a. Hera y Atenea discutían ansiosamente en el Olimpo cómo podía su
favorito Jasón conseguir el vellocino de oro. Por fin decidieron apelar a
Afrodita, quien se encargó de que su travieso hijito Eros despertara en Medea,
la hija del rey Eetes, una súbita pasión por él. Afrodita encontró a Eros
jugando a los dados con Ganimedes, pero haciendo trampa en cada jugada, y le
pidió que clavara una de sus flechas en el corazón de Medea. Como pago le
ofreció una pelota de oro esmaltada con anillos azules, con la que jugaba en
otro tiempo el infante Zeus; cuando se la lanzaba al aire dejaba una estela
como una estrella fugaz. Eros aceptó ansiosamente el regalo y Afrodita prometió
a las otras diosas que mantendría viva la pasión de Medea por medio de un
talismán nuevo: un torcecuello vivo extendido sobre una rueda de fuego.
b. Entretanto, en el consejo de guerra reunido en el remanso Jasón
propuso que fueran con los hijos de Frixo a la cercana ciudad de Ea en
Cólquide, donde gobernaba Eetes, y le pidieran como un favor el vellocino; sólo
si se lo negaba apelarían al engaño o la fuerza. Todos aprobaron su sugerencia,
y Augías, el hermanastro de Eetes, se unió al grupo. Se acercaron a Ea por el
cementerio ribereño de Circe, donde cadáveres masculinos envueltos en cueros de
buey sin curtir estaban expuestos en las copas de los sauces para que los
devoraran las aves, pues los colquídeos sólo entierran los cadáveres femeninos.
Ea brillaba espléndidamente sobre ellos desde una colina consagrada a Helio, el
padre de Eetes, quien tenía allí el establo para sus caballos blancos,. Hefesto
había construido el palacio real en agradecimiento por haberle salvado Helio
cuando le dominaban los gigantes durante su ataque al Olimpo.
c. La primera esposa de Eetes, la ninfa caucasiana Asterodia,
madre de Colciope, la viuda de Frixo, y de Medea, la sacerdotisa hechicera de
Hécate, había muerto algunos años antes; y su segunda esposa, Idía, le había
dado un hijo, Apsirto.
d. Cuando Jasón y sus compañeros se acercaron al palacio se
encontraron primeramente con Calcíope, que se sorprendió al ver que Citisoro y
sus otros tres hijos volvían tan pronto, y, cuando oyó su relato, agradeció a
Jasón por haberles salvado la vida. Luego se presentó Eetes, acompañado por
Idía y mostrando gran desagrado, pues Laomedonte se había comprometido a
impedir a todos los griegos la entrada en el Mar Negro, y pidió a Argo, su
nieto favorito, que explicara la intrusión, Argo contestó que Jasón, a quien él
y sus hermanos debían la vida, había venido en busca del vellocino de oro de
acuerdo con un oráculo. Viendo que el rostro de Eetes hacía un gesto de furia
se apresuró a añadir: «A cambio de ese favor estos nobles griegos someterán de
buena gana a los saurómatas al gobierno de Vuestra Majestad». Eetes rió
despectivamente y ordenó a Jasón —y a Augías, a quien no se dignó reconocer
como su hermano— que volvieran al lugar de donde venían antes que les cortasen
las lenguas y los decapitaran.
e. En ese momento salió del Palacio la princesa Medea, y cuando
Jasón respondió amable y cortésmente, Eetes, algo avergonzado de sí mismo,
prometió entregar el vellocino, pero con condiciones al parecer imposibles.
Jasón debía uncir a dos toros que exhalaban fuego y tenían las pezuñas de
bronce, creaciones de Hefesto; arar con ellos el Campo de Ares en una gran
extensión y
luego sembrarlo con los clientes de serpiente que le había dado
Atenea, los que sobraron de la siembra de Cadmo en Tebas. Jasón se preguntaba
estupefacto cómo podía realizar esas hazañas extraordinarias, pero Eros disparó
una de sus flechas contra Medea y se la introdujo en el corazón hasta las
plumas.
f. Cuando Calcíope fue al dormitorio de Medea esa noche para
pedirle ayuda en nombre de Citisoro y sus hermanos, la encontró perdidamente
enamorada de Jason. Cuando Calcíope se ofreció como mediadora, Medea se
comprometió de buena gana a ayudar a Jasón a uncir los toros que exhalaban
fuego y a conseguir el vellocino. Puso como única condición que ella volviera
en el Argo como su esposa.
g. Llamaron a Jasón, quien juró por todos los dioses del Olimpo
que sería eternamente fiel a Medea. Ella le entregó un pomo que contenía una
loción hecha con el zumo de color de sangre de azafranes de doble tallo
caucasianos, que le protegería contra el aliento ígneo de los toros; esta flor
poderosa nació por primera vez de la sangre del atormentado Prometeo. Jasón
aceptó agradecido el pomo y, tras una libación de miel, lo destapó y bañó su
cuerpo, la lanza y el escudo con su contenido. Así pudo someter a los toros y
uncirlos a un arado con un yugo adamantino. Aró durante todo el día y al
anochecer sembró los dientes, de los que surgieron inmediatamente hombres
armados. Hizo que esos hombres lucharan unos contra otros, como había hecho Cadmo
en una ocasión análoga, arrojando un tejo de piedra entre ellos, y luego dio
muerte a los heridos sobrevivientes.
h. Pero el rey Eetes no tenía la intención de desprenderse del
vellocino y se negó desvergonzadamente a cumplir lo convenido. Amenazó con incendiar
el Argo, que estaba amarrado frente a Ea, y matar a sus tripulantes; pero
Medea, en la que confiaba imprudentemente, condujo a Jasón y un grupo de
argonautas al recinto de Ares, a unos nueve
la ilómetros de distancia. Allí estaba el vellocino, guardado por un
dragón repugnante e inmortal, de un millar de enrollamientos, más grande que el
Argo mismo y nacido de la sangre del monstruo Tifón destruido por Zeus. Medea
apaciguó al dragón silbante con encantamientos y luego, utilizando ramitas de
enebro recién cortadas, le roció los párpados con gotas soporíferas. Jasón
desató con cautela el vellocino del roble y todos juntos corrieron a la playa
donde estaba el Argo.
i. Los sacerdotes de Ares habían dado ya la alarma y en un reñido
combate los colquideos hirieron a Ifito, Meleagro, Argo, Atalanta y Jasón. Pero
todos ellos consiguieron embarcarse en el Argo que los esperaba y en el que se
apresuraron a alejarse de la costa, perseguidos
por las galeras de Eetes. Sólo ífito murió a consecuencia de sus heridas;
Medea no tardó en curar a los otros con
vulnerarios inventados por ella.
j. Ahora bien, los saurómatas, a cuya conquista se había
comprometido Jasón, eran descendientes de tres cargamentos de amazonas
capturadas por Heracles durante su noveno trabajo; rompieron sus cadenas y
mataron a los marineros que les habían puesto como guardianes, pero como no
sabían nada de navegación, fueron a la deriva al Bosforo Cimerio, donde
desembarcaron en Cremni, en el país de los escitas libres. Allí se apoderaron de
una manada de caballos salvajes, montaron en ellos y se dedicaron a saquear el
país. Poco después los escitas descubrieron por algunos cadáveres que cayeron
en su poder que los invasores eran mujeres y enviaron un grupo de muchachos
para que ofrecieran a las amazonas amor en vez de guerra. La cosa no fue
difícil, pero las amazonas consintieron en casarse con ellos sólo si se
trasladaban a la orilla oriental del río Tanáis, donde sus descendientes, los
saurómatas, todavía viven y conservan ciertas costumbres amazónicas, como la de
que cada muchacha tiene que haber matado a un hombre en batalla antes de que
pueda encontrar marido.
1.
Esta
parte de la leyenda incluye el mito primitivo acerca de los trabajos que impuso
a Diomedes el rey con cuya hija deseaba casarse.
2.
El
talismán amoroso de Afrodita, cuidadosamente descrito por Teócrito (Idilios
ii.17), era utilizado en toda Grecia, incluyendo al círculo de Sócrates
(Jenofonte: Memorabilia iii.11.17). Debido a que el torcecuello construye en
los sauces, silba como una serpiente y pone huevos blancos, ha estado siempre
consagrado a la luna: lo («luna») lo envió como su mensajero al enamorado Zeus
(véase 56.a). Uno de sus nombres populares en Europa es «compañero del
cuclillo», y el cuclillo aparece en la fábula de cómo Zeus cortejó a la diosa
Luna Hera (véase 12.a). Encender fuego mediante la fricción constituía una
magia simpática para causar el amor, y la palabra inglesa pun la significa tanto yesca como ramera. Eros con
antorcha y flechas es post-homérico, pero en la época de Apolonio de Rodas sus
travesuras y la desesperación de Afrodita se habían convertido ya en una broma
literaria (véase 18.a) que Apuleyo exageró aún más en Cupido y Psique.
3.
La
costumbre colquídea de envolver los cadáveres en cueros y exponerlos en las
copas de los sauces recuerda la costumbre parsi de dejarlos en plataformas para
que los devoren los buitres, con objeto de no profanar el sagrado principio del
fuego, el don santo del Sol, mediante la cremación. Apolonio de Rodas lo
menciona, al parecer, para destacar el interés de Pelias por el ánima de Frixo;
como era griego, no podía considerarlo un rito fúnebre adecuado. Los toros que
exhalan fuego de Eetes recuerdan también los de bronce en que los prisioneros
eran asados vivos por Falaris de Agrigento —una colonia rodia—, probablemente
en honor de su dios Helio, cuyo símbolo era un toro de bronce (Píndaro: Odas
píticas i. 185, con escoliasta); pero los hombres sembrados con los que luchó
Jasón eran inapropiados para la fábula. Aunque era razonable para Cadmo,
extranjero cananeo, luchar con los pelasgos autóctonos cuando invadió Beocia
(véase 58.g), Jasón, como candidato nativo al reino, debió realizar más bien
los trabajos de Kilhwych de arar, sembrar y recoger una cosecha en un día
(véase 148.j), acto ritual cuya pantomima se hacía fácilmente en el solsticio
estival, y luego luchar con un toro y librar la batalla ficticia acostumbrada
contra hombres disfrazados de animales. Su conquista del vellocino de oro tiene
su igual en la de las manzanas de oro que obtuvo Heracles, guardadas por otro
dragón que no dormía (véase 133.d). Por lo menos cuatro de los trabajos de
Heracles parecen haberle sido impuestos como candidato a la dignidad de rey
(véase 123.1, 124.2, 127.1 y 129.1).
4.
Jasón
y Heracles son, en realidad, el mismo personaje en lo que concierne al mito de
las tareas matrimoniales; y los trabajos primero y séptimo sobreviven
rudimentariamente aquí en la muerte del jabalí mariandino y el león cícico, los
cuales deberían haberse atribuido a Jasón. «Jasón» era, por supuesto, un título
de Heracles.
5.
El
azafrán colquídeo de Medea es el cólquico venenoso utilizado por los antiguos
como el específico más digno de confianza contra la gota, como sigue siendo. Su
reputación de ser peligroso contribuyó a la de Medea.
6.
Los
saurómatas eran los arqueros jinetes escitas de las estepas (véase 132.6); no
es extraño que Eetes riese ante la idea de que Jasón y su infantería
pesadamente armada pudieran vencerlos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario