miércoles, 3 de abril de 2019

Merlín EL MAGO.

En la mascarada organizada por los
Duques en el capítulo 35 de la segunda parte del Quijote le
dice un falso Merlín al Caballero de la Triste Figura:

—Yo soy Merlín, aquel que las historias
dicen que tuve por padre al diablo
(mentira autorizada de los tiempos),
príncipe de la Mágica y monarca
y archivo de la ciencia zoroástrica,
emulo a las edades y a los siglos,
que solapar pretenden las hazañas
de los andantes bravos caballeros,
a quien yo tuve y tengo gran cariño.
Y puesto que es de los encantadores,
de los magos o mágicos contino,
dura la condición, áspera y fuerte,
la mía es tierna, blanda y amorosa,
y amiga de hacer bien a todas gentes.

Esa filiación diabólica del mago, hijo de un demonio íncubo
y una doncella piadosa, era uno de los trazos famosos del
personaje. Cierto que hubo quien lo discutía, como se ve por lo
que afirma Gutierre Diez de Gámez en el Victor iah «Non fue
fijo del diablo, como algunos dicen; ca el diablo, que es espríto,
non puede engendrar [·■·]· Mas Merlín, con la grande sabidoría
que aprendió quiso saber más de lo que le cumplía, e fue engañado
por el diablo, e mostróle muchas cosas que dixesse, e algunas
dellas salieron verdad [...]».
Como aquí no vamos a meternos en averiguaciones sobre
orígenes y pactos diabólicos, anotemos sencillamente que Merlin
es el mago por excelencia del mundo caballeresco artúrico,
y estaba muy acreditado como profeta y como encantador (en
el capítulo 23 de la misma segunda parte del Quijote cuenta el
ingenioso hidalgo que él fue, según la visión que tuvo en la
cueva de Montesinos, quien hechizó a Durandarte y a varías
nobles damas de antaño, de modo que bien pudo intervenir en
el encantamiento famoso de su Dulcinea).
Merlin sabio, nigromante y profeta, tuvo enorme fama
entre los lectores de libros de caballerías. Frase proverbial
fue en Castilla la de «sabe más que Merlin», que equivalía a la
de: «sabe un punto más que el diablo». Aparece evocado
siempre en las ficciones del Quijote por su prestigio en el arte
de los encantamientos. La parodia cervantina no podía dejar
de sacarle a escena, aunque fuera en burlas, recordando su
simpatía por los buenos caballeros y su carácter más bien
bondadoso. No insiste Cervantes, en cambio, en su arte adivinatorio
y profético, que había sido otro de sus triunfos.
Merlin fue equiparado a la Sibila e incluso a los profetas del
Antiguo Testamento, y sus profecías políticas habían conocido
ecos raros y peligrosos. Hasta el punto de que el Concilio
de Trento las censuró y el Indice de Libros Prohibidos lo incluyó
entre los condenados el libro de las Profecias'de Merlin:
«Merlini Angli lib er obscurarum p redictionum». A comienzos
del XVII todavía era arriesgado recordar sus vaticinios,
pero se podía impunemente recordar y tomar a chirigota su
figura novelesca, como hace Cervantes con su fino sentido
del humor.
Tal como está evocado en el Quijote, Merlin es una figura
de rasgos bien fijados en la tradición artúrica y, especialmente,
en la Vulgata. (Para quienes quieran rastrear los orígenes del famoso
mago, recomiendo los libros de Paul Zumthor Merlin le
p roph ète, Lausanne, 1943, reeditado en Ginebra 1973; y Jean
Markale, Merlin ΐ enchanteur, París, 1981, y el colectivo y menos
erudito editado por R. J. Stewart, The Book o f Merlin, Londres,
1987, entre los muchos escritos sobre nuestro amable
mago desde muy variadas perspectivas.) Intentaremos resumir
los trazos más notables de este personaje complejo, pieza esencial
del tablado artúrico.
De orígenes célticos, Merlin proviene del bosque y es un
viejo solitario, con un cierto parecido a los druidas antiguos. Al
cristianizar sus trazos se le ha puesto en contacto con los manejos
diabólicos, para explicar su saber arcano y su poderío mágico.
Acaso fue su padre un perverso demonio, pero gracias a la
piedad de su desdichada madre, el poder diabólico no logra
dominar al mago, que usa sus poderes extaordinarios para servir
al bien. En el reino de Arturo el sabio Merlin se enfrenta a la
maga Morgana, pero él combate a favor de los buenos, mientras
que ella representa una magia más negra y siniestra. Merlin
aconseja amistosamente y protege al buen rey Arturo, pero no
puede evitar la catástrofe final de sus caballeros, que bien ha
previsto.
Entre sus habilidades originarias está el poder de trasformar
su figura y la ajena. El profeta Merlin aparece junto al rey
Vortegirn en sus primeras apariciones, como un raro mago selvático.
Pero luego se integra en el mundo novelesco, al lado del
rey Uther y luego del espléndido rey Arturo.
Así interviene en la metamorfosis del rey Uther Pendragón,
que toma el aspecto del duque de Cornualles para entrar en su
castillo y acostarse con la esposa del mismo y así engendrar, en
esa noche fatídica, al futuro rey Arturo. Luego educa y protege
al niño hasta que éste pueda hacerse cargo del reino, después
de pasar por la prueba iniciática de sacar la espada de la roca.
Estará al lado del rey como sabio y leal consejero, destacando
su figura de mago viejo y de barba blanca entre los cortesanos
de Camelot. Fue el inspirador de los ideales de la Tabla Redonda.
Tuvo también cierto papel en la transmisión del misterioso
Grial, aunque luego quedara apartado de la leyenda. Luego se
va esfumando, mientras que el reino caballeresco se desliza por
sí mismo hacia su trágico crepúsculo.
Merlín es, como Gandalf en el universo novelesco de Tolkien,
el mago blanco que favorece al joven paladín y que está a
favor del héroe en sus combates contra el mundo tenebroso de
las sombras maléficas. Es un viejo mago con capirote y filtros
de mágicos poderes que combate por el bien al lado de los jóvenes
caballeros, protegiendo a éstos de las trampas de las fuerzas
siniestras de la oscuridad mágica, como las de la fascinante
Morgana, por ejemplo. Pero Merlín tuvo además un final muy
sorprendente, con unas notas de pasión trágica o romántica,
que debemos recordar un poco más despacio.
Que el gran mago acabara muriéndose de modq corriente
resultaba en efecto decepcionante. El nigromante, el vate de un
saber rayano en lo diabólico, el vetustísimo mentor y testigo de
los destinos del reino de Arturo, que había predícho tantas y
tantas proezas y asistido a la búsqueda del Grial, merecía una
muerte nada vulgar. Prodigioso había sido su nacimiento y debíamos
esperar que lo fuera,de algún modo, su eclipsfe. El caso
es que en la Vita Merlini (atribuida a Geoffrey de Monmouth)
se cuenta que se retiraba a su misteriosa mansión —de setenta
puertas y setenta ventanas— en medio de la umbría foresta de
Calidón. También en la Vida de Merlín de Robert de Boron,
el mago, que ha presenciado el final del rey Arturo, llevado al
maravilloso país de Avalon por el barco feérico de Morgana, y
que sabe de la recuperación del Grial por Perceval, se queda en
su retiro del bosque. Pero ese lugar lleva el raro nombre de Esplumeor,
el «desplumadero de Merlin». Tal vez se ha trasfigurado
de nuevo, y está enjaulado como un pájaro, y allí, en su escritorio,
dicta sus memorias a su fiel secretario Blaise, o aguarda
mejores tiempos para volver al mundo, como Arturo en Avalon.
Solitario y lejos del mundanal ruido, acaso visitado ocasionalmente
por las hadas, el jubilado Merlin se despide así del
público.
Pero hay otra versión de su final, que es la que nos parece
mejor. Está en textos posteriores. Cuenta que el vetusto mago
se enamoró perdidamente de una bella doncella —unas veces
llamada Viviane y otras Nivienne— y enseñó a la seductora
muchacha sus artes de magia. Ella aprendió sus lecciones y con
uno de los hechizos aprendidos apresó al mago en una misteriosa
campana o una roca de cristal. Ahí quedó para siempre,
como congelado en una nevera, el viejo e inquieto Merlin.
No es difícil ver que ese episodio reelabora un tópico clerical
del medievo: incluso el sabio queda entrampado por el
amor. Lo mismo que Aristóteles se expuso al ridículo sirviendo
de montura de paseo a una cortesana, o que el sabio Virgilio se
quedó colgando de un cesto en las almenas, o Hipócrates fue
envenenado por su esposa, según anécdotas medievales, Merlin
cayó en la trampa que él mismo había revelado a su amada.
Según los textos son diversos los motivos de ella: bien quiere
disfrutar de su compañía cuando le plazca o bien librarse de su
acoso, que le resulta pesado. A pesar de sus dones profétícos
Merlin no escapa, ¡tanto es el poder del amor! Y la muchachíta
ingenua, o no tan ingenua, lo deja apresado, como al genio árabe
de otros cuentos en la redoma de cristal. Sorprendente e irónico
final para el gran mago.
Desde dentro de su roca vitrea grita Merlin sus lamentos —en
el bosque resuena su aullido lastimero: «el baladro de Merlin»—.
Podemos pensar, sin embargo, que todo sucedió de acuerdo
con el plan del viejo mago, que veía llegar el final del mundo
caballeresco, tras la desaparición del rey de la Tabla Redonda y
sus mejores caballeros. Dejarse entrampar por amor era algo
frecuente en los lances de la caballería. Conque así sería. El adivino
se dejaría seducir con una cierta pena, pero consintiendo
en desaparecer de escena cuando ya le había llegado la hora del
mutis, pensando en que quedar en manos de una bella joven
era un buen modo de jubilarse. Merlin, tan amante de la farsa,
fingió llorar desde el interior de su pétrea y vidriosa cárcel mágica:
el encantador encantado se resignó a desaparecer de
escena con esa última pirueta irónica. Tal vez así dejaba subsistir
una sombra de duda: ¿Podría romper el hechizo y regresar
un buen día, cuando también Arturo se decidiera a volver de
Avalon?
El mejor comentario de este final lo he encontrado en una
carta del novelista John Steinbeck, que tanto gustaba de las narraciones
artúricas, al volver, en 1958, sobre sus lecturas de la
Muerte de Arturo de Malory. Comentaba Steinbeck: «A Merlin
le encanta hacer bromas y se regocija en su magia como un
niño. Su capacidad para asombrar a la gente le infunde una alegría
de muchacho. Luego está, por supuesto, el fin de Merlin:
una situación cruel y aterradora e infernalmente divertida. Un
anciano enamorado de una joven que se adueña de su magia y
luego la emplea contra él. Es la historia de mi vida y de la vida
de mucha gente —una broma descomunal y despiadada—, el
hombre poderoso y culto que encuentra la horma de su zapato
en una muchachita estúpida y vulgar».
Todo mito admite varias relecturas. En el libro de Mark
Twain On yanqui en la corte d el rey Arturo, Merlin está presen
tado como un mago oscurantista opuesto al progreso. En la novela
de ciencia ficción de C. S. Lewis Esa horrible fortaleza
(1945), Merlín resucita en nuestro siglo para salvar a Inglaterra
de un complot tecnológico-socialista que amenaza destruir sus
verdes campos, y es un salvador oportuno, un ecologista notablemente
reaccionario. Pero hay más figuras de Merlín en otras
novelas modernas. Conviene recordar para concluir que la
difundida por la película de dibujos de Walt Disney, Merlín el
encantador tiene como base el libro muy ágil, melancólico y
divertido de T. H. White El libro de Merlín.

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