lunes, 1 de abril de 2019

CIBELES Y HESTIA. ASTUCIA MATERNA

Nadie tan audaz como la diosa Cibeles que, mediante un curioso ardid,
logró salvar de una muerte cierta al que luego sería el más poderoso de los
dioses del Olimpo.
Cuentan las más legendarias narraciones que Cronos, esposo de
Cibeles/Rea, temía tanto ser destronado por uno de sus descendientes que,
haciendo alarde de espantosa locura, devoraba a todos sus hijos. Sin embargo, el
más pequeño de ellos fue salvado por su madre. Esta, con ocasión del
nacimiento de Zeus, entregó una piedra envuelta en pañales al cruel Cronos que,
sin miramiento alguno, engulló en un abrir y cerrar de ojos. El niño fue puesto
en manos de las ninfas que moraban en los montes de Creta, quienes lo llevaron
a una escondida gruta de su región. Allí, lo cuidaron y amamantaron con leche
de una famosa cabra de nombre Amaltea, y lo protegieron hasta la edad adulta.
Para que el llanto del pequeño no fuera nunca oído por el temible Cronos, los
"coribantes" —fieles sacerdotes de Cibeles— tenían encomendada la delicada
misión de hacer sonar cascabeles, tambores y címbalos, con cierta regularidad y,
al propio tiempo, entrechocar sus escudos de metal para producir un ruido
ensordecedor, capaz de anegar hasta los berridos de un niño tan especial como
Zeus, que llegaría a ser el más poderoso de entre los dioses y los mortales.
Cuentan los narradores de mitos que en cuanto el niño creció se dispuso a
salvar a sus hermanos para, a continuación, enfrentarse a su padre.
UNA PIEDRA COMO SIMBOLO
Dispuesto Zeus a llevar a cabo sus planes, abandonó las montañas en donde
había sido, hasta entonces feliz; y fue a pedir consejo y ayuda a Metis, la cual
era célebre por su astucia y sabiduría. Más adelante se convertiría en la primera
esposa de Zeus.
Metis fue convencida por el fogoso y vivaz joven y, por lo mismo, decidió
dar una pócima al temible Cronos, cuyos efectos no se hicieron esperar. Al
punto, el feroz titán fue presa de compulsivos vómitos y, así, pronto expulsó de
su abultado vientre a todos los hijos varones que había engullido. También la
piedra que utilizara Cibeles/Rea para salvar a Zeus se encontraba allí.
Hesíodo nos lo explica plásticamente, si se me permite decirlo así, en su
obra "Teogonía", de la siguiente manera:
"Entre tanto, el joven dios se criaba rápidamente; su fuerza crecía al mismo
tiempo que su valor. Cuando fue preciso, sorprendido por las astucias de Metis,
vencido por el brazo y poder de su hijo, el taimado Cronos volvió a la luz a los
hijos salidos de su sangre que había tragado y, ante todo, la piedra engullida tras
ellos, Zeus la fijó en la tierra, en la divina Pito, al pie del Parnaso, para que fuese
un día, ante los ojos de los mortales, el monumento que proclamase sus
maravillas".
Cuando ya los hermanos se hallaron a salvo, Zeus les propuso luchar contra
su propio padre, al que vencerían al cabo de diez años de cruentos combates. Un
hecho de tal magnitud —lucha entre padres e hijos— pondría fin a la
denominada "Edad de Oro".
EDAD DE ORO
Los poetas coinciden en relacionar a Cibeles/Rea con una de las épocas
históricas en que lo utópico aún era posible; se trata de un tiempo denominado la
"Edad de Oro" y al que los narradores de mitos hacen coincidir con el llamado
siglo de Rea. Con ello intentan mostrarnos la relación de la diosa con la dicha y
la felicidad, con la creación de los mortales cuando éstos comenzaban su
andadura por el ancho mundo y aún no había atisbo alguno de miseria, engaño o
envidia.
Pero los buenos tiempos duran poco y dejan paso a otros que apenas tienen
algo que ver con los primeros. Según el gran historiador Hesíodo, la Edad de
Oro consiste, sobre todo, en un fluir del tiempo benéfico que le tocó vivir a la
primera de las razas humanas.
Esos mortales que estrenaron la tierra vivían bajo la protección, y al
cuidado, de Cronos/Saturno y no pasaban calamidad alguna; no transcurrían el
tiempo para ellos —pues Cronos/Saturno, considerado como el dios del tiempo,
lo había detenido— y, como consecuencia inmediata, tampoco estaban abocados
a la vejez ni prenda en ellos ninguna enfermedad.
Ni jueces, ni maestros, ni leyes ni enseñanzas; nada venía a enturbiar la
tranquilidad y la calma de aquellos humanos que vivían en completa intimidad
con los dioses. Había justicia sin necesidad de ley escrita, y sabiduría sin que
mediaran doctrinarios palabreros a sueldo. No se daba el robo, ni existían los
conceptos tuyo y mío, pues todo era común. No había puertas, ni llaves, ni
candados; y la tierra producía todo lo necesario para el mantenimiento de esos
primeros humanos.
EDAD DE PLATA
Aquel idílico tiempo dejó paso a otra época que, en un primer
acercamiento, calificaremos de distinta y distante. Su cielo ya no está gobernado
por Cronos/Saturno, y hasta las interpretaciones del mito de la lucha entre
titanes, para conseguir el dominio sobre los humanos, varían sustancialmente y
se hacen más simbólicas.
Según esto, el aserto clásico que nos habla de Saturno devorando a sus
hijos, es un signo claro del paso del tiempo y una muestra palpable de que los
humanos, y todas las demás criaturas —con la única excepción de los dioses—,
se hallan sujetos a transformaciones, cambio y corrupción.
Sería el paso del tiempo, por tanto, quien devoraría la vida de los mortales,
haciéndolos finitos y, por lo mismo, condicionando su ánimo temporal para
siempre. Esta interpretación del célebre mito del esposo de Cibeles/Rea
conduce, irremediablemente, a una edad de la especie humana alejada, en lo
esencial, de la maravillosa Edad de Oro.
Se trata, sin lugar a dudas, de la denominada "Edad de plata", la cual
reemplazará a la época anterior y tendrá como principales características todas
aquellas relacionadas con el propio fluir de la naturaleza y sus cambios.
De este modo, acaecerá la diversificación del año en estaciones, por lo que
habrá primavera, verano, otoño e invierno.
La movilidad de los vientos producirá fenómenos de todo tipo que
derivarán, ora en calores tórridos, ora en fríos glaciares. Por lo que, desde ahora,
será necesario trabajar la tierra, regarla y abonarla, si queremos recoger sus
frutos.
EDAD DE BRONCE
Después de un tiempo en el que lo importante era el trabajo y el esfuerzo,
en el que todo implicaba un enorme sacrificio y en el que, en definitiva, para
sobrevivir había que realizar todo tipo de tareas, por muy desagradables que
éstas resultaren, sobreviene otra época más perniciosa aún.
Si en el tiempo anterior, la frente de los humanos aparecía en todo
momento sudorosa, a causa de lo trabajoso de las labores que aquéllos tenían
que desarrollar, en el presente tendrán acomodo, para desgracia de la
humanidad, los peores vicios que en el mundo han sido. Y, así, la principal
característica de ese tiempo, conocido con el epíteto de "Edad de Bronce", va a
ser la violencia que rezumará el ser humano para con sus semejantes.
Es un tiempo en el que la conocida aseveración —aunque entresacada del
pensamiento clásico—, del mejor representante del empirismo inglés,
encontraría favorable eco: "homo homini lupus" (= el hombre es lobo para el
hombre).
La violencia preside muchas de las acciones humanas, se hace necesario
confeccionar leyes coercitivas y la justicia del más fuerte, a la postre, será lo
único válido. Por doquier se extenderá la brutalidad y las guerras que, a partir de
entonces, serán la "razón de la sinrazón" de los mortales a la hora de hacer valer
sus pretensiones y argumentos.
Añadiremos, además, el desmedido afán de la sociedad de entonces por el
lucro, la riqueza y los bienes superfluos que, de manera inevitable, conducirá a
sus miembros hacia la codicia, la usura y la miseria; y, lo que es aún más grave,
abrirá las puertas a un tiempo en el que imperará la mutua desconfianza.
EDAD DEL HIERRO
Es la más terrible de todas las épocas, ya que en ella se concentra todo lo
malo de las anteriores edades. Por otra parte, las relaciones entre los humanos,
de por sí ya bastante deterioradas, sufren aquí un serio revés. La desconfianza en
los demás será el lema de la Edad de Hierro; la mentira, el engaño y la traición
afloran en todo negocio y compromiso entre mortales.
La vida, en este tiempo, se hará insoportable, pues la pérdida de confianza
entre los diferentes componentes de la sociedad, ya sean personas individuales o
grupos, dará lugar a la entrada de un aspecto inédito hasta entonces, y que se
caracteriza por sus imprevisibles, y siempre funestas, consecuencias. Se trata de
la "Discordia", la cual creará desavenencias profundas entre padres e hijos,
hermanos y parientes y, en general, entre todos aquellos que se encuentran
unidos por lazos de sangre.
La consecuencia inmediata de semejantes estados de desafecto no es otra
más que el enquistamiento de las conductas y, en general, el vacío que crea la
incomunicación entre miembros de la misma especie.
Es un tiempo en el que tanto el fraude, como el hurto o el robo, competirán
con el escarnio lacerante y hasta con el crimen. Ancestrales leyendas y míticas
narraciones dan cuenta de que fue en este tiempo cuando la diosa de la justicia
—la venerada Astrea—, que habitaba hasta entonces entre los mortales, a la
vista de los horrendos actos por ellos realizados, decidió abandonar la tierra y
regresar al Olimpo, a la espera de mejores tiempos.
AYUDADORA DE LOS MORTALES
A Cibeles se la considera una diosa ligada a todo aquello que se relaciona
con lo lírico y con lo poético. Son muchos los escritos clásicos que prueban tales
asertos.
Mas, sobre todo, es la gran madre, la progenitora por excelencia, pues ella
engendró a los dioses, considerados como superiores. De aquí que, también, se
la conozca con el epíteto de "diosa de la fecundidad".
Todo lo fértil le era encomendado por los mortales a Cibeles/Rea, todo lo
que aparecía relacionado con la naturaleza primordial y salvaje. Montañas,
lagos, bosques y animales que pueblan todos esos lugares, se hallan bajo la
protección de Cibeles/Rea. Los poetas la denominaban con nombres que
evocaban algunas de las montañas mas abruptas de la región de Frigia y, en
otros casos, era conocida con el apelativo de "Tellus" —vocablo latino que
significa "tierra" o con el epíteto "Ops", término que significa "ayuda" y
"auxilio". Por tanto, se la tenía por regidora de la tierra y ayudadora de los
mortales.
El aspecto extremo de la diosa no tiene parangón, pues, en casi todas las
representaciones de Cibeles/Rea, se la muestra plena de facultades; su figura
rebosa juventud y lozanía y todo en ella parece indicar que representa una de
esas funciones que tienen como objetivo preconizar la confianza y prestar el
necesario apoyo a los humanos cuando éstos se hallasen en dificultades. Su
cabeza se cubre, a veces, con una corona hecha de ramas de encina, lo cual
indica que los humanos necesitaron del fruto de ese árbol para su alimentación.
EL VALOR DE UN SIMBOLO
Hubo un tiempo en el que se adoró a Cibeles/Rea, en las regiones
montañosas que hemos citado, bajo la forma de una piedra. Y de tal guisa se la
representaba con cierta asiduidad. Algunas obras de narradores clásicos
contienen párrafos significativos al respecto: "Una piedra negra hallada en la
región de Pessionte representaba a Cibeles/Rea. En ella se encontraba, en
germen, todo lo necesario para que los humanos pudieran ver crecer y dar fruto
a sus cosechas. También era una especie de personificación de todos aquellos
animales que vivían en plena libertad entre montes y bosques. Todo ello le valió
el título de Creadora de la Humanidad".
Por lo general, Cibeles/Rea simboliza toda la energía que se halla encerrada
en la materia con el apelativo de "protectora de la tierra". Sin embargo, tiene
esta deidad otras significaciones tan importantes como la anterior, y su sentido
emblemático se extiende también a todo aquello que se encuentra tanto en las
entrañas de la tierra como en la superficie de la misma. La riqueza simbólica que
de esto se deriva no tiene, pues, igual. Cibeles/Rea ostenta, por tanto,
innumerables valores simbólicos y, en consecuencia, aparece plena de variables
connotaciones emblemáticas. Por ejemplo, se dice que el acto de engendrar a los
dioses considerados superiores, o mayores, lleva implícito a su vez la creación
de los cuatro elementos esenciales, tales como aire, tierra, fuego y agua. Dioses
y elementos, por tanto, se identifican y corresponden desde una óptica
pragmática y útil.
UN CARRO. UNA ESTRELLA, UNA MEDIA LUNA...
Otra mítica significación de Cibeles, que aparece cargada de simbolismo,
es aquella que la representa sobre un carro, siempre en actitud majestuosa y
arrogante, al cual están enganchados los leones que tiran de él y que la diosa
conduce con seguridad y firmeza
La riqueza significativa del conjunto se ha prestado a interpretaciones
varias. Suele decirse, al respecto, que el hecho de que el carro de Cibeles/Rea
vaya tirado por leones y no por un animal doméstico, como convencionalmente
está establecido, indica el dominio que ésta tiene sobre las criaturas indomables
y salvajes, cual es el rey de la selva.
También puede interpretarse el conjunto de marras como un símbolo del
vigor y la fortaleza que Cibeles/Rea representa y, en tal caso, personificaba el
dominio y el orden sobre todo lo vital.
Cuando la diosa aparece revestida con adornos y atributos alusivos a
elementos cósmicos, tales como estrellas o luminarias —es frecuente la imagen
de Cibeles coro nada de estrellas de siete puntas o con una media luna sobre su
cabeza—, su simbolismo se halla cargado de sentido emblemático. Por una
parte, podemos afirmar que nos hallamos ante una mítica representación de todo
lo que la naturaleza tiene de contingente, mudable y dinámico. Estamos ante el
descubrimiento de la transformación y el cambio de los elementos que
conforman la propia naturaleza y sus inextricables leyes. Por otro lado, sin
embargo, podemos colegir que, en el caso que nos ocupa, Cibeles/Rea es
símbolo de los ciclos evolutivos de la naturaleza.
RECUERDOS FELICES
Mucho tiempo después, los mortales han conmemorado las distintas
efemérides relacionadas con Cibeles/Rea, con las edades de la vida y con la
propia personalidad de Cronos/Saturno, guardando memoria exclusiva de los
tiempos felices.
De este modo nacieron, sobre todo, las fiestas en honor de Cronos/Saturno.
Fueron los romanos quienes instituyeron ciertas formas de alegría que hicieran
olvidar el final de la Edad de Oro. Los buenos recuerdos son los que perdurarán
y, por esto mismo, durante más de tres días, las conmemoraciones denominadas
saturnales cambiaban hábitos, costumbres y modos sociales. Tenían lugar a
partir de mediados del mes de diciembre y, durante el tiempo de su celebración,
se suspendían todas las actividades de la judicatura, se cerraban los tribunales y
los centros de enseñanza, se paralizaba toda obra de arte y, en fin, sólo era lícito
reír, gozar de todos los placeres y asistir a festines y comilonas.
Un dato curioso a resaltar es aquel relacionado con los esclavos. Mientras
duraran las fiestas saturnales la igualdad entre los humanos — y también la
libertad— era total, lo mismo que ya ocurriera en la Edad de Oro. De este modo,
los amos ocupaban el lugar de los esclavos, a quienes tenían que obedecer con
prontitud y probidad. De lo contrario, se exponían a recibir agrias reprimendas y
críticas adversas que hacían alusión a su intimidad personal, ya que nadie como
un esclavo para conocer las debilidades y miserias ocultas de su amo.
Durante un corto espacio de tiempo se realizaba la utopía y se identificaba,
de manera efectiva, lo ideal y lo real.
ATIS Y CIBELES
Los grandes narradores de leyendas clásicas nos hablan de Cibeles/Rea,
identificándola como diosa de las cosechas, de la vendimia y, también, de todo
aquello que se encuentra bajo el primer manto de la corteza terrestre. Es la diosa
de las minas y las cuevas que horadan la tierra y, merced a sus enseñanzas,
aprendieron los mortales a trabajar y repujar los metales.
Es la única diosa que existe por sí misma y que no había tenido madre,
pues ella era la excepcional "Gran Madre"; la que por ello recibía culto en toda
la región de la costa del Egeo, desde tiempos inmemorables.
Más aunque se bastaba a sí misma, tal como pregonan legendarios escritos,
sin embargo, hubo un tiempo en el que, como los mismos humanos, se vio
alcanzada por los dardos certeros de Cupido. Y, así, en cierta ocasión que vagaba
por los inmensos campos de la región de Frigia, se topó con la hermosa figura
del pastor Atis. Cibeles se enamoró de tan hermoso joven, casi al instante de
conocerlo. Frazer, en su cualificada obra "La Rama Dorada", nos habla del tema
en los siguientes términos: "Se contaba que Atis había sido un pastor o vaquero
joven y hermoso, amado por Cibeles, madre de los dioses, gran diosa asiática de
la fertilidad que tenía su morada principal en Frigia".
Respecto al nacimiento del joven Atis existe, también, cierto misterio, pues
los narradores míticos explican que su madre fue la virgen Nana. Esta lo
engendraría de forma inexplicable: "le concibió al poner una almendra o una
granada en su regazo".
Cuando Atis muere, se cree que por automutilación, fue transformado en
una conífera.
EL ARBOL SAGRADO
Es muy común encontrar en todas las explicaciones del mito de
Cibeles/Rea ciertas alusiones al árbol que, según los distintos autores, es la
personificación del propio Atis y su funesta decisión.
Sin embargo, no está muy claro el motivo por el que el hermoso joven
decidió castrarse y dejarse morir por efecto de la hemorragia que le sobrevino.
Su cuerpo inerte fue hallado junto a un pino piñonero que, ya desde entonces, se
convirtió en símbolo de adoración y formó parte esencial en todo el posterior
ritual de Cibeles y Atis.
A partir de ahora, el culto a Cibeles se confundirá y mezclará con todos los
avatares relacionados con la absurda muerte de su querido Atis. Habrá una secta
de sacerdotes consagrados a la diosa y a su efebo —los Galli— que, siguiendo
las enseñanzas (?) del maestro, infligirán a su cuerpo el mismo castigo físico que
aquél. Y es que, en ocasiones, los discípulos aventajan a su maestro; todo lo cual
prueba, de manera objetiva y fehaciente, que convertirse en discípulo de
cualesquiera maestros sigue siendo el peor de los errores: antes de entrar al
servicio de la diosa Cibeles/Rea, los sacerdotes a ella consagrados procedían a
su propia emasculación.
Existe, sin embargo, otra versión de los hechos relatados, según la cual, al
joven Atis lo mató un jabalí. Y, por lo mismo, a partir de ese momento, el animal
de marras seria tachado de impuro.
Lo cierto es que las distintas fiestas en honor de Cibeles se hallaban
repletas de ritos cruentos. Incluso se había instituido el "día de la sangre"; una
aciaga fecha en la que los sacerdotes hacían ofrendas con su propia sangre. Sólo
el culto del árbol sagrado se efectuaba sin dolor alguno para sus participantes:
"El deber de acarrear el árbol sagrado estaba adscrito a una congregación de
porteadores de árboles. El tronco del árbol se amortajaba y se vestía con bandas
de lana. Se adornaba con guirnaldas de violetas, pues existía la creencia de que
el lugar donde había caído la sangre de Atis brotaron violetas".
CIBELES/REA EN EL ARTE
Muchas de las manifestaciones iconográficas de la diosa que estamos
considerando exhiben sus atributos más conocidos. Por ejemplo, es frecuente ver
representaciones de Cibeles en las que aparece como la "Gran Matrona", subida
sobre su carro tirado por leones. Su cabeza se cubre con una especie de casco en
forma de torre con almenas. Lleva en su mano izquierda el cetro que la acredita
como la única madre de dioses y mortales. En su mano derecha porta una ¡la ve
que, según ciertos mitógrafos, simboliza la relación de la diosa con aquella Edad
de Oro conocida como "siglo de Cibeles/Rea", y en la que no existían cerraduras
ni candados que no pudieran abrirse.
En otras ocasiones, la diosa aparece rodeada de sus atributos vegetales. A
veces, se la representa llevando espigas o ramas de pino y es muy común que en
algunas composiciones no falte la presencia de esos simbólicos árboles.
En honor a Cibeles se han compuesto hermosos himnos, todos ellos
haciendo alusión a su maternidad, y a todo lo que ello implica, y a la diversidad
de sus símbolos: "Musa armoniosa, Madre de todos los dioses y de todos los
hombres, que gusta del son de los crótalos y de los tamboriles, así como del
temblor de las flautas; también del aullar de los lobos y del rugir de los leones de
ojo encendidos, de las montañas sonoras y de los valles arbolados".

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