a. Odiseo, quien se hizo a la mar desde Troya con el conocimiento
seguro de que debía viajar durante otros diez años antes de volver a ítaca,
hizo escala primeramente en la Ismaro cicona y la tomó por asalto. En el saqueo
sólo perdonó a Maro, sacerdote de Apolo, quien, agradecido, le ofreció varias
jarras de vino dulce; pero los cicones del interior vieron la columna de humo
que se extendía a gran altura sobre la ciudad incendiada y atacaron a los
griegos mientras bebían en la costa, diseminándolos en todas direcciones.
Cuando Odiseo consiguió reunir y reembarcar a sus hombres con numerosas bajas,
un fuerte viento nordeste lo llevó a través del mar Egeo hacia Citera.
El cuarto día, durante una calma tentadora, trató de doblar el cabo Malea y
seguir hacia el norte hasta ítaca, pero el viento volvió a soplar con más
violencia que anteriormente. Tras nueve días de peligro y desgracia apareció a
la vista el promontorio libio donde viven los lotófagos. Ahora bien, el loto es
un frutó sin cuesco, de color de azafrán y del tamaño de una haba, que crece en
racimos dulces y saludables, aunque tiene la propiedad de hacer que quienes lo
comen pierdan por completo el recuerdo de su país; algunos viajeros, no
obstante, lo describen como una especie de manzana de la que se obtiene una
sidra fuerte. Odiseo desembarcó para acarrear agua y envió una patrulla de tres
hombres; éstos comieron el loto que les ofrecieron los nativos y en
consecuencia olvidaron su misión. Al cabo de un rato salió a buscarlos al,
frente de un grupo de auxilio, y aunque sintió la tentación de probar el loto
se contuvo. Llevó a los desertores de vuelta por la fuerza, los encadenó y
partió sin más rodeos.
b. Luego llegó a una isla fértil y muy boscosa, habitada
únicamente por innumerables cabras montesas, y mató algunas de ellas para
alimentarse. Ancló allí toda la flota, con excepción de una sola nave en la que
salió a explorar la costa opuesta. Resultó que era el país de los feroces y
bárbaros Cíclopes, llamados así a causa del gran ojo redondo que tenían en el
centro de la frente. Habían olvidado el arte de la herrería que practicaban sus
antepasados para Zeus y ahora eran pastores sin leyes, asambleas, naves,
mercados ni conocimiento de la agricultura. Vivían hurañamente separados unos
de otros, en cavernas excavadas en las colínas rocosas. Al ver una de esas
cavernas con una entrada alta y en la que colgaba una rama de laurel, más allá
de un corral cercado con grandes piedras, Odiseo y sus compañeros entraron sin
saber que la propiedad pertenecía a un cíclope llamado Polifemo, hijo gigante
de Posidón y la ninfa Toosa, al que le encantaba comer carne humana. Los
griegos se acomodaron y encendieron una gran fogata, y luego mataron y asaron
varios cabritos que encontraron encerrados en el fondo de la caverna; se
sirvieron también el queso que había en unos cestos que colgaban de las
paredes, y comieron alegremente. Hacia el anochecer apareció Polifemo.
Introdujo su rebaño en la caverna y cerró la entrada con una losa de piedra tan
grande que veinte yuntas de bueyes apenas habrían podido moverla; luego, sin
advertir que tenía huéspedes, se sentó para ordeñar a sus ovejas y cabras. Por
fin levantó la cabeza del balde y vio a Odiseo y a sus compañeros reclinados
alrededor del hogar. Les preguntó de mal humor qué tenían que hacer en su
caverna. Odiseo le contestó: «Amable monstruo, somos griegos que volvemos a nuestra
patria después del saqueo de Troya. Te ruego que recuerdes tu deber con los
dioses y nos trates hospitalariamente.» Como respuesta, Poljfemo resopló, asió
a dos marineros por los pies, les hizo saltar los sesos golpeándolos contra el
suelo y devoró los cadáveres crudos, gruñendo mientras lamía los huesos como
cualquier león montes.
c. Odiseo habría deseado vengarse sangrientamente antes que
amaneciera, pero no se atrevió, porque sólo Polifemo era lo bastante fuerte
como para retirar la piedra de la entrada. Pasó la noche con la cabeza entre
las manos trazando un plan de huida mientras Polifemo roncaba terriblemente.
Para desayunarse el monstruo rompió la crisma a otros dos marineros, después de
lo cual salió silenciosamente con su rebaño por delante y cerró la caverna con
la misma lápida. Pero Odiseo tomó una estaca de madera de olivo verde, la afiló
y endureció un extremo en el fuego y luego la ocultó bajo un montón de
estiércol. Esa noche volvió el cíclope y comió dos más de los doce marineros, después
de lo cual Odiseo le ofreció cortésmente un cuenco lleno con el vino fuerte que
le había dado Maro en Ismaro; por fortuna, había llevado a tierra un odre lleno
de vino. Polifemo bebió ávidamente, pidió un segundo cuenco, pues en toda su
vida había probado una bebida más fuerte que el suero de la leche, y
condescendió a preguntar a Odiseo su nombre.
—Mi nombre es Oudeis —contestó Odiseo—; o al menos así me llaman
todos, para abreviar.
Ahora bien, «Oudeis» significa «Nadie».
—Te comeré el último, amigo Oudeis —le prometió Polifemo.
d. Tan pronto como el cíclope cayó en un profundo sueño de
borracho, pues el vino no había sido mezclado con agua, Odiseo y los compañeros
que quedaban calentaron la estaca en las ascuas del fuego y luego la clavaron
en el ojo único de Polifemo y la retorcieron en él, haciendo fuerza Odiseo
desde arriba, como cuando se taladra un agujero en la tablazón de un barco. El
ojo silbaba y Polifemo lanzó un horrible gemido, que hizo que todos sus vecinos
acudieran corriendo desde cerca
y de lejos para saber qué sucedía.
—¡Estoy ciego y sufro terriblemente! —les gritó Polifemo—. ¡Y
Nadie tiene la culpa!
—¡Pobre infeliz! —contestaron ellos—. Si, como dices, nadie tiene
la culpa, debes ser víctima de una fiebre delirante. ¡Ruego a nuestro Padre
Posidón que te cure y deja de hacer tanto ruido!
Se fueron refunfuñando y Polifemo se dirigió a la entrada de la
caverna, apartó la lápida de piedra y buscando a tientas con las manos esperaba
atrapar a los griegos sobrevivientes cuando trataban de escapar. Pero Odiseo
tomó unos mimbres y ató a cada uno de sus com-
pañeros por turno bajo el vientre de un carnero, el del centro de
un grupo de tres, distribuyendo el peso igualmente. Él eligió un carnero
enorme, el conductor del rebaño, y se colocó bajo su vientre, asiéndose a la
lana con manos y pies.
e. Al amanecer Polifemo dejó que su rebaño saliera a pacer,
palpando suavemente sus lomos para asegurarse de que nadie estuviese montado
sobre ellos, Se detuvo un rato conversando lastimeramente con el animal bajo el
cual se ocultaba Odíseo y le preguntó: «¿Por qué, querido carnero, no sales el
primero como de costumbre? ¿Te compadeces de mí en mi desgracia?» Pero por fin
lo dejó pasar.
f. Así Odiseo consiguió liberar a sus compañeros y llevar un
rebaño de carneros gordos a la nave. Esta fue lanzada rápidamente al agua y los
hombres tomaron los remos y comenzaron a alejarse; Odiseo no pudo abstenerse de
gritar una despedida irónica. Por respuesta, Polifemo les lanzó una gran roca
que cayó a poca distancia delante de la nave formando un remolino en el agua
que casi la envió otra vez a tierra. Odiseo se echó a reír y gritó: «Si alguien
te pregunta quién te ha cegado, contéstale que no ha sido Oudeis, sino Odiseo
de ítaca.» El cíclope, furioso, suplicó en voz alta a Posidón: «¡Concédeme,
Padre, que si mi enemigo vuelve alguna vez a su casa, sea tarde y mal, en nave
ajena, después de perder a todos sus compañeros, y encuentre nuevas cuitas en
su morada!» Lanzó otra roca todavía mayor y esta vez cayó a poca distancia de
la popa de la nave, de modo que la ola que levantó los llevó rápidamente a la
isla donde los esperaban ansiosamente los otros compañeros de Odiseo. Pero
Posidón escuchó a Polifemo y le prometió la venganza pedida.
g. Odiseo se dirigió hacia el norte y poco después llegó a la Isla
de Éolo, Guardián de los Vientos, quien les agasajó espléndidamente durante
todo un mes; el último día entregó a Odiseo un odre que contenía los vientos y
le explicó que mientras el cuello estuviera bien atado con un hilo de plata
todo marcharía bien. Dijo que no había encerrado al suave Viento Oeste, que iba
a llevar la flota ininterrumpidamente por el Mar Jónico hacia ítaca, pero
Odiseo podía soltar los otros uno por uno si por algún motivo necesitaba
alterar su curso. Ya se podía divisar el humo que ascendía por las chimeneas
del palacio de Odiseo, cuando éste se quedó dormido, abrumado por el cansancio.
Sus tripulantes, que esperaban ese momento, desataron el saco, que parecía
contener vino. Inmediatamente los Vientos salieron todos juntos rugiendo en
dirección a su isla, llevándose al navio por delante, y Odiseo no tardó en
encontrarse de nuevo en la isla de Éolo. Con profusas excusas solicitó nueva
ayuda, pero le dijeron que se fuera y empleara esta vez los remos, pues no le
darían ni un soplo del Viento Oeste. «No puedo ayudar a un hombre al que se
oponen los dioses», le gritó Éolo, y le cerró la puerta en la cara.
h. Tras siete días de viaje, Odiseo llegó al país de los
lestrigones, gobernado por el rey Lamo, del que algunos dicen que se hallaba en
la parte noroeste de Sicilia. Otros lo sitúan en las cercanías de Formias, en
Italia, donde la noble Casa de Lamia pretende descender del rey Lamo; y esto
parece creíble, ¿pues quién confesaría que desciende de caníbales, a menos que
tratara de una tradición común?.
En el país de los lestrigones la noche y la mañana están tan cerca una de otra
que los pastores que conducen sus rebaños a casa cuando se pone el sol saludan
a los que conducen a los suyos al campo al amanecer. Los capitanes de Odiseo
entraron audazmente en el puerto de Telépilo, el cual, con excepción de una
entrada estrecha, está rodeado por riscos abruptos, y amarraron sus naves cerca
de un camino de carros que subía por un valle. Odiseo, que era más cauto,
amarró su barco a una roca fuera del puerto, después de enviar tres
exploradores tierra adentro en misión de reconocimiento. Los exploradores
siguieron el camino hasta que encontraron una muchacha que sacaba agua de un
manantial. Resultó que era una hija de Anfítates, un caudillo lestrigón a cuya
casa los condujo. Pero allí fueron tratados despiadadamente por una horda de
salvajes que se apoderó de uno de ellos y lo mató para el cocido; los otros dos
huyeron a toda velocidad, pero los salvajes, en vez de perseguirlos, fueron a
las cimas de los riscos y desde allí arrojaron a las naves un diluvio de
piedras antes que los tripulantes pudieran botarlas al agua. Luego bajaron a la
playa y mataron y devoraron a los marineros con toda comodidad. Odiseo escapó cortando
el cable de su bajel con una espada y exhortó a sus compañeros a que remaran
vigorosamente para salvar la vida.
i. Dirigió la única nave que le quedaba hacia el este y tras un
largo viaje llegó a Eea, la isla de la Aurora, gobernada por la diosa Circe,
hija de Helio y Perse, y por tanto hermana de Ectes, el terrible rey de
Cólquíde. Circe era hábil en toda clase de encantamientos, pero quería poco a
la especie humana. Cuando echaron suertes para decidir quién se quedaría
vigilando el navio y quién saldría para explorar la isla, le tocó al querido
compañero de Odiseo, Euríloco, desembarcar con otros veintidós tripulantes.
Descubrió que Eea abundaba en robles y otras clases de árboles, y por fin llegó
al palacio de Circe, construido en un gran claro hacia el centro de la isla.
Lobos y leones rondaban por los alrededores, pero en vez de atacar a Euríloco y
sus compañeros se enderezaban sobre las patas traseras y les acariciaban. Se
habría podido tomar a aquellos animales por seres humanos, y en realidad lo
eran, aunque los habían transformado así los hechizos de Circe.
j. Circe se hallaba en el vestíbulo, cantando mientras tejía, y
cuando el grupo de Euríloco la llamó a gritos salió sonriendo y los invitó a
comer en su mesa. Todos entraron alegremente, excepto Euríloco, quien,
sospechando un engaño, se quedó afuera y atisbo ansiosamente por las ventanas.
La diosa sirvió una comida de queso, cebada, miel y vino, para los marineros
hambrientos; pero estaba drogada, y tan pronto como comenzaron a comer les tocó
en el hombro con su varita y los transformó en puercos. Luego, abrió
inexorablemente la portezuela de una pocilga, los encerró en ella, les echó
unos puñados de bellotas y frutos del cornejo en el suelo fangoso y los dejó
allí revolcándose.
k. Euríloco volvió llorando e informó a Odiseo de la desgracia
ocurrida, quien tomó su espada y salió decidido a salvarlos, pero sin un plan
fijo en la cabeza. Con gran sorpresa se encontró con el dios Hermes, quien le
saludó cortésmente y le ofreció un remedio contra la magia de Circe: una flor
blanca perfumada con la raíz negra, llamada moly, que sólo los dioses pueden
reconocer y elegir. Odiseo aceptó el don agradecido y siguió su camino hasta el
palacio de Circe, quien también le agasajó a él. Cuando hubo tomado la comida
mezclada con drogas, Circe levantó la vara y le tocó con ella en el hombro,
mientras le ordenaba: «Ahora ve a la pocilga y échate con tus compañeros.» Pero
Odiseo había olido a escondidas la flor de moly, por lo que no quedó encantado,
y se levantó de un salto espada en mano. Circe cayó llorando a sus pies y le
suplicó: «¡Perdóname y compartirás mi lecho y reinarás en Eea conmigo!» Como
sabía que las hechiceras poseen el poder de enervar y destruir a sus amantes,
extrayéndoles secretamente la sangre en pequeñas ampollas, Odiseo hizo jurar
solemnemente a Circe que no tramaría ninguna nueva travesura contra él. Ella
juró por los dioses benditos y, después de proporcionarle un delicioso baño
caliente, vino en copas de oro y una sabrosa cena servida por una venerable ama
de llaves, se dispuso a pasar la noche con él en un lecho con colcha de
púrpura. Pero Odiseo no quiso responder a sus requerimientos amorosos hasta que
accedió a liberar no sólo a sus compañeros, sino también a todos los otros
marineros encantados por ella. Una vez hecho eso se quedó de buena gana en Eea
hasta que ella le hubo dado tres hijos: Agrio, Latino y Telégono.
l. Odiseo anhelaba continuar su viaje y Circe le dejó ir. Pero
primeramente debía hacer una visita al Tártaro y buscar allí al adivino
Tiresias, quien le profetizaría la suerte que le esperaba en Itaca, si llegada
alguna vez a ella, y después. «El soplo del Viento Norte conducirá tu nave —le
dijo Circe— hasta que hayas atravesado el océano y llegues al bosque de Perséfone,
notable por sus álamos negros y sus añosos sauces. En el punto donlos ríos
Flegetonte y Cocito desembocan en el Aqueronte cava una zanja y sacrifica un
carnero joven y una oveja negra, que yo misma proporcionaré, a Hades y
Perséfone. Deja que la sangre entre en la zanja y mientras esperas a que llegue
Tiresias ahuyenta a todas las otras ánimas con tu espada. Deja que Tiresias
beba todo lo que quiera y luego escucha atentamente su consejo.»
m. Odiseo obligó a sus hombres a embarcarse, aunque se mostraban
renuentes a dejar la agradable Eea por el país de Hades. Circe les proporcionó
un viento favorable que los llevó rápidamente al Océano y a las lejanas
fronteras del mundo donde a los Cimerios, rodeados de niebla, ciudadanos de la
Oscuridad Perpetua, se les niega la vista del Sol. Cuando avistaron el Bosque
de Perséfone desembarcó Odiseo e hizo exactamente lo que le había aconsejado
Circe. La primera ánima que apareció en la zanja fue la de Elpenor, uno de sus
propios marineros que pocos días antes, borracho, se había dormido en el techo
del palacio de Circe y, al despertar aturdido, cayó a tierra y se mató. Odiseo
había abandonado Eea tan apresuradamente que no advirtió la ausencia de Elpenor
hasta que era ya demasiado tarde, y ahora le prometió un entierro decente.
«¡Pensar que has llegado aquí a pie más rápidamente que yo en la nave!»,
exclamó. Pero negó a Elpenor el menor sorbo de la sangre, aunque él se lo pidió
lastimeramente.
n. Una multitud mixta de espíritus se reunió alrededor de la
zanja, hombres y mujeres de todas las épocas y todas las edades, entre los que
se hallaban Anticlea, la madre de Odiseo, pero ni siquiera a ella le dejó beber
antes de que lo hiciera Tiresias. Por fin apareció Tiresias, quien lamió la
sangre agradecidamente y aconsejó a Odiseo que mantuviera a sus hombres bajo un
control severo una vez que estuvieran a la vista de Sicilia, su próxima
recalada, para que no sintieran la tentación de robar el ganado del titán-sol
Hiperión. Debía esperar grandes dificultades en ítaca, y aunque podría vengarse
de los bribones que devoraban allí sus bienes, sus viajes no terminarían
todavía. Debía tomar un remo y llevarlo al hombro hasta que llegara a una
región interior donde ningún hombre salaba la carne y donde confundirían al
remo con un bieldo. Si entonces hacía sacrificios a Posidón podría volver a
Itaca y gozar de una ancianidad dichosa, pero al final la muerte le llegaría
del mar..
o. Después de dar las gracias a Tiresias y de prometerle la sangre
de otra oveja negra a su regreso de Itaca, Odiseo permitió por fin a su madre
que saciara su sed. Ella le dio más noticias de su casa, pero guardó un
silencio discreto acerca de los pretendientes de su nuera. Cuando se hubo
despedido, las almas de numerosas reinas y princesas se agolparon para beber la
sangre. A Odiseo le causó gran complacencia encontrarse con personajes tan
conocidos como Antíope, Yocasta, Cloris, Pero, Leda, Ifimedia, Fedra, Procris,
Ariadna, Mera, Clímene y Enfila.
p. Luego conversó con un grupo de excompañeros: Agamenón, quien le
aconsejó que desembarcara en Itaca secretamente; Aquiles, a quien alegró
informándole de las grandes hazañas de Neoptólemo; y Áyax el Grande, quien
todavía no le había perdonado y se alejó torvamente. Odiseo vio también a Minos
juzgando, a Orion cazando, a Tántalo y Sísifo sufriendo, y a Heracles —o más
bien su espectro, pues Heracles asiste cómodamente a los banquetes de los
dioses inmortales—, quien le compadeció por sus largos trabajos.
q. Odiseo navegó sin inconveniente de vuelta a Eea, donde enterró
el cadáver de Elpenor y colocó su remo en el túmulo como recuerdo. Circe le
recibió alegremente y le dijo: «¡Qué temeridad ha sido haber visitado el país
de Hades! Una muerte basta para la mayoría de los hombres, pero ahora tú
tendrás dos.» Le advirtió que a continuación tenía que pasar por la Isla de las
Sirenas, cuyas bellas voces encantaban a todos los que navegaban por las
cercanías. Esas hijas de Aqueloo, o, según dicen algunos, de Forcis, y la musa
Terpsícore, o Estérope, hija de Portaón, tenían rostros de muchacha, pero patas
y plumas de aves, y se dan muchas versiones diferentes para explicar esa
peculiaridad: como que jugaban con Core cuando la raptó Hades, y que Deméter,
ofendida porque no habían acudido en su ayuda, les dio alas y dijo: «¡Idos y
buscad a mi hija por todo el mundo!» O que Afrodita las transformó en aves
porque, por orgullo, no querían entregar su virginidad a los dioses ni los
hombres. Pero ya no pueden volar, porque las Musas les vencieron en un certamen
musical y les arrancaron las plumas de las alas para hacerse coronas. Ahora
permanecen sentadas, cantando en una pradera entre los montones de huesos de
los marineros a los que han arrastrado a la muerte. «Tapa los oídos de tus
hombres con cera de abejas —le aconsejó Circe— y si tú deseas escuchar su
música, haz que tus marineros te aten de manos y pies al mástil y oblígales a
jurar que no te soltarán por muy rudamente que les amenaces.» Circe previno a
Odiseo acerca de otros peligros que les esperaban cuando él fue a despedirse; y
luego partió, llevado una vez más por un viento favorable.
r. Cuando el navio se acercaba a la Isla de las Sirenas, Odiseo
siguió el consejo de Circe, y las sirenas cantaron tan dulcemente,
prometiéndole el conocimiento previo de todos los futuros acontecimientos en la
tierra, que gritó a sus compañeros, amenazándoles con la muerte si no lo
soltaban, pero, obedeciendo sus órdenes anteriores, lo único que hicieron fue
atarlo todavía más fuertemente al mástil. Así la nave siguió navegando sin
peligro y las sirenas, sintiéndose vejadas, se suicidaron.
s. Algunos creen que había solamente dos sirenas; otros, que eran
tres, a saber: Parténope, Leucosia y Li-gia; o Pisínoe, Agláope y Telxiepia; o
Aglaofeme, Telxíope y Molpe. Otros nombran a cuatro: Teles, Redne, Telxíope y
Molpe.
t. El siguiente peligro de Odiseo consistía en el paso entre dos
riscos, en uno de los cuales se refugiaba Escila, y en el otro Caribdis, su
compañera monstruosa. Caribdis, hija de la Madre Tierra y Posidón, era una
mujer voraz que había sido arrojada por el rayo de Zeus al mar y ahora, tres
veces al día, aspiraba el agua en gran volumen y poco después la vomitaba.
Escila, en un tiempo bella hija de Hécate Gratéis y Forcis, o Forbante —o de
Equidna y Tifón, Tritón o Tirrenio— había sido transformada en un monstruo
semejante a un perro con seis cabezas espantosas y doce patas. Eso había hecho
Circe, celosa del amor que sentía por ella el dios marino Glauco; o Anfitrite,
igualmente celosa del amor de Posidón. Se apoderaba de los marineros, les
rompía los huesos y los
devoraba lentamente. Casi lo más extraño de Escila era su gañido,
no más fuerte que el plañido de un cachorro recién nacido. Tratando de eludir a
Caribdis, Odiseo se acercó un poco excesivamente a Escila, la cual, inclinándose
sobre la borda, arrebató de la cubierta a seis de sus marineros más capaces,
llevándose a uno en cada boca, y los llevó a las rocas, donde los devoró
cómodamente. Ellos chillaron y tendieron las manos hacia Odiseo, pero él no se
atrevió a tratar de salvarlos y siguió adelante.
u. Odiseo siguió este rumbo para evitar las Rocas Errantes o
Chocantes entre las cuales sólo había conseguido pasar el Argo; no sabía que
ahora estaban asentadas fijamente en el lecho del mar. Pronto llegó a la vista
de Sicilia, donde el Titán-Sol Hiperión, al que algunos llaman Helio,
apacentaba siete manadas de magníficas vacas, a razón de cincuenta por cada
rebaño, y grandes rebaños de robustas ovejas. Odiseo hizo que sus hombres
juraran solemnemente que se contentarían con las provisiones que les había dado
Circe y no robarían una sola vaca. Entonces desembarcaron y amarraron el navio,
pero el Viento Sur sopló durante treinta días, comenzó a escasear la comida y
aunque los marineros cazaban o pescaban todos los días, era poco lo que
conseguían. Al fin Euríloco, desesperado por el hambre, llevó aparte a sus
compañeros y les indujo a matar parte del ganado, en compensación por lo cual,
se apresuró a añadir, erigirían a Hiperión un templo magnífico a su regreso a
Itaca, se apoderaron de varias vacas, las mataron, sacrificaron a los dioses
los fémures y la grasa y asaron buena carne suficiente para un banquete de seis
días.
v. Odiseo se horrorizó cuando despertó y vio lo que había sucedido
y lo mismo le pasó a Hiperión cuando se enteró de ello por Lampecia, su hija y
jefa de las vaqueras. Hiperión se quejó a Zeus, quien, al ver que la nave de
Odiseo había sido botada al agua de nuevo, envió una súbita tormenta del oeste
que derribó el mástil, haciéndolo caer sobre la cabeza al timonel; luego
descargó un rayo en la cubierta. La nave se hundió y todos los que iban a bordo
se ahogaron, con excepción de Odiseo. Éste consiguió amarrar el mástil y la
quilla flotantes con una cuerda de cuero de buey y se sentó a horcajadas en esa
embarcación provisional. Pero comenzó a soplar un viento del sur que lo llevó
de nuevo hacia el remolino de Caribdis. Odiseo se asió al tronco de una higuera
silvestre arraigada en lo alto del risco y colgado de ella esperó sin cejar a
que el mástil y la quilla fuesen tragados y vomitados de nuevo; luego se asentó
otra vez en ellos y se alejó remando con los brazos. Tras nueve días de ir a la
deriva desembarcó en la isla Ogigia, donde vivía Calipso, la hija de Tetis y
Océano, o quizá de Nereo, o Atlante.
w. Bosquecillos de alisos, álamos negros y cipreses, con buhos,
halcones y locuaces cuervos marinos posados en sus ramas ocultaban la gran
cueva de Calipso. Una parra se extendía a través de la entrada. Perejil y
lirios crecían densamiente en una pradera adjunta, regada por cuatro claros
riachuelos. Allí la bella Calipso recibió a Odiseo cuando salió a tierra
tambaleando y le ofreció comida abundante, bebidas fuertes y una parte de su
blando lecho. «Si te quedas conmigo —le dijo— gozarás de la inmortalidad y de una
juventud eterna.» Algunos dicen que fue Calipso, y no Circe, quien le dio su
hijo Latino, además de los mellizos Nausítoo y Nasínoo.
x. Calipso retuvo a Odiseo en Ogigia durante siete años —o quizá
durante sólo cinco— y trató de hacer que olvidara a ítaca, pero él se cansó
pronto de sus abrazos y solía sentarse abatido en la costa, mirando fijamente
el mar. Por fin, aprovechando la ausencia de Posidón, Zeus envió a Hermes con
la orden de que Calipso dejara en libertad a Odiseo. Ella no podía hacer otra cosa
que obedecer y, en consecuencia, le dijo a Odiseo que construyera una balsa,
que ella abastecería suficientemente con un saco de cereal, odres con vino y
agua y carne seca. Aunque Odiseo sospechaba una trampa, Calipso juró por el
Éstige que no le engañaría y le prestó un hacha, una azuela, taladros y todas
las otras herramientas necesarias. Sin necesidad de que le alentara, Odiseo
improvisó una balsa con una veintena de troncos de árbol enlazados, la botó al
agua con rodillos, dio a Calipso un beso de despedida y partió empujado por una
suave brisa.
y. Posidón había estado visitando a sus intachables amigos los
etíopes, y cuando volvía a casa por el mar en su carro alado vio de pronto la
balsa. Al momento arrojó a Odiseo por la borda una ola gigantesca y las ricas
ropas que llevaba lo arrastraron a las profundidades del mar hasta que sus
pulmones parecían a punto de estallar. Pero como era un buen nadador, consiguió
quitarse las ropas, volver a la superficie y subir de nuevo a la balsa. La
compasiva diosa Leucotea, anteriormente Ino, esposa de Atamante, se posó junto
a él adoptando la forma de una gaviota. En el pico tenía un velo y le dijo a
Odiseo que se lo enrollase alrededor de la cintura antes de volver a sumergirse
en el mar. Le prometió que ese velo le salvaría. Odiseo vacilaba en obedecer,
pero cuando otra ola hizo añicos la balsa enrolló el velo a su alrededor y se
alejó nadando. Como Posidón estaba ya de vuelta en su palacio submarino de las
cercanías de Eubea, Atenea se atrevió a enviar un viento que calmase las olas
al paso de Odiseo, quien dos días después fue arrojado a la costa,
completamente agotado, en la isla de Drepane, entonces ocupada por los feacios.
Allí se tendió al abrigo de un matorral junto a un arroyo, se cubrió con hojas
secas y se durmió profundamente.
z. A la mañana siguiente la hermosa Nausícaa, hija del rey Alcínoo
y la reina Arete, la pareja real que en otro tiempo se había mostrado tan
bondadosa con Jasón y Medea, fue a lavar sus ropas en el arroyo. Cuando terminó
la tarea se puso a jugar a la pelota con sus esclavas. La pelota fue a caer en
el agua, las mujeres gritaron acongojadas y Odiseo se despertó alarmado. Estaba
desnudo, pero utilizó una frondosa rama de olivo para ocultar su desnudez, se
acercó sigilosamente y dirigió palabras tan dulces a Nausícaa que ella lo tomó
discretamente bajo su protección y lo condujo a su palacio. Allí Alcínoo hizo
numerosos regalos a Odiseo y, después de escuchar el relato de sus aventuras,
lo envió a Itaca en un buen navio. Sus acompañantes conocían bien la isla.
Anclaron en el puerto de Forcis, pero decidieron no perturbar su profundo
sueño, lo llevaron a la playa y lo dejaron suavemente en la arena, depositando
los regalos de Alcínoo bajo un árbol cercano. Posidón, no obstante, estaba tan
molesto por la bondad de los feacios con Odiseo que golpeó el navio con la
palma de la mano cuando volvía a Drepane y lo convirtió con tripulantes y todo
en piedra. Alcínoo se apresuró a sacrificar doce toros selectos a Posidón,
quien ahora amenazaba con privar a la ciudad de sus dos puertos arrojando una
gran montaña entre ellos; y algunos dicen que así lo hizo. «¡Esto nos enseñará
a no ser hospitalarios en el futuro!», le dijo Alcínoo a Arete amargamente.
1.
Apolodoro
nos dice (Epítome vii.29) que «algunos han tomado la Odisea como el relato de
un viaje alrededor de Sicilia». Samuel Butler llegó independientemente a la
misma opinión e interpretó a Nausícaa como un autorretrato de la autora, una
noble siciliana joven y talentosa del distrito de Érix. En su Authoress of the
Odyssey aduce el conocimiento íntimo que se muestra de la vida doméstica en la
corte, en contraste con el conocimiento incompleto de la navegación y de la
economía pastoral, y hace hincapié en «la preponderancia del interés femenino».
Señala que sólo una mujer podía haber hecho que Odiseo se entrevistase con las
mujeres famosas del pasado antes que con los hombres famosos y, en su discurso
de despedida a los feacios, expusiese la esperanza en que «continuarán
complaciendo a sus esposas e hijos», en vez de lo contrario (Odisea xiii.44-5);
o hacer que Helena diese palmadas en el Caballo de Madera y embromase a los
hombres que estaban adentro (véase 167. a). Es difícil no estar de acuerdo con
Butler. El estilo ligero, humorístico, ingenuo y vivo de la
Odisea es casi seguramente femenino. Pero Nausícaa ha combinado y
localizado en su Sicilia natal dos leyendas diferentes, ninguna de las dos
inventadas por ella: el regreso semi-histórico de Odiseo de Troya, y las
aventuras alegóricas de otro héroe —llamémosle Ulises— que, como Sísifo, el
abuelo de Odiseo (véase 67.2) no quería morir al término de su período de
soberanía. La leyenda de Odiseo incluiría la incursión en Ismaro, la tempestad
que lo llevó lejos al sudoeste, el regreso por Sicilia e Italia, el naufragio
en Drépane (Corfú) y su venganza final de los pretendientes. Todos, o casi
todos, los otros episodios corresponden a la fábula de Ulises. El país de los
lotos, la caverna del cíclope, el puerto de Telépilo,
Eea, el Bosque de Perséfone, la Isla de las Sirenas, Ogigia, Escila y
Caribdis, las profundidades del mar, e
inclusive la Bahía de Forcis, todos ellos son diferentes metáforas de la muerte
que eludía. A esas elusiones se puede agregar su ejecución de la anciana
Hécabe, llamada también Mera o Can Menor, a la que debía haber sido sacrificado
el sucesor de Icario (véase 168.1).
2.
Tanto
Escilax (Periplus 10) como Herodoto (iv.77) sabían que los lotófagos eran una
nación que vivía en la Libia occidental cerca de la
matriarcal Gindanes. Su producto principal era el sabroso y nutritivo
cordia myxa, un fruto dulce y pegajoso que crecía en racimos parecidos a los
de la
uva, y que, prensado y mezclado con cereal (Plinio: Historia natural
xiii.32; Teofrasto: Historia de las plantas iv.3.1), en una ocasión alimentó a
un ejército que marchaba contra Cartago. Se ha confundido al cordia myxa con el
rhamnus zizyphus, una especie de manzana silvestre que da una sidra áspera y
tiene cuesco en vez de pepitas. El olvido producido por la comida de lotos se
explica a veces como debido a la fuerza de su bebida, pero comer loto no es lo
mismo que beber loto. Por tanto, como el hecho de que el rey sagrado probase
una manzana que le daba la Belle Dame Sans Merci equivalía a aceptar la
muerte por sus manos (véase 33.7 y 133.4), el cauto Ulises, quien sabía que los
reyes y guerreros pálidos languidecían en el Infierno a causa de una manzana,
se negó a probar el rhamnus. En una balada escocesa del culto de las brujas a
Tomás el Rimador se le advierte que no debe tocar las manzanas del Paraíso que
le muestra la Reina de Elphame.
3.
La
caverna del cíclope es claramente un lugar de muerte y el grupo de Odiseo se
componía de trece hombres: el número de los meses durante los que reinaba el
rey primitivo. El Polífemo de un solo ojo, que a veces tiene una madre bruja,
aparece en los cuentos populares de toda Europa y su origen puede remontarse
hasta el Caucaso; pero los doce compañeros sólo figuran en la Odisea.
Cualquiera que pueda ser el significado del cuento caucásico, A. B. Cook, en su
Zeus (págs. 302-23) demuestra que el ojo del cíclope era un emblema solar
griego. Sin embargo, cuando Odiseo cegó a Polifemo para evitar que lo devorase
como a sus compañeros, el Sol siguió brillando. Sólo el ojo del dios Baal, o Moloch,
o Tesup, o Polifemo («famoso»), que exigía el sacrificio humano, había sido
sacado, y el rey se llevó triunfalmente los carneros robados. Como el escenario
pastoral del cuento caucásico se conservó en la Odisea, y su monstruo tenía un
solo ojo, se lo pudo confundir con uno de los cíclopes pre-helenos, famosos
forjadores de metal cuya cultura se había extendido a Sicilia y que quizá
tenían un ojo tatuado en el centro de
la frente como una marca de clan
(véase 3.2).
4.
Telépilo,
que significa «la puerta lejana [del Infierno]», se halla en el extremo norte
de Europa, el País del Sol de Medianoche, donde el pastor que vuelve a casa
saluda al que sale de ella. A esa región fría, «detrás del Viento Norte»,
corresponden las Rocas Errantes o Chocantes, es decir, los témpanos de hielo
(véase 151.1), y también los cimerios, cuya oscuridad al mediodía complementaba
su sol de medianoche en junio. Fue quizás en Telépilo donde Hera cles luchó con
Hades (véase 139.1); si es así, la batalla se realizó durante su visita a los
Hiperbóreos (véase 125.1). Los lestrigones («de una raza muy dura») eran quizás
habitantes de los fiordos noruegos, de cuyo comportamiento bárbaro se advertía
a los mercaderes de ámbar cuando iban a Bornholm y la
costa meridional del Báltico.
5.
Eea
(«lamento») es una isla de la muerte típica donde la conocida diosa de la
Muerte canta mientras teje. La leyenda de los argonautas la sitúa a la entrada
del golfo adriático; puede ser muy bien Lussin, cerca de Pola (véase 148.9).
Circe significa «halcón», y tenía un cementerio en Cólquide, en el que había
sauces dedicados a Hécate. Los hombres transformados en animales sugieren la
doctrina de la metemsicosis, pero el cerdo está consagrado particularmente a la
diosa Muerte y los alimenta con cornejo de Crono, el alimento rojo de la
muerte, por lo que quizá son simplemente espectros (véase 24.11 y 33.7). Los
gramáticos no han podido decidir qué era el moly de Hermes. Tzetzes (Sobre
Licofrón 679) dice que los farmacéuticos lo llaman «ruda silvestre»; pero la
descripción de la Odisea indica el ciclamino silvestre, que es difícil
encontrar, además de tener pétalos blancos, bulbos oscuros y un olor muy dulce.
Escritores clásicos posteriores atribuyeron el nombre «moly» a una especie de
ajo con flor amarilla que, según se creía, brotaba (como la cebolla, la escila
y el verdadero ajo) cuando menguaba la luna más bien que cuando crecía, y de
aquí que sirviera como contraencantamiento de la magia lunar de Hécate. Marduk,
el héroe babilonio, olió una hierba divina como antídoto del olor nocivo de la
diosa marina Tiamat, pero en la epopeya no se describe su especie (véase 35.5).
6.
El
bosque de álamos negros de Perséfone se hallaba en el Tártaro del lejano
occidente y Odiseo no «descendió» a él, como Heracles (véase 134.c), Eneas y
Dante, aunque Circe suponía que lo había hecho (véase 31.a). Flegetonte, Cocito
y Aqueronte pertenecen propiamente al Infierno subterráneo. Sin embargo, la
autora de la Odisea poseía pocos conocimientos geográficos y apelaba a los
vientos Oeste, Sur y Norte al azar. Odiseo debía haber sido llevado por los
vientos del este a Ogigia y el Bosque de Perséfone, y por los vientos del sur a
Telépilo y Eea; sin embargo, tenía alguna justificación para hacer que Odiseo
navegara rumbo al este a Eea, como el País de la Aurora, donde los héroes Orion
y Titono habían encontrado la muerte. Las entradas de las tumbas micénicas en
forma de colmenas hacen frente al este; y Circe, por ser hija de Helio, tenía a
Eos («aurora») como tía.
7.
Las
sirenas (véase 154.3) aparecían talladas en los monumentos funerarios como
ángeles de la muerte que cantaban himnos fúnebres al son de la lira, pero
también se les atribuía propósitos eróticos con los héroes a los que lloraban;
y como se creía que el alma se alejaba volando en forma de ave, se las
representaba, como a las Harpías, en forma de ave de presa que esperaban a
apresarla y protegerla. Aunque eran hijas de Forcis, o Infierno, y por tanto
primas hermanas de las Harpías, no vivían bajo la tierra o en cavernas, sino en
una isla sepulcral verde parecida a Eea u Ogigia; y eran particularmente
peligrosas cuando no soplaba el viento al mediodía, la hora de las insolaciones
y las pesadillas de la siesta. Puesto que se las llama también hijas de
Aqueloo, su isla puede haber sido originalmente una de las Equínades, en la
desembocadura del río Aqueloo (véase 142J). Los sicilianos las situaban cerca
del cabo Pelero (ahora Faro) en Sicilia; los latinos, en las islas Sirenusas,
cerca de Napóles o en Capri (Estrabón: i. 12. Véase 154.d y 3).
8.
«Ogigia»,
el nombre de otra isla sepulcral, parece ser la misma palabra que «Océano», y
Ogen es la forma intermedia; y Calipso («oculta» u «ocultadora») es una diosa
de la Muerte más, como lo demuestra su caverna rodeada por alisos —consagrados
al dios de la Muerte, Crono, o Bran— en cuyas ramas se posan sus cuervos
marinos, o chovas (véase 98.j) y sus propios buhos y halcones. El perejil era
un emblema de luto (véase 106J) y el lirio una flor de la muerte (véase 85.1).
Prometió a Odiseo una juventud eterna, pero él deseaba la vida y no la
inmortalidad heroica.
9.
Escila
(«la que se desgarra»), hija de Forcis, o Hécate, y Caribdis («la que hunde
chupando») son títulos de la diosa del Mar destructora. Estos nombres se
atribuyeron a las rocas y corrientes de ambos lados del estrecho de Mesina,
pero se los debe entender en un sentido más amplio (véase 16.2 y 91.2).
Leucotea (véase 70.4) como gaviota era la diosa del Mar llorando un naufragio
(véase 45.2). Como a la diosa del Mar cretense se la representaba también como
un pulpo (véase 81.1) y Escila arrastró a los tripulantes de la nave de Odiseo,
es posible que los cretenses que comerciaban con la India conocieran grandes
variedades tropicales desconocidas en el Mediterráneo, a las que se atribuyen
estos hábitos peligrosos. La descripción del gañido de Escila tiene mayor
importancia mitológica que la que parece a primera vista: la identifica con los
sabuesos de la muerte blancos y de orejas rojas, la Jauría Espectral, los
Sabuesos de Gabriel de la leyenda británica, que persiguen a las almas de los
condenados. Eran los antiguos perros de caza egipcios, consagrados a Anubia y
que todavía se crían en la isla de Ibiza, los cuales cuando persiguen a su
presa hacen un ruido «interrogante» parecido al plañido de los cachorros o a la
música de los barnaclas migrantes (véase Diosa Blanca, p. 411).
10. Sólo dos episodios que se producen entre
la escaramuza de Odiseo con los cicones y su llegada a Feacia parecen no
relacionarse con el rechazo de la muerte repetido nueve veces: a saber, su
visita a la Isla de Éolo y el robo del ganado de Hiperión. Pero los vientos a
cargo de Éolo eran espíritus de los muertos (véase 43.5); y el ganado de
Hiperión es el que robó Heracles en su décimo trabajo, esencialmente una
perturbación del Infierno (véase 132.1). Que Odiseo alegara que no había
intervenido en la incursión significa poco; tampoco su abuelo materno, Autólico
(véase 160.c) confesó su robo del ganado solar (véase 67.c).
11. Odiseo, cuyo nombre, que significa
«enojado», representa al rey sagrado de rostro rojo (véase 27.12) recibe en
latín el nombre de «Ulises» o «Úlixes» —palabra formada probablemente con
oulos, «herida», e isches «muslo»—, con referencia a la herida causada por el
colmillo de un jabalí que su anciana nodriza reconoció cuando volvió a Itaca
(véase l60.c y 171.g). Era una forma común de la muerte de un rey que le
hiriese en el muslo un jabalí, pero de algún modo Odiseo había sobrevivido a la
herida (véase 18.7 y 151.2).
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