a. Jasón fue en primer lugar a Orcómeno, en Beoda, donde colgó el
vellocino de oro en el templo de Zeus Lafistio; luego varó el Argo en el Istmo
de Corinto y allí lo dedicó a Posidón.
b. Ahora bien, Medea era la única hija sobreviviente de Eetes, el
rey legítimo de Corinto, quien cuando emigró a Cólquide dejó como regente a un
tal Buno. Como el trono había quedado vacante con la muerte sin sucesión del
usurpador Corinto, hijo de Maratón (quien se llamaba a sí mismo «Hijo de
Zeus»), Medea lo reclamó, y los corintios aceptaron gustosamente a Jasón como
su rey. Pero, después de reinar durante diez años prósperos y felices, llegó a
sospechar que Medea había conseguido su sucesión envenenando a Corinto, y se
proponía divorciarse de ella en favor de la tebana Glauce, hija del rey
Creonte.
c. Medea, aunque no negó su crimen, hizo que Jasón se atuviese al
juramento que había hecho en Ea en nombre de todos los dioses, y cuando él
protestó que un juramento hecho por la fuerza no era válido, Medea le recordó
que también le debía a ella el trono de Corinto. Él respondió: «Es cierto, pero
los corintios han aprendido a sentir más respeto por mí que por ti.» Como Jasón
no cedía, Medea, fingiendo que se sometía, envió a Glauce un regalo de boda por
medio de los príncipes de la casa real, pues había dado a Jasón siete hijos y
siete hijas. El regalo consistía en una corona de oro y una larga túnica
blanca. Tan pronto como se los puso Glauce surgieron de ellos unas llamas
inextinguibles que consumieron no sólo a ella —aunque se arrojó de cabeza en la
fuente del palacio—, sino también al rey Creonte, a otros muchos huéspedes
tebanos distinguidos y a todos los que se habían reunido en el palacio, con
excepción de Jasón, quien se salvó saltando por una ventana alta.
d. En ese momento Zeus, quien admiraba mucho el ánimo de Medea, se
enamoró de ella, pero Medea rechazó sus requerimientos. Hera, agradecida, le
dijo: «Haré a tus hijos inmortales si los dejas en el altar de los sacrificios
de mi templo.» Medea lo hizo, y luego huyó en un carro tirado por serpientes
aladas, que le prestó su abuelo Helio, después de legar el reino de Sísifo.
e. Sólo se recuerda el nombre de una de las hijas que tuvo Medea
con Jasón: Eriopis. Su hijo mayor, Medeo o Políxeno, al que educaba Quirón en
el monte Pelión, gobernó posteriormente el país de Media; pero a veces se dice
que el padre de Medeo se llamaba Egeo.
Los otros hijos eran Mérmero, Peres o Tésalo, Alcímenes, Tisandro y Argos, de
todos los cuales se apoderaron los corintios, encolerizados por el asesinato de
Glauce y Creonte, y les dieron muerte apredreándolos. Desde entonces han
expiado este crimen: siete muchachas y siete muchachos, vestidos de blanco y
con las cabezas rapadas, pasan todo un año en el templo de Hera en la colina
donde se cometió el asesinato.
Por orden del oráculo de Delfos los cadáveres de los niños fueron enterrados en
el templo, pero sus almas se hicieron inmortales, como había prometido Hera.
Hay quienes acusan a Jasón por haber condenado este asesinato, pero explican
que estaba más que furioso por la ambición de Medea en interés de sus hijos.
f. Otros, engañados por el dramaturgo Eurípides, a quien
sobornaron los corintios con quince talentos de plata para que los absolviera
de culpabilidad, pretenden que Medea mató a dos de sus hijos y que los demás perecieron en el palacio que ella incendió, con excepción de
Tésalo, que escapó y posteriormente reinó en Yolco y dio su nombre a toda la
Tesalia; y Peres, cuyo hijo Mérmero heredó la habilidad de Medea como
envenenadora.
1.
El
número de los hijos de Medea recuerda el de los titanes y titanides (véase 1.3
y 43.4), pero los catorce muchachos y muchachas que eran confinados anualmente
en el templo de Hera pueden haber representado los días impares y pares de la
primera mitad del mes sagrado.
2.
La
muerte de Glauce se dedujo quizá de una ilustración que mostraba el holocausto
anual en el templo de Hera, como el que describe Luciano en Hierápolis (Sobre
la diosa siria 49). Pero Glauce sería la sacerdotisa con diadema que dirigía la
conflagración, no su víctima; y la fuente su baño ritual. Luciano explica que la
diosa siria era principalmente Hera, aunque también poseía algunos atributos de
Atenea y otras diosas (ibid. 32). Aquí Eriopis («de ojos grandes») señala a la
Hera de ojos de vaca, y Glauce («lechuza») a la Atenea de ojos de lechuza. En
la época de Luciano colgaban anímales domésticos de las ramas de árboles
amontonados en el patio del templo de Hierápolis y los quemaban vivos; pero la
muerte de los catorce hijos de Medea y la expiación hecha por ellos indican que
originalmente se ofrecían víctimas humanas. Melicertes, el dios cretense que
presidía los Juegos ístmicos en Corinto (véase 70.b y 96.6) era Melkarth,
«protector de la ciudad», el Heracles fenicio en cuyo nombre quemaban niños
vivos ciertamente en Jerusalén (Levítico xviii.21 y xx.2; 1 Reyes xi.7; 2 Reyes
xxiii.10; Jeremías xxxii.35). Como el fuego era un elemento sagrado,
inmortalizaba a las víctimas, como hizo con Heracles mismo cuando subió a su
pira en el monte Eta, se tendió en ella y murió consumido (véase 145.l).
3.
Si
Medea, Jasón o los corintios sacrificaron a los niños se convirtió en una
cuestión importante sólo posteriormente, cuando Medea dejó de ser identificada
con Ino, la madre de Melicertes, y el sacrificio humano denotaba barbarie. Como
cualquier drama que ganaba un premio en el festival ateniense en honor de
Dioniso adquiría inmediatamente autoridad religiosa, es muy probable que los
corintios recompensaran bien a Eurípides por su generosa manipulación del mito
ya ignominioso.
4.
El
amor de Zeus por Medea, como el de Hera por Jasón (Homero: Odisea xii.72;
Apolonio de Rodas: iii.66), indica que «Zeus» y «Hera» eran títulos del rey y
la reina corintios (véase 43.2 y 68.1). Corinto, aunque era hijo de Maratón, se
titulaba también «hijo de Zeus», y el padre de Maratón, Epopeo («el que ve todo»)
tenía la misma esposa que Zeus (Pausanias: ii.1.1; Asio: Fragmento I).
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