miércoles, 3 de abril de 2019

Aquiles.

Aquiles es el más famoso de los héroes épicos griegos,
el más claro paradigma del guerrero heroico, gracias al
genio poético de Homero, que lo convirtió en el airado protagonista
de la Ilíada. Pero la litada no es una Aquileida, es decir,
no cuenta la peripecia vital del gran caudillo de los Mirmidones,
sino tan sólo algunos días de su último año de vida. No es
como la Odisea respecto de Odiseo un poema dedicado a seguir
a un protagonista cuyas aventuras son lo único importante.
La litada se propone evocar los terribles combates del asedio
de Troya —no de la larga contienda de diez años, sino sólo
de algunas jornadas decisivas del décimo—, y de ahí su título
referido a la ciudad de Ilion. Pero se estructura en torno a un
tema patético y explícito: la ira del magnánimo y fiero Aquiles.
Y éste no es sino uno, el más destacado, entre los grandes combatientes
del poema. No nos cuenta el poeta, por tanto, ni la infancia
ni los hechos anteriores de este héroe, ni tampoco su
muerte —que los oyentes conocen por el mito—, sino tan sólo
los motivos, los resultados y el desenlace de esa ira que marca
su destino. Pero ese episodio afecta decisiva y trágicamente al
destino de Ilion, e importa no sólo el suyo individual, sino también
el de los aqueos y troyanos. La epopeya homérica canta
sólo una parte de la historia mítica de Aquiles, pero da por descontado
que los oyentes saben, grosso modo, toda su peripecia
vital.
Hijo de la diosa marina Tetis y del héroe Peleo, rey de Ftía,
en Tesalia, Aquiles ha hecho una elección decisiva para su destino:
prefirió una vida corta y gloriosa a una vida larga y oscura.
En vano su madre trató de hacerle inmortal, en vano intentó
evitar que fuera a la guerra de Troya. (Podemos recordar que la
diosa le sumergió en la sangre de un dragón o en la laguna de la
Estigia, pero quedó un punto no bañado por el líquido inmortalizador:
el talón vulnerable. Y que, disfrazado de muchacha,
su madre lo había escondido entre las hijas del rey de Esciros,
hasta que él mismo se delató al preferir las armas a otros regalos
más femeninos.) Tanto cuando se retira enfurecido contra
Agamenón como cuando combate en la feroz contienda, Aquiles
es consciente de que no vivirá por largo tiempo. Sabe que
Troya será conquistada, pero no si vivirá para ver ese día triunfal.
De ahí una cierta aureola patética que le envuelve en su
desesperanza y justifica lo implacable de su carácter.
Ya desde su mismo nacimiento es patente su ilustre destino.
Los dioses obligaron a Tetis, la bellísima hija de Nereo, a tomar
como esposo a un mortal, temiendo el vaticinio de que ella daría
a luz un hijo superior a su padre. Zeus y Poseidón desistieron
de cortejar a la diosa marina y le asignaron al noble Peleo
por marido. Y los dioses asistieron a la boda y le hicieron sus
regalos. De la educación heroica de Aquiles se encargó el centauro
Quirón, arquetípico maestro en la iniciación de héroes
famosos, y el joven se mostró digno de sus enseñanzas. Luego
el joven marchó a Troya con los grandes caudillos aqueos (una
vez que Ulises desbarató el ardid de su ocultamineto en Esciros).
Allí se portó como debía y decidió el desenlace de la larga
guerra, al dar muerte a muchos enemigos y, sobre todo a Héctor,
el más valeroso de los hijos de Príamo, tal como se relata en
el poema homérico.
La litada se configura en torno al tema de la ira de Aquiles.
En el comienzo se cuenta cómo, al reclamar el adivino Crises la
devolución de su hija, asignada a Agamenón en el reparto de
cautivas, el gran jefe del ejército aqueo accede a ello, pero se
lleva en compensación a la cautiva Briseida, asignada a Aquiles.
El hijo de Tetis se enfurece y decide retirarse de los combates.
En vano, cuando los troyanos ponen en apuros a los griegos,
envía una embajada Agamenón a su tienda para rogarle que regrese.
Sólo más tarde, cuando de nuevo los griegos están en un
tremendo agobio, cede Aquiles a los ruegos de su amigo Patroclo,
y le deja que se revista su armadura e intente salvarlos de la
derrota total. Pero, tras un primer victorioso avance, Patroclo
muere, a manos del dios Apolo y del troyano Héctor. Terrible es
el dolor del héroe al saber la muerte de su amigo; y decide vengarlo
a cualquier precio. De nuevo acude Tetis a socorrer a su
hijo, y le trae una nueva armadura, fabricada por el dios Hefesto.
Irrumpe ya ferozmente Aquiles en la pelea y a su avance
deja un rastro sangriento de muchos muertos, hasta encontrarse
con Héctor. En el duelo ante los muros de Troya, Aquiles mata
con su lanza y la ayuda de Atenea, al príncipe troyano.
Sin embargo, el rencoroso Aquiles no está satisfecho aún,
en su vengativo furor, con esa muerte; y arrastra durante días el
cadáver de Héctor tras su carro para destrozarlo por completo.
Pero hasta los dioses se apiadan del noble héroe troyano, y advierten
al hijo de Peleo. Y el viejo rey Príamo, guiado por Hermes,
acude de noche al campamento griego a solicitarle la de
volución del cuerpo de su hijo. En una emotiva escena Aquiles
accede. Se celebran juegos fúnebres por Patroclo en el campamento
griego (canto XXIIl) y en Troya los funerales de Héctor
(xxiv). Y con esos lamentos fúnebres troyanos concluye la epopeya.
No se cuenta en la litada la muerte de Aquiles (a quien mató
París de un flechazo en el talón vulnerable) ni tampoco el final
de Troya (conquistada gracias al truco del enorme caballo de
madera). El final de la guerra se cuenta, con todo, en la primera
parte de la Odisea, pero también estaban relatados esos episodios
últimos en otros poemas que se nos han perdido. De Aquiles
contaban otros poemas, algunos épicos que se perdieron
pronto y otros muy poshoméricos (como el muy largo poema
Poshomérica de Quinto de Esmirna), y variados resúmenes mitológicos
y novelescos (en prosas latinas como las Crónicas troyanas
de Dares y Dictis), cómo mató al rey etíope Memnón, y al
joven Troilo, hijo de Príamo, y sobre todo cómo se había enfrentado
a la reina de las amazonas Pentesilea, a la que dio cruel
muerte de un lanzazo, y cómo había sido atraído a una emboscada
fatal, en la que Paris le disparó la mortífera flecha.
Algunos de esos lances fueron adornándose de tonos eróticos,
o románticos, como en el amor desdichado de Aquiles por
la bella princesa Políxena, una de las más jóvenes hijas de Príamo,
episodio que ya está en el mitógrafo Higino, y es luego ampliado
por otros textos medievales. O también en su remordimiento
ante la belleza de Pentesilea moribunda de muchos
ecos posteriores. (Todos esos materiales míticos reaparecerán
en el Roman de Troie medieval y sus derivados.)
La Odisea nos ofrece, sin embargo, una última visión de
Aquiles que merece comentario por su ironía y su mordacidad.
Ulises habla con su antiguo camarada en su visita al Hades, y
allí la sombra del gran guerrero muerto le hace una amarga
confesión. Dice, en efecto, desde allí, este Aquiles fantasmal,
que preferiría ser esclavo de un campesino que rey en el mundo
de los muertos. Y esa protesta postuma del héroe contra su
destino nos causa una tremenda desazón. En el Más Allá sombrío
Aquiles echa de menos la vida. Recordemos unas cuantas
frases del relato de Ulises (xi, 477-491), del momento en que
éste le saluda con amables palabras:
—Aquiles, hijo de Peleo, el más excelente délos aqueos, he venido en
pos de una profecía de Tiresias, por si me revelaba algún plan para
poder arribar a la áspera Itaca, que aún no he llegado cerca de Acaya
ni he alcanzado esa tierra, sino que me retienen de continuo las desgracias.
En cambio, Aquiles, ningún hombre es más dichoso que tú,
ni de los de antaño ni de los venideros; pues antes, cuando vivías, te
honrábamos los argivos igual que a un dios, y ahora otra vez imperas
poderosamente sobre los muertos aquí abajo. Así que no te entristezcas
de haber muerto, Aquiles.
Así hablé y él respondiéndome, dijo:
—No intentes consolarme de la muerte, noble Odiseo. Preferiría
vivir en la tierra y servir en casa de un labriego pobre, de mínima
hacienda, que ser el soberano de todos los cadáveres, de todos los
muertos.
Desde esta perspectiva de la Odisea, toda la existencia del
gran guerrero cobra un perfil nuevo bajo una luz melancólica.
Anotemos el agudo comentario final del reciente y perspicaz
estudio del mito de Aquiles de Francisco Javier González, que
presenta un buen repaso de la moderna bibliografía sobre el
tema:
Imposibilitado en vida, por las circunstancias y su propio carácter mítico,
para ser soberano, Aquiles debió optar por la culminación de su
papel como guerrero heroico muriendo joven ante Troya o por vivir
una larga existencia alejado de dicho conflicto. El Pelida optó por
comportarse como un héroe, como un guerrero. Una vez muerto, y
pudiendo disfrutar del honor que con su conducta había ganado,
Aquiles está dispuesto a renunciar no sólo a éste, sino al motivo que
dio razón a su existencia, el código heroico, a cambio de estar con
vida. Bajo esta afirmación reencontramos a un Aquiles humano, un
individuo que no aspira a gloria alguna, ni como rey ni como guerrero
heroico, sino sólo a recuperar su perdida existencia mortal.
Es este pasaje homérico el que cierra, paradójicamnete, la vida mítica
del hijo de Tetis. Una vez muerto, Aquiles se ha convertido en
una sombra; el premio a la existencia heroica radica en ello y en ser
recordado por los poetas. Los anhelos de Aquiles ya no radican ni en
el ejercicio frustrado de la soberanía, que ahora puede disfrutar entre
los muertos, ni en su comportamiento como el mejor de los héroes
ante Troya. Ahora sólo le interesa aquello que su destino heroico le ha
quitado: la vida. (Cf. la cita en J. C. Bermejo, F. J. González y S. Reboreda,
Los orígenes i e la mitología, Madrid, 1996, pp. 299-300.)
Hijo de Aquiles y de la princesa Deidamia, hija de Licomedes,
rey de Esciros, es Neoptólemo, que hereda la valentía y el
noble carácter de su padre ■—enfrentado al taimado Ulises en
la trama trágica del Filoctetes de Sófocles—, y combate con coraje
en los últimos ataques a Troya. En el reparto de las cautivas
troyanas tras la destrucción de la ciudad, Neoptólemo se lleva
como cautiva en su botín guerrero a Andrómaca, la que fuera
famosa mujer de Héctor. (Véanse, sobre ella, las tragedias de
Eurípides Troyanas y Andrómaca.)

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