miércoles, 3 de abril de 2019

Hadas brujas y hombres lobos en la edad media: ver el doble

Capítulo I

 AUTOSCOPIA

  Se llama autoscopia a un fenómeno que consiste en percibir al propio Doble, en verse a sí mismo, creyendo a veces que uno ve a su simple sosia, tema que ha desempeñado un papel muy importante en la literatura romántica al otro lado del Rin[1]. Con todo, hay que distinguir bien entre Doble espiritual y alter ego material, pues no se manifiesta de la misma forma. Si nos referimos exclusivamente a los textos de la Edad Media, sólo el primero concernirá a la autoscopia, mientras que el segundo participará por entero en los transportes o transferencias a distancia. Pero también acudiremos a textos más recientes y extremadamente reveladores.

  Señalemos de entrada que existe un vínculo innegable entre la segunda visión, la clarividencia, y el otro yo psíquico, que a menudo sólo es visible a su poseedor. Según las investigaciones de los etnólogos del siglo XX, la fecha de nacimiento desempeña aquí un papel importante: un vidente ha nacido la noche de Navidad o la de San Juan, o durante el ciclo de los Doce Días, Adviento, Todos los Santos, San Andrés, los domingos de Témporas, en San Silvestre, en Año Nuevo, un domingo de luna llena o de luna nueva y, las más de las veces, a medianoche, hora fronteriza que ya no es hoy pero todavía no es mañana, verdadero no man’s time que pertenece a los espíritus[2]. Un detalle suplementario: muy frecuentemente, las personas dotadas de segunda visión nacen con cofia. También se los puede reconocer por las cejas, que se unen, o por su mirada singular. Detengamos aquí esta digresión, que no es tal, pues las fechas señaladas implican todas ellas la relación entre este mundo y el otro, son puentes tendidos entre los dos mundos, y el Doble participa precisamente de ellos.

  1. El Doble material

  Fuera de las literaturas escandinavas antiguas, no hemos encontrado, por lo que se refiere al alter ego material, huellas de segunda visión, de modo que tenemos que volver, nos guste o no, al testimonio de las sagas. Al leerlas, advertimos que el vocablo que designa a estos carismáticos de tipo particular es ófreskr[3], literalmente: «cuyos ojos tienen un poder superior», es decir, que no se detienen en las apariencias, sino que las penetran, descubren la realidad oculta y triunfan sobre las categorías físicas de nuestro universo, y el Libro de la colonización de Islandia nos proporciona un ejemplo:

  Björn recibe en sueños la visita de un espíritu de las montañas que se asocia a él. Su riqueza aumenta —pensemos en Lanval y en las narraciones del mismo tipo—, y «la gente dotada de segunda visión vio que los genios del territorio acompañaban a Björn»[4].

  En otro capítulo del mismo libro, sólo los videntes perciben las metamorfosis de la bruja Geirhild en una piel de buey llena de agua[5]. En el relato del combate de los alter ego de Dufthak y Storolf, antes citado, se dice que un hombre que posee este don ve a los Dobles zoo-morfos de los dos hombres.

  El Doble material es a veces visible para todos, y otras veces es invisible, reina la incertidumbre sobre este punto, pues los textos raramente abordan el problema. Pero si nos apoyamos en la Historia rerum Anglicarum (V, 22) de Guillermo de Newbury (1136-1198), vemos que es subyacente y podemos aportar un inicio de respuesta.

  Hoy ya no ignoramos que los aparecidos son de hecho los Dobles materiales de los muertos. Pues bien, en una historia de aparecido, se dice de un difunto: «Empezó a aparecerse en pleno día. Era el terror de todos, pero sólo era visible para algunos. La mayoría de las veces, en efecto, salía al encuentro de varias personas y no se dejaba ver más que por una o dos, aunque no ocultaba su presencia a los otros»[6]. Esta particularidad es muy digna de señalarse, pues es el único documento que hemos podido recoger, y sin duda permite afirmar que el Doble, en general, es invisible. Asimismo, en la historia del arzobispo de Upsala, la mujer cree percibir a Peter Lärdal en su cocina, pero la aparición es fugaz y corresponde exactamente al fenómeno que los anglosajones denominan fetch.

  Sin embargo, la dificultad del problema viene también del hecho de que no existe tan sólo un único Doble. Son al menos dos, uno físico y a veces zoomorfo, y otro espiritual, que también puede adoptar la forma de un animal. Se advierte de inmediato a cuántas confusiones puede dar pie esta colusión. Tomemos otro ejemplo: mientras que sus amigos y aliados combaten al enemigo, Bödvar Bjarki permanece tranquilamente sentado, pero en el campo de batalla hay un oso blanco que combate junto a los suyos. Cuando Bódvar acude al lugar del enfrentamiento, el oso desaparece[7].

  ¿Cómo interpretar los hechos? La saga no menciona ningún trance ni sopor. De todos modos, hay pequeños detalles que esclarecen la secuencia narrativa: ninguna arma puede penetrar en la piel del oso, cosa que de hecho parece ser un privilegio del Doble espiritual, y cuando los hombres de Hrolf Kraki se asombran de la ausencia de Bödvar, oyen que les responden: «Debe de estar en alguna parte, allí donde puede sernos de gran utilidad». En esta saga legendaria que alcanza una grandeza mítica con el combate de Hrolf Kraki y Bödvar contra el ejército de los muertos enviado por la maga Skuld, está subyacente el tema del Doble. Es verdad que queda eliminado el motivo del sueño, pero es significativa la desaparición del oso que concuerda con la aparición de Bödvar.

  A priori, no existe ninguna razón particular para que el Doble material sea invisible, y las historias germánicas de aparecidos hablan en favor de ello. Si hay invisibilidad, ésta tendría que deberse a una contaminación por el otro yo espiritual, que resulta, según parece, imperceptible al común de los mortales. Pero toda afirmación perentoria sobre este punto debe ponerse en tela de juicio. Así pues, señalamos el problema, y proponemos una solución sin ocultar nuestra incertidumbre. Tal vez el descubrimiento de otros textos nos permita algún día zanjar la cuestión.

  2. El Doble espiritual

  Sin tener que repetir lo que hemos dicho en un capítulo anterior, recordemos que la principal característica del Doble espiritual es manifestarse en los sueños, en forma animal, y reírse del tiempo y el espacio, puesto que su aparición precede a los acontecimientos revelados al durmiente, sean próximos o lejanos. Este alter ego concreta en forma inmaterial —si podemos aventurar este oxímoron— el pensamiento (hugr) de su poseedor. Es absolutamente evidente cuando aparece en sueños poco antes de un combate.

  Cuando entra en escena con mucho tiempo de antelación, todavía está más cerca del concepto de destino, con el que tiene que ver de un modo u otro; lo muestra bien el siguiente ejemplo:

  Thorstein ha soñado que se posaba un cisne en el tejado de su casa y que se le unía un águila. Llega entonces otra águila y las dos se matan la una a la otra. Llega finalmente un halcón, que se va con el cisne. Thorstein se dirige a un noruego experto en las artes adivinatorias, que dice: «Estas aves deben de ser fylgjur de hombres» (fulgar þeir munu vera manna fylgjur)[8]. El Cisne representa la hija de que está embarazada la esposa de Thorstein, y el sueño resume lo que será su vida.

  Uniendo al hombre con el otro mundo, o más bien, conforme a la mentalidad de este tiempo, con la cara oculta del universo, el Doble psíquico tiene conocimiento de los destinos ajenos por mediación del alter ego potencial de éste, Doble in spe que acompañará al individuo todo a lo largo de su existencia terrestre.

  3. Ver al propio Doble y morir

  Según una creencia fuertemente arraigada, aquel que ve a su Doble espiritual está condenado a una muerte próxima e ineluctable. Esta aparición es un signo o advertencia del destino[9]. En las relaciones modernas de hechos semejantes, desaparece la distinción entre alter ego físico y «otro yo» psíquico. En la Edad Media, otra vez, sólo la literatura normánica nos propone su testimonio, lo cual prueba bien que es uno de los mejores reflejos de las creencias occidentales que el cristianismo eliminó y aculturó en la mayoría de los países. ¿Cómo, pues, se explicaría la presencia de esta «superstición» en el mundo románico, sino por un resurgir de las creencias reprimidas? Qué puede decirse del hecho siguiente: «Cuando una persona está gravemente enferma, se toma cuidado de observar si algún búho, lechuza o autillo viene a dar vueltas alrededor de la casa», decían en Commercy (Lorena) en el siglo XIX. Si interpretamos eso con ayuda de las mentalidades septentrionales, podemos ir más allá del estadio de la simple constatación de que son aves de mal agüero, y ver en ellas uno de los últimos avatares del Doble espiritual zoomorfo que viene a despedirse del hombre.

  En el Norte, las cosas son mucho más nítidas. La Saga de los jefes del Valle del Lago (cap. 42) relata el sueño de Thorkel Silfri, que tuvo la impresión de que bajaba al valle montado en un caballo rojo que parecía que apenas tocase el suelo. Signy, su esposa, afirma:

  «Ese caballo se llama Mar, y Mar es el espíritu tutelar de un hombre, y si aparece rojo, es que quedará ensangrentado, y puede ser que te maten en esa reunión»[10].

  No hace falta decir que Thorkel halla la muerte en la asamblea a la que acude poco después. En la Saga de Njall el Quemado (cap. 41), Njall y Thord están sentados fuera, no lejos de un cercado donde pace un macho cabrío:

  «Tengo la impresión de que ese buco está ahí acostado en el hoyo, y que está todo ensangrentado», dice Thord a su compañero, que no ve nada, señalémoslo, y responde: «Puede ser que estés a punto de morir, y has debido de ver tu espíritu tutelar (fylgja). ¡Ten cuidado! —No me serviría de nada, replica Thord, si lo que me espera es la muerte». Poco después, sucumbe al asalto de Sigmund y Thrain[11].

  En la Saga de la gente del Vale del Salmón (cap. 67), Thorgils acude con Thorstein a la asamblea de los hombres libres (thing):

 
     «Vieron a una mujer que les salía al encuentro. Era muy alta. Thorgils se fue ante ella, pero ella se zafó y declamó esto:

   
       “Que tengan cuidado los guerreros,

      si se consideran valientes,

      y que se guarden también

      de los artificios de Snorri;

      nadie irá con cuidado:

      Sabio es Snorri”.
   

    Y luego siguió su camino. Entonces dijo Thorgils: “Pocas veces ha pasado, cuando querías mi bien, que te fueses del Thing cuando yo acu día a él”».[12]
 

  Al día siguiente lo asesina Audgisl.

  Cuando Hallfred, el escaldo difícil, cae enfermo, se le aparece su fylgja y se separan el uno del otro… Tomemos un canto de la Edda poética, el de Helgi Hijo de Hjórvard, y ¿qué encontramos?

  «He aquí lo que dijo Helgi porque sospechaba que estaba condenado a morir. Había visto a la mujer cabalgando el lobo, y esas eran sus divinidades tutelares».[13]

  La Saga de los habitantes del Valle de Svörfud (cap. 23) nos ha transmitido una bellísima escena. Karl y Gunnar están fuera; de repente, el primero palidece tras haber alzado los ojos al cielo:

 
     «—¿Qué te pasa? —preguntó Gunnar.

    —He visto a mi primo Klaufi; cruzaba los aires, tirando de un trineo en el que he creído reconocerme —respondió Karl.

    Se oyó entonces la voz de Klaufi, que decía: “¡Primo Karl! Esta noche te reunirás conmigo”».
 

  Aquel mismo día, Karl cae bajo los golpes de Skidi y sus hombres[14]. Precisemos que Klaufi lleva muerto ya cierto tiempo cuando su primo lo distingue.

  Así pues, la fylgja, espíritu tutelar y Doble espiritual del individuo, va a despedirse de la persona que llega al término de su existencia y a la que siempre ha acompañado. Por lo general se muestra en aspecto de mujer, pero de estatura superior a lo normal, lo que permite distinguirla de una simple mortal. También aparece con apariencia de animal, gris o rojo, color de lo sobrenatural y del derramamiento de sangre, y entonces no cabe ninguna duda de la suerte inmediata del individuo. El que pase a otro miembro de la familia, como en la Saga de Hallfred, muestra bien que existe antes que su protegido y perdura después de su muerte, es decir, que es realmente un principio independiente que no se liga a una persona más que durante el tiempo de la existencia terrena, detalle que en ningún momento debemos dejar de tener en mente.

  4. La despedida del Doble

  Las literaturas paganas y cristianas suelen relatar la visita, en sueños, de una persona que acaba de morir en aquel instante. Este fenómeno es bien conocido todavía actualmente —¡saquemos el tema con los que nos rodean!—, y siempre ha sido considerado una prueba de la existencia del «alma». Incluso ha interesado a los filósofos. En sus Lecciones de Metafísica, Emmanuel Kant afirma que «él alma no se disuelve al mismo tiempo que el cuerpo, pues éste no es más que su forma»[15]. Y Goethe decía a Eckermann: «No dudo de nuestra persistencia. Toda entelequia es un pedazo de eternidad, y los pocos años durante los cuales está ligada al cuerpo no la envejecen».

  En las sagas islandesas abundan los ejemplos y no recordaremos más que dos. La Saga de Thorir el de las Gallinas describe a Blundketill, que se aparece a su hijo y le anuncia que acaba de morir. La Saga de Gunnlaug Lengua de Serpiente narra el sueño de Œnund: le sale al encuentro su amigo Hrafn, todo ensangrentado. A veces, hay detalles crudos que no dejan lugar a dudas sobre la muerte del visitante: en la saga que lleva su nombre, An el Tensador de Arco ve que su hermano se presenta a él con una espada clavada en el pecho[16]. Volvámonos a la Saga de la gente del Lago del Salmón (cap. 71):

  Thorkel naufraga y se ahoga con sus compañeros. Aquel mismo día, su mujer acude a la iglesia. «Cuando cruzó el portal del cementerio, vio que se alzaba ante ella un fantasma. Se inclinó ante ella y dijo: “¡Grandes noticias, Gudrun!”. Ella respondió: “¡No hables de eso, miserable!”. Gudrun fue a la iglesia, como tenía pensado hacer y, al llegar, le pareció ver que habían llegado Thorkel y sus hombres, y que estaban ante la iglesia. Vio que de sus ropas chorreaba agua de mar.»

  Los Dobles físicos (hamir) de los difuntos se aparecen en el instante de su muerte, o inmediatamente después, tal como han muerto: los ahogados están empapados, los asesinados, ensangrentados… En las relaciones más recientes, este detalle no se precisa demasiado. Tomemos uno anterior a 1752:

  «La mañana misma en que moría en Varsovia Su Majestad Real Augusto el Fuerte, dicen que se apareció en Berlín ante la cama del Señor de Grumbkow, a quien quería mucho y a quien comunicó su defunción. El Señor de Grumbkow acudió de inmediato a casa del rey para anunciarle la noticia y, después de que éste le hubiese preguntado de dónde la había sacado, él le habló de la aparición, pero Su Majestad no quiso creerlo. Entonces llegó una estafeta que confirmaba la noticia de la defunción»[17].

  Se habrá advertido que la distancia, aquí entre Varsovia y Berlín, no supone ningún impedimento para el desplazamiento del Doble, a quien por lo general nada distingue de su poseedor.

  Cuando la aparición no se produce durante el sueño, algunos relatos nos muestran que el que recibe la visita dirige la palabra al visitante, el prometido se acerca a aquella a quien ama, pero ella retrocede y se desvanece en el espacio…

  Estos fenómenos son una de las mejores pervivencias del Doble y, en alemán, existe la costumbre de designarlos con el verbo künder, «anunciar», la muerte, por supuesto. La investigación que en los años cincuenta emprendió en Suiza Aniéla Jaffé, una discípula de Cari Gustav Jung, con ayuda de un gran periódico (Der schweizerische Beobachter), muestra la fuerza y la difusión de la creencia[18]. La suma de informaciones recogidas por A. Jaffé, Will-Erich Peuckert y otros investigadores es para hacer vacilar los escepticismos más firmes. ¿Pero no dicen que estas cosas no les suceden más que a aquellos que creen en ellas? ¿y no ha evidenciado la psicología de las profundidades el papel del inconsciente en este complejo? Para nosotros sólo cuenta un detalle: estas creencias poseen una antigüedad venerable y perduran contra los vientos y las mareas de la Historia.

  5. Pervivencias

  De compilaciones que datan del siglo XIX y de la primera mitad del XX, así como del fondo de archivos de Marburgo consagrado a los relatos populares, Vera Meyer-Matheis sacó sesenta y cinco relaciones de casos de segunda visión, y todos ellos, destaquémoslo, están relacionados con la muerte. Los testimonios se reparten en dos grupos que llamaremos A y B. Tratan:

 
     A. De las visiones de un hombre acostado en su ataúd, uno mismo o alguien cercano (diecinueve relatos);

    B. de la visión de un cortejo fúnebre (cuarenta y seis relatos).

    Tomemos un ejemplo de cada grupo:

    A. «Una mañana, un campesino de Lutter iba con su mujer a hacer las faenas del campo. De repente, vio una carreta fúnebre que llevaba un ataúd abierto en el que yacía una mujer del pueblo, que murió poco des pues» (región de Hannover, 1930)[19].

    B. «Barthli oyó de noche un gran murmullo en la calle; se levantó enseguida y miró por la ventana: pasaba un larguísimo cortejo. En la cola de éste, se vio a sí mismo corriendo, con sólo una pierna metida en el pantalón. Se miró entonces a sí mismo, que estaba en la ventana, y vio que sólo se había puesto el pantalón a medias. Murió unos días después» (Saint-Gall, Suiza, 1903)[20].
 

  En el grupo A, trece de diecinueve relatos conciernen a la autos-copia y, más exactamente, a la visión de sí mismo en un ataúd, pero, en seis narraciones, el vidente ocasional no se reconoce, lo cual se traduce en un motivo recurrente: corta un mechón de pelo al cadáver para descubrir quién de la casa va a morir. A la mañana siguiente, examina a los habitantes del lugar y, como su cabellera está intacta, se mira en un espejo (o se pasa la mano por el pelo) y descubre que se ha cortado un mechón de su propio pelo. Así pues, está destinado a morir, y la muerte le llegará en un plazo que va entre veinticuatro horas y siete años. He aquí un testimonio recogido en la Baja Sajonia, en la región de Münster:

 
     «En una granja de Ochtrup, un mozo de labranza se levantó por la noche para ir a la era. Vio allí a un muerto en su ataúd y no lo reconoció. Pensó para sus adentros que aquel cadáver debía de ser una visión y quiso ver a quién concernía. Fue a buscar unas tijeras y le cortó al difunto un mechón de pelo, y luego volvió a acostarse sin decir nada a los demás. Al tomar el café con ellos a la mañana siguiente, los observó con atención, pero no vio nada y se guardó el secreto. Pero, después de lavarse, fue a peinarse ante el espejo y se dio cuenta de que se había cortado el mechón a sí mismo. No dijo nada a la gente, pero al cabo de poco le dijo al granjero: “¡Me voy!”. El otro le preguntó por qué, pues siempre se habían entendido bien… El mozo no quiso atender a razones, ni quedarse, ni siquiera con un salario superior. Hizo su petate y se fue. El granjero lo acompaño un trecho del camino y, mientras tanto, trató de hacerle cambiar de opinión. Inútilmente. “Me voy”, replicó el mozo sin dar razones, y el granjero tuvo que contentarse con eso.

    Siete años más tarde, volvieron a encontrarse en el mercado del pueblo, se saludaron amigablemente, y el granjero invitó a su antiguo mozo a que lo visitase. Nunca habían discutido, de modo que ¡ya era hora de que se dejase ver! El mozo contó entonces que se había visto en el ataúd, razón de su partida. “¡Ah, bobo! ¡así que crees en esas pamplinas! ¡Eso no existe!”. El mozo estuvo de acuerdo y poco después volvió con él. Pero lo que tiene que suceder, sucede. Cayó enfermo en la granja y murió al cabo de poco. El ataúd lo pusieron en la era, como de costumbre»[21].
 

  No puede dejar de llamarnos la atención la comunidad de espíritu de estos testimonios con los de la Edad Media. Teniendo en cuenta las inevitables distorsiones que introduce la evolución histórica, incluso es asombroso constatar tal semejanza, lo cual no es posible, más allá de los siglos, más que si se trata de una creencia perfectamente arraigada. ¡Y arraigada lo está; véanse, si no, las reacciones de los actores de estos dramas! Pues bien, el vasto complejo de creencias referentes a la muerte es una de las cosas que mejor han resistido, que mejor han sobrevivido hasta un período reciente: el advenimiento de la era industrial y el declive del mundo rural.

  En las relaciones modernas ya no se trata de genio tutelar ni de Doble; no, se ve uno a sí mismo sin reconocerse, como el mozo de Ochtrup, de ahí el nacimiento de motivos de identificación como el pelo o el traje. En cambio, cuando una persona dotada de segunda visión ve a un muerto en un ataúd o a algún personaje en un cortejo fúnebre, esa persona sabe inmediatamente de quién se trata.

  Así pues, el otro mundo aparece como un depósito de Dobles. Allí está abolido el tiempo, todo coexiste en el mismo instante. La otra parte de nosotros mismos que de allí viene sin haberse separado totalmente de él materializa nuestras potencialidades y nuestro destino. Cuando se ha vaciado el reloj de arena que mide el tiempo de nuestra vida, o cuando la candela que la representa está a punto de extinguirse, se nos aparece nuestro Doble psíquico, semejante al ángel de la muerte de las tradiciones judaicas, se despide y regresa al mundo sin nombre del que había salido, y allí se retira a la espera de acompañar a un nuevo individuo. Esta creencia coincide muy exactamente con algunas tradiciones concernientes a la sombra y el reflejo, hacia los cuales dirigiremos ahora la atención.

Capítulo II

 LA SOMBRA, EL REFLEJO,

 LA IMAGEN

  La literatura nunca ha dejado de estar a la escucha de lo real, decíamos más arriba. Eso significa que los relatos se nutren de realia, se los repiensa, se los poetiza, se ajustan sus elementos con el fin de gustar, de sorprender, de instruir o de incitar a la reflexión sobre temas graves disimulados tras una broma agradable. Muy a menudo, escritores y cuentistas reactualizan conocimientos antiguos, librescos o basados en la tradición oral de las regiones donde viven. En Francia, A. Le Braz es una buena ilustración de ello. De modo que no es demasiado asombroso que una creencia como la creencia en la existencia de un alter ego, cuyo vigor hemos podido apreciar, haya encontrado el camino de la literatura, pero ¿con qué forma? Con la más simple, la de la sombra, del reflejo, de la imagen, que tiene la ventaja de ser plausible para los lectores de estos dos últimos siglos, pues se inserta admirablemente en la literatura fantástica. Literari-zada, la creencia llegada del fondo de los tiempos ha conocido una nueva juventud, ha proseguido sus metamorfosis, lo cual prueba que nunca es un f¿sil exhumado por autores de gustos de anticuario y con ganas de novedad. Sin embargo, sólo ha quedado de él una parte: la noción de alma plural y de alter ego se ha borrado en beneficio del alma una e indivisible, y eso es normal, pues distamos mucho de los tiempos en los que reinaba el pensamiento salvaje insensible a las leyes de la causalidad. Ya no estamos in illo tempore.

  1. La sombra

  La sombra[1] es con mucho la expresión más conocida de la creencia en el Doble, pues grandes escritores y poetas han popularizado el tema y le han dado cartas de nobleza. Todo el mundo conoce la Extraña Historia de Peter Schlemibl, de Albert von Chamisso (1781-1838), en la que la sombra es la forma que adopta el alma que el protagonista abandona a un misterioso hombre gris a cambio de una bolsa inagotable. En Anna, ciclo de poemas que se inspiran en una leyenda sueca, Nikolaus Lenau (1802-1850) presenta a una mujer que deja su sombra a una bruja a cambio de la promesa de conservar su belleza. Un cuento de Andersen (1805-1875), titulado precisamente La Sombra, muestra que el Doble de un sabio adquiere independencia total, suplanta a su alter ego e incluso termina haciendo que lo condenen a muerte. En la Edad Media, un tal Gonzalo de Berceo reescribe la leyenda de Teófilo, arquetipo de la del doctor Fausto, y se toma la molestia de señalar que, una vez sellado el pacto con el diablo, Teófilo perdió el buen color e incluso la sombra; gracias a la intercesión de la Virgen María, la recobró. La asimilación de la sombra al alma es lo que se encuentra en el origen de la opinión de que los muertos, los brujos y las brujas no tienen sombra.

  Así pues, y desde siempre, la sombra es la forma visible de la cara oculta del hombre. Es el calco del cuerpo, pero está hecha de materia más sutil, y escritores y filósofos han derrochado tesoros de imaginación para describirla. No es la simple silueta proyectada cuando el cuerpo intercepta los rayos de una fuente luminosa, sino otro sí mismo que posee todas las cualidades físicas y psíquicas del yo, goza de las mismas prerrogativas y, al morir su poseedor, se va al más allá, tan bien llamado Reino de las Sombras. De ella nos dice Hornero que conserva los sentimientos, se aparece en sueños a los vivos y les habla mientras el cuerpo no ha quedado reducido a cenizas. Cuando Patroclo muerto se aparece a Aquiles, éste exclama: «¡Dioses! de modo que hay realmente una sombra y una imagen en las moradas del Hades»[2].

  Pitágoras, Plutarco y muchos otros hombres de letras de la Antigüedad clásica están de acuerdo en afirmar que el difunto ya no posee sombra: esa es la marca de su nuevo estatuto. Es notable que el griego eidolôn designe a la vez la sombra y el fantasma, y que para designar el alma se encuentren varias denominaciones, entre ellas skia, «sombra», empleado como sinónimo de psyche[3].

  La sombra de una persona viva se considera que es la manifestación visible de su Doble, y éste se encuentra a caballo entre este mundo y el más allá, cosa que podemos deducir de una multitud de datos, entre los que la función oracular de la sombra no es la menos importante. Por ejemplo, durante el ciclo de los Doce Días, se la observa atentamente, pues en ella se dibuja el destino de los vivos. El que no tiene sombra el atardecer de Navidad, o cuya sombra no tiene cabeza, morirá aquel año, dicen en Alemania[4]. Los búlgaros se entregan a observaciones semejantes la noche de San Juan, y los judíos lo hacen la séptima noche de la fiesta de Pentecostés[5]. En los montes Metalíferos, se dice que pronto llegará la desgracia a aquel cuya sombra perfila una gran cabeza. Entre los wendos, pueblo de origen eslavo instalado en Lusacia, se cree que el hombre cuya sombra tiembla en un muro tendrá mala suerte. En Mi hermano Yves, de Pierre Loti, una bretona pide a su interlocutor que cambie de lugar porque su sombra le da la impresión de que va a alcanzarlo una desgracia. Jacob Grimm refiere una leyenda en la que las gesticulaciones de su sombra advierten a una mujer de un peligro que la amenaza[6]. También se cree que la sombra se aleja cuando su poseedor va a morir —esto hace pensar en la fylgja—; por eso se atribuye especial importancia a la nitidez de la que proyecta un enfermo: si está bien perfilada, puede esperar curarse; si ha desaparecido, es que ha precedido al hombre en el otro mundo. Comprendemos así todas las implicaciones de este antiguo saludo turco: «¡Que tu sombra no disminuya!», y su contrapartida, la maldición: «¡Ya no proyectarás más sombra!»[7]. Las tradiciones judías afirman que la defunción está anunciada en el Cielo treinta días antes; a partir de ese momento, la sombra de la persona va disminuyendo sin cesar y desaparece del todo. No dejará de impresionar al lector la coherencia de todas estas creencias pese a su origen geográfico muy diverso.

  Lo propio del hombre es también lo propio de su sombra. Lo que afecta a uno repercute en el otro, y ahí es donde constatamos perfectamente la identidad que se establece entre cuerpo, sombra y alma. En los Hechos de los Apóstoles (V, 15), y en todos los textos que se inspiran en el pasaje, se dice que la sombra de San Pedro cura enfermos[8]. Así pues, la sombra lleva realmente el mismo carisma que el cuerpo, y es lógico que así sea, en la mentalidad que estudiamos, puesto que es su Doble. Veamos también lo que nos dice Plinio el viejo: una hiena que camina sobre la sombra de un hombre priva a éste de voz.

  En una época más reciente, volvemos a encontrar el mismo complejo de ideas. En Argovia (Helvecia), si la sombra de un individuo cae sobre la primera piedra de un edificio en construcción, el hombre pierde la salud, pues se considera que esta última ha sido sepultada. En Bulgaria, en idénticas circunstancias, la persona concernida muere al cabo de treinta o cuarenta días y se convierte en el genio del lugar. Señalemos de paso que los sajones de Transilvania sustituían con un acto simbólico el entierro de un ser vivo en todo nuevo edificio: bien ponían la primera piedra sobre la sombra de un hombre, o bien medían la sombra y enterraban la medida. Al otro lado del Rin, se cree que muere quien tiene la desgracia de pisar su propia sombra. En Silesia, así como en Italia, procuran no pisar la sombra de nadie, si no, ya no crece más. En otros lugares, pretenden que, si nuestra sombra cae sobre un muerto, nos convertiremos en vampiro…

  Confundida con el alma en el léxico de numerosos pueblos, la sombra es el Doble, por eso pisar la de otro es una grave ofensa en según qué civilizaciones. Hay un refrán medieval que dice: «¡Lo que yo le hago a él, que él se lo haga a mi sombra!» Este giro sibilino se aclara gracias al antiguo derecho provincial suabo: un siervo humillado por un hombre libre podía pedir reparación de este perjuicio; ponían entonces al ofensor ante un muro iluminado por el sol, y el ofendido golpeaba a su sombra en la garganta[9]. Este ejemplo y el siguiente demuestran que la sombra es el Doble de la persona. En tiempos del emperador Maximiliano (1459-1519) existía en Austria la pena de destierro de la sombra[10].

  De estos testimonios, de los que proponemos una selección, se desprende que la sombra es la forma visible de una realidad invisible. Al reproducir el contorno exterior del individuo, la sombra posee también sus propiedades internas. En suma, muestra a pleno sol lo que de noche se manifiesta de otras formas. Es importante señalar que, en las mentalidades que centran nuestra atención, es imposible disociar la sombra del alma, puesto que la sombra es a la vez el alter ego de ésta y del cuerpo.

  2. El reflejo y la imagen[11]

  Gran número de mitos y leyendas tienen por tema central la historia de un hombre que se contempla en un espejo, natural o artificial, y las consecuencias de este acto. Para los neoplatónicos, eso equivale a perder la dicha de la propia alma. Según los gnósticos, Adán perdió su naturaleza celestial por haberse mirado en un espejo y haberse prendado de su imagen. Todo el mundo conoce la historia de Narciso, que quedó enamorado de sí mismo tras haber percibido su reflejo en la superficie del agua.

  Algunos grandes escritores han recuperado la idea antigua dando a entender que la imagen reflejada era el alma. La mejor ilustración nos la proporciona sin duda E. T. A. Hoffmann en Las Aventuras de la noche de San Silvestre —¡la fecha, desde luego, no se debe al azar!—, donde nos cuenta la historia de un reflejo perdido. Puesto que su texto se presenta como una verdadera suma de la creencia a que estamos siguiendo el rastro, nos permitimos citarlo:

 
     Erasmo Spikher se ha enamorado de Giuletta. Se ve obligado a dejarla y ella le pide que le deje su reflejo:

    «¡Déjame al menos tu reflejo, amado mío! Lo guardaré como la cosa más preciada y no me abandonará jamás…

    —¿Cómo vas a conservar mi reflejo? —respondió él—. Es inseparable de mi persona. Me acompaña a dondequiera que voy y me es devuelto por toda agua tranquila y pura, por todas las superficies pulidas.

    —Así —dijo Giuletta—, te niegas a concederme incluso esa apariencia, incluso ese sueño de tu ser que reposa allí en ese espejo, ¡tú que hace un momento todavía hablabas de pertenecerme en cuerpo y alma!…

    —Si tengo que irme, ¡que mi reflejo quede en tu posesión para siempre y por toda la eternidad!

    Giuletta tendió los brazos en dirección al espejo. Erasmo vio a su imagen, independiente de los movimientos de su cuerpo, vio que se deslizaba entre los brazos de Giuletta y desaparecía con ella en medio de un vapor singular».[12]
 

  En El Estudiante de Praga, de H. H. Ewers, Balduino, el protagonista, vive en un cuartucho miserable y, para divertirse, firma un contrato con un tal Scapinelli. Le permite tomar lo que quiera del cuarto, que está desnudo fuera de un espejo. Scapinelli señala entonces el reflejo de Balduino en el espejo y la imagen sale de la luna y lo sigue. Margit, la amada del protagonista, rompe con él cuando se da cuenta de que Balduino ya no tiene reflejo. Desesperado, el joven quiere suicidarse cuando aparece ante él su Doble, riendo burlonamente. Le dispara un tiro con la pistola y el otro desaparece de repente. Aliviado, Balduino se acerca al espejo y se mira en él. Siente entonces un violento dolor en el pecho, se da cuenta de que tiene toda ensangrentada la camisa y cae muerto al suelo[13]. Dejamos al lector el cuidado de tomar nota de los elementos más importantes de este resumen.

  En Oscar Wilde, encontramos otro aspecto de la misma creencia. En El Retrato de Dorian Gray (1890), el joven protagonista, frente a una pintura que lo representa, expresa el deseo de seguir siendo siempre tan apuesto y tan joven, y que las huellas de la vejez y del pecado aparezcan en su imagen. Así sucede: el retrato se convierte en el espejo de su conciencia, o mejor dicho de su alma, y de su cuerpo. Dorian mata al pintor de aquel fatídico retrato, empuja a la muerte a aquella a la que ama y termina acuchillando la tela. En el mismo instante, cae muerto, envejecido, con el cuchillo hundido en el corazón, mientras que el retrato intacto lo muestra en todo su frescor juvenil. Así pues, el retrato es el Doble de Dorian, el desenlace no deja ningún lugar a dudas sobre ello.

  Recordemos finalmente que, en El Horla (1887), Guy de Maupas-sant presenta a un hombre que no puede desembarazarse de su Doble y cuyos rasgos no refleja ningún espejo.

  Todas estas expresiones literarias se comprenden mejor si se conoce su trasfondo: el alma pasa total o parcialmente a toda representación de su poseedor, pictórica o no, lo cual explica el miedo que sienten muchos pueblos ante las imágenes humanas. «¡No dejes que te retraten!», se afirma aquí, sin precisar la amenaza implícita. «¡Nunca te contemples en un espejo rajado!», te aconsejan allá. Todavía hoy, los adeptos de algunas religiones y los pertenecientes a varias civilizaciones se niegan a dejarse fotografiar[14].

  El miedo tiene una segunda causa, estrechamente ligada a la primera: si el alma pasa a la imagen del cuerpo, cualquiera que tenga suficientes conocimientos y saber puede actuar sobre el vivo a través de ese Doble, punto que vamos a precisar inmediatamente.

  3. El vulto

  Como bien ha mostrado R. Boyer en el caso de los antiguos escandinavos, la magia emplea ampliamente la noción de Doble[15]. En el caso de la Antigüedad clásica, A. Abt recogió los principales testimonios de la utilización de figurillas de cera (imagines cerae) en la magia romana[16]. En la Edad Media, se continúa creyendo que es posible actuar a distancia sobre otras personas mediante un vulto.

  La palabra vulto viene del latín vultus, «rostro», y ha dado el francés envoûtement («hechizo, embrujo») a través del medio latín invultuor, «brujo que fabrica un vulto». Marbodio, nacido en Anjou hacia 1035, elegido obispo de Rennes en 1096 y muerto en 1123 en el monasterio de Saint-Aubin, menciona estas imágenes de cera a las que se bautiza para hacer crecer su potencial, su «carga» mágica. Se pretende que los judíos mataron por este medio a Eberardo, obispo de Tréveris. El papa Juan XXII (1316-1334) temía muy particularmente esta forma de maleficios, y su sucesor, Benedicto XII, el 3 de diciembre de 1339, ordenó una gran investigación sobre el tema. Alfonso X de Castilla y León (1252-1284), Carios VI (1380-1422) y Francisco I (1515-1547) prohibieron esta práctica bajo pena de muerte. Sin embargo, en pleno siglo XVII, se acusó a María de Médicis y a Leonora Concini de haber querido dañar a Luis XIII por medio de una estatuilla de arcilla bautizada con su nombre y atravesada con una aguja[17]. En Inglaterra, la duquesa de Gloucester fue acusada de este delito en tiempos de Enrique VI, y Shakespeare alude a ello en Ricardo III (III, 4). En Carintia y en el Tirol, las actas jurídicas hablan de intentos de asesinato a distancia en 1465, 1485 y 1493. En 1578, se acusó a un sacerdote de haber fabricado tres muñecas de cera con intención de matar a la reina Isabel y otros nobles del reino de Inglaterra. En cuanto a Alemania, los inquisidores Enrique Institoris y Jaime Sprenger refieren esto en el Malleus maleficarum (II, 1, 12):

  En Innsbruck, una mujer imputa su enfermedad a un hechizo y pide ayuda al amante de su vecina bruja, que desentierra el tiesto de las rosas: «Mi marido y él fueron entonces para quitar el maleficio. El alfarero levantó el umbral y ordenó a mi marido que metiese la mano en el hoyo que apareció y que sacase lo que encontrase, cosa que hizo. Sacó primero una imagen de cera de un palmo de largo, con agujeros por todas partes y con los costados atravesados por dos agujas, justo en el lugar en el que, de derecha a izquierda y viceversa, yo sentía mis punzadas».[18]

  Convenientemente preparada y traspasada, la figura de cera, el simulacro de la persona, funciona como un imán. Atrae al Doble, lo fija, y luego cataliza el maleficio. Herida, transmite sus heridas al alter ego, que, al ser uno mismo con su poseedor, contamina a éste. Si bien en nuestros días los brujos modernos todavía emplean vultos, a los que dan el nombre de daguidas, cada vez recurren más frecuentemente a una simple fotografía de la persona considerada, reclamando a veces pelos o uñas cortadas de la persona contra la que quieren dirigir su hechizo.

  4. La imagen y los muertos

  Toda representación de un ser vivo, hombre o animal —y la magia cinegética de los primitivos tiene que ver con el mismo orden de ideas—, tiene por resultado atraer a éste en parte o todo, pero esencialmente a su Doble o, para tomar un término contemporáneo, su fluido, su cuerpo astral. Esta creencia, tan vieja como el mundo, explica bien el papel que, en las civilizaciones griegas y romanas, desempeñan los sustitutos del cadáver.

  El Doble del muerto yerra en el espacio y no puede alcanzar el Hades mientras el cuerpo no haya recibido la sepultura ritual. El destino de la envoltura carnal repercute en el destino del Doble. «Esta práctica de sustitución», dice Jean-Pierre Vernant a propósito de un cenotafio de Medea que data del siglo XIII antes de Jesucristo, «responde a creencias que conocemos bien. Cuando un hombre que había partido hacia tierras lejanas parece haber desaparecido para siempre, o cuando ha perecido sin que se haya podido traer su cadáver ni llevar a cabo con él los ritos funerarios, el difunto —o más bien su “doble”, su psyche— se queda errando sin fin entre el mundo de los vivos y el de los muertos… Puesto en sustitución del cadáver en el fondo de la tumba, el colossos no busca reproducir los rasgos del difunto, no busca dar la ilusión de su apariencia física. No es la imagen del muerto lo que encarna y fija, sino su vida en el más allá… El colossos… es un Doble, igual que el propio muerto es un Doble del vivo»[19].

  La imagen, estatua o pintura, está ligada a la misma creencia, y la historia de Acteón nos lo prueba:

  La sombra, el fantasma (eidolôn) de Acteón perseguía a la población. El oráculo de Delfos ordenó que hiciesen una efigie del muerto y la atasen con cadenas de hierro a la piedra misma en la que se manifestaba la presencia del aparecido. Así lo hicieron, y el espectro dejó de importunar a la gente, nos dice Pausanias (IX, 38, 5).

  Como vemos, la sombra, el reflejo, la imagen, aseguran el vínculo entre el hombre y sus semejantes, con los muertos y con el mundo invisible. Si así no fuese, los ejemplos dados no tendrían explicación, y la función oracular de la sombra, a fin de cuentas, no sería más que una superstición de lo más vulgar, sin resonancias profundas.

  La sombra-Doble es el punto de encuentro entre los mundos; tomemos algunos ejemplos. En el antiguo ducado de Oldenburgo corría la siguiente creencia: si entre las once y medianoche —¡la hora de los espíritus (Geisterstunde)!—, se pone uno ante un espejo sujetando una vela encendida en cada mano y grita uno tres veces su propio nombre, puede ver en el futuro. Antaño, en Francia, se decía esto: si en la noche de Reyes escribe uno en su frente el nombre de los tres magos con sangre y se mira entonces en un espejo, se ve uno tal como será a la hora de la muerte. No hace mucho que en Alemania estaban convencidos de que leer la Biblia delante de un espejo echaba de casa a los fantasmas. Y es que al espejo se lo considera una ventana abierta al otro mundo, pero también puede ser una trampa para el alma: en toda Euro-pa se constata una costumbre esclarecedora, la de velar los espejos en la casa donde acaba de morir alguien. Temen que se fije en ellos el «alma», o bien que vaya a reflejarse en ellos el «espíritu» del muerto, cosa que tendría consecuencias funestas.

  Al leer a Hoffmann, Chamisso o Wilde, acaba imponiéndosenos una pregunta: ¿de dónde sacan lo que cuentan? ¿De fuentes librescas? Sin duda, pero sólo en parte. Entonces, ¿del fondo de sí mismos? Probablemente, y henos aquí devueltos a las grandes invariantes de nuestro pensamiento. Pero la expresión de estos arquetipos ya no se encuentra más que en escritores y poetas, en leyendas y supersticiones, y estos testimonios son los últimos vestigios de las creencias hoy enterradas en el inconsciente.

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