miércoles, 3 de abril de 2019

POLIFEMO, el más famoso cíclope.

Los cíclopes fueron
criaturas gigantescas de los orígenes del mundo divino, de
aquellos momentos primigenios en que surgieron muchos
monstruos vástagos de la Noche y cercanos al primitivo Caos.
Tenían un solo ojo redondo en medio de la frente (Kÿklos significa
«círculo» y ops «mirada» y de ahí «ojo»), Los tres cíclopes
primigenios fueron hijos de Urano y de Gea, del Cielo y de la
Tierra. Fueron Brontes, Estéropes y Argos («Trueno, Relámpago
y Fulgor»), y fabricaron el rayo, que dieron luego a Zeus
como arma de choque en la lucha de éste contra los Titanes.
Cuando Zeus utilizó el rayo para fulminar a Asclepio, el padre
de éste, el dios Apolo, se vengó aniquilando a los tres cíclopes.
Pero luego hubo otros, como los que construyeron con enormes
rocas los grandes muros llamados ciclópeos y los que Ulises
encontró en su viaje.
De ellos sólo uno ha dejado en la Odisea un nombre resonante.
Es Polifemo («el muy famoso»), que mereció su nombre
por el encuentro con Ulises, que le engañó fingiéndose un casi
anónimo «Nadie». El enfrentamiento de Ulises y el gigante Polifemo
es la versión épica de un folktale de muchos paralelos.
El duelo entre el ogro que devora a sus visitantes y el náufrago
ingenioso conoce muchos ecos en varias culturas. Como otros
tipos de su estirpe, Polifemo habita una cueva enorme en su
isla perdida. Es pastor de un rebaño de carneros lanudos y
gruesas ovejas. Habita al margen de la civilización, sin preocuparse
de dioses ni de humanos, entre otros cíclopes que vegetan
en ese mismo ámbito sin historia.
Polifemo es, ya en la versión épica, hijo de Poseidón, alto
como un picacho y tan brutal como su aspecto sugiere. Ulises y
los suyos no tardan en comprobar su bestialidad, en cuanto el
cíclope devora a dos de sus compañeros, amenaza a todos con
comerlos uno tras otro, y los retiene atrapados en su cueva. En
el coloquio con él, Ulises aprende pronto el siniestro humor del
monstruo, pero sabe engatusarlo con el don del vino y, cuando
el cíclope borracho se abandona confiado al sueño, afila una
estaca de olivo y se la hinca ardiendo en el único ojo. La Odisea
cuenta la escena con sus matices truculentos: chirría y humea la
pupila mientras Ulises y los suyos hincan la estaca hasta las raíces
del ojo y la hacen girar como un taladro de carpintero entre
los borbotones de sangre y el humo. El aullido del cíclope ciego
retumba en la gruta. En vano Polifemo pide ayuda a sus hermanos,
quejándose del ataque de Nadie. Los taimados griegos
escapan de la cueva cuando el lastimoso Polifemo deja salir a
sus ovejas, una a una, palmeando sus lomos, por la angosta entrada.
Los griegos van escondidos por abajo, apretados a sus
vientres lanudos. Luego, ya liberado, Ulises no puede por menos
que proclamar su nombre y el ciego Polifemo lanza furio
seidon
para que castigue al intrépido viajero.
Ese es el episodio más famoso del gigante Polifemo. Pero
hay otro episodio en que el enorme cíclope figura como protagonista
pintoresco. Se trata de una escena poética casi cómica,
en la que el espantoso gigante declara su amor apasionado a
una gentil ninfa marina, Galatea. Como enamorado, Polifemo,
rústico inflamado por el impulso erótico, resulta un personaje
entre ridículo y patético. Un idilio del poeta helenístico Teócrito
está en la base de esa escena, que luego han recreado otros
poetas del Barroco, como nuestro Góngora en su sutil y retorcido
Polifemo,
La contraposición de este Polifemo enamorado al voraz caníbal
odiseico resulta de un curioso efectismo, de ironía muy
literaria y muy barroca. Al brutal ogro de la Odisea lo humaniza
el achaque irresistible de las penas de un amor no correspondido.
Y la blanca Galatea puede reírse jugueteando entre
espumas marinas de los ardores y los regalos del monstruo
domado por el flechazo fogoso del picaro Eros.

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