viernes, 5 de abril de 2019

Textos sobre el mito de El dorado

Origen del mito de El Dorado, en versión de Fernández de Oviedo

PREGUNTANDO yo por qué causa llaman aquel príncipe el cacique o rey Dorado,
dicen los españoles que en Quito han estado, e aquí a Sancto Domingo han
venido (e al presente hay en esta cibdad más de diez de ellos), que lo que de esto se
ha entendido de los indios, es que aquel grand señor o príncipe continuamente anda
cubierto de oro molido e tan menudo como sal molida; porque le paresce a él que
traer otro cualquier atavío, es menos hermoso, e que ponerse piezas o armas de oro
labradas de martillo o estampadas o por otra manera, es grosería e cosa común, e que
otros señores e príncipes ricos le traen cuando quiere; pero que polvorizarse con oro
es cosa peregrina, inusitada e nueva e más costosa, pues que lo que se pone un día por
la mañana, se lo quita e lava en la noche, e se echa e pierde por tierra; e esto hace
todos los días del mundo. E es hábito que andando como anda de tal forma vestido o
cubierto, no le da estorbo ni empacho, ni se encubre ni ofende la linda proporción de
su persona e dispusión natural, de que él mucho se prescia, sin se poner encima otro
vestido ni ropa alguna. Yo querría más la escobilla de la cámara de este príncipe, que
no la de las fundiciones grandes que de oro ha habido en el Perú o que puede haber
en ninguna parte del mundo. Así que, este cacique o rey dicen los indios que es muy
riquísimo e grand señor, e con cierta goma o licor que huele muy bien, se unta cada
mañana, e sobre aquella unción asienta o se pega el oro molido o tan menudo como
conviene para lo que es dicho, e queda toda su persona cubierta de oro desde la planta
del pie hasta la cabeza, e tan resplandeciente como suele quedar una pieza de oro
labrada de mano de un grand artífice. Y creo yo que si ese cacique aqueso usa, que
debe tener muy ricas minas de semejante calidad de oro, porque yo he visto harto en
la Tierra Firme, que los españoles llamamos volador, y tan menudo, que con facilidad
se podría hacer lo que es dicho.
(FERNÁNDEZ DE OVIEDO, GONZALO, «Historia General y Natural de las
Indias». Biblioteca de Autores Españoles, t. 121. Atlas. Madrid, 1959).

La ceremonia del cacique de Guatavita
VOLVÍ a él y he corrido mucha parte de ellas, y entre los muchos amigos que tuve
fue uno don Juan, cacique y señor de Guatavita, sobrino de aquel que hallaron
los conquistadores en la silla al tiempo que conquistaron este Reino; el cual sucedió
luego a su tío y me contó estas antigüedades y las siguientes.
Díjome que al tiempo que los españoles entraron por Vélez al descubrimiento de
este Reino y su conquista, él estaba en el ayuno para la sucesión del señorío de su tío;
porque entre ellos heredaban los sobrinos, hijos de hermana, y se guarda esta
costumbre hasta hoy día; y que cuando entró en este ayuno ya él conocía mujer; el
cual ayuno y ceremonia era como se sigue.


Era costumbre entre los naturales que el que había de ser sucesor y heredero del
señorío o cacicazgo de su tío, a quien
heredaban, había de ayunar seis años,
metido en una cueva que tenían dedicada y
señalada para esto, y que todo este tiempo
no había de tener parte con mujer, ni comer
sal, ni ají, ni otras cosas que les vedaban; y
entre ellas, que durante el ayuno habían de
ver el sol; sólo de noche tenían licencia
para salir de la cueva y ver la luna y
estrellas y recogerse antes que el sol los
viese; y cumplido este ayuno y ceremonias,
le metían en posesión del cacicazgo y
señorío, y la primera jornada que había de
hacer era ir a la gran laguna de Guatavita a
ofrecer y sacrificar al demonio que tenían
por su dios y señor. La ceremonia que en
esto había era que en aquella laguna se
hiciese una gran balsa de juncos,
aderezábanla y adornábanla todo lo más
vistoso que podían; metían en ella cuatro
braseros encendidos en que desde luego quemaban mucho moque, que es el
zahumerio de estos naturales, y trementina con otros diversos perfumes, y estaba a
este trance toda la laguna en redondo, con ser muy grande y hondable, de tal manera
que puede navegar en ella un navío de alto bordo, la cual estaba toda coronada de
infinidad de indios e indias, con mucha plumería, chagualos y coronas de oro, con
infinitos fuegos a la redonda, que luego que en la balsa comenzaba el zahumerio, lo
encendían en tierra, de tal manera que el humo impedía la luz del día.
A este tiempo desnudaban al heredero en carnes vivas y lo untaban con una tierra
pegajosa y espolvoriaban con oro en polvo y molido, de tal manera que iba cubierto
todo de este metal. Metíanlo en la balsa, en la cual iba parado, y a los pies le ponían
un gran montón de oro y esmeraldas para que ofreciese a su dios. Entraban con él en
la balsa cuatro caciques, los más principales, sus sujetos, muy aderezados de
plumería, coronas de oro, braceles y chagualas y orejeras de oro, también desnudos, y
cada cual llevaba su ofrecimiento. En partiendo la balsa de tierra, comenzaban los
instrumentos, cometas y fotutos y otros y con esto una gran vocería que atronaban
montes y valles, y duraba hasta que la balsa llegaba al medio de la laguna, de donde
con una bandera se hacía señal para el silencio; hacía el indio dorado su ofrecimiento
echando todo el oro, que llevaba a los pies, en medio de la laguna, y los demás
caciques que le acompañaban hacían lo propio, lo cual acabado abatían la bandera,
que en todo el tiempo que gastaban en el ofrecimiento la tenían levantada, y partiendo
la balsa a tierra comenzaba la grita, gaitas y fotutos, con muy largos corros de bailes
y danzas a su modo; con la cual ceremonia recibían al nuevo electo y quedaba
reconocido por señor y príncipe.
Sebastián de Benalcázar
De esta ceremonia se tomó aquel nombre tan celebrado de El Dorado, que tántas
vidas y haciendas ha costado. En el Perú fue donde sonó primero este nombre
Dorado; y fue el caso que habiendo ganado a Quito don Sebastián de Benalcázar, y
andando en aquellas conquistas, topó con un indio de este Reino de los de Bogotá, el
cual le dijo que cuando querían en su tierra hacer su rey, lo llevaban a una laguna, y
allí lo doraban todo, o le cubrían todo y con muchas fiestas lo hacían rey. De aquí
vino a decir el don Sebastián: «vamos a buscar este indio dorado». De aquí corrió la
voz a Castilla y las demás partes de Indias, y a Benalcázar le movió a venirlo a
buscar, como vino, y se halló en esta conquista y fundación de esta ciudad, como más
largo lo cuenta el padre fray Pedro Simón en la cuarta parte de sus Noticias
Historiales, donde se podrá ver; y con esto vamos a las guerras civiles de este Reino,
que había entre los naturales, y de donde se originaron, lo cual diré con la brevedad
posible, porque me dan voces los conquistadores de él, en ver que los dejé en las
lomas de Vélez, guiados por el indio que llevaba los dos panes de sal, a donde podrán
descansar un poco mientras cuento la guerra que hubo entre Guatavita y Bogotá, que
pasó como se verá en el siguiente.
(RODRÍGUEZ FREILE, JUAN, «Conquista y descubrimiento del Nuevo Reino
de Granada». Col. Crónicas de América, n.º 18. Edición de Jaime Delgado. Editorial
Historia 16. Madrid, 1986, págs. 66-67.)


Origen del mito de El Dorado, según el cronista Castellanos
Después que con aquella gente vino
Añasco, Benalcázar inquiría
Un indio forastero peregrino
Que en la ciudad de Quito residía,
Y de Bogotá dijo ser vecino,
Allí venido no sé por qué vía;
El cual habló con él, y certifica
Ser tierra de esmeraldas y oro rica.
Y entre las cosas que les encamina
Dijo de cierto rey, que, sin vestido,
En balsas iba por una piscina
A hacer oblación según él vido,
Ungido todo bien de trementina,
Y encima cuantidad de oro molido,
Desde los bajos piés hasta la frente,
Como rayo del sol resplandeciente.
Dijo más las venidas ser continas
Allí para hacer ofrecimientos
De joyas de oro y esmeraldas finas
Con otras piezas de sus ornamentos,
Y afirmando ser cosas fidedinas:
Los soldados alegres y contentos
Entonces le pusieron el Dorado
Por infinitas vías derramado.
Mas él dentro de Bogotá lo puso,
O término quel nuevo reino boja,
Pero ya no lo pintan tan incluso
En él que su distancia lo recoja,
Antes por vanidad de nuestro uso
Lo finge cada cual do se le antoja,
Y en cuanto se descubre, corre y anda,
Se lleva del dorado la demanda.
(CASTELLANOS, JOAN DE, «Elegías de Varones ilustres de Indias».
Biblioteca de la Presidencia de Colombia, vol. II. Editorial A.B.C. Bogotá,
1955, t. III, págs. 332-333).

Sir Walter Raleigh narra la causa de la riqueza de
la Guayana y la versión de la rica ciudad de Manoa
o El Dorado, situada a orillas de una laguna.

Ala pregunta de cómo la Guayana pudo llegar a ser tan populosa y estar
adornada con tantas grandes ciudades, pueblos, templos y tesoros, puedo
contestar que el Emperador ahora reinante desciende de aquellos magníficos
príncipes del Perú acerca de cuyos vastos territorios, costumbres, conquistas,
edificios y riquezas tanto se escribe en las detalladas narraciones de Pedro de Cieza
[de León], Francisco López [de Gómara] y otros, que cuentan cómo Francisco
Pizarro, Diego Almagro y otros conquistaron el imperio del Perú, después de matar a
Atabalipa, hijo de Guaynacapa; el mismo Atabalipa que anteriormente había causado
la muerte de su hermano mayor Guascar. Uno de los hijos menores de Guaynacapa
pudo huir del Perú, llevando consigo muchos miles de aquellos soldados del imperio
llamados Orejones; y con ellos, y con muchos otros que le siguieron, conquistó toda
la región de América situada entre los grandes ríos de las Amazonas y Baraquona,
también llamados Orinoco y Marañón.
Sir Walter Raleigh
El imperio de la Guayana está situado directamente al este del Perú en dirección
al mar, debajo de la línea equinoccial, y hay en él oro en más abundancia que en
cualquier parte del Perú. Y tantas o más ciudades grandes que allí, aun en la época de
su mayor esplendor. Se gobierna con las mismas leyes, el Emperador y sus súbditos
pertenecen a la misma religión y tiene las mismas formas y maneras de gobierno que
las que se usaban en el Perú, sin ninguna diferencia. Los españoles que han visto
Manoa, la ciudad imperial de la Guayana, llamada por ellos el Dorado, me han
asegurado que su grandeza, sus riquezas y su excelente emplazamiento son superiores
a los de cualquiera otra del mundo, al menos del conocido por la nación española.
Está levantada sobre un lago de agua salada de 200 leguas de longitud similar al mare
Caspiu. Si la comparamos con la capital del Perú, con sólo leer los relatos de
Francisco López y de otros, nos parecerá más que verosímil.
(RALEIGH, WALTER, «El descubrimiento del vasto, rico y hermoso Imperio de
la Guyana», traducción castellana de Betty Moore. En «El mito del Dorado. Su
génesis y proceso». Caracas, 1973, págs. 529-531).

El mito del Meta
PUES hecha esta crueldad, se partió con su armada de doscientos hombres e diez e
ocho caballos el río arriba, e subieron por él más de doscientas leguas, hasta que
no pudieron pasar adelante, porque hallaron el río atajado naturalmente de peñas, e
hace un grand salto, de tal forma que fue imposible ir los navíos e gente adelante,
porque cae el agua más alta que dos estados y medio o tres, como de una presa de un
molino, e tiene de ancho casi un tiro de ballesta, e por los lados es peña tajada e
altísima. Así que, es imposible ningund hombre a pie, ni navío chico ni grande subir
de allí, e dicen los indios que en lo alto de donde baja el agua, está una grande laguna,
que es el origen o nascimiento deste río; y que aquélla está entre altas y asperísimas
montañas. Lo cual no pudieron ver los cristianos, ni se puede llegar allá, sino yendo
por la otra parte, por la vía que dicen de Meta, y con muchas leguas de rodeo.
Allí cerca se hobo un recuentro con indios, e
tomaron dos o tres dellos, para saber dónde
estaban y qué tierra era aquélla. Y éstos eran
caribes, e decían que la tierra adentro estaba una
provincia llamada Meta, ocho días de camino de
donde los habían prendido, y que habían de ir
allá por un estero. E probáronlo, pero no
pudieron subir porque el río menguaba más cada
día. Y es de tal manera, que me paresce que tiene
alguna conformidad con el Nito, del que dice
Isidoro que inunda e riega la tierra del Egipto e la
hace fecunda, en el cual, como el mismo auctor
dice, hay aquellos grandes cocodrilos: Solus ex
animalibus superiorem maxillam movere cicitur.
Pero quien largamente se quisiere informar del
Nilo, ocurra a la Historia Natural de Plinio, el
cual dice que la origen e nascimiento del Nilo es
incierto, porque corre por partes desiertas y
ardientes y por desmedido espacio; y dice que se crían en él cocodrilos, y que en
cierto tiempo del año, cresce y baña el Egipto e lo hace fértil, y segund sus
crescientes, así es el año más o menos abundante o estéril; y dice que su mayor
crescimiento, hasta la edad e tiempo de Plinio, fué diez e ocho codos.
Tened, pues, lector en la memoria, lo que estos auctores dicen, y oídme y sabréis
lo que supe de muchos testigos de vista que en este viaje de Ordaz se hallaron e
navegaron lo que he dicho por el río de Huyapari. El cual cresce y mengua veinte
estados o brazas, y comienza a crescer en el mes de junio, e tura cresciendo hasta el
mes de octubre, y de ahí adelante baja, menguando por la mesma orden hasta el mes
de mayo. Así que, seis meses cresce y otros tanto mengua. Y aquestos nuestros
españoles le vieron en fin del mes de diciembre.
Decían aquellos caribes, mostrándoles oro e plata, que no había plata; mas que
hallarían mucho oro, e que lo cogían en una sierra de la provincia de Meta, y que es
tierra muy poblada e hay mucha fertilidad e de comer en ella. E bien o mal
entendidos, estos indios loaban continuamente aquella tierra de Meta; mas porque el
agua bajaba, no podían ir a ella, y era tan veloce la menguante del agua, cuando se
tornaron los españoles desde donde es dicho, que por donde habían pasado, cortaron
los árboles y ramas en algunas partes para subir los navíos, e a la vuelta hallaron en
altura de una lanza, o más, cortadas las ramas que habían cortado al pasar, cuando
subían. E la nao capitana, que al subir del río la habían dejado en un estero junto al
río de Huyapari, la hallaron en seco más de dos leguas y media dentro de tierra, en
una sabana o campo, que apenas se parescía la nao entre la hierba; y para allegar
hasta allí, había ido por encima de los árboles guayabos e guayabonos. E desde allí,
subiendo el río arriba, cogían la fruta e cortaban ramas para poder pasar. Pero como la
hallaron en seco, se descargó, e pasaron lo que tenía a los navíos de remos, y como se
acabó de enjugar la tierra, la mandó deshacer y quemarla el gobernador Diego de
Ordaz.

Por manera que llegados estos españoles donde es dicho que está aquel salto del
río, algunos dellos quisieron ir adelante, pues que tanto habían trabajado para llegar
hasta allí; y el gobernador Diego de Ordaz decía lo mismo, e quería echar los navíos
todos al través e salir donde les paresciese, en la costa del río, para irse en demanda
de Meta. Pero otros le aconsejaron que se tornase al pueblo de Aruacay, e que desde
allí se fuese a Cumaná, e que desde el golfo de Cariaco, entraría por tierra e iría a
Meta por parte que fuese más a su propósito e con más facilidad e menos peligro. E
dió la vuelta, porque le paresció que se debía así hacer a un Alonso de Herrera, su
alguacil mayor, a quien este gobernador daba más crédito del que se debía dar.
Tornóse esta gente, sin ver más del dicho río y dejando en él muertos ochenta
hombres, o más, del trabajo de subir los navíos, e porque muchos dellos entraron
enfermos e otros con llagas; e los echaron al agua, después que murieron.
(FERNÁNDEZ DE OVIEDO, GONZALO, «Historia general y natural de las
Indias». Biblioteca de Autores Españoles, vol. 118. Madrid, 1959, t. II, págs. 394-
395).
El país de la canela

LA provincia de Quito es en la tierra que a la parte austral conquistaron los
adelantados don Francisco Pizarro e don Diego de Almagro, e en su nombre el
capitán Sebastián de Benalcázar. En cierta parte de aquella provincia se ha hallado
una cierta manera de nueva canela, porque, a la verdad, no es como la que tenemos en
uso e viene de la Especiería e islas de Maluco e Bruney e de por allá; sino de nueva
forma, e no semejante a la que todos conoscemos sino en el sabor e en el olor, y no en
la hechura; porque aquesta nueva canela es unos capullos o engastes o vasillos de
alguna fructa, de los cuales, mis amigos e conoscidos me han enviado algunos, y lo
que puedo conjecturar dellos es lo que digo. Y éstos son del tamaño que aquí les
debujo. Este primero está de espaldas, y el segundo está mostrando el vacuo. Tienen
un color pardo escuro, e a mi juicio su sabor no es turable: que presto se le pasa aquel
sabor e le pierde, o la mayor parte dél. E escríbenme que donde esta canela es fresca,
que es mucho mejor que la que se usa en España. El gordor destas cáscaras o vasillos
es como de un real de plata, e arrugadas por de fuera, e de dentro más lisas, e aquel
pezón paresce como de un higo paso. Créese que la fructa que en estos vasillos nasce,
debe ser excelente. Los cristianos no la han visto, porque a aquella provincia de Quito
les llevan a rescatar estas cáscaras o canela, si lo es, e les dicen que los árboles en que
nascen, son pequeños.
Después que esto escrebí estuvo en esta cibdad el dicho capitán Sebastián de
Benalcázar, que venía de España, donde Su Majestad le hizo mercedes e su
gobernador e capitán general e adelantado de la provincia de Popayán (dél se tractará
en el libro XLV de la III parte destas historias); e ha muchos años que nos conoscemos,
y en esta cibdad de Sancto Domingo, de donde se partió para la dicha su gobernación
el año próximo pasado de mil e quinientos y luarenta, en el mes de diciembre,
comuniqué esto desta canela con él, porque él fijé el primero de los españoles que en
la provincia de Quito hobo noticia della. E me dijo que iba muy puesto en la ver en
sus árboles, e que, segund la información tenía, nasce en la costa del gran río
Marañón que descubrió Vicente Yáñez, e por de dentro de la Tierra Firme. Desde la
dicha su gobernación de Popayán, dice que hay mucho aparejo para ello e para otros
grandes secretos de aquel río, e por allá piensa
hacer el pase e abrir su negociación e puertos
para estotra mar nuestra del Norte, aunque él, al
presente, para ir a su gobernación, entra por el
río de Sanct Joan, que es en la gobernación del
adelantado don Pascual de Andagoya, en la mar
del Sur, e plega a Dios que se haga buena
vecindad. Y esto baste cuando a la canela que
es dicho, hasta que más sepamos della.
(FERNÁNDEZ DE OVIEDO, GONZALO,
«Historia General y natural de las Indias».
Biblioteca de Autores Españoles, vol. 117.
Madrid, 1959, t. I, pág. 301).

Gonzalo Pizarro, en el país de la canela
LLEGÓ al Quito; reformó algunas cosas del gobierno, proveyó su ejército de
indios de carga y servicio, y de otras muchas cosas necesarias á su jornada; y
partióse en demanda de la Canela, dejando en Quito por su teniente á Pedro de
Puelles, con docientos y mas españoles, con ciento y cincuenta caballos, con cuatro
mil indios y tres mil ovejas y puercos. Caminó hasta Quijos, que es al norte de Quito,
y la postrera tierra que Guaynacapa señoreó. Saliéronle allí muchos indios como de
guerra, mas luego desaparescieron. Estando en aquel lugar tembló la tierra
terriblemente, y se hundieron mas de sesenta casas, y se abrió la tierra por muchas
partes. Hubo tantos truenos y relámpagos, y cayó tanta agua y rayos, que se
maravillaron. Pasó luego unas sierras, donde muchos de sus indios se quedaron
helados, y aun allende del frío, tuvieron hambre. Apresuró el paso hasta Cumaco,
lugar puesto á las faldas de un volean, y bien proveído. Allí estuvo dos meses, que un
solo día no dejó de llover, y ansí, se les pudrieron los vestidos. En Cumaco y su
comarca, que cae bajo, ó cerca de la Equinocial, hay la canela que buscaban. El árbol
es grande, y tiene la hoja como de laurel, y unos capullos como de bellotas de
alcornoque. Las hojas, tallos, corteza, raíces y fruta son de sabor de canela, mas los
capullos es lo mejor. Hay montes de aquestos árboles, y crían muchos en heredades
para vender la especería, que muy gran trato es por allí.
(LÓPEZ DE GOMARA, FRANCISCO, «Historia de las Indias». Biblioteca de
Autores Españoles. Historiadores Primitiuos de Indias, t. I. Edil. Atlas. Madrid, 1946,
pág. 243.)

Fernández de Oviedo confirma la intención de Benalcázar de buscar el
país de la canela y cómo se le anticipó Gonzalo Pizarro

Eaqueste Benalcázar, desde entonces, tuvo noticia mucha de la canela, e aun
segund él me dijo en esta cibdad de Sancto Domingo, cuando tornaba de
España proveído por gobernador de Popayán, su opinión era que hacia el río Marañón
la había de hallar, e que aquella canela se había de llevar a Castilla e a Europa por el
dicho río, porque segund los indios le habían dado noticia del camino, pensaba él que
no podía faltar, si su información no fuese falsa; la cual tenía por cierta e de muchos
indios. Cuando fué de aquí este capitán, pensamiento llevaba de la ir a buscar; pero
como ya Gonzalo Pizarro era ido mucho antes (o en tanto que Benalcázar por acá
andaba) en la mesma demanda de la canela, siguióse, de buscarla, el descubrimiento
de ella e del río Marañón, por la parte interior de la tierra, e de sus nascimientos de
aquel grand río, de la manera que se dirá en el siguiente capítulo (…).
Pues como el marqués don Francisco Pizarro supo que Benalcázar se había
partido de Quito sin su licencia, envió allá al capitán Gonzalo Pizarro, su hermano, y
enseñoreóse de aquella cibdad de Sanct Francisco e de parte de aquella provincia, e
desde allí determinó de ir a buscar la canela e a un grand príncipe que llaman el
Dorado, de la riqueza del cual hay mucha fama en aquellas partes (…).
Creía Gonzalo Pizarro que yendo aquel camino, había de resultar de su viaje una
próspera e rica navegación, con grandísima utilidad de las rentas reales e
aumentación del estado e patrimonio de la Cesárea Majestad e sus subcesores, e para
quedar muy ricos los cristianos que se hallasen en la conclusión de la empresa. Para
este efecto, con doscientos e treinta hombres de caballo e de pie, fué la vuelta de los
nascimientos del río Marañón, e hallaron árboles de canela; pero fué poca, y en
árboles muy lejos unos de otros, y en tierra áspera e deshabitada, de forma que la
calor de esta canela se enfrió, e perdieron esperanza de la hallar en cantidad (a lo
menos por entonces). Pero aunque aques to pensaron algunos que en aquello se
hallaron, otros de los mesmos me han dicho a mí que no creen que la canela es poca,
pues que se lleva a muchas partes. Y caso que los árboles que vieron de esta especie,
son salvajes e que por sí los produce naturaleza, los indios dicen que la tierra adentro
los cultivan e labran, e son muy mejores, e dan más perfecto fructo (…).
Después que hobieron descansado e recogido algún bastimento, procedieron estos
españoles en demanda de la canela, llevando consigo algunas lenguas que decían que
los llevarían hasta allá. E porque no trabajasen todos en esto, mandó Gonzalo Pizarro
que fuesen con él e aquellos guías hasta ochenta compañeros, e que los demás le
atendiesen. E así caminó sesenta días a pie, por ser la tierra tan fragosa que no podían
llevar caballos.
En fin de este tiempo halláronse los árboles de la canela; los cuales son grandes (e
también los hay pequeños) e apartados muchos unos de otros, e metidos en ásperas
montañas; las hojas de los cuales e unos capullos que tienen, son de sabor de canela;
la corteza ni lo demás no tiene gusto bueno, ni sabe sino a madera. E como eran
pocos los árboles que vieron, no les contentó lo que hallaron, paresciéndoles que era
poco el interese de la canela respecto de tanta fatiga, buscándola en tierra tan
despoblada.
(FERNÁNDEZ DE OVIEDO, GONZALO, «Historia general y natural de las
Indias». Biblioteca de Autores Españoles, t. 121. Atlas. Madrid, 1959).
www.lectulandia.

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