a. Heracles fue llevado a Asia y ofrecido en venta como un esclavo
anónimo por Hermes, patrón de todas las transacciones financieras importantes,
quien después entregó el dinero de la compra, tres talentos de plata, a los
huérfanos de Ifito. Sin embargo, Éurito prohibió tercamente que sus nietos
aceptasen una compensación monetaria, alegando que sólo con sangre se podía
pagar la sangre; y lo que sucedió con la plata sólo Hermes lo sabe.
Como había predicho la Pitonisa, Heracles fue comprado por Ónfale, reina de
Lidia, mujer que sabía hacer buenos negocios; y él le sirvió fielmente durante
un año o durante tres, liberando el Asia Menor de los bandidos que la
infestaban.
b. Esta Ónfale, hija de Yárdano y, según algunos autores, madre de
Tántalo, había heredado el reino de su infortunado esposo Tmolo, hijo de Ares y
Teógona cuando cazaba en el monte Carmanorio —llamado así en honor de Carmanor,
hijo de Dioniso y Alexírroe, quien fue muerto allí por un jabalí— Tmolo se
enamoró de una cazadora llamada Arripe, casta acompañante de Artemis. Arripe,
sorda a las amenazas y las súplicas de Tmolo, huyó al templo de su señora,
donde, sin tener en cuenta su santidad, él la violó en el lecho mismo de la
diosa. Arripe se colgó de una viga después de invocar a Artemis, quien
inmediatamente soltó a un toro enloquecido; Tmolo fue lanzado al aire, cayó
sobre estacas puntiagudas y piedras afiladas y murió atormentado. Teoclímeno,
su hijo con Ónfale, lo enterró donde yacía y cambió el nombre de la montaña por
el de Tmolo; una ciudad del mismo nombre edificada en sus laderas fue destruida
por un gran terremoto durante el reinado del emperador Tiberio.
c. Entre los muchos trabajos secundarios que Heracles realizó
durante su servidumbre figuró la captura de los dos Cercopes efesios que
constantemente le impedían dormir. Eran dos hermanos mellizos llamados Pásalo y
Acmón; u Oíos y Euríbato; o Silos y Tribalos, hijos de Océano y Tía, y los
tramposos y mentirosos más consumados que ha conocido la humanidad, y recorrían
el mundo realizando continuamente nuevos engaños. Tía les había advertido que
se apartaran de Heracles, y sus palabras: «Mis trascritos blancos, todavía
tenéis que encontraros con el gran trasero negro» se han hecho proverbiales y
«trasero blanco» significa ahora «cobarde, vil o lascivo».
Solían zumbar alrededor del lecho de Heracles como moscones, hasta que una
noche los asió, los obligó a reasumir su forma natural y se los llevó colgando
cabeza abajo de un palo que llevaba al hombro. Ahora bien, el trasero de
Heracles, que no quedaba cubierto por la piel del león, se había quemado y
puesto tan negro como un escudo de cuero viejo a causa de la exposición al sol
y de las respiraciones ígneas de Caco y el toro de Creta, y los Cercopes se
echaron a reír de una manera inmoderada al verse colgados cabeza abajo y
contemplándolo. Su alborozo sorprendió a Heracles, y
cuando se enteró de la causa se sentó en una roca y se echó a reír
con tantas ganas que ellos le convencieron para que los dejase en libertad.
Pero aunque conocemos una ciudad asiática que se llama Cercopia, las guaridas
de los Cercopes y una roca llamada «Trasero Negro» se exhiben en las
Termopilas, por lo que es probable que este episodio se haya producido en otra,
ocasión.
d. Algunos dicen que los Cercopes fueron transformados en piedras
por haber tratado de engañar a Zeus; otros, que Zeus castigó su fraude
transformándolos en monos con largo pelo amarillo y enviándolos a las islas
italianas llamadas Pitecusas.
e. En un barranco lidio vivía un tal Sileo, quien solía apoderarse
de todos los extranjeros que pasaban por allí y los obligaba a trabajar en su
viña; pero Heracles arrancó las vides por sus raíces. También, cuando los
lidios de Itona comenzaron a saquear el territorio de Ónfale, Heracles recuperó
el botín y arrasó su ciudad.
Y en Celenes vivía Litierses el labrador, hijo bastardo del rey de Minos, quien
ofrecía hospitalidad a los viajeros, pero les obligaba a competir con él en la
recolección de la cosecha. Si su fuerza se debilitaba los azotaba, y por la
noche, cuando había ganado ya la competencia, los deca pitaba y ocultaba sus
cuerpos en gavillas, y mientras lo hacía cantaba lúgubremente. Heracles hizo
una visita a Celenes para rescatar al pastor Dafnis, un hijo de Hermes que,
después de haber buscado por todo el mundo a su amada Pimplea, raptada por los
piratas, por fin la había encontrado entre las esclavas de Litierses. Dafnis
fue desafiado a la competencia de la cosecha, pero Heracles ocupó su lugar y venció
a Litierses, a quien decapitó con una hoz, arojando luego su tronco al río
Meandro. Dafnis no sólo recuperó a su Pimplea, sino que además Heracles le dio
a ésta como dote el palacio de Litierses. Los segadores frigios todavía cantan
en honor de Litierses un canto fúnebre de la cosecha que se parece mucho al que
se canta en honor de Mañeros, hijo del primer rey de Egipto, quien también
murió en el campo de la cosecha.
f. Finalmente, junto al río Ságaris de Lidia Heracles mató a una
serpiente gigantesca que destruía a los seres humanos y las cosechas, y la
agradecida Ónfale, quien por fin descubrió su identidad y ascendencia, lo dejó
en libertad y lo envió de vuelta a Tirinto cargado con regalos; y Zeus creó la
constelación Ofiuco para conmemorar la victoria. Este río Ságaris, dicho sea de
paso, se llamaba así por un hijo de Mindón y Alexírroe, quien, enloquecido por
la Madre de los Dioses por haber menospreciado sus Misterios e insultado a sus
sacerdotes eunucos, se ahogó en sus aguas.
g. Ónfale había comprado a Heracles como un amante más bien que
como un luchador. Él engendró con ella a tres hijos, a saber: Lamo, Agelao,
antepasado del famoso rey Creso que trató de inmolarse en una pira cuando los
persas se apoderaron de Sardes; y Laomedonte.
Algunos añaden un cuarto, Tirreno, o Tirseno, que inventó la trompeta y condujo
a emigrantes lidios a Etruria, donde adoptaron el nombre de tirrenios; pero es
más probable que Tirreno fuera hijo del rey Atis y un remoto descendiente de
Heracles y Ónfale.
Por una de las mujeres de Ónfale, llamada Malis, Heracles era ya padre de
Cleodeo o Cleolao, y de Alceo, fundador de la dinastía lidia que el rey Creso
desalojó del trono de Sardes.
h. A Grecia llegaron informes de que Heracles había desechado su
piel de león y su corona de álamo temblón y llevaba en cambio collares de
joyas, brazaletes de oro, turbante femenino, mantón de púrpura y ceñidor
meonio. Pasaba el tiempo, según los rumores, rodeado por lascivas muchachas
jonias, cardando lana que tomaba de un cesto bruñido, o hilando; y temblando,
mientras hacía eso, cuando su ama le reprendía. Ella le golpeaba con su chinela
dorada cuando sus dedos torpes rompían el huso, y le obligaba a relatar sus
anteriores hazañas para entretenerse; sin embargo, al parecer, él no se
avergonzaba. De aquí que los pintores mostraran a Heracles vestido con faldas
amarillas y dejándose peinar y manicurar por las doncellas de Ónfale, mientras
ella aparecía vestida con la piel del león y manejando su clava y su arco.
i. Sin embargo, lo que había sucedido no era más que esto: un día
en que Heracles y Onfale visitaban las viñas de Tmolo, ella con una túnica
purpúrea con bordados de oro y el cabello perfumado, y él sosteniendo
galantemente una sombrilla dorada sobre la cabeza de ella, Pan los vio desde
una alta colina. Se enamoró de Ónfale y se despidió de las diosas de la montaña
exclamando: «¡En adelante ella sola será mi amor!». Ónfale y Heracles llegaron
a su destino, una gruta apartada, donde se divirtieron cambiando las ropas.
Ella le puso un cinturón de malla absurdamente pequeño para su cintura y su
túnica purpúrea. Aunque Ónfale aflojó las cintas todo lo posible, él rompió las
mangas, y los lazos de sus sandalias eran demasiado cortos para abarcar el
empeine de Heracles.
j. Después de cenar fueron a dormir en lechos separados, pues
habían prometido hacer al amanecer un sacrificio a Dioniso, quien exige la
pureza marital de sus devotos en esas ocasiones. A la medianoche Pan se deslizó
en la gruta y buscando a tientas en la oscuridad encontró lo que creía que era
el lecho de Ónfale, porque quien dormía en él estaba vestido de seda. Con manos
temblorosas levantó las sábanas del lecho desde el fondo y se introdujo en él,
pero Heracles se despertó, extendió una pierna y lo arrojó de una patada como
un gusano a través de la gruta. Al oír un fuerte estrépito y un grito, Ónfale
saltó de su lecho y pidió luces, y cuando éstas llegaron, ella y Heracles se
echaron a reír hasta llorar al ver a Pan tendido en un rincón y curándose las
magulladuras. Desde ese día Pan aborrece las vestimentas y exige que sus
funcionarios asistan desnudos a sus ritos; fue él quien se vengó de Heracles
difundiendo el rumor de que su caprichoso cambio de ropas con Ónfale era
habitual y perverso.
1.
Carmanor
tiene que haber sido un título de Adonis (véase 18.7), también muerto por un
jabalí. No se puede fechar la profanación del templo de Artemis por Tmolo, ni
tampoco la orden de que Heracles debía compensar a Éurito por el asesinato de
su hijo. Sin embargo, ambos acontecimientos parecen tener un origen histórico.
Es probable que Ónfale represente a la Pitonisa, la guardiana del omphalus de
Delfos, quien concedió la compensación, haciendo a Heracles esclavo de un
templo hasta que la pagase, y que, como «Ónfale» era también el nombre de una
reina india, los mitógrafos cambiaran el escenario de la esclavitud para
ajustado a otra serie de tradiciones.
2.
Los
Cercopes, como demuestran sus diversos pares de nombres, eran ceres, o
rencores, que aparecían en la forma de sueños engañosos y malévolos, y se los
podía contrarrestar apelando a Heracles, que era el único que tenía poder
contra la Pesadilla (véase 35.3-4). Aunque al principio se los representaba
como simples espectros, como Cécrope (cuyo nombre es otra forma de cercops) en obras
de arte posteriores figuran como cercopithecoi, «monos» quizás a causa de la
asociación de Heracles con Gibraltar, una de sus Columnas, desde donde los
mercaderes y cartagineses los llevaban como animales favoritos a las damas
griegas y romanas ricas. Los monos no parecen haber frecuentado las islas de
Isquia y Prócida, situadas al norte de la bahía de Napóles y a las que los
griegos llamaban Pitecusas; su nombre se refiere realmente a los pithoi, o
cántaros, que se hacían allí (Plinio: Historia natural iii.6.12).
3.
La
costumbre de los viñadores de apoderarse de un extranjero y matarlo en la
estación de la vendimia, en honor del espíritu de la Vid, estaba muy difundida
en Siria y el Asia Menor; y un sacrificio de la cosecha análogo se realizaba en
esos países y en Europa. Sir James Frazer ha tratado este tema exhaustivamente
en su Golden Eougb. A Heracles se le atribuye aquí la abolición del sacrificio
humano, reforma social de la que los griegos se enorgullecían, inclusive cuando
sus guerras se hacían cada vez más salvajes y destructoras.
4.
Los
autores clásicos hicieron de la esclavitud de Heracles a Ónfale una alegoría de
con qué facilidad un hombre fuerte se convierte en esclavo de una mujer lasciva
y ambiciosa; y el hecho de que consideraran al ombligo como la sede de la
pasión femenina explica suficientemente el nombre de Ónfale en este sentido.
Pero la fábula se refiere, más bien, a una etapa anterior en la evolución del
reinado sagrado del matriarcado al patriarcado, cuando el rey, como consorte de
la reina, tenía el privilegio de representarla en las ceremonias y los
sacrificios, pero sólo si se ponía las ropas de ella. Reveillout ha demostrado
que éste era el sistema que se seguía en Lagash en la época sumeria primitiva,
y en varias obras de arte cretenses aparecen hombres que.llevan vestimentas
femeninas con propósitos sacrificiales, no sólo la falda pantalón moteada, como
en el sarcófago de Hagia Triada, sino incluso, como en un fresco del palacio de
Cnosos, la falda con volantes. La esclavitud de Heracles se explica por las
costumbres matriarcales de los nativos del África Occidental: en Loango, Daura
y los Abrons, como ha señalado Briffault, el rey es de origen servil y carece
de poder; en Agonna, Latuka, Ubemba y otras partes sólo hay una reina, la cual
no se casa, sino que toma amantes serviles. Además, un sistema análogo
sobrevivió hasta la época clásica entre la antigua nobleza locrense que tenía
el privilegio de enviar sacerdotisas a la Atenea troyana (véase 158.8}; se les
obligó a emigrar en 683 a. de C. de la Grecia central a la Lócrida Epicefiria,
en el extremo sur de Italia, «a causa del escándalo que causaban los amoríos
indiscriminados de las mujeres nobles con esclavos» (véase 18.8). Estas
locrenses, que eran de origen no heleno y hacían una virtud de la promiscuidad
prenupcial al estilo cretense, cario o amerita (Clearco: 6), insistían en la
sucesión estrictamente matrilineal (Dionisios: Descripción de la Tierra 365-7;
Polibio: xii.ob). Las mismas costumbres deben de haber sido generales en la
Grecia prehelénica e Italia, pero solamente en Bagnara, cerca de las ruinas de
la Lócrida Epicefiria, se recuerda al presente la tradición matriarcal. Las
mujeres de Bagnara llevan faldas largas y plisadas y hacen descalzas sus
diligencias comerciales que duran varios días, dejando a los hombres el cuidado
de los niños; pueden llevar en la cabeza hasta un peso de dos quintales. Los
hombres se toman vacaciones en la primavera durante la estación del pez espada,
ocasión en que muestran su habilidad con el arpón; y en el verano, cuando van a
las colinas a hacer carbón de leña. Aunque el patrono oficial de Bagnara es San
Nicolás, ninguna mujer de Bagnara reconoce su existencia, y el sacerdote de su
parroquia se queja de que prestan más atención a la Virgen que a su Hijo, pues
la Virgen ha sucedido a Core, la Doncella, por cuyo templo magnífico era famosa
Lócride en la época clásica.
Esto que ocurría antes entre dioses, semidioses, humanos, todavía ocurre hoy aunque con distintos nombres y formas. El baile de los salones bajó hasta el pueblo. Las queridas o amantes de burgueses y terratenientes luego de perdida su virginidad y acostumbradas a ciertos lujos, se dan a la prostitución pues ya no saben vivir de otra manera. Obsérvese lo que pasa en los antros del cine para lograr un papel meritorio; y así sucesivamente.
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