Mnemósine, la Memoria, fue
hija de Urano y de Gea, Cielo y Tierra, y hermana, por lo tanto,
de las potencias divinas primigenias del universo. Tuvo por
compañeras a Metis y Temis (Inteligencia y Ordenación), deidades
que personifican unos poderes esenciales del ordenamiento
cósmico que luego Zeus tuvo que apropiarse por varios
medios (ya tomándolas por esposas, o tragándose a Metis) para
instaurar de modo firme su dominio sobre el Olimpo y el mundo.
De los encuentros amorosos del padre de los dioses y de la
prolífica Mnemósine nacieron las nueve Musas en un parto
múltiple. Estas diosas, danzantes y cantarínas, manifiestan el
anhelo expresivo de la memoriosa madre, y en los cantos corales
de las nueve hermanas cobra voz su abismal silencio y su benevolente
apertura a las figuras del universo, atenta a los seres
del pasado y del presente. Albergada en el harén olímpico,
Mnemósine participa de la creación a través de sus hijas, que,
como parleras, rumorosas ninfas, filantrópicas y veloces, transmiten
un saber que viene de ella, la primigenia Memoria, fuente
profunda y perenne del saber.
Al contar las uniones amorosas de Zeus —en la Teogonia,
w 886 y ss.— Hesíodo presenta a Mnemósine como la quinta
esposa del Crónida. Antes el dios tuvo relaciones con Metis, Temis,
Eurínome y Deméter. Después de nueve noches de amor
con Mnemósine, se unió a Leto y a Hera, su legítima y definitiva
esposa en el marco del olimpo celeste. De los vástagos nacidos
de todas esas uniones informa Hesíodo puntualmente.
Recordaremos sólo la descendencia habida en los primeros
encuentros. La brillante Temis dio a luz a las tres Horas (Eunomía,
Dike y Eirene) y a las Moiras (Cloto, Láquesis y Atropo).
La oceáníde Eurínome parió a las tres Cárites o Gracias (Aglaya,
Eufrósine y Talía). Mnemósine, más prolífica, «a las nueve
Musas de dorada frente a las que encantan las fiestas y el deleite
del canto». Como se ve, es una descendencia toda femenina
y poco individualizada, dispuesta en grupos de tres o tres veces
tres. Temis, Eurínome y Mnemósine articulan aspectos fundamentales
y amables del mundo; las Horas, las Gracias y las Musas
personifican facetas divinas del orden cósmico.
En ese trío de madres aurórales, Mnemósine es la última en
el tiempo. Tras las Horas y las Moiras y las Gracias vienen las
Musas, que completan así el esplendor del despliegue ordenado
del mundo. Con la aparición de las Musas culmina el proceso
de la creación primordial y cobra con ellas música el mundo,
una festiva y eterna sonoridad, un fulgor de la bella armonía;
en las Musas la Memoria cósmica se hace canción.
Memoriosas y sonoras, ellas fundan la comunicación de lo
divino con los humanos, gracias a la inspiración que llega a los
poetas. Son potencias intermedias entre el fondo abismal donde
se configura lo divino y la efímera conciencia de los hombres.
En su canto se revela la victoria sobre el olvido. Ellas fundan lo
verdadero, lo no olvidado, lo a-lethés. El canto (aoidé) y la melodía
(molpé) cobra sentido gracias a las Musas y así se irradia
al mundo el saber de su augusta madre, la Memoria, que da trabazón
y sentido al universo. Mnemósine es como la fuente de la
que manan los nueve chorros canoros, y las nueve hermanas
son un coro grácil y lúdico que expresa gozosamente la potencia
mítica de la memoria.
Ellas transmiten el conocimiento de lo eterno y, a la vez,
dan la alegría de las rítmicas voces musicales. Para los dioses
y para los hombres propagan la euforia de los bellos relatos y
descubren el placer del canto y la palabra resonante e imperecedera.
Dan sus habituales conciertos corales en el Olimpo
—y se acogen a las órdenes de Apolo como Musageta acatando
la dirección del dios liróforo—, pero otras veces descienden
a la tierra, a ciertas comarcas de su predilección, como la zona
de Pieria, en Tesalia, no lejos del escarpado monte Olimpo, o el
boscoso Helicón, en Beoda.
Allí fue donde se aparecieron un buen día al poeta Hesíodo
—según él mismo cuenta en el comienzo de la Teogonia—
mientras guardaba su rebaño. Entonces le regalaron como cetro
una vara de laurel y le encomendaron componer su poema
sobre el origen de los dioses, después de advertirle con aquellas
enigmáticas palabras: «Sabemos decir muchas mentiras con
apariencia de verdades y sabemos, cuando queremos, revelarla
verdad» (Teogonia, 28-29).
Concluye Hesíodo su invocación prelimiar a las Musas
dando los nombres de «las nueve hijas del poderoso Zeus:
Clio, Euterpe, Talía, Melpómene, Terpsícore, Erato, Polimnia,
Urania y Calíope». Es decir: La que ofrece gloria, la muy placentera,
la festiva, la melodiosa, la que deleita en la danza, la
amable, la de muchos himnos, la celestial y la de bella voz. Algunos
comentaristas piensan que Hesíodo se inventó esos
nombres que representan aspectos varios de la creación poética.
Otros creen que los toma de una tradición anterior. En el
famoso vaso François están ya pintadas las nueve con esos
nombres de la lista de Hesíodo (con sólo una variante mínima:
dice «Stesícore» en vez de «Terpsícore»). El célebre vaso del
Museo de Florencia suele datarse hacia el 470 a. de C., y atestigua
que, algo más de un siglo después de Hesíodo, su catálogo
era bien conocido. Como en la Teogonia, también aquí Calíope
—«la de bella voz», que asiste a los venerables reyes, según Hesíodo,
y que tuvo amores con Apolo y fue madre de las Sirenas,
según otros— ocupa un lugar de honor en el cortejo. Es la primera
en la pintura cerámica y la última en el poema. (Terpsícore,
que falta en la inscripción del vaso, está citada por Píndaro
—en su ístmica Π, 7—, y por Platón —en el Fedro, 259c—.)
Hesíodo cuenta de las musas que Mnemósine las dio a luz
«como olvido de males y remedio de preocupaciones» (v. 55).
Es muy interesante esa referencia a que las hijas de la Memoria
ofrecen también un olvido de los males. Un olvido (lesmosyne·,
«olvido», es un término antiguo, de la misma raíz y significado
que léthe, pero que hace juego con el opuesto de mnemosyne,
«memoria») que viene, sin duda, como efecto de las voces de
las Musas que, al recordar y cantar ciertos hechos, pueden tapar
otros desagradables, o tal vez de que también son capaces
de forjar bellas mentiras. El poeta quiere así recordar que la
música y la palabra poética pueden ser fuente de placer y remedio
contra el dolor. La rememoración que las Musas patrocinan
no reproduce sin más el pasado (y acaso el presente y el futuro),
sino que lo recrea placenteramente. A través de ellas
Mnemósine no espejea, sino que aclara, ilumina y colorea, en el
recuerdo y el recuento, la realidad.
La invocación a las Musas, o a la Musa, en singular, es un
tópico de la tradición poética griega ya desde Homero. Cuando
se dirige a la Musa, en singular, como en el primer verso de
la litada y de la Odisea, el poeta acude a la divinidad para que le
apronte los recuerdos de los hechos famosos que canta, y que
la Musa sea su garantía de veracidad. Otras veces utiliza el plu
ral (como en litada, II, 484-489) al requerir el auxilio del coro
memorioso en un pasaje arduo (como es en este caso el «Catálogo
de las naves»), Hesíodo es el primer poeta que nos da los
nombres de las ilustres nueve musas (aunque hubo otras listas
menos numerosas, de tres y de siete Musas), pero luego, ya en
época helenística se les asignó a cada una de ellas un dominio
propio dentro de la literatura. Así Calíope es la de la poesía
épica, Clío la de la historia, Erato la de la lírica amorosa y coral,
Euterpe la de la música de flauta, Melpómene la de la tragedia,
Polimnia la de la pantomima, Talía la de la comedia, Terpsícore
la de la danza y Urania la de la astronomía. E incluso se asignaron
emblemas diversos a cada una de ellas. Pero todo eso son
ya divertimentos eruditos.
(Sobre la genealogía de las Musas hay en otros textos antiguos
algunas variantes, así como sobre su número, pero importa
sobre todo señalar su importante función en la poesía y en
la concepción de la inspiración poética que a través de sus figuras
conecta al cantor con un saber divino. Más tarde la invocación
de la Musa en los poemas clasicistas fue ya un mero cliché,
pero en sus orígenes resulta revelador de la creencia religiosa
—que todavía está viva en un poeta clásico como Píndaro—
sobre el saber divino que transmite el mito y el fundamento
divino de la poesía.)
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