miércoles, 3 de abril de 2019

SIRENAS: SEDUCCIONES Y METAMORFOSIS :

Ninguna divinidad pudo salvar a las sirenas de ser sometidas a la interpretación alegórica, que, regateando la veracidad de los relatos míticos y sus figuras fabulosas, hacía de los mitos considerados meras ficciones fantásticas. Desde la perspectiva de doctos teólogos y comentaristas cristianos las figuras de los mitos paganos solo podían salvarse mediante una lectura simbólica y moralista que los traducía (a la manera ya ensayada por Evémero). Según esa interpretación, las bellas seductoras de los navegantes –antes con alas y luego medio peces– fueron vistas como meretrices o rameras, cortesanas o prostitutas, que con sus encantos atraían a los viajeros para despojarles no ya del regreso al hogar, sino de sus bolsas y dineros.
Es la interpretación que hemos visto muy desarrollada tanto en Boccaccio como en Pérez de Moya, y mucho antes ya en el Physiologus. Y que encontramos pronto en numerosos escritores cristianos y doctos padres de la iglesia, ya desde el siglo II. Las sirenas, vistas como desvergonzadas doncellas que con cantos y sensuales atractivos invitaban a hacer un alto en el camino para gozar con ellas del placer, y no del saber, como prometieron a Ulises, sino de un regocijo más popular y de fuerte aroma erótico, conservaban algo de su arcaico prestigio demoníaco, pues, si bien no tan mortíferas como las griegas originales, resultaban muy dañinas para la economía de sus víctimas y, sobre todo, según los moralistas cristianos, para la salud del alma.
LA INTERPRETACIÓN ALEGÓRICA CRISTIANA: LAS TENTADORAS DEMONÍACAS
Bien podemos retroceder unos cuantos siglos, para observar cómo se ha ido formando esa interpretación que llega a Boccaccio y los clérigos medievales a partir de textos donde los antiguos padres de la iglesia advirtieron una y otra vez a sus lectores contra la pecaminosa seducción de las sirenas. En la interpretación alegórica el peligro aparece escindido:
Unas eran las sirenas sabias –las que Ovidio había calificado de doctae– desviaban a los fieles de la ruta recta de la fe, llevándoles con encantos retóricos a la herejía.
Otras, las voluptuosas –sin pedantería ninguna–: prostitutas más o menos finas, arrastraban con sus hechizos a una vida disoluta e inmoral.
Frente a las tentaciones sirénicas el perfecto ejemplo era Ulises, el héroe que, atado al mástil, oía y superaba sus pérfidos encantos, firme en su virtud. En esa postura erguida Ulises aparecía como el ideal a imitar, y no faltaron exégetas que lo compararon a Cristo, y vieron en el palo del navío un símbolo: una antenna Crucis. Resultaba un preludio del humanista cristiano que escucha las voces seductoras de los filósofos paganos, pero no se deja atraer por ellos, sino que prosigue su viaje amarrado al mástil de la doctrina dogmática cristiana. Ya en Clemente de Alejandría encontramos ese comentario del episodio de Ulises frente a las sirenas, que sigue resonando en otros famosos padres de la iglesia, como en Ambrosio de Milán o en Máximo de Turín, y persiste, repetido ya en san Isidoro, en toda la Edad Media.
Un primer ejemplo de esa interpretación cristiana y moralista, lo tenemos en el Protréptico de Clemente de Alejandría (a finales del s. II y comienzos del s. III). Citaré una líneas de ese tratado, muy impregnado de ecos clásicos (XII, 118)50:
Huyamos, pues, de esa costumbre, huyamos como de un precipicio, de la amenaza de Caribdis o de las sirenas míticas…
Huyamos, compañeros de navegación, huyamos de estas olas que vomitan fuego. Existe una isla malvada, que acumula huesos y cadáveres; una graciosa cortesana canta en ella, el placer, que se complace con una música vulgar:

‘Ven aquí, ilustre Ulises, el gran orgullo de los aqueos,
detén tu nave, para que escuches una voz más divina’.
Te alaba marinero, te llama famoso y la prostituta encandila el orgullo de los griegos. Deja que ella devore a los muertos, a ti te ayuda el espíritu celeste. Pasa de lado junto al placer, que engaña,
‘Que ninguna mujer emperifollada confunda tu mente
con una charlatanería aduladora, buscando tu albergue’.
Navega más allá del canto que trama la muerte. Solo con quererlo has vencido a la perdición y, si te atas a la madera, estarás libre de toda corrupción. El Logos de Dios será tu piloto y el Espíritu Santo te hará a arribar a los puertos del cielo. Entonces contemplarás a mi Dios y serás iniciado en aquellos santos misterios.
Clemente habla de la vida del cristiano como un viaje, una navegación en la que debe cuidar su alma de las tentaciones, especialmente de las femeninas, y del placer mundano, e invoca el ejemplo de Ulises, el sagaz navegante, citando dos versos de la Odisea y luego dos de Hesíodo (Trabajos y días, 373-4). Llama a la sirena de esa isla “prostituta” (porné) y considera “vulgar” su música. Se anticipa a otros comentaristas, que recurrirán ya como un tópico a citar a Ulises como ejemplo de virtud para el cristiano, “navegante” que debe mostrarse sordo ante los peligros del mundo y la carne.
Este tema de “la tentación de las sirenas”, tópico en la predicación moralista de muchos autores cristianos, está admirablemente estudiado por Hugo Rahner en su Mitos griegos en interpretación cristiana, un libro ya añejo, pero traducido al español hace unos años.51 Voy a citar algunas líneas del mismo y tomo del mismo varias citas de los padres de la iglesia.
Comienza su capítulo con un enfoque del simbolismo de trasfondo de “la tentación de las sirenas”.52
‘La dialéctica mítica que encierra el viaje de la vida como una travesía entre la muerte y la vida halla su concreción en la naturaleza de las sirenas, que son a la vez celestiales e infernales. El saber que salva, gracias al cual Ulises se pudo acercar a la muerte, consiste precisamente en saber diferenciar entre la oscuridad y la luz, entre la belleza y la perdición de esos fantasmas seductores’. ‘En los Padres las sirenas aparecen con doble figura, que corresponde a la dualidad de peligro mortal que deberá superar el Ulises en viaje hacia el cielo: las sirenas simbolizan el placer mortal y el saber mortal. En esa naturaleza opuesta se perpetúa aquello que existía en el mito griego desde un principio…’.
Tertuliano todavía habla de las ‘bocas sangrientas’ de las sirenas e Hipólito las llama ‘fieras crueles y malvadas’ hasta la época helenística se continuaron utilizando para adornar tumbas, sarcófagos y cámaras mortuorias. En razón de la figura que les confirió Homero, paulatinamente se fue destacando en ese ser ctónico de las sirenas un rasgo de crueldad que no guarda relación alguna con la figura original: lo ‘fascinador’ en sentido erótico, lo seductor de su figura y su voz. Las sirenas se convirtieron en mujeres hermosas con garras (que Homero no menciona) que indicaban su oculta naturaleza. Aquí se manifiesta el instante más o menos picante, que lo más atrayente de estas mujeres es también lo más peligroso. Los pájaros cantan e hieren con sus garras. Las sirenas son dulces pero traman la muerte; son, parafraseando a Marcial, ‘el alegre azote de los navegantes, su deliciosa muerte, su goce cruel’.53
Por otra parte, se mantiene la idea de que las sirenas ofrecen placer unido al saber, solo que, en la concepción cristiana, ambos pueden ser peligrosos… no solo para el cuerpo, sino fundamentalmente para la salvación del alma.
‘La alegoría neoplatónica convierte a las sirenas ctónicas del Crátilo en alegoría del placer mundano y de los deleites sensuales que con ‘dulces palabras’ mantienen cautivo el espíritu en el Hades de lo terrenal’. Quien escuche su canto partirá ‘sabiendo más’. Nunca ya se olvidaría esta auténtica pincelada fantástica. Ovidio hablaría de las doctae sirenes, las doctas sirenas que Cicerón había interpretado como alegoría. Incluso en la Antigüedad tardía se solía llamar sirena a un hombre instruido y elocuente. Homero y junto a él Píndaro eran alabados como sirenas y entre los humanistas bizantinos se convertiría en un cumplido cortés.
La sirena aporta placer y conocimiento al navegante y ambas cosas están implícitas en el verso homérico de la voz seductora. Pero ambas cosas son mortales. El cristiano que ‘sabe que se acerca a la muerte’ sabe también que el placer y el conocimiento pueden ser diabólicos.
Las sirenas aparecen en seis pasajes de la traducción bíblica de los Septuaginta. Al pasar al griego el texto hebreo los traductores tradujeron –erróneamente –como ‘sirenas’ un término que nombraba un misterioso animal (tannin o neôt ya´anâh), ‘chacal’ o ‘la hembra del avestruz’ tal vez. Así en el libro de Job este exclamaba:
‘¡He venido a ser hermano de las sirenas/y compañero de los avestruces!’
y el profeta Isaías gemía, hablando de la desolación de Babilonia:
‘Allí se guarecerán las fieras / y sus casas estarán llenas de búhos/
y allí habitarán las sirenas / y allí danzarán los sátiros…’.
Pero Jerónimo, al traducir la Biblia al latín, corrigió sabiamente todos esos pasajes, de modo que ya en la Vulgata desaparecieron esas fantasmales sirenas.54
Los padres de la iglesia evocan una y otra vez a esas peligrosas y demoníacas sirenas. Desde Clemente, pasando por Hipólito, Cirilo, Basilio, Metodio, hasta Ambrosio de Milán se reiteran las advertencias contra sus seductoras llamadas, que atraen al placer y la herejía. En la polémica contra la cultura griega y la amenaza gnóstica los ortodoxos advierten de la ponzoñosa dulzura de esos seres encantadores. Los padres latinos insistirán luego más en los atractivos de los placeres sensuales que en las desviaciones intelectuales, como Rahner destaca muy bien. Esto ya lo señala en sus cartas griegas el cirenaico Sinesio. Pero se acentúa en los escritores latinos, llegando hasta Leandro e Isidoro de Sevilla. El cristiano neoplatónico Sinesio menciona que, en una ocasión, preguntando a los sabios exegetas de mitos por el significado de las sirenas, recibió como respuesta: “lo que se adivina detrás de las sirenas es el ansia de placeres”. En el Occidente latino el proceso será el mismo: el mitologema desaparece y lo que queda es una alegoría: Paulino de Nola escribe en una de sus Epístolas: “Lo que antaño se creía ver en las famosas sirenas son, en verdad, las excitaciones del placer y las tentaciones de los vicios. En apariencia, son hermosas e insinuantes, su placer significa veneno, su uso comporta perdición y el precio que se paga es la muerte”.55
En otros escritores medievales las sirenas son las tentadoras mujeres de las que debían escapar los jóvenes y especialmente los monjes. Ya Jerónimo había escrito: “¿Qué me importa un placer que pasa tan en breve? ¿Qué tengo yo que ver con ese dulce y mortífero canto de las sirenas?”. Y Sidonio Apolinar cuenta el caso ejemplar de un joven “que se tapó los oídos con cera odiseica para escapar de las artes de prostituta de las sirenas aduladoras”.56
El remedio estaba claro: había que imitar a Ulises, atado al mástil, y el cristiano podía recurrir a un madero mucho más santo: la cruz de Cristo. Rahner glosa este famoso ejemplo de Ulises, como el héroe que sigue su arduo camino sin dejarse distraer por la llamada del placer más o menos sexual o diabólico, en densas páginas y con muy elocuentes comentarios. (Nótese que en algunos casos Ulises no está atado, sino que se tapona, virtuosamente, los oídos. Como en el tardío relato de Kafka y también en Erasmo).
UNA VARIANTE DEL RELATO DE ULISES. LA VERSIÓN DEL ‘ROMAN DE TROIE’
Me parece muy curiosa la manera en que el autor del Roman de Troie, ese Benoît de Sainte-Maure que compuso su novelesco relato hacia 1160, resume el famoso episodio de Ulises y las sirenas. En este caso no tomaba sus datos del antiguo Dictis Cretense, como hace en el resto de su larguísimo poema de treinta mil versos, sino que ha usado otras fuentes posteriores, puesto que sus sirenas tienen cola de pez y son ya una asombrosa multitud. El Roman de Troie fue traducido del francés al latín por Guido de Columnis en 1287. Citaré la primera traducción castellana de ese texto que tuvo una asombrosa difusión en diversas lenguas. Es la de Pedro de Chinchilla, en su Libro de la historia troyana, concluida en 1443, es decir, casi tres siglos después del famoso Roman, y siglo y medio de su versión latina. Ulises es quien, de modo resumido, ya casi al final del relato, cuenta sus aventuras (recordemos que en tiempos de Benoît, ni en el siglo XII ni en el XIII, se podía leer en Europa ninguna versión del texto griego de la Odisea). Homero era, en esos siglos, un autor famoso y casi mítico, pero de menos crédito como narrador que Dares y Dictis, autores de dos crónicas de la guerra de Toya, vertidas pronto al latín y bien conocidas de los clérigos medievales.
En este episodio las sirenas tienen ya cola de pez; y no solo son cantoras de peligroso atractivo por sus voces melodiosas, sino que luego se lanzan a asaltar los navíos. Son, por otra parte, muy numerosas, y Ulises y los suyos matan a más de mil.
E como de aquel oráculo me partiese, el viento segundo guiándome me costriñió a pasar por un lugar aparejado a muchos peligros. Llegué asimesmo aquel mar en el cual las serenas, que son grandes monstruos marinos, andan. Son por cierto del onbrigo arriba forma de muger virgen, e de allí abaxo toda forma de pescado. Estas maravillosas bozes con maravilloso son de canto lançan, en tanto e por tan dulce son de cantar que parescía sobrepujar al armonía de los músicos sones, de manera que los míseros navegantes, como allí llegan, tanto son de la dulçor de aquel canto tomados, que las velas de sus naves quitan, los remos del navegar dexando. Estas las voluntades de los miserables navegantes enlazados enbriagan, que todas las curas dexadas, de aquel dulçor son vestidos, e tanto los falaga que casi a sí mesmos olvidados non han de comer nin de bever apetito en tanto que sus ánimos un sabor los trastorna por el cual del todo son adormidos. E como las serenas sienten los marineros dormientes e sus naves de toda gobernación desamparadas, luego las buelven, e los navegantes peligran. En aquellas serenas caí, e porque mis compañeros non fuesen enbueltos en semejable dulçor, con mis artes el oír mío e de los míos así lo atapé que de su canto ninguna cosa yo ni mis compañeros oyendo, peleamos con ellas matando más de mil; e así salvos, librados de sus peligros pasamos.57
Pero me gustaría releer este episodio, tan distante del texto odiseico, en una curiosa variante más dramática, la de la versión en gallego de un manuscrito del siglo XIV58. No creo que haga falta traducirlo. Lo que queda claro es el estilo fresco de la narración. (Calixa es un curioso nombre para Calipso, e Idomenes para Alcinoo).
Como Ulyxas contou a’l Rey Ydomenes cômo escapara dos peligros do mar.
‘Agora vos quero contar outro grande peligro que pasey depoys que say do poder de Calixa en que foy moy grande sazon, como vos ja contey…. Et quando me d’aly party, pasey por hû peligro –o mais grande et o mays esquivo qeu ha em todo o mar. Ca foy por tal lugar onde vivê as serêas, que son muy aleyvosas. Ca ellas am as vozes claras como aguias. Et o seu cantar tâ saboroso he que despoys que as ôme oyr, nô pode aver sabor de outra cousa. Et ellas sempre cantâ êno lugar donde entenden que he o peligro maior, ou donde som os penedos mays grandes. Et quando os ômes oen –et aquel cantar et son tâ dulce et tam saboroso– oluidâ todos los outros plazeres et sabores que êno mûdo son. Et en toda guisa lle conven que vaa aly en barco ou nadando porque nô ha outra cousa de que ajam talêt senôn de’as oyr. mays quantos ala vam, todos perden os corpos. Ca ellas aprendê-se aos navios –ca tal he seu costume–. Et fazen’os anagar.
Et asi de nêgûa maneyra nê de outra nô poden escapar de morte. Et eu por aquel lugar oyve de pasar, querendo ou nô. Et oy vantar mais de quinentas serêas. Mays aly pareçerô os meus encantamêtos que fige pot miña maestria que nêgû ôme de quantos comygo yan nûca as aoyron. Et fuy en este feyot moy aguçoso et moyto rrecordado de me gardar d’este peligro. Et matamos al’y mays de mill d’elas que se apendian a’as naves por las anegar. Et este peligro nos durou por moys grâ peça. Et por meu siso et entêdemento scapei ende et quantos comygo yam’.

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