a. Electrión, hijo de Perseo, rey supremo de Micenas y marido de
Anaxo, marchó vengativamente contra los tafios y telebeos. Se habían unido en
una incursión afortunada para apoderarse de su ganado, proyectada por un tal
Pterelao, un pretendiente al trono de Micenas, y tuvo como consecuencia la
muerte de los ocho hijos de Electrión. Mientras él estuvo ausente, su sobrino,
el rey Anfitrión de Trecén, actuó como regente. «Gobierna bien, y cuando yo
vuelva victorioso te casarás con mi hija Alcmena», le dijo Electrión como
despedida. Anfitrión, informado por el rey de Elide de que el ganado robado se
hallaba en su poder, pagó el gran rescate exigido e hizo regresar a Electrión
para que lo identificara. Electrión, de ningún modo complacido al saber que Anfitrión
esperaba que él le devolviese el precio del rescate, preguntó ásperamente qué
derecho tenían los habitantes de Elide a vender propiedad robada y por qué
Anfitrión había tolerado un fraude. Sin dignarse contestarle, Anfitrión
desahogó su disgusto arrojando un garrote a una de las vacas que se había
desviado del rebaño; el garrote le golpeó en los cuernos, rebotó y mató a
Electrión. Inmediatamente Anfitrión fue desterrado de Argólide por su tío
Esténelo, quien se apoderó de Micenas y Tirinto y confió el resto de la región,
con Midea como capital, a Atreo y Tiestes, hijos de
Pélope.
b. Anfitrión, acompañado por Alcmena, huyó a Tebas, donde el rey
Creonte le purificó y dio a su hermana Perimede en casamiento a Licimio, el
único hijo sobreviviente de Electrión, bastardo nacido de una frigia llamada
Midea.
Pero la piadosa Alcmena no quería yacer con Anfitrión hasta que vengase la
muerte de sus ocho hermanos. En consecuencia, Creonte le dio permiso para que
reclutase un ejército beocio con ese propósito y con la condición de que
liberase a Tebas de la zorra teumesia; cosa que él hizo pidiendo al ateniense
Céfalo que le prestase el célebre sabueso Lelaps. Luego, ayudado por
contingentes atenienses, focenses, argivos y locrios, Anfitrión venció a los telebeos
y tafios y donó sus islas a sus aliados, entre ellos a su tío Heleos.
c. Entretanto, Zeus, aprovechando la ausencia de Anfitrión, tomó
la figura de él y, asegurando a Alcmena que sus hermanos estaban vengados,
puesto que, en efecto, Anfitrión había ganado la victoria requerida aquella
mañana misma, yació con ella toda una noche, a la que dio la duración de tres.
Pues Hermes, por orden de Zeus, había mandado a Helio que apagase los fuegos
solares y a las Horas que desunciesen su tiro y se quedasen al día siguiente en
casa; porque la procreación de un paladín tan grande como el que se proponía
engendrar Zeus no se podía realizar apresuradamente. Helio obedeció, rezongando
con el recuerdo de los buenos tiempos pasados, cuando el día era día y la noche
era noche; y cuando Crono, el entonces Dios Omnipotente, no abandonaba a su
esposa legal para irse a Tebas en busca de aventuras amorosas. Hermes ordenó
luego a la Luna que siguiese lentamente su órbita, y al Sueño que amodorrase a
la humanidad de tal modo que nadie se diera cuenta de lo que sucedía.
Alcmena, completamente engañada, escuchó complacida el relato de Zeus acerca de
la aplastante derrota infligida a Pterelao en Ecalia, y holgó inocentemente con
su supuesto marido durante aquellas treinta y seis horas. Al día siguiente,
cuando Aifitrión volvió, rebosante de entusiasmo por la victoria y lleno de
pasión por ella, Alcmena no le acogió en el lecho matrimonial con el
arrobamiento que él esperaba. «Anoche no cerramos los ojos— se quejó ella— y
seguramente no esperarás que escuche por segunda vez el relato de tus hazañas.»
Anfitrión, que no pudo comprender esas palabras, consultó con el adivino
Tiresias, quien le dijo que Zeus le había hecho cornudo; y en adelante no se
atrevió a volver a dormir con Alcmena por temor a incurrir en los celos divinos.
d. Nueve meses después, en el Olimpo, Zeus se jactó casualmente de
que había engendrado un hijo, que estaba a punto de nacer, quien se llamaría
Heracles, que significa «Gloria de Hera», y gobernaría la noble casa de Perseo.
Al oír esto, Hera le hizo prometer que si a la casa de Perseo le nacía algún
príncipe antes de anochecer sería Rey Supremo. Cuando Zeus hizo al respecto un
juramento inviolable, Hera fue inmediatamente a Micenas, donde apresuró los
dolores de parto de Nicipe, esposa del rey Esténelo. Luego corrió a Tebas y se
sentó con las piernas cruzadas ante la puerta de Alcmena, con las ropas atadas
en nudos y los dedos fuertemente entrelazados; de ese modo demoró el nacimiento
de Heracles hasta que Euristeo, hijo de Esténelo, sietemesino, estuvo ya en su
cuna. Cuando nació Heracles, con una hora de retraso, se encontró con que tenía
un hermano mellizo llamado Ificles, hijo de Anfitrión y una noche más joven.
Pero algunos dicen que Heracles, y no Ificles, era una noche más joven; y
otros, que los mellizos fueron engendrados en la misma noche y nacieron juntos
y que el Padre Zeus iluminó divinamente la alcoba donde nacieron. Al principio
se llamó a Heracles Alceo o Palemón.
e. Cuando Hera volvió al Olimpo y se jactó tranquilamente de haber
conseguido mantener a Ilitía, diosa del parto, alejada de la puerta de Alcmena,
Zeus fue presa de una gran ira; asió a su hija mayor Ate, quien le había
impedido ver el engaño de Hera, juró que nunca volvería a visitar el Olimpo, la
hizo girar alrededor de su cabeza sujetándola por la cabellera dorada y la
lanzó a la tierra. Aunque Zeus no podía violar su juramentó y permitir a
Heracles que gobernase la casa de Perseo, convenció a Hera para que accediese a
que, después de realizar cualesquiera doce trabajos que le señalara Euristeo,
su hijo se convirtiese en un dios.
f. Ahora bien, a diferencia de los anteriores amores humanos de
Zeus, desde Níobe en adelante, Alcmena había sido elegida no tanto por su
placer —aunque superaba a todas las demás mujeres de su época en belleza,
dignidad y prudencia—, sino con el propósito de engendrar un hijo lo bastante
poderoso para proteger tanto a los dioses como a los hombres contra la
destrucción. Alcmena, decimosexta descendiente de Níobe, fue la última mujer
mortal con la que yació Zeus, pues no veía la posibilidad de engendrar a otro
héroe que pudiera igualarse a Heracles; y honró a Alcmena tanto
que, en vez de violarla rudamente, se molestó en disfrazarse de
Anfitrión y la cortejó con palabras y caricias afectuosas. Sabía que Alcmena
era incorruptible y cuando al amanecer le regaló una copa carquesia, ella la
aceptó sin dudar como un botín ganado en la victoria: un legado de Posidón a su
hijo Telebo.
g. Algunos dicen que Hera no impidió personalmente el parto de
Alcmena, sino que envió brujas para que lo hicieran, y que Historis, hija de
Tiresias, las engañó lanzando un grito de alegría desde la alcoba del parto
—que todavía se muestra en Tebas—, de modo que ellas se alejaron y permitieron
que naciera el niño. Según otros, fue Ilitía quien impidió el parto por orden
de Hera, y una fiel sirvienta de Alcmena, la rubia Galantis, o Galen, la que
salió de la alcoba para anunciar, falsamente, que Alcmena había dado a luz.
Cuando Ilitía se levantó sorprendida, desentrelazó los dedos y descruzó las
piernas, nació Heracles y Galantis se echó a reír ante el buen éxito del
engaño, lo que hizo que Ilitía la asiese por el cabello y la convirtiese en una
comadreja. Galántis siguió frecuentando la casa de Alcmena, pero Hera le
castigó por haber mentido: la condenó en perpetuidad a parir los hijos por la
boca. Cuando los tebanos rinden a Heracles los honores divinos todavía ofrecen
sacrificios preliminares a Galantis, a la que llaman también Galintias y la
describen como hija de Preto; dicen que fue la nodriza de Heracles y que él le
construyó un templo.
h. Los atenienses se burlan de este relato tebano. Sostienen que
Galantis era una ramera, a la que Hécate convirtió en comadreja en castigo por
practicar una lujuria no natural, y que cuando Hera prolongó indebidamente el
parto de Alcmena pasó por allí casualmente y la asustó haciendo que diera a luz.
i. El natalicio de Heracles se celebra el cuarto día de cada mes;
pero algunos sostienen que nació cuando el Sol entraba en el Décimo Signo;
otros que la Osa Mayor, girando hacia el oeste a medianoche sobre Orion —lo que
hace cuando el sol abandona el duodécimo signo— lo contempló en su décimo mes.
1.
Alcmena
(«fuerte en la ira») sería originalmente un título micénico de Hera, cuya
soberanía divina protegió Heracles («gloria de Hera») contra las usurpaciones
de su enemigo aqueo Perseo («destructor»). Los aqueos vencieron finalmente y
sus descendientes reclamaron a Heracles como miembro de la casa usurpadora de
Perseo. El aborrecimiento que sentía Hera por Heracles es probablemente una
invención posterior; le adoraban los dorios que invadieron Elide y humillaron
el poder de Hera
2.
Diodoro
Sículo (iii.73) habla de tres héroes llamados Heracles: un egipcio, un dáctilo
cretense y el hijo de Alcmena. Cicerón eleva su número a seis (Sobre la
naturaleza de los dioses iii.16); Varrón a cuarenta y cuatro (Servio sobre la
Eneida de Virgilio viii.564). Herodoto (ii.42) dice que cuando preguntó por la
patria original de Heracles, los egipcios le dijeron que era de Fenicia. Según
Diodoro Sículo (i.17 y 24, iii.73), el Heracles egipcio llamado Som, o Chon,
vivió diez mil años antes de la guerra de Troya y su homónimo griego heredó sus
hazañas. La fábula de Heracles es, en verdad, una clavija de la que se han
colgado gran número de mitos relacionados, no relacionados y contradictorios.
En lo principal, no obstante, representa al rey sagrado típico de la Grecia
helénica primitiva, consorte de una ninfa tribal, la diosa Luna encarnada; su
mellizo Ificles actuaba como su heredero. Esta diosa Luna tiene numerosos
nombres: Hera, Atenea, Auge, Yola, Hebe, etcétera. En un espejo de bronce
romano primitivo aparece Júpiter celebrando un casamiento sagrado entre
«Hercele» y «Juno»; además, en las bodas romanas al nudo del ceñidor de la
novia consagrado a Juno se le llamaba el «nudo hercúleo» y el novio tenía que
desatarlo (Festo: 63). Los romanos tomaron esta tradición de los etruscos, cuya
Juno se llamaba «Unial». Puede suponerse que la fábula central de Heracles era
una variante primitiva de la epopeya del Gilgamesh babilonio, que llegó a
Grecia vía Fenicia. Gilgamesh tenía como compañero amado a Enkidu, así como
Heracles tenía a Yolao. Gilgamesh se pierde por su amor a la diosa Ishtar, y
Heracles por su amor a Deyanira. Ambos son de ascendencia divina. Ambos
perturban el infierno. Ambos matan leones y doman a toros divinos; y cuando se
embarca para la Isla Occidental, Heracles, como Gilgamesh, utiliza su
vestimenta como vela (véase 132. c). Heracles encuentra la hierba mágica de la
inmortalidad (véase 35.b] lo mismo que Gilgamesh, y se relaciona igualmente con
el avance del sol alrededor del zodíaco.
3.
Se
hace que Zeus personifique a Anfitrión porque cuando el rey sagrado renacía en
su coronación se convertía nominalmente en hijo de Zeus y renunciaba a su
ascendencia mortal (véase 74.1). Sin embargo, la costumbre exigía que el
heredero mortal —más bien que el rey de nacimiento divino, el mayor de los
mellizos— acaudillase las expediciones militares; y la inversión de esta regla
en el caso de Heracles sugiere que en un tiempo había sido él el heredero, e
Ificles el rey sagrado. Teócrito, ciertamente, hace de Heracles el más joven de
los mellizos, y Herodoto (ii.43), quien le llama hijo de Anfitrión, le da el
sobrenombre de «Alcides», por su abuelo Alceo, y no «Cronides», por su abuelo
Crono. Además, cuando Ificles se casó con la hija menor de Creonte, Heracles se
casó con otra mayor; aunque en la sociedad matrilineal la más joven era comúnmente
la heredera, como aparece en todos los cuentos tradicionales europeos. Según el
Escudo de Heracles de Hesíodo (89 y ss.) Ificles se humilló vergonzosamente
ante Euristeo, pero las circunstancias que podrían arrojar luz sobre este
cambio de papeles entre los mellizos no son explicadas. Entre Heracles e
Ificles no se registra una camaradería como la que existía entre Castor y
Pólux, o Idas y Linceo. Heracles usurpa las funciones y prerrogativas de su
hermano mellizo, convirtiéndolo en una sombra ineficaz y exánime que no tarda
en esfumarse sin que se la lamente. Quizás en Tirinto el sucesor usurpaba todo
el poder regio, como sucede a veces en los Estados asiáticos, donde un rey
religioso gobierna conjuntamente con un rey guerrero o shogún.
4.
El
método que siguió Hera para demorar el parto lo utilizan todavía las hechiceras
de Nigeria; las más cultas refuerzan ahora el encantamiento ocultando candados
importados debajo de sus ropas.
5.
La
observación de que las comadrejas, si se las perturba, llevan a sus crías de
lugar en lugar en la boca, como los gatos, dio origen a la leyenda de su
nacimiento vivíparo. El relato que hace Apuleyo de la horrible acción de las
brujas tesalias disfrazadas de comadrejas, ayudantes de Hécate, y la mención
por Pausanias de los sacrificios humanos que se ofrecían a la Zorra Teumesia
(véase 89.h) recuerdan a Cerdo («comadreja» o «zorra»), esposa de Foroneo,
quien, según se dice, introdujo el culto de Hera en el Peloponeso (véase 57.a).
El culto tebano de Galintias es una reliquia del culto de Hera primitivo, y
cuando las brujas demoraron el nacimiento de Heracles se disfrazarían de
comadrejas. Este mito es más confuso de lo que son habitualmente los mitos; si
bien parece que el olimpianismo de Zeus se sentía agraviado por la opinión religiosa
conservadora de Tebas y Argólide y que las brujas lanzaron un ataque concertado
contra la casa de Perseo.
6.
A
juzgar por la observación de Ovidio acerca del Décimo Signo, y por la fábula
del jabalí de Erimanto, que presenta a Heracles como el Niño Horus, éste
compartía un natalicio en el solsticio hiemal con Zeus, Apolo y otros dioses
del calendario. El año tebano comenzaba en el solsticio hiemal. Si, como dice
Teócrito, Heracles tenía diez meses al término del duodécimo, Alcmena lo dio a
luz en el equinoccio de primavera, cuando los babilonios, los italianos y otros
celebraban el Año Nuevo. Así no es extraño que Zeus, según se dice, iluminara
la alcoba del nacimiento. El cuarto día del mes estaría dedicado a Heracles,
porque cada cuarto año le pertenecía como fundador de los Juegos Olímpicos.
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