domingo, 4 de agosto de 2013

152 La toma del vellocino

a. Hera y Atenea discutían ansiosamente en el Olimpo cómo podía su favorito Jasón conseguir el vellocino de oro. Por fin decidieron apelar a Afrodita, quien se encargó de que su travieso hijito Eros despertara en Medea, la hija del rey Eetes, una súbita pasión por él. Afrodita encontró a Eros jugando a los dados con Ganimedes, pero haciendo trampa en cada jugada, y le pidió que clavara una de sus flechas en el corazón de Medea. Como pago le ofreció una pelota de oro esmaltada con anillos azules, con la que jugaba en otro tiempo el infante Zeus; cuando se la lanzaba al aire dejaba una estela como una estrella fugaz. Eros aceptó ansiosamente el regalo y Afrodita prometió a las otras diosas que mantendría viva la pasión de Medea por medio de un talismán nuevo: un torcecuello vivo extendido sobre una rueda de fuego.

b. Entretanto, en el consejo de guerra reunido en el remanso Jasón propuso que fueran con los hijos de Frixo a la cercana ciudad de Ea en Cólquide, donde gobernaba Eetes, y le pidieran como un favor el vellocino; sólo si se lo negaba apelarían al engaño o la fuerza. Todos aprobaron su sugerencia, y Augías, el hermanastro de Eetes, se unió al grupo. Se acercaron a Ea por el cementerio ribereño de Circe, donde cadáveres masculinos envueltos en cueros de buey sin curtir estaban expuestos en las copas de los sauces para que los devoraran las aves, pues los colquídeos sólo entierran los cadáveres femeninos. Ea brillaba espléndidamente sobre ellos desde una colina consagrada a Helio, el padre de Eetes, quien tenía allí el establo para sus caballos blancos,. Hefesto había construido el palacio real en agradecimiento por haberle salvado Helio cuando le dominaban los gigantes durante su ataque al Olimpo.

c. La primera esposa de Eetes, la ninfa caucasiana Asterodia, madre de Colciope, la viuda de Frixo, y de Medea, la sacerdotisa hechicera de Hécate, había muerto algunos años antes; y su segunda esposa, Idía, le había dado un hijo, Apsirto.

d. Cuando Jasón y sus compañeros se acercaron al palacio se encontraron primeramente con Calcíope, que se sorprendió al ver que Citisoro y sus otros tres hijos volvían tan pronto, y, cuando oyó su relato, agradeció a Jasón por haberles salvado la vida. Luego se presentó Eetes, acompañado por Idía y mostrando gran desagrado, pues Laomedonte se había comprometido a impedir a todos los griegos la entrada en el Mar Negro, y pidió a Argo, su nieto favorito, que explicara la intrusión, Argo contestó que Jasón, a quien él y sus hermanos debían la vida, había venido en busca del vellocino de oro de acuerdo con un oráculo. Viendo que el rostro de Eetes hacía un gesto de furia se apresuró a añadir: «A cambio de ese favor estos nobles griegos someterán de buena gana a los saurómatas al gobierno de Vuestra Majestad». Eetes rió despectivamente y ordenó a Jasón —y a Augías, a quien no se dignó reconocer como su hermano— que volvieran al lugar de donde venían antes que les cortasen las lenguas y los decapitaran.

e. En ese momento salió del Palacio la princesa Medea, y cuando Jasón respondió amable y cortésmente, Eetes, algo avergonzado de sí mismo, prometió entregar el vellocino, pero con condiciones al parecer imposibles. Jasón debía uncir a dos toros que exhalaban fuego y tenían las pezuñas de bronce, creaciones de Hefesto; arar con ellos el Campo de Ares en una gran extensión y
luego sembrarlo con los clientes de serpiente que le había dado Atenea, los que sobraron de la siembra de Cadmo en Tebas. Jasón se preguntaba estupefacto cómo podía realizar esas hazañas extraordinarias, pero Eros disparó una de sus flechas contra Medea y se la introdujo en el corazón hasta las plumas.

f. Cuando Calcíope fue al dormitorio de Medea esa noche para pedirle ayuda en nombre de Citisoro y sus hermanos, la encontró perdidamente enamorada de Jason. Cuando Calcíope se ofreció como mediadora, Medea se comprometió de buena gana a ayudar a Jasón a uncir los toros que exhalaban fuego y a conseguir el vellocino. Puso como única condición que ella volviera en el Argo como su esposa.

g. Llamaron a Jasón, quien juró por todos los dioses del Olimpo que sería eternamente fiel a Medea. Ella le entregó un pomo que contenía una loción hecha con el zumo de color de sangre de azafranes de doble tallo caucasianos, que le protegería contra el aliento ígneo de los toros; esta flor poderosa nació por primera vez de la sangre del atormentado Prometeo. Jasón aceptó agradecido el pomo y, tras una libación de miel, lo destapó y bañó su cuerpo, la lanza y el escudo con su contenido. Así pudo someter a los toros y uncirlos a un arado con un yugo adamantino. Aró durante todo el día y al anochecer sembró los dientes, de los que surgieron inmediatamente hombres armados. Hizo que esos hombres lucharan unos contra otros, como había hecho Cadmo en una ocasión análoga, arrojando un tejo de piedra entre ellos, y luego dio muerte a los heridos sobrevivientes.

h. Pero el rey Eetes no tenía la intención de desprenderse del vellocino y se negó desvergonzadamente a cumplir lo convenido. Amenazó con incendiar el Argo, que estaba amarrado frente a Ea, y matar a sus tripulantes; pero Medea, en la que confiaba imprudentemente, condujo a Jasón y un grupo de argonautas al recinto de Ares, a unos nueve  la ilómetros de distancia. Allí estaba el vellocino, guardado por un dragón repugnante e inmortal, de un millar de enrollamientos, más grande que el Argo mismo y nacido de la sangre del monstruo Tifón destruido por Zeus. Medea apaciguó al dragón silbante con encantamientos y luego, utilizando ramitas de enebro recién cortadas, le roció los párpados con gotas soporíferas. Jasón desató con cautela el vellocino del roble y todos juntos corrieron a la playa donde estaba el Argo.

i. Los sacerdotes de Ares habían dado ya la alarma y en un reñido combate los colquideos hirieron a Ifito, Meleagro, Argo, Atalanta y Jasón. Pero todos ellos consiguieron embarcarse en el Argo que los esperaba y en el que se apresuraron a alejarse de la costa, perseguidos  por las galeras de Eetes. Sólo ífito murió a consecuencia de sus heridas; Medea no tardó en curar a los otros  con vulnerarios inventados por ella.

j. Ahora bien, los saurómatas, a cuya conquista se había comprometido Jasón, eran descendientes de tres cargamentos de amazonas capturadas por Heracles durante su noveno trabajo; rompieron sus cadenas y mataron a los marineros que les habían puesto como guardianes, pero como no sabían nada de navegación, fueron a la deriva al Bosforo Cimerio, donde desembarcaron en Cremni, en el país de los escitas libres. Allí se apoderaron de una manada de caballos salvajes, montaron en ellos y se dedicaron a saquear el país. Poco después los escitas descubrieron por algunos cadáveres que cayeron en su poder que los invasores eran mujeres y enviaron un grupo de muchachos para que ofrecieran a las amazonas amor en vez de guerra. La cosa no fue difícil, pero las amazonas consintieron en casarse con ellos sólo si se trasladaban a la orilla oriental del río Tanáis, donde sus descendientes, los saurómatas, todavía viven y conservan ciertas costumbres amazónicas, como la de que cada muchacha tiene que haber matado a un hombre en batalla antes de que pueda encontrar marido.

1.      Esta parte de la leyenda incluye el mito primitivo acerca de los trabajos que impuso a Diomedes el rey con cuya hija deseaba casarse.

2.      El talismán amoroso de Afrodita, cuidadosamente descrito por Teócrito (Idilios ii.17), era utilizado en toda Grecia, incluyendo al círculo de Sócrates (Jenofonte: Memorabilia iii.11.17). Debido a que el torcecuello construye en los sauces, silba como una serpiente y pone huevos blancos, ha estado siempre consagrado a la luna: lo («luna») lo envió como su mensajero al enamorado Zeus (véase 56.a). Uno de sus nombres populares en Europa es «compañero del cuclillo», y el cuclillo aparece en la fábula de cómo Zeus cortejó a la diosa Luna Hera (véase 12.a). Encender fuego mediante la fricción constituía una magia simpática para causar el amor, y la palabra inglesa pun la  significa tanto yesca como ramera. Eros con antorcha y flechas es post-homérico, pero en la época de Apolonio de Rodas sus travesuras y la desesperación de Afrodita se habían convertido ya en una broma literaria (véase 18.a) que Apuleyo exageró aún más en Cupido y Psique.

3.      La costumbre colquídea de envolver los cadáveres en cueros y exponerlos en las copas de los sauces recuerda la costumbre parsi de dejarlos en plataformas para que los devoren los buitres, con objeto de no profanar el sagrado principio del fuego, el don santo del Sol, mediante la cremación. Apolonio de Rodas lo menciona, al parecer, para destacar el interés de Pelias por el ánima de Frixo; como era griego, no podía considerarlo un rito fúnebre adecuado. Los toros que exhalan fuego de Eetes recuerdan también los de bronce en que los prisioneros eran asados vivos por Falaris de Agrigento —una colonia rodia—, probablemente en honor de su dios Helio, cuyo símbolo era un toro de bronce (Píndaro: Odas píticas i. 185, con escoliasta); pero los hombres sembrados con los que luchó Jasón eran inapropiados para la fábula. Aunque era razonable para Cadmo, extranjero cananeo, luchar con los pelasgos autóctonos cuando invadió Beocia (véase 58.g), Jasón, como candidato nativo al reino, debió realizar más bien los trabajos de Kilhwych de arar, sembrar y recoger una cosecha en un día (véase 148.j), acto ritual cuya pantomima se hacía fácilmente en el solsticio estival, y luego luchar con un toro y librar la batalla ficticia acostumbrada contra hombres disfrazados de animales. Su conquista del vellocino de oro tiene su igual en la de las manzanas de oro que obtuvo Heracles, guardadas por otro dragón que no dormía (véase 133.d). Por lo menos cuatro de los trabajos de Heracles parecen haberle sido impuestos como candidato a la dignidad de rey (véase 123.1, 124.2, 127.1 y 129.1).

4.      Jasón y Heracles son, en realidad, el mismo personaje en lo que concierne al mito de las tareas matrimoniales; y los trabajos primero y séptimo sobreviven rudimentariamente aquí en la muerte del jabalí mariandino y el león cícico, los cuales deberían haberse atribuido a Jasón. «Jasón» era, por supuesto, un título de Heracles.

5.      El azafrán colquídeo de Medea es el cólquico venenoso utilizado por los antiguos como el específico más digno de confianza contra la gota, como sigue siendo. Su reputación de ser peligroso contribuyó a la de Medea.

6.      Los saurómatas eran los arqueros jinetes escitas de las estepas (véase 132.6); no es extraño que Eetes riese ante la idea de que Jasón y su infantería pesadamente armada pudieran vencerlos.

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