Según la versión del poeta Hesíodo, en su Teogonia,
Afrodita nació de la espuma formada en el mar de los genitales
de Urano, cuando su hijo Crono, después de castrarlo, los
arrojó al mar. Afrodita tiene un nombre relacionado con la palabra
griega aphros, «espuma», porque a partir de la espuma
surgida del esperma uránico, derramado cuando el sexo del
dios del cielo se hundió en las aguas del mar, nació la diosa.
Toda la potencia genesíaca del primordial dios celeste sirvió así
para engendrar en el hondón marino a la diosa del amor. La
epifanía de la gran Afrodita está muy bien relatada en el texto
de Hesíodo (Teogonia, 194-202), que ha servido mucho después
como inspiración al famoso cuadro de Botticelli El nacimiento
de Venus:
En torno al miembro del dios se formó una blanca espuma y en medio
de ésta nació una hermosa doncella. Primero navegó hacia la divina
isla de Citera y desde allí se dirigió a Chipre rodeada de olas. Salió
del mar la augusta y bella diosa, y bajo sus pies delicados crecía la
hierba en derredor. Afrodita, diosa nacida de la espuma, y Citerea, de
bella corona, la llaman los dioses y hombres, porque nació de la espuma
y también Citerea porque se dirigió a Citera, y Ciprogenia porque
nació en Chipre de muchas olas.
La acompañaba Eros y la seguía el bello Hímeros al principio apenas
hubo nacido y en su marcha hada la familia de los dioses. Y estas
atribuciones posee desde el comienzo y ha recibido como su dominio
entre los hombres y los inmortales dioses: las intimidades de las doncellas,
las sonrisas, los engaños, el dulce placer, el amor y la dulzura.
Escoltada por el Amor y el Deseo Afrodita arriba sonriente
a las playas de Pafos en Chipre y todo el campo se cubre de flores
a su paso divino. Es muy interesante esa relación con Chipre
—una isla situada en el camino de su culto desde Oriente a
Grecia— que puede reflejar simbólicamente una procedencia
oriental de su culto. Como las diosas Isthar y Astarté, la diosa
griega del amor representa una gran fuerza cósmica, que extiende
su poder sobre hombres y dioses, y sobre todas las criaturas
vivientes. Es, según ese texto de Hesíodo, anterior a los
olímpicos. No tiene madre, sino que ha nacido del semen celeste
de Urano, última y beËisima divinidad sin madre.
Pero Homero nos da otra genealogía distinta de Afrodita, a
la que considera hija de Zeus y de Díone, una diosa antigua sin
otra historia mítica. (Es muy curioso su nombre, del mismo radical
que el de Zeus, la Brillante o la Celeste.) Así Afrodita resulta
en la litada una hija del Crónida, al que acude en busca de
socorro y consuelo, cuando, en el canto v del poema, es herida
por el fiero Diomedes, como una muchacha dolorida y llorosa
que corre a refugiarse junto a su poderoso y robusto padre.
Zeus, sonriente y paternal, le aconseja evitar los combates y peleas,
que no son propias de su talante. En los poemas homéricos
Afrodita está muy bien integrada en la familia olímpica. Está casada
con Hefesto, el hábil dios de la fragua, y tiene amoríos con
Ares, el dios de la guerra. La famosa escena en que Hefesto, informado
por el dios Helios, logra apresar a ambos adúlteros en
el lecho con una sutil red mágica y exponerlos así a la mirada y
la risa de los dioses está ya contada en la Odisea (canto vm).
Aunque oficialmente casada con el olímpico Hefesto, Afrodita
tiene varios amantes y amoríos diversos; son famosos sus
amores con el dios de la guerra, Ares, como cuenta Homero;
con el príncipe troyano Anquises, según el Himno homérico a
Afrodita, y con el bello Adonis, de triste muerte. Hija de Ares y
Afrodita es Harmonía, esposa de Cadmo, el fundador de Tebas;
hijo de la diosa y Anquises es Eneas, a quien Afrodita protege
en la Iliada, el gran héroe que luego será el fundador de
Roma. Hijo de Hermes y la diosa es el bisexuado Hermafrodito.
Pero de todos sus hijos el más divino es Eros, el Amor.
(Aunque las versiones sobre el origen del bello dios arquero
son variadas, ésta es la más canónica.) Acaso es hijo suyo también
otro dios menor: el rijoso y obsceno Príapo, de tan prominente
sexo como incontinente lujuria.
Afrodita es la divinidad que procura placer y se deleita en
los manejos y juegos del sexo. Por eso ta aphrodtsia designa los
tratos sexuales, que la diosa patrocina. Es la divinidad sonriente
y seductora por excelencia. A ella le asisten al efecto Eros-,
Hímeros y Veithó («amor, deseo y persuasión»), como ayudantes
de su séquito simbólico. Ella es la que ampara «el feliz fusionarse
de dos seres» y «la exuberante fertilidad». Y se introduce
en todos los ámbitos del mundo natural. Es, para
conseguir su meta, una diosa de muchos recursos, dolóplokos,
«tejedora de engaños», como escribió en su peculiar himno a
Afrodita la poetisa Safo. En ese poema Safo la invoca para que
sea su aliada en la guerra de amor. En ese terreno afirman los
trágicos que es la diosa «invencible».
Según la leyenda de la manzana de la discordia, fue ella
quien causó la guerra de Troya, al ofrecer a Paris como premio
a la bella Helena de Troya, si en el certamen entre las diosas
—Hera, Atenea y Afrodita— le otorgaba el áureo fruto. Por
eso Afrodita está del lado de los troyanos. Protege a Paris y a su
hijo Eneas, y acude a salvarlos en algún trance difícil. No puede
impedir, sin embargo, la ruina de la ciudad. La simpatía por
los troyanos puede ser interpretada quizá como un reflejo de su
origen asiático. Luego, a través de la protección a Eneas, Afrodita-
Venus será considerada protectora de Roma y de la gen s
Julia en particular.
Frente a Eros, que es pasión, Afrodita significa impulso
natural hacia la unión con el otro y el placer de la belleza participada.
Cito unas líneas de W. Otto que me parecen oportunas:
Comprendemos lo que significa Afrodita. No en vano está rodeada
de las Cárites (las Gracias), en las que se refleja a sí misma. Son espíritus
del florecimiento, del encanto y de la amabilidad. Generalmente
salen las tres juntas, por consiguiente nuestros conceptos las consideran
más bien genios que deidades. Pero Afrodita es única. Se distingue
claramente de Eros a quien el mito llama su hijo. Este dios de
sempeña un papel importante en las especulaciones cosmogónicas,
pero uno bien diminuto en el culto. No aparece en Homero, ausencia
significativa e importante. Es el espíritu divino del anhelo y de la fuerza
del engendrar. Pero el mundo de Afrodita es de otra categoría, más
amplia y rica. La idea del carácter y del poder divino no emana (como
con Eros; véase Platón, Simposio, 204c) del sujeto que anhela, sino
del que es amado. Afrodita no es la amante; es la hermosura y la gracia
sonriente que arrebata. Lo primero no es en ella el afán de apresar,
sino el encanto que lleva poco a poco a las delicias de la unión. El secreto
de la unidad del mundo y Afrodita consisten en que en la atracción
no actúa un poder demoníaco como un ser insensible que agarra
a su presa. Lo fascinante quiere entregarse a sí mismo. Lo delicioso se
inclina hacia lo conmovido con la sinceridad sentimental que lo hace
del todo irresistible. Esa es la significación de cháris que, sirviéndola,
acompaña a Afrodita. Es la gracia que conquista a los otros sin entregarse
a sí misma. Su dulzura es al mismo tiempo susceptibilidad y
eco, «amabilidad» en el sentido de favor y voluntad de entrega. La
palabra cháris significa también «gratitud» y, directamente, consentimiento
de lo que desea el amante.
Es una diosa que extiende sobre el mundo animado un tremendo
poder, pues actúa no con violencia sino con esa gracia
que subyuga y domina, y desde las bestias a los dioses todos
caen rendidos a sus hechizos. (Entre los himnos que celebran
el poder cósmico de Venus hay que recordar el exaltado del
epicúreo Lucrecio, al comienzo de su De rerurn natura. )
La diosa protege a algunos héroes por razones particulares.
Como a Paris y a su hijo Eneas. Y también a Jasón, el argonauta,
a instancias de Atenea y Hera (véase el canto III de los Argonautiká
de Apolonio de Rodas). También puede mostrarse rencorosa
y cruel, como contra Hipólito, que desdeñaba su culto.
(Véase el Hipólito de Eurípides, donde no vacila en causar la
muerte de Fedra y luego la del joven Hipólito para mostrar su
propia grandeza.)
Tenía numerosos templos y cultos por toda Grecia. En alguno
se practicaba la prostitución ritual, como en el santuario de
Corinto. Es un culto raro en Grecia, pero que tiene ciertos paralelos
en cultos orientales. Era la diosa de los placeres del amor y
de los jardines, de la existencia adornada por una sensualidad
alegre y retozona, por los placeres naturales del sexo y sus usos
festivos. Afrodita es amiga también de Dioniso. Las heteras y
prostitutas le tenían especial veneración, y algunas fiestas como
las adonias mostraban el fervor de sus adoradoras. (En oposición
a las fiestas tesmoforias, de mujeres casadas y decentes,
como ha subrayado M. Detienne en Los jardines de Adonis.)
Hay una notable distancia y una fácil distinción —muy sintomática
del pensamiento griego sobre los aspectos e impactos
del amor-— entre Afrodita y Eros. Y es muy indicativo que la
relación entre ambos haya quedado expresada simbólicamente
en la mitología por la imagen que los presenta como madre e
hijo.
En el entramado mítico Afrodita resulta, en principio, más
sociable que el impulso pasional extremo y decididamente personal
representado por el flechador fogoso y destructivo Eros.
Platón, en su Simposio, ha recogido una serie de perspectivas
sobre el amor que son muy interesantes al respecto. (Los
platónicos estaban más interesados en Eros, como potencia
cósmica, que en Afrodita. Los epicúreos —como Lucrecio—
andaban más atentos al gran poder natural de la diosa y recelaban
profundamente de las perturbaciones de la pasión erótica.)
En el Simposio se habla de la distinción entre una Afrodita
Pandemia (o Popular) y una Afrodita Urania (o Celeste). Pero
se trata de una distinción que Platón desarrolla sobre un fondo
tradicional, y sublimando el tema. Cuerpo y alma no están bien
diferenciados en la época arcaica y el impulso afrodisíaco es
corporal en extremo. Eros se presta mejor a ser sublimado, ya
que no necesita de los tratos afrodisíacos para mostrar todo su
poderío. El amor a la sabiduría, al conocimiento más auténtico
e ideal, es, en el fondo, un afán erótico. Amor es, por otro lado,
un impulso cósmico. «Amor que mueve el sol y las estrellas»
escribirá Dante en un rapto platónico. Dios mueve el mundo al
ser amado por él.
También encontramos en el mismo diálogo el mito de Aristófanes
sobre los humanos demediados, que luego andan buscando
su otra mitad, la mitad perdida, con un intenso afán
amoroso. Los dioses, recelosos de esos humanos primigenios,
seres redondos con cuatro brazos y cuatro piernas, los habrían
partido por la mitad, para debilitarlos, y así los humanos se han
quedado faltos de una mitad. Y buscan con anhelo esa su media
naranja, femenina o masculina, pues caben varias combinaciones.
Pero, pese a los atractivos de esa imagen, ésa no es una
teoría que Platón comparta, sino un mito gracioso que pone en
boca de un autor cómico de indudable ingenio, pero de no
muy profundo caletre filosófico.
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