miércoles, 3 de abril de 2019

Sirenas: seducciones y metamorfosis.

… Seguí mi camino, pero trabajoso,do yo vi centauros, espingos e arpinas,e vi más, las formas de fembras marinas,nuzientes a Ulixes con canto amoroso.39
Marqués de Santillana
TRES COMENTARIOS RENACENTISTAS
1. BOCCACCIO
Dando un buen salto de más de diez siglos en el tiempo, desde los testimonios y exegetas antiguos, acudamos al muy brillante y documentado resumen que nos ofrece en su docto latín, hacia 1370, Giovanni Boccaccio. Es texto muy interesante porque, con afán erudito, en su brillante enciclopedia mitológica Boccaccio recoge muchos datos de la tradición anterior, de varios textos clásicos, y los mezcla con los de comentaristas de la Edad Media, como advertirá pronto el lector. Leamos pues el capítulo 20 del libro VII de su Genealogía de los dioses de los paganos (Genealogia deorum gentilium):40
Sobre las sirenas, hijas de Aqueloo.

Servio (com. a Eneida V, 864) y Fulgencio (Mitología II, 8) afirman que las sirenas fueron tres, hijas de Aqueloo y de la musa Calíope, y dicen que una canta con su voz, otra toca la cítara y la tercera la flauta. Pero Leoncio dice que fueron cuatro, llamadas así: Aglaófone, Telesiepía, Pisínoe y Ligeia, y que son hijas del Aqueloo y de la musa Terpsícore, añadiendo que la cuarta canta con el tímpano. Dice Ovidio (Met. vss. 551-563) que fueron compañeras de Proserpina y que, cuando ella fue raptada, la buscaron mucho tiempo y, al no encontrarla, se convirtieron en monstruos marinos que tenían la cara de doncellas y su cuerpo hasta el ombligo de mujer y de allí abajo eran peces; que Alberico dice que estaban erguidas y les añade pies de gallina y que, conservando el arte de modulación de la voz, que tenían antes de su metamorfosis, entonan una melodía muy dulce. Además dice Servio que primero se retiraron al Peloro, un promontorio de Sicilia, y después a la isla de Capri. Pero Plinio (III, 5,62) dice que a Nápoles de los Calcidenses, y que esta fue llamada Parténope por la tumba de una sirena. Y así tenemos ya cinco sirenas. Después dice el propio Plinio: ‘Sorrento con el promontorio de Minerva, antaño de las sirenas…’. Y Aristóteles en ‘Sobre las cosas admirables de oír’ (103): ‘En los confines de Italia, donde el Peloro cortado por el Apenino ofrece una camino desde el mar Adriático al Tirreno están las islas de las sirenas y allí hay un templo consagrado a ellas, en el que son muy honradas con indignos sacrificios. Como son tres no está de más recordar sus nombres: una se llama Parténope, la otra Leucosia y la tercera recibe el nombre de Ligeia’. Eso cuenta este. Dicen además que con la dulzura de su canto arrastran a los navegantes al sueño, dormidos los sumergen y, por último, una vez sumergidos, los devoran, causa por la cual los antiguos las pintaban en prados entre los huesos de los muertos. Algunos dicen que murieron de dolor porque no pudieron atraerse a Ulises, que pasó de largo como cuenta Homero en la Odisea.
Recuerdo haber leído estas cosas sobre ellas, en las que se ve lo que pensaban los antiguos. Antes que otros Paléfato escribe en su libro ‘De las cosas increíbles’ que fueron meretrices que tenían la costumbre de engañar a los navegantes. Y Leoncio dice que se sabe por un rumor muy antiguo que existieron en Etolia por primera vez los oficios de meretriz, y tan brillantemente prosperaron con el lenocinio que convirtieron en su presa casi toda Acaya; y por esa razón se pensó que se había elegido el lugar para la fábula del origen de las sirenas. Y así el río de Etolia (Aqueloo) fue llamado su padre, porque en esos dominios iniciaron sus criminales servicios, y para que entendamos que a través del río, su padre, se desliza la lascivia y efusiva concupiscencia de las meretrices. Se les atribuye como madre a Calíope, esto es, la ‘buena sonoridad’ a causa de la lisonjera facilidad de palabra de casi todas ellas. En efecto, las meretrices cultas que quieren seducir a los extranjeros suelen imitar las costumbres de las doncellas o de las púdicas matronas, a saber, dirigir los ojos a tierra, emplear pocas palabras, ruborizarse, escapar de los contactos, jugar incluso con desvergonzados gestos y cosas de este tipo para que los ignorantes piensen que el extranjero es huésped de la honestidad y deseen lo desconocido, que de ser conocido debería ser evitado… De sus cantos con la voz, la lira y la flauta no debe sacar otra cosa que no sean las palabras dulces, las lisonjas, las caricias, risas lascivas y hechizos, emboscadas con las que los marineros, esto es, los extranjeros, son arrastrados al sueño por las de esa clase, esto es, al olvido de sí, engañándose a sí mismos con una loca esperanza hasta que, como ellas codician mercancías de todo tipo, les entregan sus bienes y sus naves; y así, sumergidos, no en el mar, sino en el estercolero de la pasión obscena, son devorados por esos monstruos marinos del todo infernales, quienes, desnudados y acostados en sus prados, esto es, en las delicias, se sientan entre los huesos de sus desgraciados precursores, es decir, en las memorias saqueadas de los desnudos, o son oprimidos en una infame servidumbre.
Por otra parte, dijeron que eran peces desde el ombligo hasta abajo para que conozcamos que para su belleza se ha dado hasta ahí a esas mujeres un cuerpo de doncella, esto es, hermoso y honesto, para que parezca humano. En el ombligo creen que está toda la concupiscencia libidinosa de las mujeres, a la que sirve todo lo que queda del cuerpo en la parte de abajo, por lo cual no están sin sentido asimiladas a los peces, que son animales escurridizos y que se deslizan con facilidad por las aguas de un lado a otro; así vemos a las meretrices correr la unión sexual con unos y con otros, lo que también se designa mediante las alas. Pretendieron que tenían patas de gallina porque con prodigalidad y sin reflexión desparraman las riquezas de los que confían en ellas. Pienso que se creó la ficción de que fueron compañeras de Proserpina porque por Proserpina debe entenderse la abundancia siciliana de las cosas, consecuencia de la cual es la mayoría de las veces la comenzón ardiente de la pasión y por ella se presta atención al placer de los alimentos y de los ocios. Cuando esta se arrebata, como ocurre, conservando el apetito sexual de costumbre, cuando se busca su satisfacción y no se encuentra y a causa de la penuria se agudiza el apetito, resulta que se va a desfogar en el lupanar.
Dice además que ellas viven en islas y lugares costeros, cosa que se dice porque es así; pues las mujeres de esta clase no pueden cobrar sus piezas en los lugares donde se las conoce; y por ello viven en sitios adonde llegan con frecuencia forasteros, para poder cazarlos al ser desconocidas. En efecto, sobre estas sirenas dice Isaías, lleno de Dios: ‘Las sirenas y los demonios danzarán en Babilonia’. Y las llaman ‘sirenas’ también de seirion, que (en griego) es ‘arrastre’; pues arrastran, como se ha demostrado.
El texto del muy leído autor del Decamerón reúne, como dijimos, una serie de noticias de tradición clásica con otras posteriores, como esa de que las sirenas tienen ya medio cuerpo de pez, es decir la escamosa cola de las imágenes modernas. Como muy bien anotan las traductoras del mismo,41 al citar a Ovidio Boccaccio se confunde, porque el poeta latino conoce solo las sirenas de rostro femenino y cuerpo con alas de ave. Y también insiste en su belleza atractiva y su condición de prostitutas más o menos refinadas, siguiendo esa interpretación alegórica y evemerista que ya hemos visto, y que aquí amplía con apuntes sobre los hábitos y gestos de tan seductoras y taimadas damas. Recordemos que ya el mitógrafo Heráclito las calificaba de “bellísimas” y “célebres cortesanas” adelantando la explicación alegórica de los comentaristas siguientes.
El texto de Boccaccio tuvo gran resonancia en el humanismo renacentista. Es curioso comprobar cómo, unos dos siglos después, la Mitología de Natale Conti no hace más que ampliar con una erudición notoria y un comentario alegórico algo más moralista el mismo relato, y lo mismo hace algo después el autor castellano Juan Pérez de Moya, uno de los mitógrafos de nuestro siglo de oro, en su manual mitológico de pomposo título Filosofía secreta de la gentilidad (1585),42 ofreciendo las mismas noticias y añadiendo alguna glosa moralista de su cosecha personal en sus aclaraciones. Y toda la literatura emblemática, tan en auge en el renacimiento y en el barroco, se atiene a esa misma descripción, convertida en tópica y tradicional.
2. NATALE CONTI
El manual de Natale Conti, en latín un tanto barroco, con multitud de citas y una asombrosa erudición, logró una enorme difusión en su época, pero hoy nos resulta bastante más farragoso que el texto protorrenacentista de Boccaccio, al que sigue en lo esencial. Citaré solo unos párrafos de la meritoria traducción española de M. R. Iglesias y C. Álvarez Morán43 que acentúan la alegoría de fondo de la narración mítica:
Se dice que las sirenas, también ellas monstruos muy peligrosos para los hombres a causa de la dulzura de su canto, ablandaban de tal manera con sus cantos a los navegantes que los empujaban a un profundísimo sueño; y después a estos, así dormidos, los arrojaban al mar y les daban muerte, pues de todas las cantilenas imaginaban aquellas que pensaban que les iban a ser más agradables según el carácter de cada uno…
Pues reciben el nombre de sirenas, casi cadenas, porque a los que atraen los encadenan en amor. Y no faltaron quienes pensaron que las sirenas eran unas aves de la India que a los navegantes atraídos a la costa con la dulzura de su canto, tras haberlos dormido, los despedazaban y engullían. Horacio, en el libro II (3,14-15) de las Sátiras, escribe que las sirenas no son rocas, ni meretrices ni aves de la India, sino la desidia y la inactividad, casi la más vergonzosa de todas las cosas, que atraen a todos hacia sí y finalmente los llevan a la perdición; puesto que se dice ‘Serás despreciado, infeliz; debes evitar la pereza, engañosa sirena’. Yo, por cierto, creería que el canto de las sirenas y las propias sirenas no son otra cosa que los placeres y cosquilleos; se dice que son hijas de una de las musas y de Aqueloo, porque han nacido de un padre semejante a un toro y propenso a los placeres, y la musa es aquella dulzura que nos empuja hacia ellos. Estas nos llevan finalmente a la perdición, porque nacen de aquella parte del alma que está privada de razón y se llama álogos… Pues, dado que una parte del alma está dotada de razón y otra carece de ella, ¿de qué modo no tiene uno dentro de sí encerradas y latentes las sirenas?
… Por consiguiente, si uno quiere evitar las numerosas calamidades y las muchas tristezas, es necesario que se tape sus oídos ante los placeres ilegítimos y los vergonzosos encantos de la vida humana, según el ejemplo de Ulises o de Orfeo, y obedezca los consejos de los sabios y a ellos solos escuche. Pues, sin embargo, si alguno tuviere abiertos los oídos al canto de las sirenas y gobernara su vida con su propio ingenio, conviene que este se ate a la razón como Ulises se ató al mástil de la nave, puesto que es necesaria una sabiduría increíble y casi divina para que, cuando uno ha sido deleitado una vez por las sirenas, pueda volver de allí sano y salvo…
Otros, en cambio, consideran que las sirenas eran las voces de los aduladores y que ninguna perdición más dulce ni más criminal que esta se apodera de los príncipes…
(Sigue un largo párrafo sobre los aduladores de príncipes, una especie de sirenas políticas).

3. PÉREZ DE MOYA
En su Philosophía secreta, libro II, capítulo XIV, artículo X, Juan Pérez de Moya escribe De las sirenas: primero ofrece los datos esenciales y luego su sabia explicación alegórica y moral, titulada “Declaración”.44 Que comienza así
Ovidio finge que las sirenas eran unas donzellas compañeras de Proserpina, las quales, después del robo que della hizo Plutón, buscáronla por toda la tierra, y no hallándola quisieron buscarla por la mar, y subiéndose con este intento a unas altas peñas a la orilla dél estuvieron algún tiempo, hasta que después, con el pesar de aver perdido a su compañera Proserpina, se quisieron despeñar en el mar. Los Dioses, aviendo compasión dellas, mudaron sus formas, quedándoles del ombligo arriva de donzellas y de allí abaxo de pescado, y los pies de gallina, con alas de ave, según dizen Alberico y san Isidro.
Como se ve, el erudito mitógrafo castellano adjudica a las sirenas cola de pez, alas de ave y patas de gallina, recogiendo informaciones diversas. Este carácter ecléctico lo tiene todo su texto que toma datos de unos y otros, y sobre todo de Natale Conti. Pero, aunque la erudición es toda prestada y de aluvión, él aporta alguna glosa moral de cosecha propia.
Palefato y sant Isidro y Dorion dizen que fueron las sirenas unas hermosas rameras que habitavan en una rivera del mar, que con suavidad de música atraían los navegantes, y, traídos, tanto tiempo los tenían, hasta que venían a suma pobreza; por lo qual se dixo que hazían estas sirenas perecer naufragio a los que aportavan donde ellas estavan. Dixéronse sirenas, que quiere dezir canto dulce atractivo, porque atraían a las fustas de los caminantes, quiere dezir sus averes.
Otros dezían que las sirenas eran unas aves de la India, las quales atraían a los navegantes con suaves cantos a las riveras y allí los adormecían, y después los despedazavan y comían.
Otros dezían que eran peñas donde los navíos se hazían pedaços. Horacio dize que las sirenas ni eran peñas ni rameras ni aves de las Indias, sino una pereza y negligencia y torpe descuido que a todos halaga y a muchos trae en destruyción. Natalis Commitis dize ser las sirenas los deleytes y sus cosquillas, o apetitos de cada uno, a los que dando oídos son de ellos destruídos, dando con nuestra navecilla al través.
Mas, finalmente, la intención de los poetas fue dar a entender por esta ficción el arte de las mugeres dadas a la deshonestidad y luxuria, que los hombres atraen a sí más por lo que tienen que por amor alguno que les yana, o encendimiento alguno que lea ellos tengan.
Pérez de Moya insiste en que “fue fingido lo de las sirenas, porque no ay tal animal en la mar, puesto que aya pescados que imitan en la figura al hombre, como trae Alexandro de Alexandro, y Pedro Gelio…”, y continúa explicando los detalles de esas figuras ficticias. Citemos algunas líneas más:
Habitar a la ribera del mar es porque las partes marítimas son más dadas a la luxuria que las que están dentro de la tierra, y por esta causa fingieron los poetas aver nacido Venus en el mar.
Tener las sirenas alas es por significar la instabilidad y poca firmeza de los amantes, porque súbito aman y desaman, y casi juntamente riñen y se apaciguan. Esto viene porque ellas más cubdicia tiene de sus dineros que de sus personas, y ellos, viendo estos daños, aman y desaman, y passan como volando de unos desseos en otros; o porque estas no aman alguno solo, mas a muchos, por tener más que despojar, y pasan de uno a otro como ave que buela. Tener los pies como gallinas más que de otra ave es por significar la condición de tales mugeres, las cuales, ansí como las gallinas escarvando derraman lo que han de comer, ansí las malas mugeres gastan indiscretamente lo que tienen y ganan con su mal arte.
El buscar las sirenas a Proserpina, que es la abundancia, es que las rameras no saben jamás poner freno a sus deshonestíssimas voluntades, antes las quieren satisfazer abundantemente.
El intento de Ovidio de introduzir el mudamiento de las sirenas fue dar a entender que algunas mugeres, por desseo de tener abundancia de las cosas, se someten a la torpedad de la luxuria, lo cual es ser sirenas. Y como el demonio es tan mísero haze que las tales le sirvan de gracia, añadiendo las hambres y trabajos por paga y premio de su mal vivir.
DE CÓMO LAS SIRENAS TROCARON SUS ALAS Y PATAS DE GALLINA POR COLAS DE PEZ
Los textos de estos tres autores muestran cómo, al peregrinar por diversos relatos y algunas imágenes medievales, las mortíferas y aladas sirenas cambiaron su figura, pasando de ser medio pájaras a medio peces, dejando su roca costera y su prado florido para internarse en lo hondo del mar. Cierto es que ya autores antiguos cuentan cómo se arrojaron a las olas en un gesto suicida y cómo se vieron desplumadas en su alocado certamen musical con las musas, sus cercanas parientes de más larga fama. Pero no es Ovidio quien cuenta que perdieron alas y patas de ave para concluir luego, desde el ombligo para abajo, en plateada y escamosa cola, y convivir con criaturas marinas, sino, en los textos que nos han llegado, un escritor oscuro y muy posterior. Es el anónimo autor del Liber monstrorum de diversis generibus, a finales del siglo VII o tal vez a comienzos del VIII, quien las describe así:
Sirenae sunt marinae puellae quae navigantes pulcherrima forma et cantus decipiunt dulcedine. Et a capite usque ad umbilicum sunt corpore virginali, et humano generi simillime; squamosas tamen piscium caudas habent. (Las sirenas son doncellas marinas que engañan a los navegantes con su bellísima figura y la dulzura de su canto. Y de la cabeza hasta el ombligo tienen un cuerpo femenino, y muy semejante al humano; sin embargo tienen escamosas colas de peces).
Ya algo antes, desde el siglo VI, en la iconografía aparece alguna sirena representada con su cola de pez, pero todavía con patas de ave, imagen que persiste en casos sueltos hasta el siglo XII.45 Es interesante destacar (como bien puede advertirse en los textos renacentistas) que las patas de ave –más de gallina que garras de arpía– se conservaron incluso cuando las sirenas habían perdido las alas. (Y, como puede verse, encontraron muchos ecos en comentarios alegóricos para subrayar la rapacidad de las sirenas vistas como meretrices o rameras ávidas de botín).
No conservamos ninguna explicación antigua sobre esa metamorfosis. Así que podemos ensayar algunas reflexiones y ofrecer nuestra hipótesis al respecto. Como dijimos, el aspecto monstruoso e híbrido inicial relaciona a las primeras sirenas con figuras femeninas terroríficas y, en especial, con el mundo de los muertos y Perséfone. No insistiremos ahora en este punto, ya tratado.46 Pero notemos qué escaso provecho sacaron las sirenas de sus alas.
Según una noticia mítica, les fueron concedidas por los dioses para que buscaran a la raptada Perséfone, una búsqueda fracasada. (Como era previsible ya que el raptor, su tío Hades, se la había llevado a sus dominios infernales, bajo tierra). Luego está ese episodio pintoresco de cómo perdieron sus plumas a manos de las musas que se hicieron con ellas un tocado peculiar. Las sirenas desplumadas no sabemos si aún volaban. Pero está claro que no se sirven de sus alas para asaltar a la nave de Ulises ni a la de Orfeo. Desde tierra, en rocas o sobre un florido prado, lanzan su canto seductor, cuando las naves se acercan. En cuanto se aleja, dan la apuesta por perdida. (Y deben suicidarse).
No parece, por otra parte, que esas alas y su aspecto más gallináceo que aquilino les dieran especial belleza a las sirenas.47 Por lo que sabemos, ninguno de los héroes antiguos se sintió atraído por la bella figura de las cantoras. Ningún autor elogia su aspecto fascinante. Su hechizo radicaba en la voz, la música (lira y flauta) y sus relatos. No el verlas, sino el oír su melodía era lo peligroso. Y no parece que se sirvieran mucho de las alas.
Tras sus varias derrotas –ante las musas, Odiseo y Orfeo– las sirenas deciden suicidarse tirándose de cabeza al hondo mar. El monstruo amenazador, una vez que ha fallado, debe morir, según la pauta narrativa habitual. Y los textos antiguos dicen que así acabaron las sirenas, despechadas suicidas de alas cortas que no sabrían nadar. Incluso se cuenta cómo los cuerpos de tres sirenas, cada uno por su lado, fueron a parar a varias playas del sur de Italia. Y la bella Parténope figura como enterrada en Nápoles.
Pero tal vez todo eso fuera solo un truco divulgado por los amantes de reliquias. No me parece convincente que, como algunos dicen,48 acabaran transformadas en rocas. Seguramente alguna divinidad compasiva las salvó en el chapuzón postrero y les cambió sus mustias alas por sendas colas de pez, que ahora les dieron una nueva figura, mucho más hermosa, esa pulcherrima forma que menciona el autor del Libro de los monstruos. Y se sumergieron mucho más libres y contentas, con sus grandes colas escamosas, y saltaron olas. Solo cuando tenían ganas de cantar o de dar un concierto –con lira, flauta y algún otro instrumento de cuerda –volvían a trepar a las rocas o algún herboso prado, tal como suelen aparecer en muchas pinturas modernas.
Debo confesar que no he encontrado ningún texto antiguo que apoye esta teoría de una intervención divina para salvar y reconvertir a las sirenas. Pero algo así podría encajar muy bien en el modo de actuar de ciertos dioses. Así como Afrodita vino a salvar a Butes cuando arribaba a la isla de las funestas cantoras, ¿no podría el dios Poseidón haber acudido a rescatar de la muerte a las sirenas, ofreciéndoles una utilísima metamorfosis y una morada acuática de larga duración?
Aunque, como dijimos, ningún texto antiguo habla de cómo se produjo la metamorfosis, sí la encontramos explicada en algún autor neoclásico, como Michel de Marolles, de mediados del siglo XVII, que en su tratado de mitología escribe:
Las sirenas se sintieron tan despechadas de no haber podido detener a Ulises que se precipitaron en el mar, donde la parte inferior de su cuerpo se convirtió en pez, y conservaron solo la cabeza y la parte superior de su anterior figura.49

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