domingo, 4 de agosto de 2013

135 El asesinato de Ífito

a. Cuando Heracles volvió a Tebas una vez terminados sus trabajos, dio a Megara, su esposa, que entonces tenía treinta y tres años, en matrimonio a su sobrino y auriga Yolao, que tenia sólo dieciséis, haciendo la observación de que su unión con ella había sido desdichada. Luego buscó una esposa más joven y más afortunada; y, habiéndose enterado de que su amigo Éurito, hijo de Melanio, rey de Ecalia, había ofrecido casar a su hija Yole con el arquero que pudiera disparar sus flechas a mayor distancia que él y que sus cuatro hijos, se encaminó hacia allá. Apolo le había dado a Éurito un excelente arco y le había enseñado él mismo a manejarlo, y ahora Éurito afirmaba que superaba al dios en puntería; sin embargo, a Heracles no le resultó nada difícil vencer esta prueba. El resultado desagradó a Éurito excesivamente y, cuando se enteró de que Heracles había repudiado a Megara después de asesinar a sus hijos, se negó a concederle la mano de Yole. Después de beber mucho vino para adquirir confianza, le dijo a Heracles: «Nunca podrías compararte conmigo y con mis hijos como arquero si no empleases de mala fe flechas mágicas que no pueden errar el blanco. Declaro esta competencia nula y, en todo caso, yo no confiaría mi amada hija a un rufián como tú. Además, eres esclavo de Euristeo y, como es claro, sólo mereces que te apalee un hombre libre.» Dicho eso, expulsó a Heracles del palacio. Heracles no tomó represalias inmediatamente, como podía haber hecho muy bien, pero juró vengarse.

b. Tres de los hijos de Éurito, a saber Deyón, Clito y Toxco, habían apoyado a su padre en sus deshonestas pretensiones. Sin embargo, el mayor, que se llamaba Ifito, declaró que Yole, con toda justicia, debía haber sido entregada a Heracles; y cuando, poco tiempo después, doce yeguas madres de fuertes cascos y doce robustos muletos desaparecieron de Eubea, se negó a creer que Heracles era el ladrón. En realidad los había robado un ladrón muy conocido llamado Autólico, quien les cambió mágicamente el aspecto y los vendió al confiado Heracles como si fueran suyos. ífito siguió las huellas de las yeguas y los muletos y descubrió que llevaban hacia Tirinto, lo que les hi/o sospechar que, después de todo, Heracles se vengaba del insulto que le había inferido Éurito. Al encontrarse de pronto frente a frente con Heracles, quien acababa de volver de rescatar a Alcestis, ocultó sus sospechas y se limitó a pedirle que le aconsejara al respecto. Heracles no reconoció por la descripción de Ifito a los animales que le había vendido Autólico, y con su cordialidad habitual prometió buscarlos si ífito consentía en ser su huésped. Sin embargo, adivinó que se le sospechaba de robo, lo que amargó su corazón sensible. Después de un gran banquete llevó a Ifito a lo alto de la torre más elevada de Tirinto y le dijo: «Mira a tu alrededor y dime si tus yeguas están paciendo por estos alrededores.» «No las veo», confesó Ifito. «Entonces, me has acusado falsamente en tu corazón de ser un ladrón», gritó Heracles, furioso, y lo arrojó desde lo alto de la torre.

c. Heracles fue poco después a ver a Neleo, el rey de Pilos, y le pidió que le purificara, pero Neleo no quiso hacerlo, porque Éurito era aliado suyo. Y ninguno de sus hijos, con excepción del menor, Néstor, quiso recibir a Heracles, quien por fin convenció a Deífobo, el hijo de Hipólito, para que le purificara en Amidas. Sin embargo, seguía teniendo malos sueños y fue a preguntar al oráculo de Delfos cómo podía librarse de ellos. La pitonisa Jenoclea se negó a responder a esa pregunta. «Asesinaste a tu huésped —le dijo—. ¡Yo no tengo oráculos para los que son como tú!» «¡Entonces me veré obligado a instituir un oráculo propio!» exclamó Heracles. Dicho eso, despojó al templo de sus ofrendas votivas e inclusive se llevó el trípode en el que se sentaba Jenoclea. «Heracles de Tirinto es un hombre muy diferente de su homónimo canopeo», dijo la pitonisa severamente mientras él se llevaba el trípode; quería decir que el Heracles egipcio había ido en una ocasión a Delfos y se había comportado con cortesía y veneración.

d. Apolo, indignado por esa acción, luchó con Heracles, hasta que Zeus separó a los combatientes con un rayo y les obligó a estrecharse las manos amistosamente. Heracles devolvió el trípode sagrado y los dos juntos fundaron la ciudad de Gitio, donde ahora se alzan juntas en la plaza del mercado las imágenes de Apolo, Heracles y Dioniso. Entonces Jenoclea le dio a Heracles el siguiente oráculo: «Para librarte de tu aflicción debes ser vendido como esclavo durante todo un año y el precio que obtengas debe ser entregado a los hijos de Ifito. Zeus está enojado porque has violado las leyes de la hospitalidad, cualquiera que haya sido la provocación.» «¿De quién debo ser esclavo?», preguntó Heracles humildemente. «La reina Ónfale de Lidia te comprará», contestó Jenoclea. «Obedezco —dijo Heracles—, pero algún día esclavizaré al hombre que. me ha impuesto este sufrimiento, ¡y también a toda su familia!». Sin embargo, algunos dicen que Heracles no devolvió el trípode y que cuando mil años después Apolo se enteró de que lo habían llevado a la ciudad de Feneo castigó a sus habitantes cerrando el canal que Heracles había abierto para dar salida a las intensas lluvias e inundó la ciudad.

e. Es corriente otra versión completamente distinta de estos acontecimientos. Según ella el eubeo Lico, hijo de Posidón y Dirce, atacó Tebas durante una sedición, mató al rey Créente y usurpó el trono. Creyendo la in- formación de Copreo de que Heracles había muerto, Lico trató de seducir a Megara y cuando ella se resistió, les habría matado a ella y a sus hijos si Heracles no hubiera vuelto del Tártaro justamente a tiempo para vengarse. Al punto Hera, de la que Lico era el favorito, volvió
loco a Heracles, quien mató a Megara y a sus propios hijos, así como a su valido, el etolio Estiquio. Los tebanos, que muestran la tumba de los hijos, dicen que Heracles habría matado también a su padre adoptivo Anfitrión si Atenea no le hubiera golpeado con una gran piedra dejándolo insensible; y la señalan diciendo: «Lo apodamos la Castigadora.» Pero en realidad Anfitrión había muerto mucho antes en la campaña de Orcómeno. Los atenienses alegan que Teseo, agradecido a Heracles por haberlo sacado del Tártaro, llegó en aquel momento con un ejército ateniense para ayudar a Heracles contra Lico. Se quedó horrorizado ante el asesinato, pero prometió a Heracles todos los honores durante el resto de su vida y después de su muerte, y lo llevó a Atenas,
donde Medea curó su locura con medicamentos. Luego Sícalo le purificó una vez más.

1.      En la sociedad matrilineal el divorcio de una esposa regia implica el abandono del reino que ha constituido su parte matrimonial; y parece probable que, una vez relajadas en Grecia las convenciones antiguas, un rey sagrado podía evitar la muerte al final de su reinado abandonando su reino y casándose con la heredera de otro. Si es así, la objeción de Éurito a Heracles como su yerno no sería que había matado a sus hijos —las víctimas anuales sacrificadas mientras reinaba en Tebas—, sino que había eludido el deber regio de morirse. La conquista de una novia mediante una hazaña de ballestería era una costumbre indo-europea: en el Mahabharata, Arjuna consigue así a Draupadi, y en el Ramayana Rama encorva el fuerte arco de Shiva y consigue a Sita. Además, el disparo de una flecha hacia cada uno de los puntos cardinales de la brújula y otra hacia el cénit (véase 126.2 y 132.8) formaba parte de los ritos del casamiento regio en la India y Egipto. Las yeguas pueden haber figurado en el sacrificio con ocasión del casamiento de Heracles y Yole, cuando él llegó a ser rey de Ecalia (véase 81.4). Ifito, en todo caso, es el sustituto del rey arrojado desde las murallas tebanas al final de cada año, o en cualquier otro momento para aplacar a alguna divinidad irritada (vése 105.6, 106.; y 121.3).

2.      Que Heracles se apoderara del trípode de Delfos se refiere, al parecer, a una toma del templo por los dorios; así como el rayo lanzado por Zeus entre Apolo y Heracles se refiere a la decisión de que a Apolo se le debía permitir que mantuviera su Oráculo en vez de cederlo a Heracles con la condición de que sirviera los intereses dorios como patrón de los dimanos, una tribu perteneciente a la Liga Doria. Era notorio que los espartanos, que eran dorios, dominaban al Oráculo de Delfos en la época clásica. Eurípides omite el episodio del trípode en su Heracles porque en el año 421 a. de C. los atenientes habían sido derrotados por el Tratado de Nicias en su intento de mantener la soberanía de los focenses en Delfos; los espartanos insistieron en hacer de él un estado títere separado que dominaban ellos. A mediados del siglo IV, cuando se reanudó la disputa, los focenses se apoderaron de Delfos y se apropiaron de algunos de sus tesoros para reclutar fuerzas en su propia defensa, pero sufrieron una gran derrota y fueron destruidas todas sus ciudades.

3.      El reproche de la Pitonisa parece significar que los dorios, que habían conquistado el Peloponeso, se llamaban «Hijos de Heracles» y no le mostraban el mismo respeto que sus predecesores aqueos, eolios y jonios, cuyas vinculaciones religiosas eran con los libios agricultores del Delta de Egipto más bien que con los reyes ganaderos helenos; la predecesora de Jenociea, Herófila («amada de Hera») era hija de Zeus y Lamia y la llamaban «Sibila» los libios a los que gobernaba (Pausanias: x.12.1; Eurípides; Prólogo de Lamia). Cicerón confirma esta opinión cuando niega que el hijo de Alcmena (es decir, el Heracles pre-dorio) fue quien luchó con Apolo por el trípode (Sobre la naturaleza de los dioses iii). Posteriormente se hicieron tentativas, en nombre de la decencia religiosa, para enmendar la disputa entre el Apolo fócense y el Heracles dorio. Así Plutarco, sacerdote de Delfos, sugiere (Diálogo sobre la E en Delfos 6) que Heracles llegó a ser un adivino y un lógico experto y «parece haberse apoderado del trípode en una amistosa rivalidad con Apolo». Al describir la venganza de Apolo sobre los habitantes de Feneo, suprime discretamente el hecho de que fue Heracles quien les había abierto el canal (véase 138.á).

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