a. Orestes fue criado por sus cariñosos
abuelos Tindáreo y Leda y, de niño, acompañó a Clitemestra e Ifigenia a Aulide.
Pero algunos dicen que Clitemestra lo envió a Fócide poco antes del regreso de
Agamenón; y otros que en la víspera del asesinato, Orestes, que entonces tenía
diez años de edad, fue salvado por su abnegada nodriza Arsínoe, o Laodamia, o
Geilisa, quien envió a su propio hijo a que se acostara en el aposento de los
niños de la familia real y dejó que Egisto lo matara en lugar de Orestes.
Otros aún dicen que su hermana Electra, ayudada por el anciano preceptor de su
padre, lo envolvió en un vestido que tenía bordados animales salvajes, que ella
misma había tejido, y lo sacó a escondidas de la ciudad.
b. Después de mantenerlo oculto durante un
tiempo entre los pastores del río Tano, que separa a Argólida de Laconia, el preceptor
fue con Orestes a la corte de Estrofio, firme aliado de la Casa de Atreo, quien
gobernaba en Crisa, al pie del monte Parnaso.
Este Estrofio se había casado con la hermana de Agamenón llamada Astíoque, o
Anaxibia, o Cindrágora. En Crisa Orestes tuvo por compañero de juegos a un
muchacho aventurero, a saber, el hijo de Estrofio llamado Pílades, que era algo
más joven que él, y su amistad estaba destinada a hacerse proverbial.
Por el anciano preceptor se enteró con pesar de que el cadáver de Agamenón
había sido sacado de la casa y enterrado apresuradamente por Clitemestra, sin
las libaciones ni las ramas de mirto, y que a los habitantes de Micenas se les
había prohibido asistir al funeral.
c. Egisto reinó en Micenas durante siete
años; viajaba en el carro de Agamenón, se sentaba en su trono, empuñaba su
cetro, llevaba sus túnicas, dormía en su lecho y dilapidaba sus riquezas. Pero
a pesar de todos esos aderezos regios era poco más que un esclavo de
Clitemestra, la verdadera gobernante de Micenas.
Cuando se embriagaba solía saltar sobre la tumba de Agamenón y apedrear la
lápida mientras gritaba: «¡Ven Orestes, ven a defender lo tuyo!» La verdad era,
no obstante, que vivía con un abyecto temor a la venganza, incluso cuando lo
rodeaba una guardia extranjera de confianza; no pasaba una sola noche en sueño
profundo y había ofrecido una gran recompensa en oro por el asesinato de
Orestes.
d. Electra se había comprometido en
casamiento con su primo Castor de Esparta antes de la muerte y semideificación
de éste. Aunque los principales príncipes de Grecia aspiraban a su mano, Egisto
temía que pudiera dar a luz un hijo que vengara a Agamenón y en consecuencia
anunció que no sería aceptado pretendiente alguno. De buena gana habría dado
muerte a Electra, que le mostraba un odio implacable, para que no se acostara
en secreto con algunos de los funcionarios del palacio y le diera un bastardo,
pero Clitemestra, quien no sentía remordimientos de conciencia por su
participación en el asesinato de Agamenón, y temía incurrir en el desagrado de
los dioses, le prohibió que lo hiciera. Le permitió, sin embargo, que casara a
Electra con un campesino de Micenas, quien, por temor a Orestes y porque era
naturalmente casto, jamás llegó a consumar esa unión desigual.
e. Así, desatendida por Clitemestra, quien
había dado a Egisto tres hijos llamados Erígona, Aletes y la segunda Helena,
Electra vivía en una pobreza deshonrosa y sometida a una estrecha y constante
vigilancia. Al final se decidió que, a menos que aceptase su destino, como
había hecho su hermana Crisótemis, y se abstuviera de llamar públicamente a
Egisto y Clitemestra «adúlteros asesinos», sería desterrada a alguna ciudad
lejana y encerrada allí en un calabozo en el que nunca penetrara la luz del
sol. Pero Electra despreciaba a Crisótemis por su subordinación y su deslealtad
a su padre difunto, y en secreto enviaba frecuentes recordatorios a Orestes de
la venganza a la que estaba obligado.
f. Orestes, quien había llegado a la edad
viril, hizo una visita al Oráculo de Delfos para preguntar si debía o no
destruir a los asesinos de su padre. La respuesta de Apolo, autorizada por
Zeus, fue que si no vengaba a Agamenón se convertiría en un paria de la
sociedad, se le prohibiría la entrada en todo altar o templo y enfermaría de
una lepra que devora la carne y hace que brote en ella un moho blanco.
Se le recomendó que hiciera libaciones junto a la tumba de Agamenón, que dejara
un rizo de su cabello sobre ella y, sin ayuda de compañía alguna de lanceros,
impusiera astutamente el
castigo debido a los asesinos. Al mismo
tiempo la Pitonisa observó que las Erinias no perdonarían fácilmente un
matricidio y, en consecuencia, en nombre de Apolo, dio a Orestes un arco de
asta con el que podría rechazar sus ataques si se hacían insoportables. Después
de cumplir sus órdenes, Orestes debía volver a Delfos, donde Apolo le
protegería.
g. En el octavo año —o, según algunos, al
cabo de veinte años— Orestes volvió en secreto a Micenas, pasando por Atenas,
decidido a matar a Egisto y a su madre.
Una mañana, acompañado por Pílades, fue a visitar la tumba de Agamenón y allí
se cortó un mechón del cabello mientras invocaba a Hermes Infernal, patrono de
la paternidad. Al ver que se acercaba un grupo de esclavas, sucias y
desgreñadas, para actuar como plañideras, se refugió en un matorral cercano
para observarlas. La noche anterior Clitemestra había soñado que daba a luz una
serpiente, a la que envolvía en pañales y amamantaba. De pronto gritó en su
sueño y alarmó a todo el palacio declarando que la serpiente le había sacado
del pecho sangre además de leche. La opinión de los adivinos con los que
consultó fue que había incurrido en la ira de los muertos; y en consecuencia
las esclavas plañideras iban en su nombre a hacer libaciones en la tumba de Agamenón,
con la esperanza de aplacar a su ánima. Electra, que formaba parte del grupo
hizo las libaciones en su propio nombre, no en el de su madre, ofreció a
Agamenón plegarias en favor de la venganza y no del perdón, y rogó a Hermes que
invocase a la Madre Tierra y los dioses del Infierno para que escucharan su
súplica. Al ver el mechón de cabellos colocado sobre la tumba, dedujo que sólo
podía pertenecer a Orestes, porque se parecía mucho al suyo en el color y la
contextura y porque ninguna otra persona se habría atrevido a hacer semejante
ofrenda.
h. Luchando entre la duda y la esperanza,
estaba Electra comparando sus pies con la huellas que había dejado Orestes en
la arcilla junto a la tumba y descubriendo en ellas un parecido familiar,
cuando él salió de su escondite, hizo ver a su hermana que el mechón era suyo y
le mostró la túnica con la que había huido de Micenas. Electra lo acogió con
gran alegría, y juntos invocaron a su antepasado el Padre Zeus, a quien
recordaron que Agamenón le había tributado siempre grandes honores y que si se
extinguiera la Casa de Atreo no quedaría en Micenas nadie que le ofreciera las
hecatombes acostumbradas, pues Egisto adoraba a otros dioses.
i. Cuando las esclavas refirieron a
Orestes el sueño de Clitemestra, se reconoció a sí mismo en la serpiente y
declaró que, en efecto, él desempeñaría el papel de la astuta serpiente y
extraería sangre del cuerpo pérfido de su madre. Luego ordenó a Electra que
entrara en el palacio y no le dijera a Clitemestra nada de su encuentro; él y
Pílades la seguirían poco tiempo después y pedirían hospitalidad en la puerta
como extranjeros y suplicantes, simulando que eran focenses y hablando el
dialecto parnasiano. Si el portero se negaba a admitirlos, la inhospitalidad de
Egisto escandalizaría a la ciudad; si les admitía, no dejarían de vengarse.
Poco después Orestes llamó a la puerta del palacio y preguntó por el dueño o la
dueña de la casa. Salió Clitemestra en persona, pero no reconoció a Orestes. Él
fingió que era un eolio de Dáulide que le llevaba malas noticias de un tal
Estrofio al que había encontrado por casualidad en el camino de Argos; tenía
que comunicarle que su hijo Orestes había muerto y que sus cenizas estaban
guardadas en una urna de bronce. Estrofio deseaba saber si debía enviarlas a
Micenas o enterrarlas en Crisa.
j. Clitemestra hizo entrar inmediatamente
a Orestes y ocultando su alegría a los sirvientes, envió a su anciana nodriza,
Geilisa, en busca de Egisto, que se hallaba en un templo cercano. Pero Geilisa
reconoció a Orestes a pesar del disfraz y, alterando el mensaje, le dijo a
Egisto que se regocijase porque ahora podía acudir solo y sin armas a saludar a
los portadores de la buena noticia: su enemigo había muerto.
Sin sospechar nada, Egisto entró en el palacio donde, para crear una nueva
distracción, acababa de llegar Pílades con una urna de bronce. Le dijo a
Clitemestra que esa urna contenía las cenizas de Orestes, que Estrofio había
decidido enviar a Micenas. Esta aparente confirmación del primer mensaje hizo que
Egisto confiara por completo, por lo que Orestes no tuvo dificultad para
desenvainar su espada y darle muerte. Clitemestra reconoció entonces a su hijo
y trató de aplacarlo descubriéndose el pecho y apelando a su deber filial, pero
Orestes la decapitó de un solo golpe con la misma espada y su madre cayó junto
al cuerpo de su amante. Erguido sobre los cadáveres, Orestes habló a los
sirvientes del palacio, sosteniendo en alto la red todavía manchada con sangre
en la que Agamenón había muerto y disculpándose elocuentemente por el asesinato
de Clitemestra, recordándoles su traición y agregando que Egisto había sufrido
la sentencia prescrita por la ley para los adúlteros
k. No satisfecho con matar a Egisto y
Clitemestra, Orestes acabó con la segunda Helena, hija de ambos, y Pílades
rechazó a los hijos de Nauplio, que habían venido a socorrer a Egisto.
l. Algunos dicen, no obstante, que estos
acontecimientos tuvieron lugar en Argos, en el tercer día del Festival de Hera,
cuando iba a comenzar la procesión de las vírgenes. Egisto había preparado un
banquete para las ninfas cerca de las praderas de los caballos, antes de
sacrificar un toro a Hera, y reunía ramas de mirto para coronarse la cabeza. Se
añade que Electra, al encontrar a Orestes junto a la tumba de Agamenón, no
creyó al principio que era su hermano perdido hacía tanto tiempo, a pesar de la
semejanza de su cabello y de la túnica que le mostró. Por fin, una cicatriz que
tenía en la frente le convenció, porque en otro tiempo, cuando eran niños,
habían cazado juntos un ciervo y él se había resbalado y caído, haciéndose un
corte en la cabeza con una piedra afilada.
m. Obedeciendo las instrucciones que ella
le dio en voz baja, Orestes fue inmediatamente al altar donde sacrificaban al
toro, y cuando Egisto se inclinaba para examinar las entrañas, le cortó la
cabeza con el hacha de los sacrificios. Entretanto Electra, a quien presentó la
cabeza, hizo salir a Clitemestra del palacio, alegando engañosamente que diez
días antes había dado un hijo a su marido campesino, y cuando Clitemestra,
ansiosa por ver a su primer nieto, fue a la choza, Orestes, que la esperaba
detrás de la puerta, la mató sin misericordia.
n. Otros, aunque convienen en que el
asesinato tuvo lugar en Argos, dicen que Clitemestra envió a Crisótemis a la
tumba de Agamenón con las libaciones, pues había soñado que Agamenón,
resucitado, arrancaba el centro de las manos de Egisto y lo plantaba en tierra
tan firmemente que florecía y echaba ramas que arrojaban sombra en todo el
territorio de Micenas. Según este relato, la noticia que engañó a Egisto y
Clitemestra fue que Orestes había muerto accidentalmente cuando competía en una
carrera de carros en los Juegos Píticos, y Orestes no mostró a Electra un
mechón, ni una túnica bordada, ni una cicatriz, como prueba de su identidad,
sino el sello de Agamenón, tallado con un pedazo del hombro de marfil de Pélope.
o. Otros niegan que Orestes matara a
Clitemestra con sus propias manos y dicen que la sometió a la decisión de los
jueces, quienes la condenaron a muerte, y que su única culpa, si se le puede
llamar culpa, fue no haber intercedido en su favor.
1.
Este es un mito decisivo con numerosas variantes. El olimpianismo
se había formado como una religión de transacción entre el principio matriarcal
pre-helénico y el principio patriarcal helénico; la familia divina se componía
al comienzo de seis dioses y seis diosas. Un equilibrio de poder inquieto se
mantuvo hasta que Atenea volvió a nacer de la cabeza de Zeus, y Dioniso,
renacido de su muslo, ocupó el asiento de Hestia en el Consejo divino (véase
27.k); en adelante la preponderancia masculina en todos los debates divinos
estaba asegurada —situación que se reflejaba en la Tierra— y se podía desafiar
con buen éxito las antiguas prerrogativas de las diosas.
2.
La herencia matrilineal era
uno de los axiomas tomados de la religión pre-helena. Puesto que todos los
reyes tenían que ser necesariamente extranjeros que gobernaban en virtud de su
casamiento con una heredera al trono, los príncipes reales aprendieron a considerar
a su madre como el principal soporte del reino y al matricidio como un crimen
inimaginable. Se les criaba de acuerdo con los ritos de la religión anterior,
según la cual el rey sagrado había sido engañado siempre por su esposa diosa,
muerto por su heredero y vengado por su hijo; sabían que el hijo nunca
castigaba a su madre adúltera, quien había actuado con toda la autoridad de la
diosa a la que servía.
3.
La antigüedad del mito de
Orestes es evidente por su amistad con Pílades, con quien se halla en
exactamente la misma relación que Teseo con Pirítoo. En la versión arcaica era
sin duda un príncipe fócense quien mató ritualmente a Egisto al término de los
ocho años de su reinado y se convirtió en el nuevo rey casándose con
Crisótemis, la hija de Clitemestra.
4.
Otros rastros denunciadores de la versión arcaica subsisten en
Esquilo, Sófocles y Eurípides. Egisto es muerto durante el festival de la diosa
de la Muerte, Hera, mientras corta ramas de mirto, y lo ultiman como al toro
Minos, con un hacha de los sacrificios. La salvación de Orestes («montañés»)
por Geilisa en una túnica «bordada con fieras», y la estada del preceptor entre
los pastores de Taños, recuerdan juntos la conocida fábula del príncipe real
envuelto en una túnica y abandonado en una montaña a merced de las fieras y
cuidado por pastores, con la túnica reconocida finalmente, como en el mito de
Hipótoo (véase 49.a). La sustitución por Geilisa de la víctima regia con su
propio hijo se refiere, quizás, a una etapa de la historia religiosa en que el
niño que sustituía anualmente al rey no era ya miembro del clan real.
5.
¿Hasta qué punto pueden ser aceptadas, por tanto, las
características principales le la fábula tal como las dan los dramaturgos
áticos? Aunque es improbable que las Erinias hayan sido introducidas
injustificadamente en el mito —que, como el de Alcmeón y Erifila (véase 107.d)
parece haber sido una advertencia moral contra la menor desobediencia,
perjuicio o insulto que un hijo podía hacer a su madre— es igualmente
improbable que Orestes matara a Clitemestra. Si lo hubiera hecho, Homero sin
duda lo habría mencionado y no le habría llamado «semejante a los dioses»; pero
solamente escribe que Orestes mató a Egisto, cuyo banquete fúnebre celebró
conjuntamente con el de su odiada madre (Odisea iii.306 y ss.). La Crónica
paria tampoco menciona el matricidio en la acusación contra Orestes. Es
probable, por tanto, que Servio haya conservado el verdadero relato: que
Orestes, después de matar a Egisto, se limitó a entregar a Clitemestra a la justicia
popular, cosa que recomienda significativamente Tindáreo en el Orestes de
Eurípides (496 y ss.). Sin embargo, ofender a una madre negándose a defender su
causa, por malvadamente que hubiera obrado, bastaba bajo la antigua ley divina
para hacer que le persiguieran las Erinias.
6.
Parece, en consecuencia, que este mito, que circulaba ampliamente,
había colocado a la madre de una familia en una posición tan fuerte cuando
surgía alguna disputa familiar, que el sacerdocio de Apolo y de Atenea nacida
de Zeus (traidora a la vieja religión) decidió suprimirlo. Lo consiguieron
haciendo que Orestes no se limitase a someter a juicio a Clitemestra, sino que
la matase y luego consiguiese la absolución en el tribunal más venerable de
Grecia: con el apoyo de Zeus y la intervención personal de Apolo, quien también
había incitado a Alcmeón a asesinar a su traidora madre, Erifila. La intención
de los sacerdotes era invalidar, de una vez por todas, el axioma religioso de
que la maternidad es más divina que la paternidad.
7.
En la revisión el casamiento patrilocal y la descendencia
patrílineal se dan por supuestas, y se desafía con buen éxito a las Erinias.
Electra, cuyo nombre, «ámbar», indica el culto paternal de Apolo Hiperbóreo,
contrasta favorablemente con Crisótemis, cuyo nombre recuerda que el antiguo
concepto del derecho matriarcal seguía prevaleciendo en la mayor parte de
Grecia, y cuya «subordinación» a su madre había sido considerada hasta entonces
piadosa y noble. Electra está «por completo en favor del padre», como la Atenea
nacida de Zeus. Además, las Erinias habían intervenido siempre en favor de la
madre únicamente; y Esquilo fuerza el lenguaje cuando habla de las Erinias
cargadas con la vengadora sangre paterna (Las suplicantes 283-4). La amenaza de
Apolo de que Orestes enfermaría de lepra si no mataba a su madre era sumamente
atrevida; infligir o curar la lepra había sido desde hacía mucho tiempo
prerrogativa únicamente de la Diosa Blanca Leprea, o Alfito (Diosa Blanca,
capítulo 24). En la continuación no todas las Erinias aceptan el fallo deifico
de Apolo, y Eurípides apacigua a sus espectadoras permitiendo que los Dioscuros
sugieran que los mandatos de Apolo habían sido muy imprudentes (Electra 1246).
8.
Las grandes variaciones en la escena del reconocimiento y en la
trama mediante la cual Orestes se da maña para matar a Egisto y Clitemestra
tienen interés solamente como prueba de que los dramaturgos clásicos no estaban
atados por la tradición. La suya era una nueva versión de un mito antiguo, y
tanto Sófocles como Eurípides trataron de mejorar a Esquilo, el primero que lo
formuló, haciendo la acción más verosímil.
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