a. Layo, hijo de Lábdaco, se casó con Yocasta y gobernó en Tebas.
Afligido por no haber tenido hijos durante largo tiempo, consultó en secreto
con el oráculo de Delfos, el cual le informó que esa aparente desgracia era un
beneficio, porque cualquier hijo nacido de Yocasta sería su asesino. En
consecuencia, repudió a Yocasta, aunque sin darle explicación alguna de su
decisión, cosa que le ofendió a ella de tal modo que, después de hacer que se
emborrachara, consiguió mañosamente que volviera a sus brazos en cuanto hubo
anochecido. Cuando, nueve meses después, Yocasta dio a luz un hijo, Layo lo
arrancó de los brazos de la nodriza, le taladró los pies con un clavo, se los
ató el uno al otro y lo dejó abandonado en el monte Citerón.
b. Pero las Parcas habían decidido que ese niño llegara a una
vejez lozana. Un pastor corintio lo encontró, le llamó Edipo porque sus pies
estaban deformados por las heridas hechas con el clavo, y lo llevó a Corinto,
donde el rey Pólibo reinaba en aquel momento.
c. Según otra versión de la fábula, Layo no abandonó a Edipo en la
montaña, sino que lo encerró en un arca que fue arrojada al mar desde un barco.
El arca flotó a la deriva y llegó a la costa de Sición, donde Peribea, la
esposa de Pólibo, estaba por casualidad en la playa vigilando a las lavanderas
de la casa real. Recogió a Edipo, se retiró a un soto y simuló que sufría los
dolores del parto. Como las lavanderas estaban demasiado ocupadas para observar
lo que ella hada, les engañó a todas haciéndoles creer que acababa de dar a luz
a aquel niño. Pero Peribea le dijo la verdad a Pólibo, quien, como tampoco
tenía hijos, tuvo la satisfacción de criar a Edipo como su hijo propio.
Un día, habiéndole vituperado un joven corintio diciéndole que no
se parecía lo más mínimo a sus supuestos padres, Edipo fue a preguntar al
oráculo de Delfos qué era lo que le reservaba el futuro. «¡Aléjate del altar,
desdichado! —le gritó la pitonisa, con repugnancia— ¡Matarás a tu padre y te
casarás con tu madre!»
d. Como Edipo amaba a Pólibo y Peribea y no deseaba causarles un
desastre, decidió inmediatamente no volver a Corinto. Pero sucedió que en el
estrecho desfiladero entre Delfos y Dáulide se encontró con Layo, quien le
ordenó ásperamente que saliese del camino y dejara pasar a sus superiores. Se
debe explicar que Layo iba en carro y Edipo a pie. Edipo replicó que no reconocía
más superiores que los dioses y sus propios padres.
—¡Tanto peor para ti! —gritó Layo, y ordenó a su cochero,
Polifontes, que siguiera adelante.
Una de las ruedas magulló el pie de Edipo, quien, impulsado por la
ira, mató a Polifontes con la lanza. Luego derribó a Layo, quien cayó al camino
enredado en las riendas, fustigó a los caballos e hizo que éstos lo arrastraran
y le mataran. El rey de Platea tuvo que enterrar ambos cadáveres.
e. Layo se estaba dirigiendo al oráculo para preguntarle cómo podía
librar a Tebas de la Esfinge. Este monstruo era hija de Tifón y Equidna o,
según dicen algunos, del perro Ortro y la Quimera, y había volado a Tebas desde la parte más distante de Etiopía. Se
la reconocía fácilmente por su cabeza de mujer, cuerpo de león, cola de
serpiente y alas de águila.
Hera había enviado recientemente a la Esfinge para castigar la ciudad de Tebas
porque Layo había raptado en Pisa al niño Crisipo; habiéndose instalado en el
monte Picio, cerca de la ciudad, proponía a cada viajero tebano que pasaba por
allí un enigma que le habían enseñado las Tres Musas: «¿Qué ser, con sólo una
voz, tiene a veces dos pies, a veces tres, a veces cuatro y es más débil
cuantos más pies tiene?» A los que no podían resolver el enigma los
estrangulaba y devoraba en el acto, y entre esos infortunados estaba Hemón, el
sobrino de Yocasta, a quien la Esfinge hizo haimon,
o «sangriento», verdaderamente.
Edipo, quien se acercaba a Tebas inmediatamente después de haber
matado a Layo, adivinó la respuesta: «El hombre —contestó—, porque se arrastra
a gatas cuando es niño, se mantiene firmemente en sus dos pies en la juventud,
y se apoya en un bastón en la vejez.» La Esfinge, mortificada, saltó desde el
monte Picio y se despedazó en el valle de abajo. En vista de esto los tebanos,
agradecidos, aclamaron a Edipo como rey, y se casó con Yocasta, ignorando que
era su madre. .
f. Entonces una peste invadió Tebas y cuando se consultó una vez
más al oráculo de Delfos, contestó: «¡Expulsad al asesino de Layo!» Edipo, que
no sabía con quién se había encontrado en el desfiladero, maldijo al asesino de
Layo y lo condenó al destierro.
g. El ciego Tiresias, el adivino más famoso de Grecia en esa
época, pidió a Edipo una audiencia. Algunos dicen que Atenea, quien lo había
cegado, porque inadvertidamente la había visto bañándose, atendió a la súplica
de su madre y, tomando a la serpiente Erictonio de su égida, le ordenó: «Limpia
los oídos de Tiresias con tu lengua para que pueda entender el lenguaje de las
aves
proféticas.»
h. Otros dicen que en una ocasión, en el monte Cilene, Tiresias
había visto a dos serpientes en el acto de acoplarse. Cuando ambas le atacaron,
las golpeó con su bastón y mató a la hembra. Inmediatamente Tiresias se
convirtió en una mujer y llegó a ser una ramera célebre; pero siete años
después acertó a ver el mismo espectáculo y en el mismo lugar, y esta vez
recuperó su virilidad matando a la serpiente macho. Otros dicen que cuando
Afrodita y las tres Carites,
Pasítea, Calé y Eufrósine, disputaron acerca de cuál de las cuatro era más
bella, Tiresias otorgó el premio a Calé; inmediatamente Afrodita lo convirtió
en una anciana. Pero Calé lo llevó consigo a Creta y le regaló una hermosa
cabellera. Algunos días después Hera comenzó a reprocharle a Zeus sus numerosas
infidelidades. Él las defendió alegando que, en todo caso, cuando compartía el
lecho con ella, ella disfrutaba muchísimo más que él.
—Las mujeres, por supuesto, gozan con el acto sexual infinitamente
más que los hombres —le dijo en tono fanfarrón.
—¡Qué tontería! —replicó Hera—. Sucede exactamente lo contrario y
lo sabes muy bien.
Tiresias, llamado para arbitrar la disputa con su experiencia
personal, declaró:
«Si en diez partes divides del amor el placer, una a los hombres
va y nueve a la mujer.»
La sonrisa triunfante de Zeus exasperó de tal modo a Hera que cegó
a Tiresias, pero Zeus le compensó con la visión interior y una vida que abarcó
siete generaciones.
i. Tiresias se presentó en la corte de Edipo, apoyándose en el
bastón de madera de cornejo que le había dado Atenea, y reveló a Edipo la
voluntad de los dioses: que la peste cesaría solamente si un Hombre Sembrado
moría en beneficio de la ciudad. El padre de Yocasta, Meneceo, uno de los que
habían brotado de la tierra cuando Cadmo sembró los dientes de la serpiente, se
arrojó inmediatamente de las murallas, y toda Tebas elogió su abnegación
cívica.
Tiresias anunció luego:
—Meneceo ha obrado bien y la peste cesará. Pero los dioses tienen
en consideración a otro de los Hombres Sembrados, uno de la tercera generación
pues ha matado a su padre y se ha casado con su madre. ¡Sabed, reina Yocasta,
que ese hombre es tu marido Edipo!
j. Al principio nadie quiso creer a Tiresias, pero pronto sus
palabras quedaron confirmadas por una carta de Peribea desde Corinto. Escribía
que la súbita muerte del rey Pólibo le permitía ahora revelar las
circunstancias de la adopción de Edipo, y lo hacía con detalles condenatorios.
Yocasta se ahorcó de vergüenza y de pena y Edipo se cegó con un alfiler que
tomó de los vestidos de ella.
k. Algunos dicen que, aunque atormentado por las Erinias,
que le acusaban de haber causado la muerte de su madre, Edipo siguió reinando
en Tebas durante un tiempo, hasta que murió en una batalla.
Según otros, sin embargo, el hermano de Yocasta, Créonte, le expulsó, pero no
antes que maldijera a Eteocles y Polinices —que eran al mismo tiempo hijos y
hermanos suyos— cuando insolentemente le enviaron la parte inferior de un
animal sacrificado, o sea el anca en vez del cuarto delantero que correspondía
al rey. En consecuencia observaron sin derramar lágrimas cómo abandonaba la
ciudad que había librado del poder de la Esfinge. Después de vagar durante
muchos años de un país a otro, guiado por su fiel hija Antígona, Edipo llegó
por fin a Colono en el Ática, donde las Erinias, que tienen allí un
bosquecillo, le persiguieron hasta matarlo, y Teseo enterró su cadáver en el
recinto de los Solemnes de Atenas, y lo lloró al lado de Antígona.
1.
La
fábula de Layo, Yocasta y Edipo ha sido deducida de una serie de iconos
sagrados mediante una corrupción deliberada de su significado. Un mito que
explicaría el nombre de Lábdaco («ayuda con antorchas») se ha perdido; pero
puede referirse a la llegada a la luz de las antorchas de un Niño Divino,
llevado por vaqueros o pastores, en la ceremonia del Año Nuevo, y aclamado como
hijo de la diosa Brimo («rabiosa»). Este eleusis, o advenimiento, era el
acontecimiento más importante en los Misterios Éleusinos, y quizá también en
los ístmicos (véase 70.5), lo que explicaría el mito de la llegada de Edipo a
la corte de Corinto. Los pastores adoptaban o rendían homenaje a otros muchos
príncipes niños legendarios o semi-legendarios, tales como Hipótoo (véase
49.a). Pelias (véase 68.d), Anfión (véase 76.a). Égisto (véase 111.i), Moisés,
Rómulo y Ciro, todos los cuales eran abandonados en una montaña o confiados a
las olas en un arca, o ambas cosas. A Moisés lo encontró la hija del Faraón
cuando bajó al río con sus mujeres. Es posible que Oedipus, «pie hinchado»,
fuera originalmente Oedipais,
«hijo del mar agitado», que es el
significado del nombre que se da al héroe gales correspondiente, Dylan; y que
la perforación de los pies de Edipo con un clavo pertenezca al final y no al
comienzo de su fábula como en el mito de Talos (véase 92,m y 154.h).
2.
El
asesinato de Layo es un recuerdo de la muerte ritual del rey solar por su
sucesor: derribado de un carro y arrastrado por los caballos (véase 71.1)
cuando terminaba el primer año de su reinado.
3.
La
anécdota de la Esfinge ha sido deducida, evidentemente, de una ilustración en
que aparecía la diosa Luna alada de Tebas, cuyo cuerpo compuesto representa las
dos partes del año tebano —el león a la parte creciente y la serpiente a la
parte menguante— y a quien el nuevo rey ofrece sus devociones antes de casarse
con su sacerdotisa, la Reina. Parece también que el enigma que la Esfinge
aprendió de las Musas ha sido inventado para explicar una ilustración de un
infante, un guerrero y un anciano, los tres adorando a la diosa triple: cada uno
de ellos rinde homenaje a una persona diferente de la tríada. Pero la Esfinge,
vencida por Edipo, se mató, y lo mismo hizo su sacerdotisa Yocasta. ¿Fue Edipo
un invasor de Tebas en el siglo XIII que suprimió el antiguo culto minoico de
la diosa y reformó el calendario? Bajo el viejo sistema, el nuevo rey, aunque
extranjero, había sido teóricamente un hijo del rey viejo al que mató y con
cuya viuda se casó; costumbre que los invasores patriarcales tergiversaron
considerándola como parricidio e incesto. La teoría freudiana de que el
«complejo de Edipo» es un instinto común a todos los hombres fue sugerida por
esta anécdota corrompida, y aunque Plutarco recuerda (Sobre Isis y Osiris 32)
que el hipopótamo «asesinaba a su padre y violaba a su madre», nunca habría
sugerido que todos los hombres tienen un complejo de hipopótamo.
4.
Aunque
los patriotas tebanos, poco dispuestos a admitir que Edipo era un extranjero
que tomó su ciudad por asalto, preferían hacer de él el heredero perdido del
reino, la verdad es revelada por la muerte de Meneceo, miembro de la raza
pre-helena que celebraba el festival de las Pelonas en memoria del demiurgo
Ofión, de cuyos dientes pretendían haber nacido. Se lanzó a la muerte con la
esperanza desesperada de aplacar a la diosa, como Mercio Curcio cuando se abrió
una sima en el Foro romano (Livio: vii.6), y el mismo sacrificio se ofreció
durante la guerra de los «siete contra Tebas» (véase 106.j). Sin embargo, murió
en vano; de otro modo la Esfinge y su suprema sacerdotisa no se habrían visto
obligadas a suicidarse. La fábula de la muerte de Yocasta por ahorcamiento es
probablemente un error; se dice que la Helena del culto del olivo, lo mismo que
Erígone y Ariadna del culto del vino, murieron de ese modo, quizá para explicar
las figurillas de la diosa Luna que colgaban de las ramas de los árboles en los
huertos como un talismán de la fertilidad (véase 79.2, 88.10 y 98J). En Tebas
se utilizaban figurillas análogas y cuando Yocasta se suicidó lo hizo
indudablemente arrojándose desde una roca, lo mismo que la Esfinge.
5.
La
aparición de «Tiresias», título común de los adivinos en toda historia
legendaria de Grecia indicaba que Zeus le había concedido a Tiresias una vida
notablemente larga. Ver serpientes acoplándose se considera todavía infausto en
la India meridional; la teoría es que el testigo será castigado con la
«enfermedad femenina» (como la llama Herodoto), a saber, la homosexualidad;
aquí el fabulista griego ha llevado la fábula un poco más adelante para
provocar la risa contra las mujeres. El cornejo, árbol adivinatorio consagrado
a Crono (véase 52.3 y 170.5), simbolizaba el cuarto mes, el del equinoccio de
la primavera; Roma fue fundada en esa estación en el lugar donde golpeó en
tierra la jabalina de madera de cornejo lanzada por Rómulo. Hesíodo convirtió a
las dos Carites tradicionales en tres (véase 13.3), llamándolas Eufrósine,
Aglaye y Talía (Teogonia 945). El relato de Sosóstrato sobre la disputa por la
belleza tiene poco sentido, porque Pasithea Cale Eupbrosyne, «la Diosa de la Alegría
que es bella para todos», parece haber sido el título de la propia Afrodita.
Puede haberlo tomado del Juicio de París (véase 159.i y 3).
6.
Sobreviven
dos relatos incompatibles de la muerte de Edipo. Según Homero, murió
gloriosamente en batalla. Según Apolodoro e Higinio, fue desterrado por el
hermano de Yocasta, un miembro de la casa real cadmea, y vagó como mendigo
ciego por las ciudades de Grecia hasta que llegó a Colono, en el Ática, donde
las Furias le persiguieron hasta darle muerte. Que Édipo se cegara a sí mismo
por remordimiento lo han interpretado los psicólogos como castración, pero
aunque los gramáticos griegos dijeron que la ceguera de Fénix, el preceptor de
Aquiles (véase 160.l) era un eufemismo por impotencia, el mito primitivo es
siempre categórico, y la castración de Urano y Atis siguió siendo recordada sin
rubor en los libros de texto clásicos. La ceguera de Edipo, en consecuencia,
parece una invención teatral más bien que un mito original. Las Furias eran
personificaciones de la conciencia, pero de la conciencia en un sentido muy
limitado: despertada tan sólo por la violación de un tabú maternal.
7.
Según
la fábula no homérica, el desafío de la diosa de la ciudad por Edipo fue
castigado con el destierro, y él murió luego víctima de sus temores
supersticiosos. Es probable que sus innovaciones fuesen repudiadas por los
tebanos conservadores; y, ciertamente, la renuencia de sus hijos y hermanos a
concederle el cuarto delantero de la víctima sacrificada equivalía a negarle su
autoridad divina. La espaldilla era el emolumento sacerdotal en Jerusalén
(Levítico vii.32 y xi.21, etc.) y Tántalo puso una ante la diosa Deméter en un
famoso banquete de los dioses (véase 108.c). Entre los akan la paletilla de la
derecha todavía se concede al gobernante. ¿Trató Edipo, como Sísifo, de
sustituir las leyes de sucesión matrilineales por las patrilineales y le
desterraron sus subditos? Parece probable. Teseo de Atenas, otro revolucionario
patriarcal del Istmo, quien destruyó el antiguo clan ateniense de los Palántidas
(véase 99.a), es asociado por los dramaturgos atenienses con el entierro de
Edipo, y también fue desterrado al final de su reinado (véase 104.f).
8.
Tiresias
figura aquí dramáticamente como el profeta de la deshonra final de Edipo, pero
la fábula, tal como sobrevive, parece haber sido invertida. En un tiempo puede
haber sido algo así:
Edipo de Corinto conquistó Tebas y llegó a
ser rey casándose con Yocasta, una sacerdotisa de Hera. Luego anunció que el
reino pasaría en adelante de padre a hijo siguiendo la línea masculina, que es
una costumbre corintia, en vez de seguir siendo el don de Hera la
Estranguladora. Edipo confesó que se sentía deshonrado por haber dejado que los
caballos del carro arrastraran y dieran muerte a Layo considerado su padre, y por
haberse casado con Yocasta, quien le había hecho rey mediante una ceremonia de
renacimiento. Pero cuando trató de cambiar estas costumbres, Yocasta se suicidó
como protesta y Tebas fue víctima de una peste. Por consejo de un oráculo, los
tebanos negaron entonces a Edipo la paletilla sagrada y le desterraron. Murió
en una tentativa inútil de reconquistar su trono mediante la guerra.
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