Adonis nació de un amor incestuoso, el de la joven
Mirra por su padre Cíniras, rey en Pafos de Chipre (o bien en la
ciudad asiría de Biblos). Ofendida con la joven, la diosa Afrodita
inspiró en ella una pasión terrible hacia su padre, con quien
logró acostarse sin que él la reconociera. Pero cuando, después
de varios encuentros amorosos, su padre descubre su identidad,
la joven se ve obligada a huir y vaga por distintas regiones hasta
que, rogando a los dioses una liberación de sus penas, es trasformada
en un árbol, el árbol de la mirra. De su vientre ya arbóreo
nace el bello Adonis, que es criado por las ninfas. La misma
Afrodita quedó enamorada de él y en su compañía recorría alegre
los campos y cazaba a su lado. La diosa previno al joven de
que tuviera cuidado en sus cacerías de las bestias del monte,
pero un gran jabalí herido (unos dicen que enviado por algún
dios celoso, Ares o Apolo, o tal vez una diosa vengativa, Artemis)
atacó y mató fatalmente a Adonis. Acudió a su lado la diosa
desde lejos, al oír sus gritos, y le lloró profundamente. Instituyó
un culto funerario en su honor, y de la sangre de Adonis brotó
una nueva flor en su recuerdo, la anémona, y al contacto de su
sangre vertida las rosas blancas se volvieron rojas.
Tan grandes fueron los lamentos y el dolor de Afrodita
por su amado que los dioses le concedieron que Adonis pudiera
volver a su lado. Pero Perséfone, la soberana del Hades
infernal, también se había prendado de Adonis y se negaba a
dejarlo salir de su reino. De modo que, para solucionar mediante
un arreglo amistoso la disputa de ambas diosas, Zeus
decidió que Adonis pasara cada año cuatro meses con cada
una y que le quedaran otros cuatro a su libre antojo. (Esos
cuatro Adonis decidió pasarlos también en la amable compañía
de Afrodita.)
Ese morir y resurgir anual de Adonis simboliza el decaer y
renacer anual de la propia naturaleza. Y no es difícil ver simbo
lizada en él una divinidad muy ligada al mundo vegetal, que,
como la simiente, pasa unos meses en el mundo subterráneo y
resurge con la primavera cada año. En honor de Adonis se
celebraban las fiestas llamadas Adonias, en las que las mujeres
—en Atenas especialmente las cortesanas— entonaban lamentos
por el bello desaparecido y celebraban su resurreción
anual. Estas fiestas, muy extendidas y de probable origen
oriental, se acompañaban de un ritual de cuidados de ciertas
plantas de rápida floración y fuertes aromas, en los llamados
«jardines de Adonis», y el rápido florecer y morir de esas plantas
estaba en correspondencia simbólica con la vida fugaz y
perfumada del bello amante de la diosa.
En la literatura griega un famoso reflejo de esos lamentos
femeninos rituales por Adonis los encontramos atestiguados
por primera vez en un célebre fragmento de Safo:
—Se muere, Citerea, el tierno Adonis ¿qué podemos hacer?
—Golpeaos el pecho, muchachas y rasgaos las túnicas.
—¡Ay de Adonis!
Unos siglos después, ya en época helenística, el antiguo lamento
ritual resuena en dos espléndidos poemas, el de Teócrito
(Idilio XV) y el de Bión (Lamento p or Adonis). En las Metamorfosis
(x, 330 y ss.) Ovidio refiere toda la historia de Mirra
y su hijo con mucho detalle. Y es ese largo texto de Ovidio el
que más ha influido en muchos otros poetas europeos del Renacimiento
y después (como Milton, Spenser, Ronsard, La
Fontaine, Lope de Vega, Calderón, Marino, Keats, Shelley,
etcétera).
Como ejemplo —entre otros posibles— recordemos un soneto
de Villamediana {A la muerte de Adonis)
Boca con boca Venus porfiaba
a detener el alma que salía
del desdichado Adonis que moría
más herido del bien que acá dejaba.
El no poder morir ella lloraba,
no lloraba la muerte que veía;
Amor allí mostró que no podía
ayudar a sentir lo que causaba.
Ella en brazos le tiene; quien los viere
igualmente llorar la despedida
apenas juzgará cuál de ellos muere.
Mas la diosa mostró quedar vencida
del dolor tanto más cuanto más quiere
dar a Adonis el alma que la vida.
Es el dolor desgarrado de la diosa por el bello y joven amante
lo que constituye, en general, el núcleo o momento central de
tantos y tantos poemas (y de los muchos cuadros asociados a esa
escena de planto funerario). Adonis está siempre figurado como
el joven y bello amante, pastor o cazador, al que siega en flor
una muerte salvaje y repentina, y a quien llora desesperada la
diosa amante que besa y abraza su cabeza exánime y su bello
cuerpo ensangrentado. Pero más allá del mito griego y de todo
el ritual festivo y lúgubre correspondiente debemos rememorar
la enorme trascendencia de ese mito del dios que muere y renace
cada año, de muy lejanos orígenes y muchos paralelos en cultos
orientales antiguos. Se trata de un mito de numerosas resonancias
orientales, como es bien sabido.
Para recordar ese trasfondo con sus ecos múltiples en otras
mitologías de Oriente, quisiera citar aquí, aun a riesgo de repetir
algunos detalles del mito, sólo unas líneas de sir James Fra
zer, que en un extenso libro Adonis, Attis, Osiris (1906), incluido
como un tomo de La rama dorada, lo trató muy a fondo
como un gran paradigma del tipo mítico del joven dios que
muere y renace:
La historia trágica y los melancólicos ritos de Adonis nos son mejor
conocidos por las descripciones de los escritores griegos que por los
fragmentos de la literatura babilónica o la breve referencia del profeta
Ezequiel, que vio a las mujeres de Babilonia llorando por Tammuz
en la puerta norte del templo. Al reflejarse en el espejo de la mitología
griega, la deidad oriental aparece como un encantador joven amado
por Afrodita. En su infancia la diosa lo ocultó en una cesta que dio a
custodiar a Perséfone, reina del otro mundo. Pero cuando Perséfone
abrió la cesta y observó la belleza del niño, rehusó devolvérselo a
Afrodita, cuando ella acudió a rescatar a su amado del poder de la
muerte. La disputa entre las dos diosas del amor y la muerte fue dirimida
por Zeus, quien decretó que Adonis estuviera oculto junto a
Perséfone en su mundo subterráneo una parte del año, y con Afrodita
en el mundo superior otra parte. Al final el bello muchacho fue
muerto en una cacería por un jabalí, o por el celoso Ares, que se
transformó en jabalí para ejecutar la muerte de su rival. Amargamente
Afrodita lamentó a su amado y perdido Adonis. En esta forma del
mito, la pelea de Afrodita y Perséfone por la posesión de Adonis refleja
claramente la lucha entre Isthar y Allatu en el mundo de los
muertos, mientras que la decisión de Zeus de que Adonis pase una
parte del año bajo tierra y otra arriba es simplemente una versión
griega de la desaparición y resurrección anual de Tammuz.
El mito de Adonis estaba localizado y sus ritos celebrados con mucha
solemnidad en dos lugares de Asia occidental. Uno era Biblos en
la costa asiría, el otro Pafos en Chipre. Ambos eran grandes sedes
del culto de Afrodita, o más bien de su paralelo semítico, la diosa Astarté;
y de los dos lugares, si aceptamos las leyendas, era rey Cíniras,
el padre de Adonis. De las dos ciudades Biblos era la más antigua; en
efecto se proclamaba la más antigua ciudad de Fenicia y fundada en
las primitivas épocas del mundo por el gran dios El, al que los griegos
y romanos identificaban respectivamente con Crono y con Saturno.
Sea como sea, en tiempos históricos la ciudad estaba considerada
como un lugar santo, la capital religiosa del país, la Meca o la Jerusalén
de los fenicios. La ciudad se alzaba en una colina frente al mar, y
contenía un gran santuario de Astarté [...]. En ese santuario se celebraban
los ritos de Adonis [...].
El comentario de Frazer se extiende muchas páginas, que
no podemos resumir en unas pocas. Basten esas líneas para recordar
sus horizontes. Como Tammuz, Osiris, y como Atis,
Adonis es un ejemplo del dios que muere y renace al lado de
una gran diosa y es llorado por ella y sus coros femeninos, una
figura de antiquísimo y perdurable culto mediterráneo y de
trascendente simbolismo, que encuentra en este mito griego un
perfil clásico y un asilo hermoso. Entre los estudios sobre Adonis
conviene citar el ya clásico de W. Atallah, Adonis dans la Littérature
et lArt grecs, París 1966; el más reciente de H. Tuzet,
Mort et Résurrection d ’Adonis, París 1987, y el de M. Detienne,
Los jardines de Adonis. La mitología de los aromas en el mundo
griego, 1972 [trad. esp. 1983]. Frente al enfoque de Frazer y el
de Atallah, Detienne construyó un estudio de método admirable,
con innovador y claro enfoque estructuralista, que relaciona
muy bien la trama mítica con las fiestas adonias —que contrastan
con las fiestas también de mujeres en honor de Deméter, las
Tesmoforias— y todo su ritual de alusiones eróticas y sus ofrendas
de flores y plantas efímeras y aromáticas.
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