lunes, 1 de abril de 2019

MITOS DE TEBAS Y DE CORINTO

La historia de Tebas comienza al mismo tiempo que tiene lugar, en la
antigüedad, el despoblamiento de las aldeas y de las zonas rurales. De este
modo, se van consolidando núcleos urbanos de población, denominados "polis".
Tendrán sus propias y exclusivas leyes, dictadas por su legendario dios mítico y
por su héroe local, todo lo cual redundará en beneficio de la mancomunidad
griega ya que cada "polis" buscará, no sólo el incremento de su plena
determinación hasta llegar a la total independencia como ciudad sino que
también pretenderá adelantar, intelectual, social y comercialmente, al resto de
las ciudades-estado. Claro que esto también redundará en la consecución de
ciertos atisbos de rivalidad que se convertirán en violencia mutua. Recordase la
oposición entre Esparta y Atenas, dos de las más importantes ciudades de la
época clásica. Los tebanos odiaban a los atenienses y, por ello, casi siempre
estaban del lado de los espartanos en la guerra que sostenían entre ambos.
Incluso llegaron a unirse con los persas en su intento de conquista de Grecia, y
las consiguientes luchas contra Atenas y Esparta, en las denominadas Guerras
Médicas.
Tebas, "la ciudad de las siete puertas", era la capital de la región de Beocia
y, según la leyenda, fue fundada por el mítico héroe Cadmo, a quien se reconoce
como el primer rey de esta ciudad. Los hechos se desarrollaron a causa del rapto
de la bella Europa —hermana de Cadmo— por el dios Zeus, soberano del
Olimpo. En cuanto Agenor, rey de Tiro y padre de la infortunada muchacha,
tuvo conocimiento del triste suceso, mandó a sus cuatro hijos varones —Cadmo,
Onix, Cílix y Taso— en busca de su hermana y les ordenó que no regresaran sin
ella a la casa paterna. Quizá Agenor habría rebajado sus exigencias, y se hubiera
mostrado menos implacable con sus hijos, si hubiera sabido que el propio Zeus
era el único responsable del secuestro de su hija Europa.
CADMO
Los cuatro hermanos de la joven Europa se disponen a poner en práctica el
mandato que recibieran de su padre y, de común acuerdo, parten en cuatro
direcciones distintas. Puesto que su padre les había reconvenido que no
volvieran sin su hermana, algunos de entre ellos, sin salir del propio territorio, y
desanimados al no hallar ni rastro de su hermana, se establecieron en ciudades
famosas que ellos mismos fundaron. De este modo no volverían al lado de su
padre y no recibirían reprimenda alguna por no ver fracasada su empresa. Fénix,
por ejemplo, no salió de Fenicia y a él se debe el nombre de esta ciudad. Cilicia
es el epónimo de Cílix. Taso se establecerá en la isla de Taso. Y, en cuanto a
Cadmo, se dirigirá hacia Occidente en compañía de su madre Telefasa, que
también había sido enviada por su esposo a la busca de la bella Europa. Pero el
camino era duro y largo, y la misión delicada. Cuando ya habían alcanzado las
costas tracias, Telefasa murió; no sólo a causa del cansancio del viaje sino
porque, además, se había sentido imposibilitada para soportar la tristeza que la
embargaba al no haber hallado todavía ni rastro de su querida hija. Fue enterrada
allí mismo por Cadmo y sus compañeros entre muestras de dolor. Más enseguida
se sobrepusieron y dirigirán su expedición hasta el santuario de Delfos con el
objeto de recabar ayuda del oráculo.
LA SERPIENTE DE LA FUENTE DE CASTALIA
Sin embargo, el oráculo no aportó —en apariencia— luz alguna acerca del
paradero de la joven Europa. Antes al contrario, instó a Cadmo y a sus
compañeros a que desistieran de su inútil empresa. Y es que el oráculo sabía que
el rapto de Europa había sido obra del poderoso Zeus y, por lo tanto, toda
búsqueda de la joven por parte de los humanos resultaría infructuosa. Además,
había que tener cuidado de no provocar la ira del rey del Olimpo y, si éste
llegara a enterarse de que los mortales echaban de menos a la joven Europa y lo
acusaban a él de haberla raptado, se enfurecería en exceso y podía infligirles
terribles castigos. Una vez más, el oráculo había atinado en su respuesta y,
aunque Cadmo y sus compañeros no la comprendieron, sin embargo, no por ello
dejaron de seguir las recomendaciones del oráculo. Este, además de aconsejarles
que se olvidaran de seguir buscando a la hermosa y joven Europa, les dio
instrucciones en apariencia un tanto disparatadas. Por ejemplo, les dijo que
deberían seguir el rastro de una vaca y allí donde se echara para descansar
construirían y fundarían una ciudad. Cadmo y sus compañeros conocerían a la
vaca porque a cada lado de sus ijadas tendría como una especie de mancha
blanca y circular, símbolo de la Luna llena. El animal, seguido por la singular
comitiva, se adentro en la región de Beocia y, dominado por la fatiga, terminó
recostándose entre sus verdes valles. En aquel idílico lugar se asentaría, desde
entonces, la ciudad de Tebas. A continuación, Cadmo se propuso sacrificar a la
vaca en honor de la diosa Atenea y envió a sus compañeros a buscar agua, para
las libaciones, al cercano manantial de Castalia, del que brotaba una fuente
consagrada al dios Ares/Marte. Más una enorme serpiente que guardaba aquellas
aguas devoro a la mayoría de los expedicionarios. Cadmo, al verse solo ante el
monstruo, le lanzó con fuerza y rabia una piedra de bordes cortantes, y lo mató.
Desde entonces, fue celebrado como héroe por todas las gentes.
RARA SEMILLA Y EXTRAÑO FRUTO
Más no acabarían aquí las cuitas del legendario fundador de Tebas pues, a
instancias de Atenea, Cadmo arrancó los dientes de la serpiente y los diseminó
por entre la tierra. De las extrañas semillas germinadas brotaron unos frutos no
menos raros, unos hombres armados denominados Espartos (="hombres
sembrados"), que tenían un aspecto amenazador. De nuevo el héroe Cadmo,
asustado y sin saber que hacer, recurrió al recurso de lanzar piedras. Como los
"hombres sembrados" no supieran de donde procedían, comenzaron a desconfiar
entre ellos mismos y se acusaron mutuamente de haberlas arrojado. Entonces
lucharon entre sí con verdadera saña y sólo cinco de ellos vivieron para contarlo.
Sus nombres quedarían registrados para siempre en la historia de la Mitología, al
lado del de Cadmo. Además, los cinco supervivientes se ofrecieron para ayudar
al héroe en cuantas tareas les fueran encomendadas. Pero Cadmo tenía que
someterse al juicio de los dioses pues había matado a una serpiente gigantesca
que el propio Ares/Marte había contribuido a crear. Las deidades mayores,
reunidas en el Olimpo, acordaron condenar al fundador de Tebas a servir como
esclavo de Ares por espacio de ocho años. Cuando le llegó el día de su
liberación, siguió construyendo, hasta terminarla, la acrópolis de Tebas; se casó
con la bella Harmonía —hija de Ares/Marte y de Afrodita/Venus— y, a sus
desposorios, acudieron todos los dioses del Olimpo, quienes les ofrecieron
presentes diversos. Entre los regalos dignos de mención, vale la pena destacar un
collar hecho por el divino herrero Hefesto/Vulcano y un velo tejido por la diosa
Afrodita.
Los antiguos clásicos citan a Cadmo como propagador del alfabeto griego y
como el mejor conocedor del trabajo en las minas y del arte de fundir metales.
Cadmo y su esposa murieron de viejos y, muy poco antes, habían
abandonado Tebas, trasladándose a la región de Iliria en donde fundarían la
ciudad de Bútoe, su último reino antes de que fueran, por fin, conducidos a los
Campos Elíseos. Lugar idílico, este último, y reservado para todos aquellos
mortales que habían obrado con plena rectitud durante su vida.
EDIPO
No obstante todo lo anterior, el verdadero mito tebano se constituye en
derredor de la legendaria figura de Edipo. Acerca de este héroe se ha escrito y
lucubrado con exhaustividad. Incluso en nuestro tiempo sigue viva su influencia
a través de la literatura, la medicina, la psicología y, en general, la cultura pues
¿quién no ha oído hablar, por ejemplo, del "complejo de Edipo"?
Ya Homero, en su obra la "Odisea" y por boca de Odiseo/Ulises —que baja
al mundo abisal del Tártaro—, nos describe el drama de Edipo y de su madre:
"Y vi además a la madre de Edipo, Epicaste (Yocasta), que sin apercibirse,
cometió una gran falta, casándose con su hijo; cuando éste, después de matar a
su propio padre, la tomó por esposa. Enseguida los dioses revelaron a los
mortales lo que había ocurrido y, con todo, Edipo, si bien tuvo sus
contratiempos, siguió reinando sobre los cadmeos en la agradable Tebas, por los
perniciosos designios de las deidades. Sin embargo, la madre, abrumada por el
dolor y vencida por la desesperación, fuese a la morada de Hades, de sólidas
puertas, atando un lazo al elevado techo".
"EL DE LOS PIES HINCHADOS"
Ya sabemos, en esencia, cuál es el meollo del mito de Edipo. Y, en cuanto a
su gestación, todo comenzó en Tebas, "la ciudad de las siete puertas". Antes de
que Edipo fuera concebido, sus padres se sentían muy afligidos porque, no
obstante haber puesto todos los medios, aún no tenían descendencia. Decidieron,
entonces, consultar al oráculo y su respuesta los llenó de perplejidad y temor:
"Sobre vosotros se ceñirá la más cruel de las desgracias si llegarais a tener un
hijo, pues está escrito que éste matará a su padre y se casará con su propia
madre".
Pasó el tiempo y Layo y Yocasta tuvieron su primer hijo; entonces se
acordaron de la advertencia del oráculo y Layo, a pesar de que había deseado
por todos los medios tener descendencia, mandó a uno de sus mejores y más
fieles vasallos que llevara al niño al monte Citerón y lo matara. El servidor,
abrumado por la orden recibida de su amo, condujo al niño hasta el lugar
antedicho pero no lo mató, sino que lo ató por los pies a un árbol —de aquí
viene el nombre de Edipo, que en griego significa "el de los pies hinchados"— y
se alejó del lugar con apesadumbrado semblante. Los llantos y gemidos del niño
fueron oídos por un pastor que no lejos de allí guardaba los rebaños del rey de
Corinto. El hombre se acercó hasta el, nunca mejor llamado, árbol fatídico y con
gran premura libró al niño de toda atadura y lo llevó con él hasta la corte de su
amo; una vez aquí se lo presentó a Polibio, que a la sazón gobernaba la ciudad
de Corinto. Este y su esposa adoptaron al niño, ya que no habían tenido hijos, y
lo criaron con ternura y cariño, y le pusieron por nombre Edipo. El tiempo
pasaba y el niño se hizo joven; su destreza en los juegos gimnásticos, y su fuerza
y valor, causaban admiración entre sus compañeros y amigos. Pero, en una
ocasión, tuvo una pelea con otros muchachos de su misma edad y uno de ellos,
envidioso de las cualidades de Edipo, lo insultó de manera muy especial, ya que
le echó en cara que él no era hijo de los reyes de Corinto. En cuanto Edipo oyó
tal aseveración corrió a palacio y, una vez en presencia de quienes hasta
entonces había tenido por sus progenitores, les inquirió para que le sacaran de
dudas. El rey de Corinto le confesó todo lo que sabía de él y Edipo, consternado,
partió para Delfos a preguntarle al oráculo cuál era su verdadero origen, La
respuesta que el joven escuchó por parte del oráculo lo sumió aún más en la
desesperación pues, en realidad, nada concreto se desprendía de una predicción
tan terrible como aquélla: "no retornes jamás a tu país natal si no quieres
ocasionar la muerte de tu padre y casarte con tu madre". Desde entonces, Edipo
decidió no volver más a Corinto, pues consideraba que allí estaba su patria y, por
lo demás, aún no se hacía a la idea de que quienes habían sido hasta ahora sus
bienhechores, no fueran también sus progenitores.
LA ESFINGE
Pero la fatalidad quiso que Edipo se encontrara en el camino de vuelta con
unas personas que le ordenaron, con modales bruscos, que se apartara. El joven,
que aún no se había repuesto de su reciente consternación y que, por lo mismo,
todavía se hallaba un poco trastornado, no pudo soportar la arrogancia de
aquellos desconocidos y se enfrentó a ellos. En la refriega perdió la vida el más
anciano de todos que, ¡oh destino arbitrario!, era el propio padre de Edipo. Parte
de la profecía del oráculo se había cumplido, aunque el joven aún lo ignoraba y,
por ello, siguió su camino con la intención de encontrar, en algún lugar, pruebas
o datos de la existencia y personalidad de sus verdaderos padres.
Por entonces, la ciudad de Tebas —que ya se había quedado sin rey, pues se
decía que un forastero le había asesinado sin causa justificada—y todos sus
habitantes se sentían atemorizados por un extraño monstruo que asolaba aquella
comarca y al que denominaban la Esfinge. Todos los días se cobraba una nueva
víctima el horrendo animal pues, desde lo alto de una colina, esperaba a los
viajeros para proponerles la resolución de un enigma. Si el caminante increpado
por la Esfinge no era capaz de resolverlo, el horrendo monstruo lo devoraba al
instante. Un gran número de tebanos había sucumbido ya ante sus garras por lo
que se tomó la decisión de conceder el trono de "la ciudad de las siete puertas" y
la mano de la reina viuda a quien librara a Tebas, para siempre, de la Esfinge.
DESIGNIOS QUE SE CUMPLEN
Edipo, que a la sazón se había adentrado en la región de Beocia con el
objeto de llegar hasta la ciudad de Tebas, se vio sorprendido en el camino por
una especie de ave de gigantescas alas que tenía la cabeza y las extremidades de
una mujer, el cuerpo de un león, la cola cual serpiente y las garras de un felino.
Era la Esfinge que, en un santiamén, había retenido al muchacho y le planteaba
el siguiente enigma: "¿Cuál es la criatura que tiene cuatro pies por la mañana,
dos a mediodía y tres al anochecer y que, al contrario que otros seres, es más
lento cuántos más pies utiliza al andar?"
En cuanto el joven Edipo se recobró del susto que le había producido la
visión de tan horrible animal, respondió con decisión y seguridad: "¡El
Hombre!"
Cuentan las crónicas que, puesto que la respuesta fue correcta, y el enigma
resuelto, la Esfinge se tiró a un precipicio desde lo alto de la misma roca en la
que solía apostarse para esperar a los incautos viajeros. Nunca más se supo de
ella y Edipo se convirtió al instante en un héroe celebrado por todos los
ciudadanos tebanos. Se casó con Yocasta, la reina viuda, y accedió al trono de
Tebas. Ya estaba cumplida la predicción del oráculo en su totalidad pues la
esposa de Edipo era su verdadera madre. Y, aunque el joven héroe no lo sabía,
los dioses —que conocían el verdadero origen de Edipo y las causas por las que
había sido separado, apenas recién nacido, de los suyos— pronto mostrarían su
ira ante el incesto que se acababa de producir entre dos mortales que eran madre
e hijo.
DURA DECISION
Transcurrió el tiempo, no obstante, y apenas acontecimiento novedoso
alguno venía a turbar la paz de los tebanos. Yocasta había engendrado cuatro
hijos de Edipo, dos varones —Etéocles y Polinice—, y dos mujeres: Antígona e
Ismene.
Más, aunque tarde, los dioses permitieron que la calamidad visitará a la
región de Beocia. Una enfermedad incurable comenzó a hacer mella en la
población de Tebas. Nada podían contra esta peste ni la ciencia ni los sacrificios
a los dioses; hombres, mujeres y animales morían indiscriminadamente.
Consultado el oráculo, con el fin de hallar la causa de tanto daño, éste informó a
los ciudadanos de Tebas lo siguiente: "La desolación y la muerte se alejarán de
la "ciudad de las siete puertas" cuando el asesino de Layo, vuestro anterior rey,
sea expulsado de Tebas". En cuanto los mensajeros de Edipo le comunicaron la
respuesta del oráculo, el joven rey se apresuró a ordenar una investigación
minuciosa sobre todos los pormenores que rodearon la muerte del anciano Layo
y, hasta él mismo, se dispuso a visitar al adivino más prestigioso de la época, es
decir, al ciego Tiresias. Este se negaba, en principio, a responder a las preguntas
de Edipo pero, en cuanto se le advirtió que podría sobrevenirle un cruel castigo
si persistía en su silencio, no tuvo más remedio que desvelar todo lo que sabía.
Y, de este modo, Edipo se enteró de que él mismo había matado a su padre y,
además, se había casado con su madre. Enseguida se sintió ruin y despreciable, y
tan indigno de ver la luz, que se automutiló clavándose alfileres de bronce en sus
ojos. A continuación fue expulsado de Tebas por sus propios hijos y sólo
Antígona —la menor de todos los hermanos— le acompañó y le guió hasta
Colona, en la región del Atica. Aquí le esperaba, no obstante, Teseo que acogió
con hospitalidad a Edipo y a su abnegada hija Antígona. En cuanto a Yocasta,
sintió tales remordimientos por haberse desposado con su propio hijo, y le asaltó
tal horror ante las consecuencias de tan horrible acto, que se ahorcó con un
cordón que previamente había amarrado a una viga de las salas palaciegas.
LA RICA CIUDAD DE CORINTO
Ninguna ciudad fue tan ilustre, en la antigua Grecia, como Corinto. Su
privilegiada situación, lugar de paso obligado para adentrarse en la región del
Peloponeso y para llegar, por tanto, hasta Esparta, contribuyó a que Corinto
gozara de merecida fama entre la aristocracia y las gentes ricas de la antigüedad
clásica, quienes hacían sus reuniones en tan suntuosa urbe. Uno de los más
bellos y consistentes órdenes arquitectónicos fue creado en Corinto. Lo mismo
cabe decir de la escultura; de aquí surgió la medida proporcional, perfecta y
canónica, para aplicar a estatuas y figuras. La riqueza de sus monumentos, el
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estilo de sus edificaciones y la suntuosidad de sus altares consagrados a la diosa
Afrodita/Venus, protectora de la ciudad, hacían de Corinto la más idílica de las
ciudadesde la época clásica. Y qué decir de la importancia de su industria, si el
bronce de mayor calidad de toda la antigüedad salía de los hornos de Corinto.
Fue, al propio tiempo, cuna de héroes legendarios —tales como Sísifo y
Belerofonte— y la más cosmopolita de las urbes clásicas.
SISIFO
Astucia y sabiduría fueron dos de las cualidades con que se adornaba el
legendario héroe Sísifo. Su propio nombre proviene del término griego "sofos",
que significa "sabio". Para todo hallaba solución y remedio, debido a sus
habilidades y tretas. A él se le atribuye la fundación de la ciudad de Corinto y,
dado que ésta se hallaba situada en un istmo angosto, Sísifo lo tapió para, así,
controlar a todo aquel que necesitara pasar por aquel territorio y cobrarle como
una especie de derecho de peaje. En otra ocasión, cuentan los narradores de
mitos que los manantiales de Corinto se secaron por falta de lluvia y, entonces
Sísifo, se dirigió al dios—río Asopo para que proveyera de agua a Corinto.
Como éste se hallare apenado a causa del reciente rapto de su bella hija Egina,
apenas se percató de la petición de Sísifo. Pero el astuto rey de Corinto reveló al
angustiado padre el nombre de quien le había robado a su hija; se trataba, nada
menos, que del poderoso Zeus. Asopo, agradecido por la información que Sísifo
le había proporcionado, hizo brotar un manantial de agua cristalina en el lugar
que, desde entonces, se conoció como la "fuente de Pirene". Acto seguido se
dirigió al bosque señalado por su informante y halló abrazados a su hija Egina y
a Zeus. El rey del Olimpo se transformó en roca para huir de la ira del padre de
la muchacha y, en cuanto le fue posible, recobró su poder y sus rayos y los lanzó
contra el dios-río Asopo. Desde entonces, el caudal de éste es mínimo y sus
aguas arrastran restos de carbón quemado que, cual incómodos testigos de una
refriega, se encuentran depositados en el lecho del río.
DIVERSIDAD DE LEYENDAS
Sísifo tenía por vecino a un personaje que se las daba de listo y que
valoraba el hurto y el ingenio sobre cualesquiera otras cualidades. En cierta
ocasión robó varios animales de la cabaña del fundador de Corinto y, así,
demostró quién de los dos era más pícaro. Pasó un tiempo prudencial y, Autólico
—que así se llamaba el vecino de Sísifo—, quiso repetir su hazaña, y otra vez
volvió a llevarse parte del rebaño de Sísifo. Más, en esta ocasión, el astuto Sísifo
había marcado todas las pezuñas de sus animales con la singular leyenda "me ha
robado Autólico". Y, de este modo, demostró a su vecino que las reses que le
reclamaba eran suyas. Admirado Autólico de la artimaña utilizada por Sísifo no
tuvo inconveniente en ofrecerle un especial presente. Se trataba de su propia hija
que, por entonces, se hallaba comprometida con Laertes. Pero Autólico obraba
así en su propio interés, pues se proponía tener un nieto perspicaz y espabilado
como su vecino Sísifo. Existen otras versiones de los hechos narrados, según las
cuales, un día antes de desposarse con Laertes, Sísifo sedujo a la futura esposa
de aquél, para lo que contó con la complicidad del padre de la novia, es decir del
interesado Autólico. La leyenda cuenta que el fruto de tan irregular unión fue el
héroe Odiseo.
La tradición clásica nos habla también de las malas relaciones entre Sísifo
y su hermano Salmoneo. Tanto se odiaban que Sísifo fue a consultar al oráculo
para que le mostrara la manera más eficaz de infligirle cruel daño, o incluso
causarle la muerte. La pitonisa del oráculo le informó que debería yacer, después
de seducirla, con la esposa de su hermano.
UN SOFISTICADO CASTIGO
Los hechos hasta aquí expuestos son una prueba fehaciente de la
culpabilidad de Sísifo por lo que, en cuanto que éste había gozado de los
encantos de su propia cuñada, se le condenó a un duro trabajo: debería cargar
para siempre con una roca de enormes dimensiones y llevarla hasta la cumbre de
una montaña situada en el Tártaro, al llegar arriba, la roca resbalaría montaña
abajo y Sísifo debería bajar a buscarla para cargarla de nuevo sobre sus hombros
y subirla otra vez hasta lo alto de la montaña. El resultado no tendría variación
alguna y tantas veces como subiera Sísifo con la roca a la cumbre de la montaña,
otras tantas rodaría aquélla hasta abajo, con lo cual Sísifo estaba condenado a un
trabajo inútil. La tradición explica que este doloroso proceso quedó
interrumpido en aquella ocasión en que el mundo subterráneo recibió la visita de
Orfeo que, fervientemente enamorado, penetró en el Tártaro en busca de su
querida Euridice, y entonó un canto melodioso.
Otras versiones explican que este castigo tan ejemplar fue ideado por Zeus.
El poderoso rey del Olimpo, en cuanto se enteró de que Sísifo le había
denunciado ante el dios—río Asopo como el raptor de su hija —la bella ninfa
Egina—, condenó a Sísifo a cargar la pesada piedra, y a subirla pendiente arriba,
de manera intermitente. En todo caso, se dice que Zeus había enviado a Sísifo
ante Tánato —hijo de la Noche y mensajero, si no personificación, de la Muerte
— para rendir cuentas de sus actos. Pero el osado fundador de la rica ciudad de
Corinto encadeno a la misma Muerte y tuvo que acudir el propio Zeus a
liberarla. Durante el tiempo que permaneció maniatado Tánato por Sísifo, a
ninguna criatura le sobrevino la Muerte; semejante hazaña nunca fue igualada
por persona alguna. Y, al menos en una ocasión, puede decirse que el ingenio y
el atrevimiento de Sísifo redundó en bien de la humanidad ya que, anulada la
Muerte, se prolongó la vida.
BELEROFONTE
Un importante héroe de Corinto fue Belerofonte que, según los narradores
de mitos, entra en la historia con mal pie, y es que mató a Belero —considerado
como el tirano de Corinto y, según otras versiones, un hermano del propio
Belerofonte— en un accidente de caza. El nombre de Belerofonte significa
"matador de Belero". Era nieto de Sísifo y, sin embargo, salió victorioso de
muchas empresas difíciles utilizando la astucia, como hubiera hecho su abuelo.
En cuanto se produjo la muerte de su hermano, Belerofonte abandonó
Corinto y fue a refugiarse a la región de la Argólide. Una vez aquí, se encaminó
hacia el palacio de Preto —que reinaba en Tirinto— con el propósito de ser
purificado por él. El monarca lo acogió con hospitalidad pero su esposa se
prendó de la belleza de aquel joven corintio y le propuso mantener relaciones.
Belerofonte, que había ido exclusivamente a la Argólide para aunar consuelo y
comprensión a sus cuitas, vio de nuevo llegada otra desgracia para él. Con todo,
y porque además no quería que su generoso anfitrión, el rey de Tirinto, tuviera
razón alguna para desconfiar de la honorabilidad de su huésped, rechazó todo
amago de infidelidad por parte de la esposa de aquél. Tal actitud de rechazo
provocó la ira de Antea —que así se llamaba la mujer de Preto y, según otras
versiones, Estenebea— y, en cuanto tuvo ocasión, lo calumnió públicamente y lo
acusó, en presencia de su propio marido, de intento de violación.
LA "CARTA DE BELEROFONTE"
En cuanto hubo oído el rey de Tirinto la sarta de embustes inventada por su
esposa, se quedó perplejo; más no por ello desconfió de tales aseveraciones, ni
puso en duda las palabras de su consorte. Decidió, entonces, apartar de su
palacio al viajero que había venido a turbar la paz de su hogar y, de este modo,
Belerofonte se vio, de nuevo envuelto en intrigas y maquinaciones inventadas,
en este caso, por una mujer herida en su orgullo y despechada en su ardor
amoroso. Lo cierto es que el joven corintio fue expulsado con diplomacia del
palacio de Preto, quien le entregó una carta y le engañó respecto a su contenido,
ya que le dijo que era una carta de recomendación para su nuevo anfitrión el rey
de Licia cuando, en realidad, se trataba de una misiva que exigía la muerte de su
portador. Y es que en la antigüedad clásica existía la costumbre de respetar hasta
el extremo a los invitados y, por lo mismo, no se podían quebrantar las leyes
hospitalarias de ningún modo. Desde entonces, y para la posteridad, cuando el
mensajero lleva una carta con instrucciones perjudiciales sólo para él mismo, se
la denomina "Carta de Belerofonte".
Llegado que hubo Belerofonte a la región de Licia, fue recibido por
Yobates que, a la sazón, regía los destinos de los habitantes de aquellas tierras.
Además, era el padre de Antea, la mujer que había causado la confusión, y
levantado los más ruines infundios, en torno al joven corinto que se había
atrevido a rechazar sus insinuaciones amorosas.
UN MONSTRUO LLAMADO "QUIMERA"
El rey de Licia agasajó a su nuevo huésped con fiestas y comidas que
duraron más de una semana. Y, cuando llegó el día décimo, el espléndido
anfitrión abrió la carta que su huésped le había entregado al llegar. Para dar
cumplimiento a tan drástico mandato, Yobates encargó a Belerofonte una
empresa peligrosa que consistía en matar a un terrible monstruo que estaba
minando los rebaños de todo el país y devoraba a cuantos ciudadanos hallaba a
su paso. Pero los dioses aún le eran propicios a Belerofonte y, por lo mismo, le
concedieron el deseo de montar a Pegaso —el caballo alado más veloz de
cuantos hasta entonces habían existido en la faz de la tierra y que, según la
leyenda, había surgido de la sangre de la gorgona Medusa— para afrontar el
inminente peligro. De esta guisa, el valiente joven corintio se encontró con un
temible animal que tenía la cabeza de león, el cuerpo de cabra y la cola de
dragón; arrojaba fuego por su boca y todo cuanto había a su alrededor quedaba
abrasado. Belerofonte, a lomos de Pegaso, condujo a éste con la brida de oro que
lo hacía dócil y manso, y que la diosa Atenea le había regalado y, con inusitado
ímpetu lanzó contra la Quimera —pues así llamaban al monstruo todas las
gentes— un pesado dardo que se introdujo por su cavernosa boca. En cuanto se
hubo fundido por efecto del fuego que el monstruo exhalaba por sus enormes
fauces, el dardo se convirtió en plomo que, al instante, se desparramó por las
entrañas de Quimera produciendo la muerte del terrible monstruo.
Después de salir victorioso de tan tremenda aventura, Belerofonte fue
enviado a luchar contra las Amazonas —mujeres guerreras que repudiaban la
compañía de los varones y tenían una fuerza superior— y también las venció en
cruento combate. Finalmente, el propio Yobates envió a sus guerreros contra
Belerofonte, quienes le prepararon una emboscada para acabar con él. Sin
embargo, los sucesos acaecieron al revés pues Belerofonte no dejó vivo ni a uno
de sus atacantes. Entonces el rey de Ticia, asombrado y admirado por la valentía
y fuerza de su huésped, pensó que sin duda se hallaba bajo la protección de las
deidades del Olimpo y, al punto, le explicó a Belerofonte las razones de su
actuación para con él. Le dio a leer el contenido de la carta de Preto y el joven
corintio comprendió todo enseguida. Aceptó quedarse a vivir en Licia y Yobates
le concedió la mano de su hermosa hija Filónoe y le cedió gran parte del
patrimonio real. Cuenta la leyenda que, en cuanto tales hechos y hazañas
llegaron a oídos de Antea, ésta no pudo soportar los celos y se envenenó.

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