miércoles, 20 de febrero de 2019

Mitología Egipcia

Se llama mitología egipcia al conjunto de mitos y leyendas que los antiguos habitantes de Egipto tenían para explicar el universo y el origen de los seres que lo habitaban.
La clasificación de los dioses egipcios es complicada, ya que no cuentan con un sistema relativamente organizado como en el caso de la mitología grecorromana. Los sacerdotes de cada lugar tendían a adornar a su dios local con el mayor número posible de atributos, lo que provoca, en gran número de casos, la absorción de varias deidades en una sola. En principio, este sincretismo parece señalar una tendencia monoteísta; sin embargo, no era así. La mitología egipcia enseñaba que el orden del mundo había aparecido gracias a la multiplicidad de los dioses, por lo que las tendencias a la unidad significaban el caos. Una vez establecido el politeísmo como base, las distintas teologías procuraban demostrar la preeminencia de su dios local, hecho que impide determinar la esfera de influencia de las diversas divinidades, pues cualquier dios era entendido como una imagen del todo, que rige el universo físico y las fuerzas.
Los distintos dioses no son divinidades reveladas, sino que se imponen como necesidades emanadas de la experiencia; de este modo, son concebidos como motores de los fenómenos naturales. Así, el egipcio tributaba culto a sus deidades y no a las fuerzas de la naturaleza. Como excepción se puede señalar el culto al sol durante el reinado de Akhenatón; sin embargo, con el tiempo, la potencia del sol se reconoce en cada una de las formas, y numerosas deidades se convierten en dioses del sol bajo la forma de Sebek-Ra, Chnum-Ra y Amón-Ra.
En algunos casos se unía la divinidad con el fenómeno mismo que representan, como Hator, Osiris y Set. Estos tres dioses se vinculan con muchos mitos relacionados con la agricultura, la meteorología, la astronomía, e incluso con aspectos sociales. El elemento común que unifica a todos los dioses es su naturaleza cíclica, característica que comparten con el destino humano, puesto que el egipcio creía en la idea del eterno retorno.
No se produjo un culto directo a la luna, aunque existía la luz divina como astro, Ioh. Se adoraban en cambio divinidades antropomorfas, como Osiris, Tot y otras, cuyo comportamiento se vincula con la luna.
A diferencia de otras religiones primitivas, los egipcios no hacían una distinción clara entre la naturaleza divina y la humana; de hecho, creían que el hombre, tras morir, crecer en la otra vida y cumplir un ciclo completo, se asimilaba a un dios. Además, los dioses también estaban sometidos a la muerte (un caso claro es el de Osiris que pereció y resurgió a la nueva vida). En el Libro de los muertos se explicita que incluso los dioses estaban sujetos a esta posibilidad.
Para ellos, existía un alma, llamada ba, que servía de relación entre dos mundos distintos: el de la vida y el de la trascendencia. Así, algunos animales sagrados son llamados ba de los dioses, como el carnero de Mende, que reunía las almas de Ra, Shu, Geb y Osiris, o el buey Apis de Pta y de Osiris. Elba se interpreta como la facultad del individuo para asumir una forma, una apariencia visible, que tienen sólo los difuntos y los dioses. El ba, por tanto, era la relación entre las dos esferas de lo real y simbolizaba su interacción recíproca.
La relación que mantenía el devoto egipcio con sus deidades era de temor, piedad o esperanza con sus dioses, pues la religión en sí no dictaba claras obligaciones para con ellos. La clase sacerdotal siempre se centró más en el origen de la estructura del mundo que en el ser humano, lo que generó un optimismo y una alegría de vivir, debida también en parte al sustento relativamente fácil que proporcionaba la riqueza del Nilo.
Dioses principales
Los egipcios pensaban que los dioses habían sido creados por un demiurgo, Atum, que superaba en poder a cualquier divinidad. Así, las deidades tenían menos relevancia de la que se pueda pensar, ya que podían modificar el destino de un individuo, pero no los acontecimientos del cosmos. Además, sólo Atum parecía poseer la omnisciencia y revelar el destino universal, pues él era el creador y el destructor del mundo, aunque no podía disponer libremente del orden que había establecido.
La característica primordial de los dioses egipcios es un claro antropomorfismo en la conducta, puesto que su comportamiento, enteramente humano, les lleva a amarse, odiarse, mentirse, enfurecerse, etc. En contrapartida, se encuentra muchas veces que los nombres de las divinidades son meros epítetos, lo que lleva a pensar en la identificación sin más de una deidad con una cualidad o aspecto de la vida del ser humano sin relación con los otros dioses. Así, Nebtú significa 'señora del terror'; Mut, 'madre', etc.
Las diversas divinidades asumían, una y otra vez, las características de las otras. Esto era debido al uso de la religión con intereses políticos, puesto que convenía, en un determinado momento, fomentar más el culto de uno de ellos, objetivo que se lograba al absorber una deidad los atributos de las otras; no obstante, a rasgos generales, siempre se mantenía un equilibrio entre los siguientes dioses principales:
Ra
Es el gran dios del Sol, cuyo culto se daba en la ciudad de Heriópolis, centro político de Egipto bajo la dinastía de faraones de la tribu del 'Halcón' en el delta nilótico. Esta tribu venció sobre otras que tenían cultos totémicos (chacal, ibis, etc.), hecho que determinó la mayor importancia de su dios principal, Horus.
Horus
En su forma original era el dios de la vida y la bondad. Representaba el Sol, la luz, el día. Se creía que sus ojos eran el Sol y la Luna. Al robar Seth uno, Horus se irritó; pero, ante la intervención de Tot, se aplacó su furia y se determinó que Seth rigiera la noche y Horus el día. En un mito de creación más tardía, Horus es el hijo de Isis y Osiris que ha de vengar a su padre, pues éste fue asesinado por Seth.
Osiris
Dios de los muertos. Es el hijo de Ra y Nut o de Nut y Geb. Durante su vida fue rey de Egipto y gobernó a los hombre de forma justa y ecuánime. Les enseñó las artes de la agricultura (cebada y trigo), la elaboración del pan, el vino y la cerveza; también les educó en las artes y oficios e inventó la escritura. Su hermano, Seth (el cerdo), que lo odiaba, le encerró en un cofre y lo lanzó al Nilo. Éste llegó a Siria, donde creció alrededor del cofre un sicomoro. El rey de Biblo hizo una columna con este árbol. Isis, esposa de Osiris, lo buscó desesperada, hasta que lo halló y pudo retornar con el cuerpo de su marido a Egipto. Pero Seth halló el cuerpo, lo descuartizó y sembró cada parte en un lugar diferente. De nuevo, Isis buscó cada pedazo ayudada por su hermana Neftis, y cuando los reunió recompuso el cadáver y lo devolvió otra vez a la vida inmortal. Horus, como hijo de Osiris, fue proclamado su heredero por los demás dioses. Las interpretaciones de este mito son diversas. Por una lado, simboliza la unificación de Egipto en la figura de Horus; mientras que Osiris representaría el Bajo Egipto y Seth, el Alto Egipto. También se cree que la muerte y resurrección de Osiris representa las inundaciones periódicas del río Nilo.
Isis
Esposa de Osiris y madre de Horus. Fue adorada como representante de la fidelidad conyugal y como madre. Es una de las figuras que más culto recibió en Egipto y que ninguna reforma religiosa pudo eliminar, pues estaba muy inmersa en la vida de las gentes. También es conocida como diosa de la magia y los muertos.
Neftis
Hermana de la anterior y esposa de Seth. A pesar de su matrimonio, siempre apoya la causa de Osiris y su hermana Isis. Ayuda a ésta en el ritual de los muertos, pues ella también es una divinidad protectora del otro mundo.
Seth
Dios envidioso y perverso, hermano de Osiris. Tras matar a éste, permanece en eterna lucha con su hijo Horus, para arrebatarle el poder, a pesar de que los dioses le habían concedido el reino de su padre.
Toth
Es el escriba de los dioses. Divinidad que personifica el saber y la escritura, se le atribuye la invención de los números, la aritmética, la astronomía y la geometría.
Anubis
Es el dios del embalsamamiento y servidor de Isis.
Hathor
Es la hija de Ra. Era la diosa del amor y la belleza, pero podía ser destructora. Cuando los hombres conspiraron contra Ra por considerarle viejo para su cargo, éste pidió ayuda a Hathor para castigarles. La diosa realizó tal matanza que Ra tuvo miedo de que extinguiera la humanidad y fabricó miles de litros de cerveza teñida de rojo, que mezcló con la sangre de las víctimas de su hija. Al regresar ésta al campo de la masacre, comenzó a beber la cerveza, se embriagó y cayó dormida, con lo que Ra pudo evitar que se acabara con la estirpe de los hombres.
Amón
Divinidad predinástica, probablemente protectora de la agricultura, asociada con posterioridad a Ra. En calidad de Amón-Ra fue la divinidad suprema a partir de la decimoctava dinastía, soberano entre los dioses y creador del Universo. Los faraones se proclamaban descendientes de éste. Su culto estaba ligado a Tebas, cuya visión religiosa se apoyaba en la tríada de Amón, su mujer Mut (el buitre considerado madre de los dioses) y su hijo Khonsu, el viajero.
Atón
Es la representación del disco solar. Prácticamente, pasaría inadvertido hoy en día si no fuera porque el faraón Akenatón (Amenhoptep IV) fomentó su culto hasta convertir la religión en monoteísta, con el único dios de Atón. Destruyó todas las imágenes de Amón-Ra, pero eso no impidió que la gente siguiera creyendo en sus dioses tradicionales.
Iconografía
La forma de representar a los dioses egipcios no es siempre la misma. Por ejemplo, Tot unas veces aparece como un ser cinocéfalo, otras como un ibis y otras como un hombre con la cabeza de este último animal. Shu se pinta con forma humana y, en ocasiones, con cabeza de mono. Los tres aspectos del sol (salida, mediodía y ocaso) pueden encarnarse en tres divinidades distintas, llamadas respectivamente Ra, Atum y Kepri, mientras que Osiris era el sol de la noche; sin embargo, para reunir en un único símbolo los tres aspectos del sol durante el día y la noche, se acudía a una estatua de momia cinocéfala que une en una sola figura la cabeza de carnero de Ra y la momia de Osiris. Todas estas combinaciones responden al sincretismo del que ya se ha hablado.
Teogonía o cosmogonía
Fuentes
Frente a la riqueza de textos mitológicos que han pervivido en Grecia, se observa que en Egipto no ocurre lo mismo, ya que este pueblo no utilizó la literatura como forma de trasmisión de su religiosidad; por tanto, para recomponer la cosmogonía egipcia, se ha de recurrir a textos de lo más variado. Las fuentes más habituales utilizadas para reconstruir hoy en día los mitos son las alusiones que aparecen en los textos de las pirámides o los sarcófagos, el Libro de los muertos y algunas narraciones populares del tipo El juicio de Horus y Seth. En algunos casos, también se puede hallar información en los papiros sagrados o en las síntesis de Plutarco y Diodoro.
Relatos
En Egipto hubo diversos mitos que intentaban explicar la creación del universo. Cada uno de ellos exaltaba a un dios distinto o localizaba la creación en un lugar diferente, pues las distintas versiones respondían a motivos políticos más que religiosos; de este modo, cuando se cambiaba la capital al variar la dinastía, los teólogos debían integrar diversas tradiciones cosmológicas para convertir al dios local en el demiurgo, para ello unían sistemas religiosos muy diversos y asociaban figuras contradictorias. En cualquier caso, Egipto se concebía como el centro del mundo, ya que fueron sus habitantes los primeros en ser formados. Entre los temas más arcaicos se encuentran: el del montículo, el del huevo y el del loto.
El montículo
Los habitantes de Hierápolis creían que al principio de todo sólo existían las aguas primordiales, pero un día surgió de ellas un montículo del que se originó la aparición de la tierra, de la vida y de la conciencia. Esta colina primordial la identificaban con la Colina de Arena del templo del sol situada en su ciudad.
El huevo
Los textos de los sarcófagos cuentan que de las aguas primordiales brotó un huevo que contenía el pájaro de la luz, aunque en otras versiones aparece en el interior el sol niño o la serpiente primitiva, imagen de Atum.
El loto
En Hermópolis se pensaba que del lago primordial de esta ciudad emergió un loto, del que salió el niño heredero engendrado por la Ogdóada, grupo de ocho dioses a los que se les unió Pta, que juntó los gérmenes de los dioses y de los hombres. En el sistema hermopolitano, la creación deriva de la diferenciación del caos a partir del mismo caos, pues éste toma conciencia de los componentes que le integraban: cuatro pares de serpientes llamadas abismo, tinieblas, invisible y aguas primordiales.
Etapas de la creación
Las etapas de la creación varían de una teología a otra. En la teología solar de Heliópolis, el dios Ra-Atum-Kepri creó la primera pareja divina, Shu (la Atmósfera) y Tefnet, padres del dios Geb (la Tierra) y de la diosa Nut (el Cielo). Para ellos, la creación es obra de un demiurgo, con lo que todos los dioses nacen de la misma sustancia del dios supremo. Al parecer el demiurgo no se reservó el poder creador, pues otras divinidades crearán diversas criaturas posteriormente.
Sin embargo, la teología más sistemática procede de Menfis. En esta cosmogonía Pta aparece como creador, pues materializa su espíritu y su verbo. Pta, 'el que hace existir a los dioses', se presenta como el más grande entre todas las deidades, mientras que Atum es el formador de la primera pareja divina. Dotados ya de existencia, los dioses comenzaron a penetrar en las plantas, en las piedras y en la arcilla. En esta cosmogonía, la potencia creadora realmente pertenece a un solo dios, que la ejerce a través del pensamiento y de la palabra.
La humanidad
Los mitos egipcios referentes a la creación del hombre son un tanto parcos y, como siempre, contradictorios. Unas veces, se presenta a Ra como origen de la humanidad, puesto que los hombres se formaron de las lágrimas de este dios; otras veces, se dice que Pta modeló el cuerpo del ser humano con arcilla en un torno. Incluso hay textos en los que se dice que el dios hizo el cielo y la tierra para los hombres, así como la vegetación y todos los animales.
En la tradición que considera a Ra como el gobernador de dioses y hombres, la humanidad participa en uno de los mitos, puesto que los hombres deciden conjurarse contra el dios para derrocarle. Ra entonces, enterado de estos planes, manda a Hathor que les castigue; no obstante, al ver la labor de su hija, teme por la destrucción completa de la humanidad e impide que la diosa de fin a su tarea. (Véase más arriba Hathor). Una vez que evitó la aniquilación del género humano, Ra se avejentó y determinó abandonar la soberanía del mundo, por lo que convocó a los otros dioses y les confesó la debilidad de su cuerpo. Según el Libro de la vaca pidió a Nut, su hija, que lo elevara al cielo y Shu o Geb le sucedieron.
Evolución de la mitología respecto a la teología
En Egipto los teólogos fueron los encargados de la trasmisión del material mitológico; por ello, en numerosas ocasiones las variaciones responden a intereses políticos, sociales o, simplemente, a los cambios de pensamiento en el sistema de valores. Así, se puede observar que en un gran número de santuarios se veneraba una tríada compuesta de un dios padre, una diosa madre y un dios hijo, visión familiar que responde a la preocupación del sacerdocio por la continuidad del tránsito y la renovación de las generaciones.
Estas alteraciones permanentes trajeron consigo el desarrollo de un sistema no demasiado racional, a pesar de la continua labor de reflexión sobre la divinidad que mantenían. Este análisis constante les llevó a apreciar el marasmo de deidades y las contradicciones que sostenían en ocasiones, así que hubo un intento de organizar el material mítico y religioso. Para llevar a cabo esta tarea, se agrupó a los dioses y se intentó asimilar conceptos semejantes para definir la competencia y el significado de cada deidad; de este modo, al clasificar y organizar los mitos en Heliópolis, se sistematizó los dioses en un grupo de nueve divinidades llamado Enneada. Esta fórmula fue aceptada por muchísimos sacerdotes, por lo que también se adoptó en otro núcleo importante, Tebas, aunque aquí añadieron el dios local y ampliaron el grupo a catorce deidades.
Otro de los intentos de sistematización fue el sincretismo. Como muestra de los procesos lógicos que seguían, se puede analizar el caso del dios Atum. Al ser éste un dios creador, se le atribuía el soplo vital en el embrión del vientre materno; por tanto, debía ser también un dios del viento (Shu), motivo por el que fue llamado Atum-Shu. De esta manera, un dios podía llegar a ser todos los otros dioses, aunque este hecho no se dio por no entrar en las intenciones de los teólogos.
Durante el Imperio Nuevo, Egipto disfrutó de una época de gran prosperidad interna y de prestigio internacional, lo que trajo consigo tanto la asimilación de muchos dioses extranjeros como la difusión de las deidades egipcias fuera del país.
También en este período se produjo la síntesis más brillante, el doble proceso de osirización de Ra y de solarización de Osiris, pues esta fusión simbolizaba la doble condición de la existencia humana: la vida y la muerte. La identificación de ambos dioses se consumó en la persona del faraón difunto, ya que se creía que una vez éste había completado el proceso de osirización (la muerte), volvía a resucitar como joven Ra.
Además, bajo el influjo de las teorías solares de procedencia heliopolitana, la mayoría de los dioses tendió a asimilarse a Ra; por ello, se encuentran formas como Amón-Ra, Chnum-Ra, Sebek-Ra, etc. De los ocho dioses que se veneraban en la Enneada de Hermópolis, la forma sincrética de Amón-Ra alcanzó el puesto supremo entre todos ellos.
Gradualmente, Amón-Ra se fue convirtiendo en el dios de todo el Imperio, por lo que sus templos fueron ampliados y sus ingresos crecieron enormemente. Con la invasión de los hicsos, los sacerdotes comenzaron a participar en los asuntos del Estado, pues aconsejaban al faraón; de hecho, el único sacerdote de Amón ocupaba el segundo puesto después del monarca. Todas estas reformas encaminaban lentamente a que Egipto asumiera una teocracia, aunque esto no evitaba las tensiones entre el faraón y el clero o las diferentes teologías.
Una de las reformas más interesantes de toda la religión egipcia fue la promoción de Atón, disco solar, a la categoría de única divinidad suprema. Este inciso en la evolución de la religión egipcia fue debido a Amenhotep IV, que deseaba liberarse de la tutela del sumo sacerdote de Amón. El faraón, nada más alcanzar el trono, desposeyó al sacerdote de la administración de los bienes del dios, cambió su nombre por el de Akht-en-Atón, abandonó la ciudad de Tebas (ciudad de Amón) y se construyó otra a la que llamó Akhetatón (Tell-el-Amarna). De este modo, Atón se convirtió en el dios supremo identificado con el disco solar y fue considerado fuente de toda vida, creador del germen en el vientre de la mujer, protector del parto y la crianza del niño. Igualmente, asimiló las funciones de demiurgo, puesto que se le atribuyeron las creaciones de la humanidad, los países y los recursos necesarios para la vida. Sin embargo, este giro de tendencia monoteísta duró poco, pues el faraón murió joven y su sucesor Tutankhamón volvió a Tebas y a las buenas relaciones con el sumo sacerdote de Amón. La reforma desapareció sin dejar huellas profundas, ya que se trataba de una religiosidad de la familia real y de la corte que la población nunca asumió.
La vida de ultratumba
La importancia que conferían los egipcios a la vida ultraterrena es una de las características más definitorias de esta antigua religión, pues no sólo desarrollaron escatologías de lo más complejo sino que prestaron una especial importancia a los ritos y formas en sus ceremonias fúnebres. Además, el destino del alma tras la muerte no dependía únicamente de los actos en la tierra, ya que era necesario también conocer las fórmulas mágicas y los pasos que había de seguirse en la ultratumba para salir con bien del juicio al que serían sometidos por los dioses.
Ritos funerarios
Los rituales y las creencias fúnebres están bien representadas en las tumbas, gracias a lo cual hoy en día se puede reconstruir e interpretar con una cierta seguridad cómo transcurrían las ceremonias y el sentido de las mismas. Así, se ha de inferir por la gran cantidad de imágenes que reproducen los llantos y gestos de las plañideras que éstas formaban parte esencial del rito funerario.
Al pensar en Egipto que los difuntos llevaban en la ultratumba una vida semejante a la de la tierra, al principio era práctica habitual inhumar al faraón y a los más altos dignatarios de la corte con sus sirvientes, cuyos cadáveres se enterraban individualmente y se acompañaban de alimentos y objetos de su oficio. Con el tiempo estos sacrificios se sustituyeron por imágenes, lo que explica que en las tumbas se representen multitud de escenas de la vida cotidiana.
Por otro lado, la práctica de la momificación, iniciada con el Imperio Antiguo, respondía a la idea de que la materia se separaba del espíritu una vez muerto; es más, se consideraba que el cuerpo llevaba una especie de vida independiente, puesto que éste precisaba de alimentos en el más allá. Posteriormente, las momias simbolizarán el cadáver recompuesto de Osiris, pues el difunto se acabará identificando con este dios.
Alrededor de las tumbas se excavaban unas fosas en las que los sacerdotes de los difuntos colocaban las ofrendas a los muertos. Éstas eran de diversa índole, ya que comprendían desde alimentos a todo tipo de objetos considerados necesarios para la otra vida. A veces, se ofrecían estatuillas que simbolizaban lo que se quería obsequiar, como figuras de mujeres desnudas a las que se representaba atadas para que no huyeran.
Desarrollo en el pensamiento de la vida ultraterrena
La visión más arcaica sobre el destino de los difuntos fue la pervivencia de éstos en los astros; de este modo, al creer que el cielo era la Diosa Madre, se concebía la muerte como un nuevo nacimiento. Ya desde fechas muy tempranas se elaboraron doctrinas religiosas y mágicas, con las que se pretendía asegurar la supervivencia en la 'otra' vida, pues se pensaba que el rey muerto continuaba salvaguardando al pueblo desde el más allá; de hecho, el Libro de los muertos enseñaba fórmulas y explicaba los pasos que se habían de seguir en el viaje del alma. Si tenemos en cuenta que los textos de las pirámides tratan solamente del destino de los faraones después de la muerte, no es extraño que en ellos se repita la idea de que el faraón no podía morir, puesto que se le considera hijo de Atum y, por tanto, engendrado como dios antes de la creación del mundo. Por otro lado, también es habitual encontrar en otro tipo de textos menciones a la incorruptibilidad del cuerpo y el alma del monarca.
Gracias a los textos se puede apreciar la gran diversidad de concepciones escatológicas que se fueron desarrollando, ya que, al igual que la teología fue evolucionando y cambiando con el tiempo, la idea de lo que cabía esperar tras la muerte también fue modificándose.
En las creencias más antiguas se tenía la idea generalizada de que el faraón, tras su muerte, pasaba a formar parte integrante del cielo y las estrellas; sin embargo, la forma en la que realizaba este viaje celeste cuenta con numerosas variantes en los distintos documentos. Unas veces, adoptaba la figura de un animal (oca salvaje, garza real, halcón, escarabajo o langosta), que era ayudado por los dioses y los vientos en su ascensión; mientras que otras, utilizaba una escalera para subir. Antes de llegar al definitivo reposo celeste, conocido por Campo de las ofrendas, el faraón tenía que cruzar un lago y superar determinadas pruebas. Primero debía cumplir una serie de purificaciones rituales y pronunciar unas fórmulas estereotipadas, que servían de consignas, para ser admitido en la barca que debía transportarle. Una vez allí, el barquero sometía a un juicio al faraón, que debía recurrir en su defensa a la magia y a la amenaza. Superado este trance, era recibido por el sol y se enviaban mensajeros que anunciasen su victoria sobre la muerte. Ya en el cielo, se instalaba con sus familiares y sus altos dignatarios, identificados con las estrellas, puesto que el faraón llevaba en el cielo la misma existencia terrena; aunque, en la segunda parte del Imperio Antiguo, creyeron que el faraón difunto seguía al sol en su recorrido.
Al final del Imperio Antiguo se produjo una evolución sobre las ideas de ultratumba, pues se extendió la ideología funeraria propia de los faraones a la clase media, por lo que no es raro encontrar parte del contenido de los textos de las pirámides en los textos de los sarcófagos. En esta etapa, se identificó al difunto con Osiris y, al igual que éste, permanecía en el Duat (reino de los muertos), que se encontraba bajo tierra. Allí, habitaba el campo de los juncos, Iaru, tierra fertilísima donde podía desarrollar su vida diaria. El sol visitaba este lugar durante la noche, aunque en este viaje no conservaba su carácter celeste.
No obstante, existía una visión paralela en la que el egipcio se imaginaba un lugar lleno de monstruos demoníacos de los que se tenía que defender con fórmulas mágicas. En el Libro de los muertos se encuentra un párrafo que muestra esta visión dramática de la ultratumba, junto a una concepción escatológica referente al fin del mundo que vuelve al caos acuático primordial.
Pertenecientes a esta misma época, se han hallado textos que narran distintos destinos para el faraón. En las teologías solares, el faraón tenía una situación privilegiada, pues no se hallaba bajo el poder de Osiris, rey de los muertos; sin embargo, en otros pasajes el monarca se identificaba con Osiris.
Durante el Imperio Nuevo se difundieron a otras clases sociales los ritos funerarios, lo que provocó otra vez la introducción de novedades en las creencias. Cada vez se pormenorizaba más en las pinturas de las tumbas el viaje que realizaba el faraón junto al sol en su recorrido nocturno por el mundo subterráneo; de este modo, se puede observar que el reino de los muertos aparecía dividido en doce regiones, que representaban las doce horas que duraba el trayecto, separadas por aterradoras serpientes. También se plasmó en los dibujos la espera anhelante de los muertos para ser alumbrados durante su paso por el carro de luz.
Los dos actos más importantes que tienen lugar a la llegada al mundo de ultratumba, el juicio y el peso del corazón, están claramente diferenciados en los textos de los sarcófagos, aunque en el Libro de los muertos tienden a confundirse. Gracias al papiro de Hunefer, se conoce cómo se desarrollaba esta escena: primero, Anubis conducía al difunto a la balanza; luego, Tot escribía el resultado del juicio; y finalmente, Horus presentaba al muerto ante la capilla de Osiris, quien presenciaba todo el proceso. A partir de la novena dinastía, durante el I Período Intermedio, se creyó que este juicio de los muertos no tendría lugar hasta que todos los hombres y faraones hubieran perecido.
En el Libro de los muertos se describe cómo el corazón del difunto se colocaba en un platillo de la balanza, mientras en el otro se ponía una pluma y un ojo; tras esto, el muerto debía recitar una plegaria, pronunciar una declaración de inocencia y, a continuación, dirigirse a los cuarenta y dos jueces para realizar su propio elogio. Después, el difunto era sometido a un interrogatorio de carácter iniciático, en el que tenía que demostrar su conocimiento sobre los nombres secretos del "portero de la sala", de las distintas partes de la puerta y del umbral. En estos textos se recogen dos prevenciones que responden a creencias muy arcaicas: el peligro de una segunda muerte y la importancia de no perder la memoria para poder recordar el nombre.
En el transcurso del I Período Intermedio, se produjo una situación de gran anarquía. Textos como la Disputa de un hombre abatido con su alma, el Canto del arpista o las Amonestaciones Ipu-wer, muestran la situación caótica por la que atravesaba Egipto. Esta crisis motivó un gran pesimismo que generó la duda de la existencia ultraterrena; por ello, las tumbas de las pirámides comenzaron a ser saqueadas y muchas veces los muertos, simplemente, se arrojaban al río. Ante esta situación desesperada, se recurrió a los conjuros y amenazas contra los saqueadores de tumbas, pues se creía que la magia había sido creada por los dioses para la defensa de los mortales, pero es evidente que de nada sirvieron.

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