el enojado» al nacer
(véase 160.c) y el cabello rojo es asociado tradicionalmente con el mal humor.
Pero aunque tiene el aspecto de epopeya, la Odisea es la primera novela griega
y, por tanto, completamente irresponsable en lo que concierne a los mitos. He
sugerido las posibles circunstancias de su composición en otra novela: La hija
de Homero.
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