miércoles, 3 de abril de 2019

DlONISO, dios extraño y festivo

Grande es Dioniso, el hijo
de Zeus, en su divina y singular personalidad, que contrasta
mucho con los otros dioses griegos. Tremendo es en sus manifestaciones,
en el gozo de sus fiestas orgiásticas y en la cruel
venganza contra quienes le niegan o intentan apresarle. Es
Baco, el Liberador, el Bramador, el dios de la máscara, del fre
nesí, de la danza enloquecida, del entusiasmo y la embriaguez,
el guía que arrastra a las ménades bacantes a sus alocadas correrías
nocturnas por los bosques, el salvaje devorador de carne
cruda, el inventor del vino que disipa las penas, el patrón de
la fiesta teatral, un dios extraño y fascinante.
Recordemos el himno con el que proclama su evangelio
báquico el coro en las Bacantes de Eurípides, esa tragedia que
es nuestro mejor documento sobre el culto del dios y la piedad
de sus fieles. El texto es el de la entrada en escena del coro, la
parodos, y voy a citarlo casi por entero.
¡Oh feliz aquel que, dichoso conocedor de los misterios de los dioses,
santifica su vida y se hace en su alma compañero de thíasos del dios,
danzando por los montes como bacante en santas purificaciones, celebrando
los ritos de la gran Madre Cibeles, agitando en lo alto su tirso
y, coronado de yedra, sirve a Dioniso!
¡Venid bacantes, venid bacantes, vosotras que a Bromio, niño dios,
hijo de Zeus, a Dioniso, traéis en procesión desde los montes de Frigia
a las anchas calles de Grecia, al Bramador!
A quien antaño, en los dolores angustiosos del parto, al que lo llevaba
dentro de sí, su madre, lo dio a luz como fruto apresurado de su
vientre bajo el estallido del trueno de Zeus, a la vez que perdía su vida
fulminada por el rayo. Al punto en la cámara del parto lo recogió
Zeus Crónida y, ocultándolo en su muslo, lo albergó a escondidas de
Hera.
Y lo dio a luz cuando las Moiras cumplieron el plazo fijado, al dios
de cuernos de toro. Y lo coronó con guirnaldas de serpientes. Desde
entonces las Ménades, nodrizas de animales salvajes, se ciñen tal presa
sobre sus trenzados cabellos.
¡Oh Tebas, nodriza de Sémele, corónate con yedra! ¡Florece, haz
florecer a porfía la verde brionia de frutos brillantes, y conságrate a
Baco con ramas de encina o abeto!
¡Vestida de moteada piel de corza, cíñete con las tiras trenzadas de
lana de blanco vellón! ¡Consagra la vara de tu tirso henchido de furor!
Pronto el país entero danzará, cuando Bromio conduzca sus cor
tejos al monte, al monte, donde aguarda el femenino tropel, lejos de
telares y ruecas, aguijoneado por Dioniso.
[...] ¡Qué gozo en las montañas, cuando en medio del cortejo lanzado
a la carrera se arroja al suelo, con su sagrado hábito de piel de
corza, rastreando la sangre del cabrito inmolado, delicia de la carne
cruda, mientras va impetuoso por los montes frigios y lidios !
¡He ahí a nuestro jefe, Bromio, evohé\
¡Brota del suelo leche, brota vino, brota néctar de abejas! ¡Flota un
vaho como de incienso de Siria! El bacante, que alta sostiene la rojiza
llama de su antorcha, marca el compás con su tirso, e impulsa a la carrera
y a las danzas a las errantes mujeres excitándolas con sus gritos,
mientras lanza al aire límpido su suelta cabellera.
Y en medio del griterío de e v o h é responde este bramido:
«¡Venid bacantes! ¡Venid bacantes! En la gala del río Tmolo de
áureas comentes cantad a Dioniso, al son de los panderos de sordo
retumbo, celebrando con gritos de ¡e v o h é ! al dios del ev o h é, entre
los aullidos y los clamores frigios, al tiempo que la sagrada flauta de
loto modula melodiosa sus sacras tonadas, en acompañamiento para
quienes acuden al monte. Al monte. Alborozada entonces, como la
potrilla al lado de su madre en el prado, lanza sus piernas en veloz
paso brincando la bacante.» (Bacantes, w. 73-169.)
El texto alude al milagroso nacimiento de Dioniso. Sémele,
su madre, quedó fulminada cuando Zeus, a petición suya, se le
mostró en su aspecto fulgurante. Y el dios se apresuró a sacar
el feto de su vientre y lo guardó en una incisión en su muslo. De
allí nació Dioniso, al cumplirse el plazo de los nueve meses de
su concepción. Cruzó así dos veces el umbral de la vida; de ahí
que, según la etimología popular, reciba el epíteto de Ditirambo
(Dithyrambos: el que dos veces, dys, ha cruzado la puerta,
thyra). Tras una estancia en Asia, el dios vuelve a la ciudad de
su madre, Tebas, y desea ser reconocido como gran dios en ella
y por sus familiares. Por eso el coro de bacantes —venidas de
Lidia— pide a la ciudad, personificada en su invocación, que
se apreste a recibirlo y se consagre a su culto, tomando su hábito
de piel de corzo, empuñando la vara del tirso ritual y ciñéndose
una corona de yedra en honor del dios.
La música dionisíaca de timbales y castañuelas resuena
acompañada de los gritos báquicos de /ev o h é! Las mujeres en
coros festivos van a bailar al monte según esos ritos; allí celebran
sus danzas frenéticas en honor de Baco, mientras toda la
naturaleza exulta de júbilo, y mana milagrosamente leche,
vino y miel de la tierra, al tiempo que las bacantes cazan animales
salvajes y el bacante jefe —que es el mismo dios personificado—
se revuelca y se entrega a las delicias de la loca carrera
y el banquete de carne cruda del cervatillo sacrificado.
Lejos de sus hogares, abandonando a los niños y las tareas domésticas,
las mujeres se liberan de sus servidumbres cotidianas
para festejar en ritos orgiásticos el culto de Dioniso. Corren
alegres y desenfrenadas a la oreibasía (ascensión al
monte) y el sparagmós (descuartizamiento) que caracterizan la
fiesta báquica, oponiendo su salvajismo gozoso a otros rituales
cívicos de ritmos serenos.
La relación de Dioniso con sus fieles es distinta a la de los
otros dioses. El dionisismo significa comunión con la divinidad,
entusiasmo colectivo, locura extática, pérdida de conciencia
individual en la comunión con la divinidad y con la naturaleza,
una especie de festiva y santa embriaguez. Como la de los
iniciados en los misterios tal vez, pero expresada en la danza y
el griterío, en el júbilo montaraz y la visión delirante del dios
que inunda el alma con su presencia salvaje.
La tragedia de Eurípides ilustra bien los distintos aspectos
del culto de Dioniso; la sabiduría y la locura (sophía y manía)
que comporta: los beneficios de la fiesta báquica y los terribles
castigos que amenazan a quien, como Penteo, intenta oponerse
a los avances del dios. El rey tebano es despedazado por las
ménades dirigidas por su propia madre, en un acto de descuartizamiento
según el ritual.
El himno citado destaca ya los elementos esenciales de la
historia de Dioniso: su extraño nacimiento, la irrupción en una
ciudad griega presentándose como extranjero, la íntima relación
entre el dios y sus fieles, el bullicio festivo que acompaña a
su thíasos o cofradía, la promesa de felicidad de sus ritos, el
apartamiento de la ciudad que sus fiestas suponen.
Conviene, sin duda, comentar algunos de estos rasgos, pero
lo haremos muy en breve. Dioniso es hijo de Zeus y una princesa
tebana, Sémele, hija del rey Cadmo, el fundador de Tebas, es
de madre mortal, y por lo tanto, un héroe por su origen. Pero,
al ser recogido del fuego y pasado al muslo de Zeus, y alumbrado
por el dios padre, renace como un ser enteramente divino.
La doble naturaleza de Dioniso debe ser considerada, porque
le franquea el trato con los humanos, y justifica su preocupación
por ser venerado como un dios, justamente por ese origen
un tanto bajo sospecha. En contraste con el distante Apolo,
Dioniso busca la cercanía e incluso reclama la intimidad con
sus devotos, a la par que el reconocimiento de su entera divinidad.
Las o los bacantes se identifican con el dios que los guía
en sus delirios orgiásticos.
Por otro lado, sabemos que Dioniso es un dios muy antiguo
en el mundo griego, pues su nombre aparece varias veces en tablillas
micénicas. Era tal vez en su origen un dios ligado al culto
de la madre Tierra, a la fertilidad natural, a las plantas y, en especial,
a la vid y el vino. Si aparece bajo el aspecto de un extranjero,
es porque gusta de disfrazarse y de asumir ese papel,
frente a la ciudad. No sólo se presenta como extranjero, sino
como un transgresor de las normas cívicas, al menos en apariencia.
El rechazo escandalizado de Penteo está suscitado por
ese aspecto asiático y ambiguo del dios. Tiene, de otro lado, el
salvajismo del toro: es Bromio, el Bramador, y a veces se adorna
con cuernos taurinos. Trasciende los límites y el orden de la
polis, es marginal y extraño.
Como comenta M. Detienne, «una de las mayores virtudes
del dionisismo es la de mezclar las figuras del orden social y
cuestionar los valores políticos y masculinos de la ciudad». Retomo
unas líneas de Detienne sobre esa alteridad esencial de
Dioniso:
Su marginalidad atraviesa por completo el cuerpo político. Y es necesario
regresar de nuevo al Dioniso extranjero para poner de manifiesto
su naturaleza profunda: su extrañeza, que lo lleva a situar a los individuos
en un orden cambiante que los sobrepasa, no sólo al acoger
a quienes están excluidos de los cultos políticos, como los esclavos y
las mujeres, sino también imponiendo en la ciudad, y haciendo emerger
entre los olímpicos —de los que él mismo forma parte— la figura
de la Alteridad.
Dioniso no es uno de esos dioses encerrados en una existencia intemporal.
Concebido por una mujer, la mortal Sémele, y más tarde
nacido milagrosamente del muslo de su padre Zeus, el que fulmina
con el rayo, Dioniso no deja de relacionarse con los que comen pan, a
quienes enseña a beber el vino «rico en alegrías» y delicia de'los mortales.
Pero Dioniso pone fuera de sí a esos hombres y mujeres, los
hace extraños a su condición eminentemente social y se apodera de
ellos completamente, en cuerpo y alma, no para provocar su huida
del mundo, sino para hacerles descubrir, a través de los mitos y las
fiestas que narran su brusca desaparición y su súbito regreso desde
los abismos del mar y las simas abiertas en la tierra, que la vida y
muerte están anudadas y se entrecruzan, que la renovación de la primavera
estalla en la memoria de todos los muertos, que lo Mismo está
necesariamente habitado por lo Otro. El propio Dioniso no es sino
una máscara inconfundible de lo Otro.
Varios mitos menores refieren cómo Dioniso debe hacer
frente a la hostilidad de diversos personajes. Los celos de Hera
le persiguen, como a otros bastardos de Zeus, al poco de nacer.
Ino, hermana de Séniele, y esposa de Atamente, lo había recogido
y lo cuidaba como a un niño pequeño. Pero Hera enloqueció
a Ino y a Atamente: mataron a sus propios hijos y se
arrojaron al mar. Dioniso los recompensó transformándolos
en Leucótea y Palemón, dos deidades marinas. Las ninfas entonces
del monte Nisa lo cuidaron, en grutas perfumadas y
engalanadas de hiedra perenne.
Ya adolescente regresó a Grecia. En el Ática enseñó el cultivo
de la vid al campesino Icario, que lo acogió con franca hospitalidad.
Pero unos pastores, a los que Icario ofreció vino
puro, se emborracharon y lo mataron. Y su hija Erígone se suicidó
ahorcándose al descubrir el cadáver paterno. Por castigo
del dios las jóvenes de aquellas familias enloquecieron y fue necesario
que, para aplacar su ira, fundaran un culto ático local,
en honor de Icario y Erígone.
A Dioniso se opuso en Tracia el rey Licurgo, que persiguió
al divino niño y a sus ménades —según cuenta ya Homero en
su única referencia al dios (en litada, VI, 135-136)—. El sacrilego
y violento rey tracio fue enloquecido, y mató a su propio
hijo a hachazos antes de morir, descuartizado o ahogado. En
Tebas se le enfrenta Penteo, en el mito que Eurípides lleva a la
escena trágica (como antes ya hiciera Esquilo), que es despedazado
por su propia madre, Agave.
El Himno h om érico a Dioniso cuenta como unos piratas
tirrenos quisieron raptarlo y lo apresaron en su barco. Entonces
el dios obra un súbito milagro: el barco se cubre de vides y
pámpanos y lo envuelve la oscura y verde hiedra, cuyos brotes
trepan entrelazados al mástil, rezuma el vino por doquier, Dioniso
aparece como un rugiente león, y el capitán de los piratas
cae destrozado por la fiera, mientras los demás saltan al mar
donde se metamorfosean en delfines.
Dioniso es el liberador en más de un sentido. Es un dios
que escapa siempre de ataduras y cárceles; ya sea en un barco o
en una prisión —como en Bacantes— y aterroriza a sus enemigos
en forma de toro o de león, al tiempo que llena de placer a
sus fieles. Es el Bramador, y el aclamado con el grito alegre de
¡Evohé! Es frecuente la representación de Dioniso rodeado de
sátiros y ménades, o bien en su carro de triunfo, aclamado por
un cortejo báquico pintoresco y jubiloso.
La figura de Dioniso se nos muestra representada de manera
distinta según épocas: el arte arcaico aparece solemne y barbado,
coronado de hiedra y pámpanos, con un manto moteado sobre
una larga túnica y una copa en las manos. En cambio, ya en el
siglo V, se muestra como un dios joven, barbilampiño y sonriente,
algo afeminado y de belleza seductora. En Roma aparece luego
el Baco borrachín, gordinflón y risueño. El dios va acompañado
por un cortejo de sátiros y ménades habitualmente; y sobre todo
a partir de la época helenística es frecuente verlo representado
en su marcha triunfal, con motivos orientales, en recuerdo de su
viaje a la India, en un carro tirado por leones y panteras, y alguna
vez tigres, llevando a su lado a la bella Ariadna.
Pero hay también un mito órfico sobre Dioniso, llamado
Zagreo, que debemos recordar por sus hondas resonancias
mistéricas. Es el del descuartizamiento del dios niño —hijo de
Zeus y Perséfone— por los Titanes, que lo atrajeron a uno de
sus convites y allí lo mataron, lo trocearon, e hirvieron y asaron
su corazón para comérselo. Zeus entonces los fulminó con su
rayo justiciero. Y de las cenizas de los fieros Titanes nacieron
los hombres, con un fondo bestial y titánico, pero también con
cierta esquirla dionisíaca. Es decir, con una propensión a la hybris,
al desenfreno y a la violencia, pero con un impulso divino
en su alma. El mito, reelaborado por los órficos, es de un atractivo
simbolismo y de una intención ética muy evidente.

No hay comentarios:

Publicar un comentario