miércoles, 3 de abril de 2019

PERCEVAL o Parsifal, el buscador del Grial.

Dejemos de
lado, por el momento, todo el trasfondo mistérico, histórico,
simbólico, del objeto sacro del Grial. Centremos nuestra atención
ahora en la novela de Chrétien, El cuento d el Grial, y en su
héroe Perceval (que será Parsifal en las versiones alemanas)
como prototipo de un relato de búsqueda ejemplar.
El cuento d el Grial es una novela de empeño singular, un relato
de aventuras distinto, porque su protagonista es un héroe
singular y distinto. En su primera parte nos relata la historia de
una educación o una iniciación caballeresca. Pronto advertiremos
que su protagonista intenta encontrar un ideal de vida que
va más allá de las pautas del código cortés. Tal vez inconscientemente.
Este joven galés, huérfano de padre, criado por su
madre viuda en la ignorancia de la vida caballeresca, este rústico
ingenuo y brusco, como un personaje de un cuento popular,
sale de la yerma floresta de su niñez y se adentra en el mundo
cortesano para cruzarlo en pos de su gran aventura: la búsqueda
del Grial. Hay varios momentos decisivos en esa marcha
aventurera: el encuentro con los caballeros en el bosque, que el
joven toma por ángeles, su llegada a la corte de Arturo donde
el adolescente da muerte rápida y poco cortés al Caballero Bermejo
—de quien hereda las armas tras asestarle un venablo en
un ojo—, el primer encuentro amoroso, etc. Pronto se ha refinado
el novel caballero: cuando se queda en éxtasis ante las
tres gotas de sangre en la nieve, que le recuerdan el rostro de la
amada lejana, vemos cuán a fondo sabe sentir la nostalgia del
amor, trazo esencial del fino amante. Cuando pasa por segunda
vez por la corte del rey Arturo, donde no se detiene, es ya un
auténtico caballero andante. Quizá en el programa de la novela
estaría planeado un tercer encuentro con esa corte para celebrar
su triunfo y ser acogido en ella. Pero la trama está inconclusa.
Puede hablarse, creo, de una «novela de formación», a propósito
de la trama en su primera parte. Es un paradigmático
Bildungsroman de perfil claro: el joven ingenuo e ignorante llega
a convertirse en un perfecto caballero —con la ayuda de un
preceptor caballeresco, el buen Gornemanz— tras algunos
lances curiosos. Pero lo que caracteriza a este joven es su inquietud,
que le lleva más allá de la cortesía y el esplendor de la
corte o el señorío feudal.
Conviene insistir en esa inquietud espiritual del héroe. No
le impulsa a la gran aventura el amor —que ya ha encontrado
en el breve encuentro con Blancaflor su objetivo, aunque tarde
el joven en descubrir toda la hondura de sus sentimientos,
como hará en la distancia posterior. Un extraño encuentro decide
su destino. Cuando penetra en el misterioso castillo que le
ha indicado el tullido Rey Pescador, asiste en asombrado silencio
al prodigioso desfile que cruza el salón donde está invitado
a la cena. Ante sus ojos maravillados pasan llevados por un breve
cortejo, el Grial —una honda bandeja cubierta— y la Lanza
sangrienta, y él no pregunta a qué sirve todo ello. Teme faltar a
las reglas de la cortesía. He ahí su culpa máxima. Pasa y repasa
el cortejo misterioso en la nocturna sala. El joven se va a dormir
sin desvelar la intriga y el misterio. Cuando a la mañana siguiente
despierta, el castillo está vacío, y al salir de él, se desvanece
como un espejismo, El país se ha quedado arruinado, la
tierra está yerma. Y entonces se topa con una doncella triste
que le pregunta por su nombre. Es a mediados de la novela
cuando se nos revela el nombre propio del joven caballero. La
escena es estupenda y vale la pena citarla (en la traducción de
Martín de Riquer). Son los w. 3.573 y ss.:
Y él, que no sabía su nombre, lo adivina y dice que se llama Perceval
el Galés, y no sabe si dice verdad o no; pero decía la verdad y no lo sabía.
Y cuando la doncella lo oyó, se puso de pie ante él y le dijo como
encolerizada:
—Tu nombre ha cambiado, buen amigo.
—¿Cómo?
—Perceval el Desdichado, ¡ay! Perceval infortunado, ¡cuán malaventurado
eres ahora a causa de todo lo que no has preguntado! Porque
hubieras reparado tanto, que el buen rey, que está tullido, habría
recuperado el dominio de sus miembros y la posesión de su tierra, y a
tí te habría llegado mucho bien.
El héroe viene a descubrir su nombre en el momento decisivo
de su carrera caballeresca, cuando ha fracasado en una hazaña
en apariencia muy fácil. Tan sólo debía, por compasión,
haber hecho las preguntas esperadas: «¿Para qué sirve el Grial?
¿Qué es la Lanza Sangrañte?» Todas las novelas de Chrétien
tienen hacia su mitad un momento de crisis heroica. Pero ésta
es singularmente patética. Debe ahora replantearse su destino,
desde esta posición de fracaso.
Cuando el héroe encuentra su nombre, comienza a saber
quién es. En este caso su enigmática interlocutora le corrige. Ya
no es «el Galés», sino «el Desdichado». Antes fue eáe muchacho
galés ilusionado y precipitado por hacerse un caballero de
relumbrón, apresurado en el amor y en la proeza, brusco y desastroso
en sus nobles arrebatos, pero ahora el fracaso hará de
Perceval un individuo de psicología más compleja que los otros
caballeros, una persona atormentada por su destino personal,
mucho más que por su papel como caballero. El problema de
la culpa y el de la personalidad van unidos. De pronto Perceval
cae en la cuenta de que es culpable de la muerte de su madre, a
la que dejó atrás sin una mirada de consuelo, y de las desdichas
que con su silencio ante el Grial dejó sin remediar. Es la conciencia
de ese fracaso, del que es culpable por atolondramiento
y falta de compasión, lo que le lleva a preguntarse: ¿Quién soy?
¿Cuál es mi destino?
El joven Perceval que se lanzó ansioso al mundo en pos de
combates caballerescos y triunfos de armas, ha descubierto que
ese empeño le ha llevado al desastre. Ahora advierte que frente
a los laureles del coraje bélico hay otros valores, como la humanidad,
la magnanimidad, la compasión. En esa derrota inesperada,
cuando el castillo se ha desvanecido y queda la tierra yerma,
Perceval se sabe desdichado. En la corte se le recibirá —y
hay una cierta ironía en ese encuentro— como un triunfador,
pero él se sabe fracasado. El episodio de su éxtasis ante las gotas
de sangre en la nieve nos revela cómo ha progresado interiormente.
Pero es su inquietud y su arrepentimiento lo que lo
caracteriza mejor. La engalanada y festiva corte del rey Arturo
no puede detenerle. En ese marco frívolo proclama Perceval,
melancólico pero tenaz, que seguirá buscando el Grial hasta
el fin.
Muchos otros caballeros están dispuestos a empeñarse también
en esa aventura. El reto de la queste del Grial y de la santa
Lanza resuena como una llamada a una superaventura que,
como deportistas de prestigio, no pueden dejar de acatar los
caballeros de la Tabla Redonda. En pos de la maravilla siempre
están disponibles la mayoría. Ignoran que el Grial sólo lo encuentra
quien lo busca puro de corazón. Y también que el castillo
mágico sólo aparece cuando no se espera. Como la novela
se interrumpe antes de concluir ·—dejando a Perceval y a Gau
vain perdidos cada uno por su lado, como otros buscadores de
menor valía, en el laberinto de sus aventuras —no sabemos
cómo lograría el protagonista de la búsqueda concluirla. Pero
intuimos que, de seguir Chrétien con vida y ganas de escribir,
Perceval habría vuelto a la famosa sala y habría visto pasar de
nuevo el cortejo misterioso del Grial y habría formulado las
preguntas de rigor. Porque sólo a él le estaba reservada la solución
final, merecidamente.

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