miércoles, 3 de abril de 2019

HERACLES (Hércules)

Heracles (en latín, Hércules) es el
más grande de los héroes griegos, el que cuenta con mayor número
de hazañas, el más fuerte, audaz, esforzado y excesivo en
sus gestos, el que sufrió como héroe trágico y pudo ser utilizado
como un tipo cómico repetidamente, un héroe que se ganó con
sus hechos la inmortalidad y fue admitido entre los dioses como
un dios inmortal, después de haber muerto cruelmente; en fin,
un personaje, a la vez héroe y dios, cuya figura merece muchas
páginas en cualquier manual de mitología griega.
«Voy a cantar a Heracles, hijo de Zeus, al que con m,ucho el
más excelente de cuantos habitan sobre la tierra, alumbró en
Tebas la de bellas danzas, Alcmena, tras haberse unido al Crónida,
amontonador de nubes. A Heracles que, errante primero
por la inmensa tierra y por mar, a causa de las tareas encomendadas
por el soberano Euristeo, realizó muchas hazañas temerarias
y padeció muchos sufrimientos. Y ahora ya habita complacido
la hermosa sede del nevado Olimpo y tiene como
esposa a Hebe (la Juventud), la de hermosos tobillos.» Así dice
el Himno h om érico a Heracles, un himno escueto, pero muy
claro en su brevedad. Recuerda su nacimiento, su carrera
heroica al servicio de Euristeo, sus muchas hazañas padecimientos
y su apoteosis final, al lado de la eterna Juventud.
Veamos lo esencial, muy en resumen. Zeus tuvo que tomar
la figura de Anfitrión, para acostarse con la esposa del rey tebano,
Alcmena, en ausencia de éste. Tanta era el ansia erótica del
dios que alargó milagrosamente hasta tres aquella noche de
amor, en la que engendró a Heracles. De ahí el epíteto de Heracles
Trisélenos, «el de las tres lunas». Alcmena dio a luz una
pareja de niños: Ificles, hijo de Anfitrión, y Heracles, hijo de
Zeus.
La diosa Hera, celosa de las amadas de Zeus y rencorosa
contra el héroe, obtuvo de Zeus la promesa de que sería rey en
todo Argos el primer descendiente de Perseo que naciera en
esos días. Consiguió astutamente retrasar el parto de Heracles
y anticipó el de Euristeo, su primo, que se convirtió así en el
tirano que obligaría a nuestro héroe a acometer sus famosos
trabajos. Desde niño le persigue el odio de la diosa, que envía
un par de serpientes para asfixiarlo en la cuna, pero el bebé las
ahoga: luego suscita nuevos monstruos, como el León de Nemea
y la Hidra de Lerna a los que Heracles debe hacer frente y
a los que aniquila con esfuerzo. Hay, con todo, una cierta ambigüedad
en la relación de Hera con Heracles (en el nombre del
héroe está el de la diosa, y se ha interpretado como «Gloria de
Hera»; kléos es un término usual para «fama» o «gloria». Se
cuenta que Hera lo amamantaba, a petición de Atenea, tal vez
sin advertir quién era el guapo bebé: luego lo rechazó y de las
gotas de la leche divina desparramadas surge la Vía Láctea. Al
final de todo, Hera consiente en casar a Heracles, ya divinizado,
con su hija Hebe).
Heracles es un héroe solitario y peregrino, que combate a
los monstruos y realiza hazañas de dimensiones extraordinarias.
La lista canónica de sus doce trabajos no se estableció hasta
la época clásica. Son sus victoriosos enfrentamientos con
monstruos o la realización de empresas arduas como: el León
de Nemea, la Hidra de Lerna, el Jabalí de Erimanto, la Cierva
de Cerinia, las Aves del lago Estínfalo, la Basura de los Establos
de Augías, el Toro de Creta, las Yeguas de Diomedes, el Cinturón
de la amazona Hipólita, los Toros de Geríones, el Can Cerbero,
y las Manzanas de las Hespérides.
Heracles es el más fuerte de los héroes y la fuerza es su
atributo característico (Es esencialmente el héroe de la alké,
Alcides es otro nombre suyo; se le menciona en textos antiguos
como Bíe herakleíe, «la fuerza heráclea»). Se atreve a
combatir a Hades (litada, v) y a la Muerte personificada {Thanatos,
según la Alcestis de Eurípides). Va hasta el Más Allá,
penetra en el Hades y libera a Teseo y se trae nada menos que
el horrible Cerbero, el perro tricéfalo que guarda la puerta
infernal. Y va también al Jardín de las Hespérides, reservado
a los dioses, para obtener algunas de las manzanas de oro
que alimentan a los inmortales. Esos son sus últimos trabajos
en la lista de doce y muestran bien que no hay fronteras que
lo detengan.
Pero es un héroe excesivo y brutal y debe purificarse de algunos
crímenes violentos. Así, cuando mató a Eurito y tuvo
que venderse como esclavo y servir a las órdenes de Onfalia,
vestido de mujer. (Lo que ofrece una curiosa estampa mítica:
Onfalia lleva el látigo y Heracles, con atuendo femenino, está
obediente sus pies.) También cae presa de la locura y comete
horribles matanzas de sus hijos y su mujer Mégara. No logra
ser rey, sino que sirve a las órdenes de Euristeo, y, siendo el mejor,
se ve sometido a los caprichos de ese infame y cobarde tirano.
Es como si pagara así su condición de bastardo divino. La
realeza le está negada; toda su gloria la debe a su esfuerzo como
campeón solitario de la areté. Numerosas son sus hazañas eróticas
y muy numerosos sus vástagos, pero no conoce un amor
constante y fírme. Siempre va más allá del límite humano. Con
frecuencia gradúa mal su fuerza y destroza más de una vez a
quien no quiere.
Participa en compañía de otros, pero siempre destacado,
en expediciones como la de los Argonautas y en la primera
guerra de Troya, y en otras guerras. No conoce el descanso, y
muere de modo muy cruel, en el episodio escenificado en las
Traquinias de Sófocles. Es su esposa Deyanira, que lo ama de
verdad y desea mantener su amor, quien le envía un regalo funesto,
la túnica envenenada con la sangre del centauro Neso,
que lo abrasa entre desgarradores dolores. Y manda alzar su
pira sobre el monte Eta —consagrado a Zeus— y allí se quema,
pero su ser divino, ya purificado de su elemento humano, ha
volado ya al Olimpo, donde es acogido entre los dioses, y donde
se casa con Hebe, diosa de la Juventud, digna esposa de un
héroe tan activo.
Era difícil relatar todas las empresas de Heracles y no lo intentamos
ahora. Recordemos que, junto a su figura épica, hay
un Heracles trágico (en Sófocles y Eurípides), y un Heracles
cómico, brutal y glotón (en Aristófanes y, mucho después, en
Luciano, y otros autores), y un Heracles elegido como emblema
y patrón de los filósofos, de los cínicos y luego de los estoicos,
según los reflejos de su leyenda. Ese heros theós resulta un símbolo
del ponos al servicio de la areté: héroe y dios empeñado en el
esfuerzo por al virtud (una palabra que, ciertamente, puede encubrir
varios sentidos, desde el primitivo de «valor en el combate
» hasta el más filosófico de «excelencia ética»). Con su piel
de león y su arco o su clava, Heracles es un símbolo del aventurero
sin tacha, el vencedor de todos los peligros, un filántropo
desmesurado, que no dudó en liberar a Prometeo y enfrentarse
a la Muerte, que bajó al Hades y fue al Jardín de las Hespérides,
y regresó siempre triunfal con su botín. También fue visto
como un exemplar virtutis, entre los griegos y entre los roma
nos. Se trabajó la recompensa de su divinidad, un premio excepcional,
pues, aunque tuvo de su lado a algunos dioses, como
Zeus, Atenea y Hermes, logró sus incontables victorias con sus
fuertes brazos y un intrépido corazón.
Son muchas las imágenes de Heracles, en pintura y escultura,
tanto en el arte griego y romano, como en el renacentista, y
el posterior. Robusto atleta, se le representa en sus múltiples
trabajos, músculos tensos y rostro noble de atleta, y alguna vez
de filósofo, con barba corta y tensa expresión de luchador más
o menos cansado. Sobre la estela literaria de la figura de Heracles-
Hércules en la tradición antigua y la más moderna, puede
verse el libro de C. K. Galinsky, The Herakles Theme, Oxford,
1972.

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