Se entiende por mitología mesopotámica el conjunto de mitos y leyendas que los antiguos habitantes de Mesopotamia tenían para explicar el universo y el origen de los seres que lo habitaban; sin embargo, esta denominación no es del todo correcta, ya que en ella se incluye tanto la religión de los sumerios como la de los acadios. Al ser estos dos pueblos de diferente etnia y lengua, no es difícil llegar a la conclusión de cuán poco responde esta fusión a la realidad vivida en aquellos milenios por dichas culturas. También los babilonios, cassitas y asirios pertenecen al conjunto de pueblos que habitaban Mesopotamia, pero su religión es idéntica a la de los acadios, por lo que se incluyen en este grupo.
Diferencias y parecidos entre la religión sumeria y la religión acadia
La confusión que da lugar a la unión de estas dos religiones responde al hecho de que, tras la desaparición del pueblo sumerio, los acadios-semitas tomaran el relevo y adoptaran su cultura en muchos aspectos. Esta fusión llegó a ser tan estrecha que en algunos casos es difícil saber con seguridad qué elementos eran originalmente sumerios y cuáles acadios.
En general, mientras que los dioses sumerios, claramente antropomórficos, eran sentidos como muy cercanos en su quehacer a los hombres, los dioses acadios se caracterizan por una omnipotencia que eclipsaba todo lo demás. Estas formas de entender la divinidad respondían a un reflejo de la realidad política que vivía cada pueblo. Los sumerios experimentaron una íntima relación entre la religión y el poder político, hasta el punto de que la cabeza de la ciudad-estado, el ensi, podría ser definido como un rey-sacerdote; amén de la importancia del estamento clerical. Sin embargo, la religión acadia cuenta con la figura de un dios todopoderoso que aglutinaba al resto de las deidades para servir de figura paralela a su sharru (rey), que así mismo gobernaba sobre distintos estados.
En cambio, estas dos religiones tenían puntos en común en la constitución de sus dioses, pues ambas tenían su origen en un principio acuoso y sus divinidades principales se agrupaban en tríadas. Tras las deidades venían, tanto en la religión sumeria como en la acadia, infinidad de espíritus y demonios, buenos y malos, que acompañaban al hombre durante su vida para premiarlo o castigarlo.
Mitología sumeria
Los dioses sumerios desempeñaban un papel muy definido de acuerdo con su específica naturaleza y contenido, lo que no impidió que evolucionaran y tuvieran un amplio desarrollo histórico, como se aprecia en la diversidad de concepciones teológicas y cosmogónicas.
Cosmogonía
En un principio sólo existía el espacio de la diosa Nammu (el Océano primordial), la cual hizo nacer, por emanaciones sucesivas, el cielo y la tierra. Estos dos elementos estaban en un principio unidos y formaban la montaña cósmica, hasta que un día Enlil separó ambos y el mundo quedó establecido. Así, el universo quedó dividido en tres zonas: el cielo, que le correspondió al dios An; la tierra, que se le asignó al dios Enki; y el viento, que se le otorgó al dios Enlil. Tras este reparto, otros dioses dieron origen a la luz del día, a las plantas y a los animales. Finalmente, los dioses Nammu, Enki y Ninmah formaron a partir del barro del Abismo (Apsu) el ser humano.
Dioses
Los sumerios pensaban que el mundo divino estaba constituido a imagen del mundo terrestre; de hecho, sus mismos dioses estaban dotados de todas las pasiones y debilidades humanas. Estos presupuestos antropomórficos hacían que las deidades se comportasen como los hombres: bebían, comían, sufrían, hacían el amor, peleaban, etc.; en definitiva, repetían el modelo de vida que los sumerios tenían. La falta de un dios todopoderoso que rigiera al resto de las divinidades hizo que no tuvieran una organización unitaria de sus dioses, por lo que éstos quedaban ligados a las diferentes ciudades-estado. Esta característica local bien pudiera reflejar la antigua vida nómada sumeria, pues fue una constante durante toda su cultura, que desapareció con ellos. Por supuesto, sí que contaban con algunas grandes divinidades de gran prestigio en todo el país, que se agrupaban en tríadas.
Por orden de importancia habría que nombrar a una primera tríada constituida por: An, dios del cielo; Enlil, dios del viento; y Enki, dios de la tierra o del fundamento. A esta formación le sigue una segunda tríada integrada por las divinidades astrales Zu-en (el dios luna), Ud o Utu (el dios sol) e Inanna (personificación de la lucha y la procreación).
Tras ellas hay una serie de divinidades secundarias de menor trascendencia cuyo número se considera superior a cincuenta. Aunque se podría hacer una lista interminable, aquí se citará sólo a los más nombrados en los mitos: Nergal (dios del Mundo Inferior) y su esposa Ereshkigal, hermana de Inanna; Ishkur (señor de la Tempestad); Ninurta (dios guerrero y campeón del olimpo sumerio); Dumuzi (dios de la fertilidad agrícola); Ningishzida y Ningursu.
Mitos
Hoy en día se conservan algunos mitos sumerios escritos gracias al trabajo de los dubsar o escribas. Se caracterizan por ser largas tiradas preparadas para ser recitadas, con abundantes paralelismos y repeticiones, lo que ha llevado a pensar que la trasmisión de los mismos estaba encargada a los nar o trovadores ambulantes.
A través de los textos, se pueden abstraer las principales preocupaciones de la religiosidad sumeria, pues los temas se centran en núcleos bien delimitados. Como todas las culturas del momento, sus intereses se enfocan a la creación del universo, el nacimiento de los dioses, el papel del hombre en el cosmos, etc.; sin embargo, junto a estas cuestiones filosóficas, también se aprecia un interrogante sobre la vida misma, como el culto a la fertilidad, la guerra, la enfermedad, ... Además se aprecia una necesidad de ahondar en la relación de los dioses con su propia existencia, pues también son corrientes los mitos acerca del problema del mal o el diluvio, que tanto eco tendrá en las mitologías posteriores.
En una clasificación más rigurosa y útil para el estudioso, aunque más artificial también, se podría constreñir toda la producción a cinco unidades temáticas: los mitos sobre los orígenes o mitos cosmogónicos, en los que muestran la idea de un ser superior, de naturaleza divina, que origina el mundo y sus cosas; los mitos de organización, por los que se narra la organización del mundo y su proceso culturizador; los mitos de contacto divino y humano, que cuentan las uniones de mortales y dioses, y las aportaciones de estos últimos a la vida del hombre; los mitos de héroes, centrados en las grandes gestas de diferentes personajes; y los mitos sobre el más allá, que describen un reino de los Infiernos sombrío al que toda la humanidad está condenada, pues el cielo corresponde a la divinidad.
Mitología acadia
Cosmogonía
De un principio acuoso primordial, se aislaron dos entes primarios: Apsu, representación masculina del Océano que rodeaba al mundo, y Tiamat, forma femenina del agua salada. Estos dos principios fueron el origen del resto de los seres, pues de su unión nacieron las deidades Lahmu y Lahamu, dos monstruosas serpientes, cuyo papel religioso pronto quedó borrado; y Anshar y Kishar, representantes de la totalidad del cielo y de la tierra. Posteriormente, de esta última pareja nació la tríada suprema formada por Anu, Bel y Ea, quienes se repartieron la totalidad de lo creado. Aunque los nombres de estos tres dioses pertenecen a la cultura babilónica, es muy probable que se tratara de un calco de la tríada sumeria. Tras ésta, se sitúa la aparición de la segunda tríada astral, formada por Sin (dios lunar), y sus hijos Shamash (el dios sol), y Adad (dios de la atmósfera).
Panteón original
El panteón acadio quedó constituido en un principio por dos tríadas con sus correspondientes sosias:
Trinidad primordial
- Anú, el cielo, y su consorte Anatu.
- Ea, las aguas, y su sosia Damkina.
- Bel, la Tierra, llamado también el "Señor de la Montaña", cuya pareja se llama Belit.
Trinidad secundaria
- Sin, dios de la Luna, cuya compañera es Ningal.
- Shamah, dios del Sol, casado con Aja.
- Adad o Ramman, dios de la Atmósfera (la tormenta, el trueno, el rayo, las inundaciones, etc.).
Elevación de Marduk a divinidad principal: nueva cosmogonía y creación del hombre
Sin embargo, este politeísmo evolucionó hacia una sistematización y, sobre todo, hacia una reducción mediante la fusión de algunas divinidades. Este cambio respondía a la necesidad de reflejar en sus dioses su realidad política y social, pues tanto la relación del rey con sus vasallos como la supeditación de las ciudades a la capital requerían la visión de una entidad única coordinadora de las demás. La elección de ese dios supremo recayó sobre Marduk, cuya exaltación se consolidó al lograr la unificación de las dos regiones de Mesopotamia, Súmer y Akkad. En este período, que corresponde a la gloriosa época de la dinastía amorrea y de su máximo representante, Hammurabi, se elaboraron una serie de versiones de las antiguas leyendas sumerias que elevaban a Marduk.
Leyenda de Marduk
En un principio Marduk, también conocido como Bel-Marduk, tan sólo era el dios babilonio del sol primaveral, considerado unas veces hijo de Damkina y El, y otras hijo de Ea. Sin embargo, en el mito creado para él, se cuenta que el joven había adquirido una fuerza descomunal al crecer; por ello, cuando Tiamat, junto con los ogros que había alumbrado, amenazó a los dioses, las divinidades prometieron a Marduk la hegemonía sobre ellos si lograba vencer, pues ya habían probado todos los métodos para luchar contra ella y ninguno había tenido éxito. Marduk, entonces, partió en dos el cuerpo de Tiamat y le quitó la sangre. Utilizó una de las mitades para construir el cielo y la otra, para formar la tierra. Luego, con la sangre de Kingu, marido de Tiamat, y con un poco de barro creó al primer hombre; aunque otra versión cuenta que se decapitó a sí mismo e hizo al hombre con su propia sangre. Tras su victoria, Anu cedió todo su poder a Marduk; su padre Ea le traspasó su propio nombre; y Bel, que poseía la Tablilla de los Destinos, fue obligado a elaborar un nuevo episodio, incluido en el Poema de la Creación (Enuma elish), y a entregar dicha Tablilla a Marduk, en la cual se le reconocía vencedor de la diosa Tiamat y, en consecuencia, campeón de todos los dioses.
Divinidades secundarias
Existieron también otras muchísimas divinidades de importancia secundaria o menor, encuadradas como divinidades de la naturaleza, como dioses de la guerra y de la destrucción, de los ríos, canales y arroyos, de la fertilidad, del alimento, del ganado o de la actividad intelectual, divinidades tan complejas en cuanto a su número y contenido religioso que hubo necesidad de elaborar largas listas de dioses que constantemente había que revisar y poner al día. Entre ellas destacan:
Ishtar
Divinidad femenina conocida por Ishtar, Ashtart o Astarté, cuyo culto se extendió por toda la costa mediterránea; también recibía el nombre de Astar o Istar, entre los semitas. Es la más difundida deidad antigua y la única diosa no conocida originariamente como esposa de otro dios. Era la diosa sumerio-babilónica de la fertilidad. Se la ha asociado a Deméter y a Afrodita en Grecia, pero fue adorada en otros países con diversos nombres. Algunos mitólogos postulan que es un resto de una primitiva diosa común que personificaba la Tierra.
Entre sus consortes, el más conocido fue Tammuz, por el que la diosa desciende a los Infiernos para rescatarlo. Esta leyenda tiene relación con la diosa egipcia Isis, que también va en busca de su marido muerto. En la epopeya de Gilgamesh es la propia Ishtar la que da muerte a Tammuz, hecho interpretado por los estudiosos como el ciclo de la tierra que muere para renacer más tarde. También fue considerada diosa de la guerra y las tormentas.
Tammuz
Conocido como Dumuzi ('el ungido') en sumerio, es un dios de la vegetación que muere para resucitar después y simboliza los ciclos estacionales. En el mito de Adapa, Tammuz y Gishzida son los dioses guardianes de las puertas del cielo que interceden por Adapa ante Anu. En el mito Ishtar-Tammuz (para los sumerios, Tammuz es su hermano y, para los babilonios, su amante), Tammuz muere desgarrado por los colmillos de un jabalí -mito que tiene paralelos con Adonis y Afrodita- y desciende a Aralu (región de los muertos), donde gobierna Ereshkigal, hermana de Ishtar. Ésta desciende para recuperarle, pero su hermana, celosa, le intercepta el paso y la retiene para humillarla y torturarla. Encerrada Ishtar, la tierra languidece y los dioses ordenan a Ereshkigal que libere a su hermana, pero ésta no quiere irse sin Tammuz, por lo que éste vuelve también al mundo de los vivos. Esta secuencia de muerte y resurrección se repetía cada año.
La humanidad y el mundo de ultratumba
El pensamiento acadio concebía a los seres humanos como meros servidores de la divinidad, lo que marcaba profundamente su actuación terrena. El hecho de fracasar en las obligaciones de su vivir cotidiano implicaba un delito contra los dioses, que éstos podían castigar mediante sequías, diluvios, hambres, peste y enfermedad. Esta concepción hacía que la relación con la divinidad estuviera marcada por el temor; así, se consideraba que la primera obligación de todo ser humano era proporcionar a los dioses sacrificios, ofrendas, libaciones y quema de plantas aromáticas, todo ello aderezado con los adecuados rezos y oraciones.
Al igual que las faltas eran castigadas inflexiblemente, las buenas acciones eran agradecidas con recompensas y premios, aunque los únicos bienes que podían recibir eran los de una larga vida y una relativa tranquilidad en la ultratumba.
Respecto a la muerte, los acadios creían en un Más Allá que sólo podían alcanzar los que habían recibido sepultura, pues los no enterrados estaban condenados a vagar sin sosiego como espíritus por la estepa. Una vez inhumados, las almas descendían a un mundo subterráneo situado bajo el abismo del Apsu, que estaba gobernado por altas divinidades. Una vez que se llegaba a este lugar, era imposible abandonarlo, por lo que se consideraba el destino eterno reservado a la humanidad.
Mitos
Los núcleos temáticos que ofrecía la mitología acadia eran los siguientes: mitos sobre la creación y los orígenes, mitos de lucha y victoria, mitos de destrucción y salvación, mitos sobre el Más Allá, mitos de ascensión, mitos de exaltación divina y humana, y mitos con seres fantásticos. Sería un trabajo inabarcable reunir aquí todos estos mitos; no obstante, se ha hecho un lugar para dos de ellos debido a su extrema importancia: la aparición del primer hombre y el diluvio.
Adapa, el primer hombre
El mito de Adapa era una historia paralela a la antes mencionada de Marduk para explicar la aparición del primer humano. En esta leyenda el primer hombre era hijo del dios Ea. Éste recibió el don de la sabiduría, junto a todos los demás dones que los dioses tenían, excepto una vida inmortal. Su tarea era la de abastecer de víveres la mesa de los dioses, pues era sacerdote del templo de Eridu. Como la comida predilecta de los dioses era el pescado, iba frecuentemente con su barca a por él. Un día que se encomendaba a esta tarea, su barca dio la vuelta y Adapa, irritado, cortó las alas del viento sur. Al estar Anu molesto con este acto, el padre de Adapa, Ea, le advirtió que no aceptara comida, ni bebida de este dios; sin embargo, gracias a la intervención de Tammuz y Gishzida, que defendieron a Adapa, se logró aplacar la ira de Anu. El dios, en señal de reconciliación, ofreció a Adapa el pan y el agua de la vida inmortal, pero Adapa lo rechazó al recordar los consejos de su padre y, de este modo, perdió la inmortalidad para él y para toda la humanidad.
Gilgamesh y Utnapishtim: el mito del diluvio
El mito del diluvio se narra en las doce tablillas cuneiformes descubiertas en 1872. En ellas se relata que el rey de Uruk, humano en un tercio y divino en dos terceras partes, derrotó a Engidu. De esta victoria nació una estrecha amistad que se quebró bruscamente con la muerte de Engidu. Al encontrarse solo, Gilgamés decidió buscar la vida inmortal, motivo por el que fue en busca de su antepasado Utnapishtim ('el lejano'), conocido también por Ziudsudra, que había conseguido la inmortalidad por su ejemplar conducta durante el diluvio. Al fin logró hallarle y éste le relató lo que aconteció: Enlil, que odiaba a la humanidad, había convencido a Anu para que provocase una enorme inundación, pero Ea avisó a Utnapishtim y le aconsejó que construyera una gufa (una nave), donde pudiera meter animales de todo tipo. Cuando la barca se depositó en el monte Niser al bajar las aguas, Utnapishtim envió sucesivamente una paloma, una golondrina y un cuervo. Finalmente, este último no regresó, por lo que supo el fin de la inundación. Es evidente la afinidad de este mito con el Noé bíblico o con el Deucalión griego. Tras su supervivencia, Ea tuvo que aplacar la ira del dios Enlil por haber ayudado a que un humano lograra salir vivo. Con el tiempo, Utnapishtim fue admitido en el coro de los dioses. En cuanto a Gilgamés, decidió pasar una prueba muy dura en la que tenía que vencer al sueño para lograr la inmortalidad, pero fracasó en su empeño. Tras su derrota, visitó a Engidu en las regiones infernales y, más tarde, murió él mismo.
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