a. Euristeo ordenó a Heracles, para su octavo trabajo, que se
apoderara de cuatro yeguas salvajes del rey tracio Diomedes —se discute si era
hijo de Ares y Cirene o nacido de una relación incestuosa entre Asteria y su
padre Atlante—, quien gobernaba a los belicosos bistones y cuyos establos, en
la ahora desaparecida ciudad de Tirida, eran el terror de la Tracia. Diomedes
mantenía a las yeguas atadas con cadenas de hierro a unos pesebres de bronce y
las alimentaba con la carne de sus huéspedes confiados. Una versión de la
fábula hace de ellas caballos sementales, y no yeguas, y les da los nombres de
Podargo, Lampón, Janto y Deino.
b. Con algunos voluntarios Heracles se embarcó para Tracia y en el
camino visitó a su amigo el rey Admeto de Feras. Cuando llegó a Tirida, venció
a los mozos de mulas de Diomedes y llevó las yeguas al mar, donde las dejó en
una loma a cargo de sus valido Abdero, y luego volvió para rechazar a los
bistones que corrían en su persecución. Como los otros le superaban en número,
los venció abriendo ingeniosamente un canal que hizo que el mar inundase la
llanura baja, y cuando sus enemigos se dieron media vuelta y echaron a correr,
él los persiguió, dejó aturdido a Diomedes con un golpe de su clava, arrastró
su cuerpo alrededor del lago que se había formado y lo puso delante de sus yeguas,
que desgarraron su carne todavía viva. Una vez aplacada por completo su hambre
—pues durante la ausencia de Heracles habían devorado también a Abdero— las
dominó sin mucha dificultad.
c. Según otra versión, Abdero, aunque era natural de Opunte en
Lócride, estaba al servicio de Diomedes. Algunos dicen que era hijo de Hermes,
y otros que del amigo de Heracles, Menecio de Opunte y, en consecuencia,
hermano de Patroclo, el que murió en Troya.
Después de fundar la ciudad de Abdera junto a la tumba de Abdero, Heracles se
apoderó del carro de Diomedes y unció a él las yeguas, aunque hasta entonces no
conocían el freno ni la brida. Las condujo rápidamente a través de las montañas
hasta Micenas, donde Euristeo las dedicó a Hera y las dejó en libertad en el monte
Olimpo. Más tarde las devoraron las fieras; sin embargo, se sostiene que sus
descendientes sobrevivieron hasta la guerra de Troya, e inclusive hasta la
época de Alejandro Magno. Las ruinas del palacio de Diomedes se muestran
todavía en Cartera Come, y en Abdera se siguen celebrando juegos atléticos en
honor de Abdero; incluyen las competencias habituales con excepción de la
carrera de carros, lo que explica la fábula de que Abdero murió cuando las
yeguas devoradoras de hombres destrozaron el carro al que las había uncido.
1.
Embridar
a un caballo cimarrón con el propósito de celebrar una ceremonia de sacrificio
(véase 75.J) parece haber sido un rito de la coronación en algunas regiones de
Grecia. El dominio de Arión por Heracles (véase 138.g) —hazaña realizada
también por Onco y Adrasto (Pausanias: viii.25. 5)— es análoga a la captura de
Pegaso por Belerofonte. Este mito ritual se ha combinado en este caso con una
leyenda según la cual Heracles, quizá representando a los teanos que tomaron
Abdera a los tracios (Herodoto: 1.168) anuló la costumbre de que unas mujeres
feroces con máscaras de caballo persiguieran y devoraran al rey sagrado al
final de su reinado (véase 27.d); en lugar de eso se le mataba en un accidente
de carro organizado (véase 71.1, 101.g y 109.j). La omisión de la carrera de
carros en los juegos fúnebres de Abdera indica la prohibición de este
sacrificio revisado. Podargo se llama así por la harpía Podarge, madre de
Janto, un caballo inmortal que le dio Posidón a Peleo como regalo de bodas (véase
81.m); Lampo recuerda a Lampón, uno de los caballos de Eos (véase 40.a). La
afirmación de Diodoro de que esas yeguas fueron dejadas en libertad en el
Olimpo puede significar que el culto a los caballos caníbales sobrevivió allí
hasta la época helenista.
2.
Los
canales, túneles o cauces naturales subterráneos eran descritos con frecuencia
como obra de Heracles (véase 127.d, 138.d y 142.3).
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