miércoles, 3 de abril de 2019

SIRENAS: SEDUCCIONES Y METAMORFOSIS:AMORES IMPOSIBLES

‘ONDINA’, UNA TRAMA DE FINAL TRÁGICO
Tras un encuentro idílico y campestre, Ondina se casa con el joven caballero Huldebrand, que la ha rescatado de la morada humilde unos pescadores que la mantenían recogida, y tras la boda le revela su origen y naturaleza de ninfa marina. (Aquí Ondina tiene forma humana por completo, sin ninguna cola de pez). Sin embargo, con el paso del tiempo, Huldebrand, se siente más y más atraído por la bella Bertalda, que acogida por sus padres, vive en su palacio, y Ondina advierte esa pasión y lo abandona. Entonces el joven noble decide casarse de nuevo, con Bertalda. El mismo día de la boda Ondina acude para castigarlo con la muerte. La escena final tiene una resonancia trágica, muy de drama romántico de amor imposible. Sobre el cuerpo agonizante de su infiel esposo, Ondina le habla:
—¡Ay!, no quieres verme ni siquiera una vez! Soy todavía tan hermosa como lo era cuando me conociste.
—¡Ah, si eso es verdad, deseo morir recibiendo un beso tuyo!
—Sí, amado mío –dijo Ondina. Ella se inclinó sobre él y levantó el velo. Su dulce rostro resplandecía de belleza celestial. Temblando de amor y por la proximidad de la muerte, el caballero la atrajo sobre su corazón y la besó con un beso ardiente, y ya no pudo desprenderse de ella. Ondina lo estrechó con fuerza y lloró, tanto que parecía como si su alma fuera a salírsele con las lágrimas…
En el entierro del caballero aparece el fantasma de una dama blanca. Cuando se levantaron, la mujer blanca había desaparecido, pero en el lugar donde la habían visto llorar surgió de la tierra, susurrando dulcemente, un surtidor plateado. Luego se separó en dos surcos y formó dos arroyuelos que rodearon la tumba. Mucho tiempo después, los habitantes de aldea enseñaban aún esta fuente y creían firmemente que era la pobre Ondina, que rodeaba con su brazos a su amado esposo.93
LA SIRENITA ENAMORADA
Hans Christian Andersen publicó La pequeña sirena (Den lille Havfrue), el más conocido de sus famosos cuentos, en 1836. El relato revela la influencia de La mujercita del Danubio (Donauweibchen) de Hensler y, sobre todo, de la Undine de Fouqué. Pero esta vez la protagonista es una auténtica sirena con cola de pez a la que cambiarla por dos piernas para acercarse a su amado príncipe le costará mucho dolor y, además, el perder la voz al pasar del fondo del mar a la tierra. Pero a todo está dispuesta la audaz sirenita con tal de estar junto a su amado y lograr mediante esa unión hacerse con un alma humana, inmortal. Recordemos algunos momentos de la trama.
Al cumplir los quince años, esta princesa de los mares se asoma a la superficie de las aguas y observa el naufragio de un barco, en el que viaja un bello príncipe. Ella lo salva y lo deja en la orilla. Luego se sumerge, pero no puede olvidarse de él. Su abuela le cuenta que los hombres no llevan una vida tan feliz ni tan larga como las ninfas, pero tienen un alma inmortal, que luego al morir vuela hacia invisibles cielos.
—¿Por qué no hemos recibido un alma inmortal? –interrogó con tristeza la sirenita–. Cambiaría con gusto mis trescientos años de vida por un día de la vida humana, y por tener mi parte del mundo celestial.
—No debes pensar en ello –respondió la anciana–. ¡Además, somos mucho más felices que los hombres!
—¡Así pues, tendré que morir y convertirme en espuma! ¡Entonces ya no oiré más el canto de las olas ni veré las hermosas flores y el sol rojo!
—No –respondió la anciana–, a menos que un hombre te ame aun más que a su padre y a su madre. Si te consagra todos sus pensamientos y todo su amor, y un sacerdote bendice tra unión, su alma pasará a ti y tú compartirás esa felicidad reservada a los humanos. Pero eso es imposible: nuestra cola de pez, tan cara a nuestros ojos, es considerada un apéndice monstruoso en la tierra. La belleza, entre los humanos, consiste en tener dos piernas para andar.
La sirena suspiró contemplando tristemente su cola.94
La sirenita va a ver entonces a la bruja del mar, que le da a beber un filtro que le hace cambiar su cola por dos piernas, lo que le causa terribles dolores, y además luego ha de dejarle su voz a la hechicera como pago del tratamiento. Acude junto al príncipe, que la acoge a su lado y la quiere como a una hermana, pero va a casarse con otra, una princesa, a la que ama. La sirenita, mudita y triste, sabe que el príncipe que no le da su amor y no la desposa debe entonces morir, o bien es ella misma quien ha de desaparecer y diluirse en la espuma marina. Y toma su decisión: prefiere dejarle a él con vida y sacrificarse por su amor. Se arroja al mar para desaparecer para siempre en la espuma. Luego abre los ojos, sorprendida de conservar su voz y su vida. La ha salvado el amor, y ha ocurrido un prodigio: ahora ya no es una ninfa de las aguas, sino un sílfide, un espíritu del aire.
—¿Dónde estoy? –se preguntó la sirena, con una voz semejante a la de los seres aéreos y etéreos, tan bella que ninguna voz humana se le podría comparar.
—Entre las hijas del aire –le respondieron las voces–. Las sirenas no tienen alma inmortal y solo pueden conseguir una si un hombre las ama. Su salvación depende de otro. Nosotras, hijas del aire, tampoco tenemos un alma inmortal, pero podemos conseguir una gracias a nuestras buenas acciones… Cuando alcanzamos la edad de trescientos años, si hemos hecho todo el bien que está en nuestro poder, obtenemos por fin esa alma inmortal reservada a los humanos.
—¿Y yo?
—Tú, pobre sirenita, has sufrido tanto y has hecho tanto bien que te has elevado a la categoría de hija del aire. Ahora puedes adquirir un alma inmortal, al cabo de trescientos años de buenas acciones.
La bella sirenita ya no tiene cola de pez, ni unas piernas que le duelen, sino alas de ángel, o algo parecido. Su sacrificio ha sido recompensado y, si aún no ha logrado un alma inmortal, podrá lograrla al cabo de una larga existencia como sílfide benéfica, y no por un amor correspondido, sino a través de sus propias buenas obras. El cuento, en contraste con la Undine de Fouqué, tiene final feliz. El príncipe nunca sabrá qué fue de su extraña visitante, pero ella, ya hija feliz del aire, se acerca para despedirse y deposita un beso en la frente de la novia de aquel al que antes amaba. Ese beso angélico de despedida –en la frente de la princesa rival– marca un contraste evidente con el beso que da muerte al amado al final del relato de Fouqué. La joven doncella del mar resucita como una no menos virginal criatura de los aires, y el ansia de amor se trasforma en un amor distinto y universal hacia los seres que sufren.
En los cambios de anatomía de la sirenita se refleja claramente la doctrina de los cuerpos y almas de Paracelso. En el universo del cuento hay una zona acuática y subterránea donde hay cuerpos sin alma, una zona terrestre cuyos habitantes tienen ya cuerpo y alma, y una esfera supraterrestre, cuyos moradores no tienen cuerpo ni alma todavía.95 La sirenita cruza los tres espacios y se eleva del inferior al superior, en espera de lograr un alma inmortal, merecida por su audacia y su sufrido amor y su generosidad.
‘EL PESCADOR Y SU ALMA’ DE OSCAR WILDE
El cuento de Oscar Wilde, bellísima narración en una prosa poética recamada de imágenes y colorido, reelabora los motivos que hemos visto en el cuento de Andersen –y antes en la Ondina de La Motte-Fouqué–, y lo hace con una sutil y refinada ironía, que ofrece claros contrastes en su enfoque y sus perspectivas básicas de la trama mítica. Ya en el título mismo del cuento puede advertirse: no es la sirenita la protagonista, sino su amante, el pescador, y la rival en amores de la sirena, que no es una bella princesa, sino el alma del amado, a la que este abandona sin remordimientos. Tampoco es aquí la sirena quien desea perder su cola y ganar un alma inmortal, mediante el amor del joven caballero; sino que es este, el joven pescador, quien desea convivir con su amada sirena en el fondo de las aguas, y para ello se empeña en despojarse del alma que se lo impide.
Anoto, esquemáticamente, los datos fundamentales del relato –que, como decía, tiene gran parte de su encanto en el preciosismo de sus poéticas evocaciones escénicas–. Un joven pescador encuentra
un buen día en su red una presa maravillosa: nada menos que “una pequeña sirena profundamente dormida”. Ante sus ruegos, la suelta con tal de que venga a cantar junto a su barca, y la sirena sale todas las tardes del mar y canta para él, atrayendo con su canto a multitud de peces. Poco a poco el pescador se va olvidando de su pesca, enamorado por la voz melodiosa de la sirenita, que habla de las maravillas de su mundo submarino, le declara su amor y anhela irse a vivir para siempre a su lado, en el mar.
—Pequeña sirena, pequeña sirena, te amo. Tómame por esposo, pues te amo.
Pero la sirena movió la cabeza.
—Tienes un alma humana –repuso. Si quisieras arrojar de ti a tu alma podría amarte.
El joven pescador se dijo:
—¿De que me sirve mi alma. No la veo. No puedo tocarla. No la conozco. Sin duda la arrojaré lejos de mí, y tendré mucho contento.
Y salió de sus labios un grito de alegría y, de pie en la pintada barca, tendió los brazos a la sirena.
Pero no resulta tan fácil librarse del alma, que está ligada al cuerpo como la sombra. En efecto, se dice que “la sombra es el cuerpo del alma”. El pescador lo intenta acudiendo a un sacerdote, que lo rechaza escandalizado. Luego acude a una bruja, que tras llevarlo a un aquelarre, se ve forzada a contarle el medio mágico de expulsar su alma –y su sombra. El alma, dolorida y quejosa, se aparta de él y se lanza a un exilio peregrino, prometiéndole que lo visitará una vez al año. El pescador se va con la sirena y vive feliz en el mundo maravilloso bajo las cristalinas aguas. Pero el alma vuelve a verlo cada año y le cuenta sus aventuras por tierras exóticas. Le promete entregarle riquezas sin cuento y un saber extraordinario sobre el mundo; el pescador una y otra vez responde que nada hay superior al amor que él siente por su sirena. La tercera vez el alma le tienta con la invitación a un baile, a ver a una danzarina sin igual. El pescador, que junto a su sirena de cola de pez, echa de menos la danza, se deja seducir, y el alma se aprovecha de que él sale de las aguas para pegársele –como su sombra– de nuevo. Así tiene el pescador que acompañar a su alma en un recorrido por países lejanos y contemplar que esta comete crímenes sin ningún escrúpulo, puesto que el alma no tiene corazón. (El corazón del pescador, lleno de amor, sigue fiel a su esposa submarina). Cuando el alma logra taimadamente entrar por un resquicio en ese corazón, se oye un grito que anuncia la muerte de la sirena. El pescador se precipita hacia la ribera, y la encuentra ya muerta en la orilla del mar. Le da un último beso y se tiende a su lado para morir cubierto pronto por el oleaje furioso.
Este breve resumen da una pobre idea del espléndido texto de Wilde, pero lo que nos importa es advertir cómo, al modo de palimpsesto, reescribe la historia del amor de la sirena, invirtiendo los motivos del mito (o de los cuentos de Fouqué y de Andersen). Es fácil subrayar cómo en este relato se invierten significativamente los papeles y anhelos de los personajes. En el cuento de Wilde, como hemos dicho, el personaje central es el joven pescador y la sirenita es su amada y la víctima de esa pasión trágica e imposible.
Aquí no es la sirena la que atrae al navegante, sino la atrapada, no encantada sino dormida, por él. (Cierto es que conserva el canto seductor de una sirena que usa para atraer a los peces por encargo de su raptor, y al cabo logra también seducirle a fondo). No es la sirena quien, movida por el amor, desea salir a tierra y cambiar su cola por dos piernas, sino que es el joven enamorado quien desea habitar el fondo del mar. No es la ninfa quien desea un alma humana, sino el pescador quien, sin mucha pena, se decide a abandonar su alma (y su sombra humana) y se empeña en conseguirlo. Y lo hace con ayuda de una bruja demoníaca, con tanto esfuerzo como la sirenita lograba con grandes dolores cambiar, con ayuda de otra bruja, su cola por las piernas humanas. En el triángulo amoroso que se dibuja en estos relatos, el joven, la ninfa y la otra amada, aquí el lugar que en otros cuentos ocupa la princesa rival de la sirena lo tiene el alma (a la que el pecador ha renunciado). A la postre, como en otros relatos, es el hombre quien traiciona el amor prometido para siempre a la ninfa; lo hace sin querer, entrampado por los intrigantes manejos de su antigua alma, exiliada pero deseosa del retorno, aunque en su corazón permanece fiel a la amada sirena. Como en los otros relatos románticos, la traición a la unión del joven con la ninfa, provoca como castigo la muerte. En otros textos es la muerte del amante traidor, pero en este cuento es la de ella, la pobre sirena traicionada, y no la de él. Pero luego el joven pescador, por amor a la amada perdida, a la que ha abandonado sin plena conciencia de su traición, quiere morir junto al cadáver, en la orilla del mar borrascoso. Y también al final del relato de Wilde encontramos el beso último de los amantes, pero es él –y no la ninfa, como en los otros cuentos– quien se lo da a la amada, en una despedida apasionada. La escena del lamento del pescador arrepentido por la sirena muerta es conmovedora. (No deja de ser sorprendente una nota final: el alma entra de nuevo en el cuerpo moribundo aprovechando su dolor).
Citaré solo algunas líneas, para subrayar la originalidad del pasaje, dentro de lo tópico de esa escena, que puede compararse con la escena final de Ondina y la de La sirenita:
El joven pescador seguía llamando a la sirena y decía:
—El amor es mejor que la sabiduría, y más precioso que la riqueza, y más hermoso que los pies de las hijas de los hombres… Con maldad te había abandonado y para mi daño me marché. Sin embargo, siempre permaneció tu amor conmigo, y siempre fue poderoso, y nada prevaleció contra él, aunque he visto el mal y he visto el bien. Y ahora que has muerto, no hay duda de que también moriré contigo.
Y su alma le imploró que se marchara, pero él no quiso, tan grande era su amor. Y el mar se aproximó y trató de cubrirlo con sus olas, y cuando él supo que el fin estaba cerca, besó los fríos labios de la sirena y el corazón que estaba dentro de él se rompió. Y como se rompió por entre la plenitud de su amor, el alma encontró una entrada y entró, y fue una con él igual que antes. Y el mar cubrió con sus olas al joven pescador.96
UN AMORÍO FELIZ EN EL SUR DE SICILIA. UN CUENTO DE LAMPEDUSA
Los amores con una sirena suelen acabar mal. Como escribe A. Krass en el título de su antología, suelen resultar siempre “historias de un amor imposible”. Pero, aún así, hay alguna excepción, como la de la breve novela de Giuseppe Tomasi di Lampedusa, titulada La sirena y escrita en 1957. El relato cuenta cómo el escritor se encontró en un café de Turín con un viejo y solitario senador que le contó su aventura con la bella sirena, Ligea, en un lugar de la costa siciliana. Tras tres semanas de encuentros dichosos y furtivos, la bella sirena se esfumó para siempre de su vida. Pero el narrador lo recuerda como fantástico idilio y la gran pasión de su vida. No voy a citar ahora más que unos cuantos pasajes que hablan de los encantos de la joven amante surgida del mar.97
El sol, la soledad, el silencio, la escasa alimentación, el estudio de temas remotos, tramaban a mi alrededor una especie de hechizo que me predisponía al prodigio.
Que se produjo en la mañana del cinco de agosto… El sol, henchido de hermosa furia ya se alzaba transformando en oro y azul la blancura del mar amaneciente. Me puse a declamar, pero de pronto sentí que la barca descendía bruscamente, por la derecha, a mis espaldas. Me volví, y la vi: el terso rostro de una muchacha de unos dieciséis años emergía del mar, dos manos pequeñas apretaban las tablas del borde… Aquella sonrisa fue el primero de los sortilegios que me subyugaron, revelándome paraísos de serenidades perdidas…
Nuestra desconfiada razón, aunque predispuesta, se rebela ante el prodigio y, cuando descubre uno, trata de apoyarse en el recuerdo de fenómenos triviales; como cualquier otra persona, quise creer que me había topado con una bañista y, moviéndome con precaución, me acerqué hasta donde estaba, me incliné y le tendí las manos, para ayudarla a subir. Pero ella, con sorprendente vigor, se irguió sobre el agua hasta la cintura, me rodeó el cuello con sus brazos, me envolvió en un perfume que jamás había olido, y se deslizó en la barca; por debajo de la ingle, de las nalgas, su cuerpo era el de un pez, cubierto de diminutas escamas nacaradas y azules, y terminaba en una cola bifurcada que golpeaba morosamente el fondo de la barca. Era una sirena.
Me hablaba, y así fue como, después de los sortilegios de la sonrisa y el olor, me subyugó el tercero y más poderoso: el de su voz. Que era un poco gutural, velada, y en la que resonaban innumerables armonías; como fondo de las palabras se escuchaban las lánguidas resacas de los mares estivales, el susurro de las últimas espumas en las playas, el paso de los vientos sobre olas lunares. El canto de las sirenas, amigo, no existe; la música que te atrapa solo está en su voz.
Hablaba en griego y me costaba entender. ‘Te estaba oyendo hablar solo en un idioma parecido al mío. Me gustas, tómame. Soy Ligea, hija de Calíope. No te creas las fábulas que han inventado sobre nosotras: no matamos a nadie, solo amamos’
Inclinado sobre ella, yo remaba, con la mirada clavada en sus ojos risueños. Llegamos a la orilla: cogí en brazos aquel cuerpo fragante, pasamos del resplandor a la sombra densa; ella ya instilaba en mi boca aquella voluptuosidad que es a vuestros besos terrenales lo que el vino al agua insípida…
Como colofón del romántico idilio, recordemos que el viejo narrador desapareció al final, en un viaje por alta mar. Y le deja en herencia al escritor un ánfora griega que tiene la imagen de las sirenas y Ulises.

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