jueves, 1 de agosto de 2013

114 El juicio de Orestes

a. Los micénicos que habían apoyado a Orestes en su acción inaudita no permitieron que los cadáveres de Clitemestra y Egisto quedaran dentro de su ciudad y los enterraron a cierta distancia de las murallas. Esa noche Orestes y Pílades hicieron la guardia en la tumba de Clitemestra, por si alguien se atrevía a robar sus restos, pero durante la vigilancia aparecieron las Erinias, de cabello de serpientes, cabeza de perro y alas de murciélago, blandiendo sus látigos. Enloquecido por esos ataques feroces, contra los que servía de poco el arco de asta de Apolo, Orestes cayó postrado en un lecho, donde permaneció tendido durante seis días, con la cabeza envuelta en un manto, negándose a comer y a lavarse.

b. El viejo Tindáreo llegó en aquel momento de Esparta y acusó a Orestes de matricida, convocando a los caudillos de Micenas para que juzgasen el caso. Decretó que hasta que se celebrara el juicio nadie hablase con Orestes ni Electra y que a ambos se les negase el albergue, el fuego y el agua. Así Orestes no pudo siquiera lavarse las manos manchadas de sangre. Las calles de
Micenas estaban custodiadas por ciudadanos armados; y Éax, hijo de Nauplio, aprovechó con placer la oportunidad para vejar a los hijos de Agamenón.

c. Entretanto, Menelao, cargado con el tesoro, desembarcó en Nauplia, donde un pescador le dijo que Egisto y Clitemestra habían sido asesinados. Envió por delante a Helena para que confirmase la noticia en Micenas, pero por la noche, para que los parientes de los que habían perecido en Troya no la lapidasen. Helena, quien se avergonzaba de llorar en público la muerte de su hermana Clitemestra, pues ella misma había causado más derramamiento de sangre con sus infidelidades, pidió a Electra, que cuidaba al afligido Orestes: «Por favor, sobrina, toma ofrendas de mi cabello y déjalas en la tumba de Clitemestra después de hacer libaciones a su ánima.» Electra, cuando vio que la vanidad de Helena le había impedido cortarse más que las puntas mismas de los cabellos, se negó a hacerlo. «Envía a tu hija Hermíone para que lo haga», fue su consejo lacónico. En consecuencia, Helena mandó venir a Hermíone del palacio. Era sólo una niña de nueve años cuando su madre se fugó con París, y Menelao la había puesto a cargo de Clitemestra al comenzar la guerra de Troya; sin embargo, reconoció a Helena inmediatamente e hizo obedientemente lo que ella le dijo.

d. Luego Menelao entró en el palacio, donde le recibió su padre adoptivo Tindáreo, vestido de luto riguroso, y le advirtió que no pusiera los pies en territorio espartano hasta que él hubiera castigado a sus criminales sobrinos. Tindáreo sostenía que Orestes se debía haber limitado a dejar que sus conciudadanos desterrasen a Clitemestra. Si hubiesen pedido su muerte, debía haber intercedido en su favor. Tal como estaban las cosas, había que convencerle, de buen o mal grado, de que no sólo Orestes, sino también Electra que le había incitado, debían ser lapidados por matricidas.

e. Temiendo ofender a Tindáreo, Menelao consiguió la sentencia deseada. Pero ante la elocuente defensa que hizo de sí mismo Orestes, quien estaba presente ante el tribunal y contaba con el apoyo de Pílades (repudiado por Estrofio por su participación en el asesinato), los jueces conmutaron la sentencia por la de suicidio. Pílades se llevó a Orestes, negándose noblemente a abandonarlos a él y a Electra, con quien estaba comprometido en matrimonio, y propuso que, puesto que los tres debían morir, primeramente castigasen la cobardía y la deslealtad de Menelao matando a Helena, la causante de todas las desgracias que habían caído sobre ellos. En consecuencia, mientras Helena esperaba fuera de las murallas el momento para ejecutar su propósito —que era interceptar a Hermíone a su regreso de la tumba de Clitemestra y apoderarse de ella como rehén para asegurar el buen comportamiento de Menelao— Orestes y Pílades entraron en el palacio con las espadas. ocultas bajo los mantos, y se refugiaron en el altar central, como si fueran suplicantes. A Helena, quien se sentó cerca de ellos para tejer lana destinada a una túnica de púrpura que se proponía dejar como ofrenda en la tumba de Clitemestra, le engañaron sus lamentaciones y se acercó para saludarlos. Inmediatamente ambos desenvainaron sus espadas y, mientras Pílades ahuyentaba a las esclavas frigias de Helena, Orestes trató de matarla. Pero Apolo, por orden de Zeus, la transportó en una nube al Olimpo, donde se convirtió en una de los inmortales y se unió a sus hermanos, los Dioscuros, como guardiana de los marineros en peligro.

f. Entretanto Electra había conseguido detener a Hermíone introduciéndola en el palacio y atrancando las puertas. Menelao, al ver que la muerte amenazaba a su hija, ordenó que la salvaran inmediatamente. Sus soldados derribaron las puertas y Orestes estaba a punto de incendiar el palacio, dar muerte a Hermíone y matarse a sí mismo con la espada o el fuego, cuando Apolo apareció providencialmente, arrancó la antorcha de su mano y rechazó a los soldados de Menelao. En el silencio aterrador causado por su presencia, Apolo ordenó a Menelao que tomara otra esposa, desposara a Hermíone con Orestes y volviera a gobernar en Esparta. El asesinato de Clitemestra ya no tenía por qué preocuparle, ahora que los dioses habían intervenido.

g. Con una rama de laurel entrelazada con lana y una guirnalda de flores, para mostrar que estaba bajo la protección de Apolo, Orestes salió para Delfos, todavía perseguido por las Erinias. La sacerdotisa pitia se aterró al verlo acuclillado como un suplicante en la piedra-ombligo de mármol —manchada con la sangre de sus manos todavía sin lavar— y la horrible caterva de negras Erinias que dormían junto a él. Pero Apolo la tranquilizó prometiéndole que actuaría como defensor de Orestes, a quien ordenó que afrontase la prueba con coraje. Tras un período de destierro debía ir a Atenas y allí abrazar la antigua imagen de Atenea, quien, como habían profetizado ya los Dioscuros, lo protegería con su égida con la cara de la Gorgona, y anularía la maldición. Mientras las Erinias seguían profundamente dormidas, Orestes huyó guiado por Hermes, pero el espíritu de Clitemestra no tardó en penetrar en el recinto, les reprendió y, les recordó que con frecuencia les había ofrecido ella libaciones de vino y horrendos banquetes de medianoche. Como consecuencia, las Erinias reanudaron su persecución, desdeñando las airadas amenazas de
Apolo de darles muerte con sus flechas.

h. El destierro de Orestes duró un año, período que debe transcurrir antes que un homicida pueda volver a actuar entre sus conciudadanos. Fue a lugares lejanos, por tierra y mar, perseguido por las incansables Erinias y purificándose constantemente con sangre de cerdos y agua corriente; pero estos ritos sólo conseguían mantener a raya a sus atormentadoras durante una o dos horas y no tardó en perder el juicio. Para comenzar, Hermes le acompañó hasta Trecén, donde se alojó en la que ahora se llama la Casilla de Orestes, situada frente al santuario de Apolo; y poco después nueve trecenios le purificaron en la Roca Sagrada, cerca del templo de Artemis Lobuna; para ello utilizaron el agua de la fuente Hipocrene y la sangre de las víctimas sacrificadas. Un antiguo laurel señala el lugar donde se enterraba después a las víctimas, y los descendientes de esos nueve hombres todavía comen anualmente en la casilla en un día señalado.

i. Frente a la isla de Cránae, a tres estadios de Gitio, hay una piedra no labrada, llamada la piedra de Zeus el Aliviador, en la que se sentó Orestes y por el momento quedó aliviado de su locura. Se dice que también fue purificado en siete arroyos de las cercanías de la italiana Regio, donde construyó un templo, en tres tributarios del Hebro tracio y en el Orontes, que corre más allá de Antioquía.

j. A siete estadios de la carretera de Megalópolis a Mesenia, a la izquierda, muestran un santuario de las Diosas Locas, un título de la Erinias, quienes infligieron a Orestes un ataque de locura; y también un pequeño túmulo, coronado por un dedo de piedra y al que llaman la Tumba del Dedo. Señala el lugar donde, desesperado, se arrancó un dedo de un mordisco para aplacar a las diosas negras, y algunas de ellas por lo menos cambiaron su matiz por el blanco, de modo que Orestes recuperó el juicio. Luego se afeitó la cabeza en un templo cercano llamado Acé, e hizo un sacrificio propiciatorio a las diosas negras y otro de acción de gracias a las blancas. Ahora se acostumbra a hacer sacrificios a las últimas conjuntamente con las Gracias.

k. Luego Orestes fue a vivir entre los azanes y los arcadios de la Llanura Parrasia, la cual juntamente con la ciudad vecina llamada anteriormente Orestasio por su fundador Oresteo, hijo de Licaón, cambió su nombre por el de Orestea. Sin embargo, algunos dicen que Orestea se llamaba anteriormente Azania, y que Orestes fue a vivir allí sólo después de una visita a Atenas. Otros dicen que pasó su destierro en Epiro, donde fundó la ciudad de Argos Oréstica y dio su nombre a los paroraes orestianos, epirotas que habitan en las colinas abruptas de las montañas ilirias.

l. Cuando hubo transcurrido un año Orestes hizo una visita a Atenas, gobernada entonces por su pariente Pandión; o, según dicen algunos, por Demofonte. Se dirigió inmediatamente al templo de Atenea en la Acrópolis, se sentó y abrazó su imagen. Las Erinias negras no tardaron en llegar, jadeantes, pues habían perdido su rastro cuando cruzaba el Istmo. Aunque al principio nadie quiso recibirle porque sufría el odio de los dioses, poco después algunos se animaron a invitarlo a sus casas, donde se sentaba a una mesa separada y bebía de una copa de vino distinta.

m. A las Erinias, que ya habían comenzado a acusarle ante los atenienses, se les unieron pronto Tindáreo y su nieta Erígone hija de Egisto y Clitemestra y, según dicen algunos, también Perileo, primo de Clitemestra e hijo de Icario. Pero Atenea, que había oído la súplica de Orestes desde el Escamandro, su territorio troyano recién adquirido, se apresuró a ir a Atenas, tomó juramento como jueces a los ciudadanos más nobles y convocó al Areópago para que juzgara el que era en aquel momento sólo el segundo caso de homicidio que se presentaba ante él.

n. A su debido tiempo se realizó el juicio. Apolo se presentó como defensor y la mayor de las Erinias como fiscal. En un discurso elocuente Apolo negó la importancia de la maternidad, afirmando que la mujer no era más que el surco inerte en el que el marido deposita su semilla y declaró que la acción de Orestes estaba sobradamente justificada y que el padre era el único progeni
tor merecedor de ese nombre. Como los votos se dividieron en partes iguales, Atenea se declaró completamente en favor del padre y su voto decisivo favoreció a Orestes. Absuelto así honorablemente, volvió muy contento a Argólide y juró que sería un fiel aliado de Atenas mientras viviese. Las Erinias, no obstante, lamentaron fuertemente esta abolición de la antigua ley llevada a cabo por unos dioses advenedizos, y Erígone se ahorcó impulsada por la mortificación.

o. Del final de Helena sobreviven otros tres relatos contradictorios. El primero: que en cumplimiento de la profecía de Proteo volvió a Esparta y vivió allí con Menelao en paz, comodidad y prosperidad, hasta que ambos marcharon, cogidos de la mano, a los Campos Elíseos. El segundo: que hizo con él una visita a las taurios y allí Ifigenia los sacrificó a ambos a Artemis. El tercero: que Polixo, viuda del rey Tlepólemo de Rodas, vengó la muerte de éste enviando a algunas de sus sirvientas, disfrazadas de Erinias, a que ahorcaran a Helena.

1.      La tradición de que las Erinias de Clitemestra enloquecieron a Orestes no puede ser desechada como una invención de los dramaturgos áticos; quedó establecida demasiado pronto, no solamente en Grecia, sino también en la Magna Grecia. Sin embargo, lo mismo que el crimen de Edipo, por el que le persiguieron las Erinias a muerte, no era el haber matado a su madre, sino el haber causado inadvertidamente su suicidio (véase 105.k), así también el asesinato cometido por Orestes parece haber sido de segundo grado solamente: había faltado a su deber filial al no oponerse a la sentencia de muerte dictada por los micénicos. Era bastante fácil influir en el ánimo del tribunal, como lo demostraron pronto Menelao y Tindáreo cuando consiguieron la pena de muerte para Orestes.

2.      Las Erinías eran la personificación de los remordimientos de conciencia, capaces, como sucede todavía en la pagana Melanesia, de matar a un hombre que ha violado un tabú temeraria o inadvertidamente. O bien se enloquecerá y saltará desde lo alto de un cocotero, o bien, como Orestes, se envolverá la cabeza en un manto y se negará a comer y beber hasta morir de inanición, aunque ninguna otra persona esté informada de su culpabilidad. Pablo habría sufrido una suerte análoga en Damasco de no haber sido por la llegada de Ananías (Hechos ix.9 y ss.). El método griego común para purificarse de un homicidio ordinario consistía en que el homicida sacrificase un cerdo, y mientras el espíritu de la víctima bebía vorazmente su sangre, se lavase con agua corriente, se afeitase la cabeza para cambiar de aspecto y fuese al destierro durante un año, despistando así al ánima vengativa. Hasta que quedaba purificado de esta manera sus vecinos lo rehuían por considerar que traía mala suerte y no le permitían entrar en sus casas ni compartir su comida, por temor a verse complicados en sus dificultades; además debía tener en cuenta a la familia de la víctima, pues el ánima de ésta podía pedirles que la vengasen. La sangre de una madre, sin embargo, traía consigo una maldición tan poderosa, que no servían los medios de purificación comunes, y, con excepción del suicidio, el medio más extremo era arrancarse un dedo de un mordisco. Esta automutilación parece haber tenido un éxito por lo menos parcial en el caso de Orestes; así también Heracles, para aplacar a la agraviada Hera, se debió arrancar el dedo que, según se dice, perdió mientras peleaba con el León Nemeo (véase 123.e). En algunas regiones de los Mares del Sur se cercena siempre la coyuntura de un dedo cuando muere un pariente cercano, aunque haya muerto de muerte natural. En Las Euménides (397 y ss.) Esquilo disfraza, al parecer, una tradición según la cual Orestes huyó a la Tróade y vivió allí sin que le molestaran las Erinias, bajo la protección de Atenea, en un terreno de aluvión arrancado al Escamandro y por lo tanto liberado de la maldición (véase 107.e). ¿Por qué otro motivo había de mencionarse a la Tróade?

3.      Las libaciones de vino en vez de sangre, y las ofrendas de pequeños cortes de cabello en vez de toda la cabellera eran enmiendas clásicas de este ritual de apaciguamiento, cuyo significado se olvidó; así como a la costumbre actual de vestir de negro ya no se la relaciona conscientemente con la costumbre antigua de engañar a las ánimas alterando el aspecto normal de uno.

4.      El relato imaginativo de Eurípides acerca de lo que sucedió cuando Helena y Menelao volvieron a Micenas no contiene elemento mítico alguno, con excepción de la apoteosis dramática de Helena; Helena como la diosa Luna había sido patrona de los marineros mucho antes de que los Mellizos Celestiales fueran reconocidos como una constelación. Como Esquilo, Eurípides escribía propaganda religiosa: la absolución de Orestes es testimonio del triunfo final del patriarcado, y está escenificado en Atenas, donde Atenea —anteriormente la diosa libia Neith, o la palestina Anadia, matriarca suprema, pero ahora renacida de la cabeza de Zeus, y que, como insiste Esquilo, no reconocía una madre divina— tolera el matricidio inclusive en el primer grado. Los dramaturgos atenienses sabían que este tema revolucionario no podía ser aceptado en otras partes de Grecia, y de aquí que Eurípides haga que Tindáreo, como representante de Esparta, declare apasionadamente que Orestes debe morir; y los Dioscuros se atreven a condenar a Apolo por haber incitado el crimen.

5.      El nombre de Orestes, «montañés», lo ha relacionado con un distrito silvestre y montañoso de Arcadia que no es probable haya visitado rey alguno de Micenas.

6.      Estas versiones alternativas de la muerte de Helena se dan por diferentes razones. La primera se propone explicar el culto de Helena y Menelao en Terapne; la segunda es una variación teatral del relato de la visita de Orestes a los taurios (véase 116.a-g); la tercera explica el culto rodio de Helena Dendritis, «Helena del Árbol», que es el mismo personaje que Ariadna y la otra Erígone (véase 79.2 y 88.10). Esta Erígone también fue ahorcada.

No hay comentarios:

Publicar un comentario