domingo, 4 de agosto de 2013

171 La vuelta de Odiseo al hogar

a. Cuando Odiseo se despertó no reconoció al principio su isla natal, a la que Atenea había hecho objeto de un encantamiento deformante. Poco después se presentó ella disfrazada de muchacho pastor y escuchó su larga y mentirosa narración de cómo era un cretense que, después de matar al hijo de Idomeneo, había huido hacia el norte en una nave sidonia y allí fue arrojado a tierra contra su voluntad. «¿Qué isla es ésta?», preguntó. Atenea rió y acarició la mejilla de Odiseo. «¡Eres, ciertamente, un mentiroso maravilloso! —le dijo—. Si no hubiera conocido la verdad me habrías engañado fácilmente. Pero lo que me sorprende es que no hayas descubierto mi disfraz. Soy Atenea; los feacios te desembarcaron aquí siguiendo mis instrucciones. Lamento que hayas tardado tantos años en volver a tu casa, pero yo no me atrevía a ofender a mi tío Posidón ayudándote demasiado abiertamente.» Le ayudó a guardar en una cueva las calderas, los trípodes, los mantos de púrpura y las copas de oro que le habían regalado los feacios, y luego lo transformó de manera que no se le podía reconocer: le marchitó la piel, le adelgazó y blanqueó el cabello rojizo, lo vistió con sucios harapos y lo llevó a  la  choza de Eumeo, el anciano y fiel porquerizo del palacio. Atenea acababa de volver de Esparta, adonde había ido Telémaco para preguntar a Menelao, recién vuelto de Egipto, si podía darle alguna noticia de Odiseo. Ahora hay que explicar que, dando por supuesta la muerte de Odiseo, no menos que ciento doce príncipes jóvenes e insolentes de las islas que formaban el reino —Duliquio, Samos, Zacinto e Itaca— cortejaban a su esposa Penélope, cada uno con la esperanza de casarse con ella y ocupar el trono; y habían convenido entre ellos en asesinar a Telémaco a su regreso de Esparta.

b. Cuando pidieron por primera vez a Penélope que decidiera entre ellos, ella declaró que sin duda Odiseo debía vivir todavía, porque su futura vuelta al hogar había sido predicha por un oráculo digno de confianza; y más tarde, como le apremiaban fuertemente, prometió tomar una decisión tan pronto como terminara la mortaja que debía tejer en previsión de la muerte del anciano Laertes, su suegro. Pero esta tarea le llevó tres años, pues lo que tejía de día lo destejía por la noche, hasta que al fin los pretendientes se dieron cuenta de la treta. Durante todo ese tiempo se divertían en el palacio de Odiseo, bebían su vino, comían sus cerdos, ovejas y va cas y seducían a sus sirvientas.

c. A Eumeo, quien recibió a Odiseo bondadosamente, le hizo otro relato falso, aunque le declaró bajo juramento que Odiseo vivía y se dirigía a su hogar. Telémaco desembarcó inesperadamente, eludiendo los planes para asesinarlo de los pretendientes, y fue directamente a la choza de Eumeo; Atenea le había hecho volver apresuradamente de Esparta. Pero Odiseo no reveló su identidad hasta que Atenea se lo permitió y le devolvió mágicamente su verdadero aspecto. Siguió una conmovedora escena de reconocimiento entre padre e hijo. Pero Eumeo no estaba todavía en el secreto y no se permitió a Telémaco que diera la noticia a Penélope.

d. Disfrazado otra vez de mendigo, Odiseo fue a espiar a los pretendientes. En el camino se encontró con el cabrero Melencio, quien le increpó con palabras groseras y le dio un puntapié en la cadera, pero Odiseo no quiso vengarse inmediatamente. Cuando llegó al patio del palacio encontró al viejo Argo, en un tiempo famoso perro de caza, tendido en un estercolero, sarnoso, decrépito y atormentado por las pulgas. Argo movió al verlo el rabo descarnado y dejó caer las orejas lacias, pero no pudo salir al encuentro de Odiseo, quien a hurtadillas se enjugó una lágrima mientras Argo expiraba.

e. Eumeo condujo a Odiseo a la sala de los banquetes, donde Telémaco, simulando que no sabía quién era, le ofreció hospitalidad. Apareció Atenea, aunque inaudible e invisible para todos menos para Odiseo, y le sugirió que recorriese la sala mendigando migajas a los pretendientes, pues así se enteraría de qué cíase de hombres eran. Él lo hizo y vio que eran no menos tacaños que rapaces. El más desvergonzado de todos, Antínoo de Itaca (a quien dio una versión completamente diferente de sus aventuras) le arrojó airadamente un escabel. Odiseo, pasándose la mano por el hombro magullado, apeló a los otros pretendientes, quienes estuvieron de acuerdo en que Antínoo debía haberse mostrado más cortés; y Penélope, cuando sus doncellas le informaron del incidente, quedó escandalizada. Hizo llamar al supuesto mendigo, con la esperanza de que le diera noticias de su perdido esposo. Odiseo prometió ir a la sala de recibo regia esa noche y decirle a Penélope todo lo que deseaba saber.

f. Entre tanto, un robusto mendigo de ítaca apodado Iro porque, como la diosa Iris, hacía todos los mandados que se le ordenaban, trató de arrojar a Odiseo del umbral. Como él no quiso moverse, Iro le desafió a un pugilato, y Antínoo, riendo cordialmente, ofreció al vencedor las entrañas de una cabra y un asiento en la mesa de los pretendientes. Odiseo se recogió los andrajos, los sujetó debajo del cinturón deshilachado que llevaba y se enfrentó a Iro. El bellaco retrocedió al ver sus abultados músculos, pero las mofas de los pretendientes le impidieron emprender una fuga precipitada. Luego Odiseo lo derribó de un solo golpe, cuidando de no llamar demasiado la atención asestándole uno mortal. Los pretendientes aplaudieron, se burlaron, disputaron, se acomodaron para su banquete vespertino, brindaron por Penélope, quien se presentó para recibir de todos ellos regalos de boda (aunque sin la intención de tomar una decisión definitiva) y al anochecer se dispersaron a sus diversos alojamientos.

g. Odiseo ordenó a Telémaco que sacara las lanzas que colgaban de las paredes de la sala de banquetes y las guardara en la armería mientras él iba a ver a Penélope. Ella no le reconoció y él le relató un cuento largo y minucioso describiendo un encuentro con Odiseo, quien, según dijo, había ido a consultar al oráculo de Zeus en Dodona, pero pronto estaría de vuelta en ítaca. Penélope le escuchó atentamente y ordenó a Euriclea, la anciana nodriza de Odiseo, que le bañara los pies. Euriclea reconoció en seguida la cicatriz que tenía en el muslo y lanzó un grito de alegría y sorpresa, pero Odiseo le asió la marchita garganta y le obligó a guardar silencio. Penélope no se dio cuenta del incidente, pues Atenea distrajo su atención.

h. Al siguiente día, en otro banquete, Agelao de Same, uno de los pretendientes, preguntó a Telémaco si no podía convencer a su madre para que tomase una decisión. Penélope anunció inmediatamente que estaba dispuesta a aceptar a cualquier pretendiente que emulase la hazaña de Odiseo haciendo pasar una flecha a través de doce anillos de hacha, estando las hachas colocadas en línea recta con los mangos clavados en una zanja. Les mostró el arco que debían utilizar; era el que le había dado Ifito a Odiseo veinticinco años antes, cuando fue a protestar en Mesena por el robo hecho en Itaca de trescientas ovejas y sus pastores. En un tiempo perteneció a Éurito, el padre de Ifito, a quien Apolo mismo había enseñado el arte de la ballestería, pero a quien Heracles venció y mató. Algunos de los pretendientes trataron de estirar la cuerda del arma poderosa, pero no lo consiguieron, ni siquiera después de ablandar la madera con sebo. En consecuencia se decidió aplazar  la prueba hasta el día siguiente. Telémaco, quien fue el que estuvo más cerca de realizar la hazaña, dejó el arco al advertir una señal de Odiseo. En seguida Odiseo, a pesar de las protestas y los insultos vulgares —durante los cuales Telémaco se vio obügado a ordenar a Penélope que volviera a su habitación— tomó el arco, lo estiró fácilmente e hizo vibrar la cuerda melodiosamente
para que todos la oyeran. Apuntó cuidadosamente y disparó una flecha que pasó a través de los doce anillos. Entretanto Telémaco, que había salido apresuradamente, volvió a entrar con una espada y una lanza y Odiseo mostró por fin quién era hiriendo a Antínoo en la garganta.

i. Los pretendientes se levantaron de un salto y corrieron a las paredes, pero se encontraron con que las lanzas ya no estaban en sus lugares habituales. Eurímaco pidió misericordia, y cuando Odiseo se la negó, desenvainó la espada y le acometió, pero una flecha le atravesó el hígado y cayó moribundo. Siguió una lucha feroz entre los pretendientes desesperados armados con espadas y Odiseo, armado únicamente con el arco, pero apostado delante de la entrada principal de la sala. Telémaco corrió a la armería y volvió con escudos, lanzas y yelmos para armar a su padre, Eumeo y Filecio, los dos fieles sirvientes que estaban junto a él, pues aunque Odiseo había matado a muchos pretendientes, casi se le habían agotado las flechas. Melancio, quien se había deslizado a hurtadillas por una puerta lateral para llevar armas a los pretendientes, fue sorprendido y muerto en su segunda visita a la armería, antes que consiguiera armar a más de unos pocos. La matanza continuó y Atenea, en forma de golondrina, revoloteó gorjeando por la sala hasta que todos los pretendientes y sus partidarios yacían muertos, con la única excepción del heraldo Medonte y el bardo Femio, a quienes Odiseo perdonó la vida porque no le habían hecho daño activamente y porque sus personas eran sacrosantas. Luego se detuvo para preguntar a Euriclea, quien había encerrado a las mujeres del palacio en sus alojamientos, cuántas de ellas habían permanecido fieles a su causa. Ella contestó: «Sólo doce se han deshonrado, señor.» Llamó a las sirvientas culpables y les obligó a limpiar la sangre derramada en la sala con esponjas y agua, y cuando terminaron ese trabajo las ahorcó en fila. Patearon un poco, pero pronto terminó todo. Luego Eumeo y Filecio cortaron a Melancio las extremidades —la nariz, las manos, los pies y los órganos genitales— y las arrojaron a los perros

j. Por fin Odiseo, reunido al cabo con Penélope y con su padre Laertes, les relató sus diversas aventuras, esta vez ateniéndose a la verdad. Se acercó una fuerza de rebeldes de Itaca, parientes de Antínoo y de los otros pretendientes muertos, y al ver que superaban en número a Odiseo y sus amigos, el anciano Laertes intervino vigorosamente en la lucha, que marchaba bastante bien para ellos, hasta que Atenea medió e impuso una tregua. Entonces los rebeldes inicaron una acción legal conjunta contra Odiseo y designaron como juez a Neoptólejmo, rey de las islas del Epiro. Odiseo convino en aceptar el veredicto, y Neoptólemo dictaminó que debía dejar su reino y no volver a él hasta que pasaran diez años, durante los cuales los herederos de los pretendientes debían compensarle por sus depredaciones, con pagos a Telémaco, quien sería el rey.

k. Pero faltaba todavía aplacar a Posidón y Odiseo partió a pie, como le había aconsejado Tiresias, a través de las montañas del Epiro, llevando un remo al hombro. Cuando llegó a Tesprotis las campesinos le preguntaron: «Extranjero, ¿por qué un bieldo en primavera?» En consecuencia sacrificó un carnero, un toro y un jabalí a Posidón y quedó perdonado. Como no podía volver a Itaca todavía, se casó con Calídice, reina de los tesprotios, y mandó su ejército en una guerra contra los brigios, bajo la dirección de Ares; pero Apolo exigió una tregua. Nueve años después Polipetes, el hijo de Odiseo con Calídice, subió al trono de Tesprotis y Odiseo volvió a Itaca, que gobernaba entonces Penélope en nombre de su joven hijo Poliportes; Telémaco había sido desterrado a Cefalenia porque un oráculo anunció: «¡Odiseo, tu propio hijo te matará!» En Itaca le llegó la muerte a Odiseo desde el mar, como había predicho Tiresias. Su hijo con Circe, Telégono, que navegaba en busca de él, hizo una incursión en ítaca, a la que confundió con Corcira, y Odiseo salió para rechazar el ataque. Telégono le mató en la orilla y el arma fatal era una lanza reforzada con el espinazo de una pastinaca. Después de pasar en el destierro el año que exigía la costumbre, Telégono se casó con Penélope y Telémaco lo hizo con Circe, y así las dos ramas de la familia se unieron estrechamente.

l. Algunos niegan que Penélope se mantuvo fiel a Odiseo. Lo acusan de haber tenido relaciones amorosas con Anfínomo de Duliquio, o con todos los pretendientes por turno, y dicen que el fruto de esa unión fue el monstruoso dios Pan, a la vista del cual Odiseo huyó avergonzado a Etolia, después de enviar a Penélope deshonrada a casa de su padre Icario en Mantinea, donde todavía se muestra su tumba. Otros dicen que tuvo a Pan con Hermes, y que Odiseo se casó con una princesa etolia, la hija del rey Toante, engendró con ella a su hijo menor Leontófono y murió anciano y próspero.

1.      El asesinato de los pretendientes por Odiseo pertenece a la alegoría de Ulises: es un ejemplo más de la resistencia del rey sagrado a morir al término de su reinado. Es decir, que interviene en el certamen con los arcos realizado para elegir a su sucesor (véase 135.1) y mata a todos los candidatos. Una prueba de ballestería primitiva que debía realizar el candidato al reino parece haber consistido en hacer pasar una flecha por un anillo colocado en la cabeza de un niño (véase 162.10).

2.      En ninguna parte sugiere directamente la Odisea que Penélope fuera infiel a su marido durante su larga ausencia, aunque en el Libro xviii.281-3 fascina a los pretendientes con su coquetería, obtiene de ellos regalos y muestra una preferencia decidida por Anfínomo de Duliquio (Odisea xvi. 394-8). Pero Odiseo no confía en ella lo bastante para revelar quién es hasta que ha matado a sus rivales; y su madre, Anticlea, demuestra que hay algo que ocultar cuando no le dice ni una palabra acerca de los pretendientes (Odisea xi.180 y ss.). Él relato arcaico que hace a Penélope madre de Pan con Hermes, o alternativamente con todos los pretendientes, se refiere, al parecer, a la diosa Penélope y sus primitivas orgías primaverales (véase 26.2). Su engaño de Odiseo y su posterior vuelta a Mantinea, otra fábula arcaica, son un recuerdo de la insolencia de él al obligarle a acompañarle a Itaca, contrariando la antigua costumbre matrilocal (véase 160.e). Pero Nausícaa, la autora, relata el asunto a su manera, favoreciendo a Penélope. Acepta el sistema patriarcal en el que ha nacido y prefiere la ironía suave a la sátira aguda de la Iliada. La diosa es ahora desalojada por Zeus Omnipotente, los reyes ya no son sacrificados en su honor y la era del mito ha terminado. ¡Muy bien! Eso no perturba mucho a Nausícaa con tal que pueda seguir bromeando y jugando a la pelota con sus afables sirvientas, tirar del pelo a quienes le desagradan, escuchar los cuentos de la anciana Euriclea y manejar a su gusto a su padre, Alcínoo.
3.      Así la Odisea nos deja con Laertes, Odiseo y Telemaco, una tríada patriarcal masculina de héroes apoyados por Atenea nacida de Zeus y vencedora de sus enemigos; mientras que las sirvientas cuelgan en hilera por su falta de discreción, para mostrar que Nausícaa desaprueba la promiscuidad premarital porque abarata el mercado matrimonial. El final ha sido conservado por otros mitógrafos. Odiseo es desterrado a Tesprotia, y Telémaco a Cefalonia, mientras Penélope se queda tranquilamente en el palacio, gobernando en nombre de su hijo Poliportes. Debe cumplirse, por supuesto, la profecía de Tiresias: Odiseo no morirá tranquilamente en la ancianidad, como el respetado y locuaz Néstor. La muerte debe alcanzarle a la manera tradicional que él se proponía abolir: el Niño del Año Nuevo cabalgando en el lomo de un delfín le traspasará con una lanza armada con una pastinaca. Lo mismo le sucedió a Catreo de Rodas, su hijo Altémenes le mató accidentalmente en la playa (véase 93.2). Las lanzas con pastinaca, utilizadas también por los polinesios, causan heridas inflamadas que los griegos y los latinos consideraban incurables (Eliano: Naturaleza de los animales i.56); la pastinaca (trygon pastinaca) es común en el Mediterráneo. Se dice que Heracles fue herido por una (véase 123.2).

4.      El casamiento de Telémaco con Circe, y el de Telégono con Penélope, sorprenden a primera vista. Sir James Frazer (Apolodoro ii p. 303, Loeb) relaciona estas uniones al parecer incestuosas con la regla en virtud de la cual en las sociedades polígamas un rey heredaba todas las concubinas de su padre, con excepción de su propia madre (2 Samuel xvi.21 y ss.). Pero la poligamia nunca fue una institución griega, y ni Telémaco, ni Telégono, ni Edipo un Niño del Año Nuevo, «nacido de la ola hinchada», que mató a su padre y se casó con la viuda Yocasta (véase l05.e), ni Hilo, el hijo de Heracles, que se casó con su madrastra Yole (véase I45.e), eran polígamos. Cada uno de ellos se limitó a matar y suceder al Rey del Año Viejo en el antiguo estilo mítico, llamándose a partir de entonces hijo suyo. Esto explica por qué Telémaco se dispone a disparar el arco —lo que le habría dado a Penélope por esposa—, pero desiste al advertir el ceño de Odiseo, es un detalle que sobrevive de la fábula de Ulises, conservado sin examen crítico en la Odisea.

5.      ¿Quién sabe si el cabello rojo de Odiseo tiene algún significado mítico (véase 133.8), o si es una peculiaridad personal que no viene al caso, como sus piernas cortas, perteneciente a algún aventurero de Sicilia al que Nausícaa ha retratado como Odiseo? Autólico, desde luego, lo llamó «el enojado» al nacer (véase 160.c) y el cabello rojo es asociado tradicionalmente con el mal humor. Pero aunque tiene el aspecto de epopeya, la Odisea es la primera novela griega y, por tanto, completamente irresponsable en lo que concierne a los mitos. He sugerido las posibles circunstancias de su composición en otra novela: La hija de Homero.

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