miércoles, 3 de abril de 2019

Ariadna

La joven princesa es seducida por el bello extranjero,
que se ha presentado como el héroe de sus sueños, y le
ayuda a conquistar el botín, traicionando a los suyos, y luego
tras la victoria se fuga con él. Pero el joven seductor no cumple
su promesa de matrimonio y abandona a la ingenua enamorada
mientras ella duerme, y se aleja camino de su patria, triunfador
del monstruo y sin ninguna ligadura sentimental. Ese podría
ser, en breve apunte, el esquema de la historia de Ariadna, la
princesa cretense que se dejó seducir por Teseo.
Queda algo más en el destino de ambos. A Teseo, hábil en
vencer obstáculos, le aguarda el trono de Atenas y mucha gloria
heroica, y otra boda regia (sorprendentemente con una hermana
de Ariadna, Fedra, y esta vez no saldrá tan bien parado).
A Ariadna el encuentro con el divino Dioniso y su cortejo báquico,
después de un amargo despertar en soledad, cuando a la
luz del alba el barco de Teseo fugitivo era ya sólo una mancha
breve y oscura —negra era la vela de su barco— allá en el horizonte
marino.
El mito es bien conocido en sus líneas fundamentales. La
historia de Ariadna es sólo un episodio en la de Teseo. Contado
así se parece a otros. Es la historia de una seducción y un
abandono, de un enamoramiento aprovechado y mal correspondido,
de una princesa que traicionó a su familia por el amor
del viajero, y se encuentra luego sola y desterrada. Pero, como
en otros mitos, en los detalles está su gracia singular. Y también
en algunas imágenes. Como dos que contrastan entre sí:
la primera es la de la muchacha que, con un ovillo de hilo en la
mano, aguarda a la salida del laberinto. La segunda, la de esa
joven que se despierta y mira el mar, en la orilla de la isla de
Naxos, y sólo escucha el rumor de las olas. Pero cabe aún una
tercera estampa en el contraste: el dios Dioniso, coronado de
pámpanos y con su alegre cortejo ritual, tiende hacia Ariadna
sus amorosos brazos. Volvamos al relato. Y recordemos los
datos esenciales.
Hija del poderoso rey Minos de Creta y de su esposa, la
apasionada Pasífae, Ariadna fue princesa en la gran isla y habitaba
el palacio real junto al tortuoso Laberinto construido por
Dédalo para albergar a su hermanastro, el semihumano Minotauro.
Atenas enviaba como tributo al soberano de Creta siete
parejas de jóvenes de cuando en cuando. El Minotauro los
devoraba en su inmensa guarida. Pero en el tercer envío llegó,
entre esos jóvenes, el héroe Teseo, hijo del rey Egeo, o quizá
del dios Poseidón. Ariadna se enamoró de él y le prometió su
ayuda para escapar del intrincado palacio del monstruo.
El Laberinto había sido construido por el arquitecto e ingeniero
Dédalo, para recluir al fondo de sus zigzagueantes pasadizos
al monstruo, hijo de Pasífae y del toro de Poseidón,
espanto y misterio de Creta. Con cabeza taurina y cuerpo
humano, la fiera ruge en el fondo oscuro y aguarda a sus víctimas.
Su fama está ligada al recinto de múltiples recovecos.
Labyrinthos es un nombre prehelénico, que seguramente significa
«palacio del hacha doble», llamada en griego lábrys. El
hacha doble es un signo pintado con frecuencia en las paredes
de las ruinas excavadas en Cnosos por sir Arthur Evans, en ese
palacio de cientos de habitaciones y quebrados pasillos. Allí algunas
pinturas murales recuerdan antiguas fiestas y cultos del
toro. Y los arqueólogos han encontrado allí estatuillas de cabezas
de toros de cuernos dorados, que aluden a los mismos ritos.
Pasífae, esposa de Minos y madre del Minotauro, tiene un
nombre que parece significar «la que brilla para todos» —pasi
phaés—> muy adecuado a una hija de Helios, el dios Sol, y sus
hijas tienen también nombres lucidos: Fedra es la «resplandeciente
» ·—phaídra— y Ariadna «la muy santa» —ari hagna—
un epíteto de la Luna. Por su lado materno, Ariadna es prima
de Medea y sobrina de Circe, con las que comparte esa tendencia
a dejarse seducir por héroes griegos. Medea ayudó a Jasón y
Circe a Ulises. De esa estirpe solar y enamoradiza era la joven
princesa, menos maga que su tía y su prima. A Teseo ella le
ofreció una puntual ayuda: tan sólo un cabo de hilo, mientras
ella se quedaba con el ovillo.
El héroe lo iba soltando a medida que avanzaba en el interior
del Laberinto, para luego recogerlo y salir al exterior.
Avanzó Teseo al encuentro del Minotauro, acabó con él en reñido
duelo, y volvió a la luz para encontrarse en los brazos de
Ariadna que le aguardaba. Como estaba pactado, la hizo subir
a su nave, junto con los siete muchachos y las siete muchachas
rescatadas, y zarpó rumbo a Atenas con el viento hinchando favorable
la vela negra. En las escenas de la cerámica clásica está
retratada la victoria del héroe sobre el monstruo astado. Fue
un triunfo esperado y muy celebrado.
En un cuento maravilloso sigue siempre a la victoria sobre
el monstruo la secuencia de la boda principesca feliz. Pero en
los mitos caben las sorpresas. El mar azul brinda a los amantes
una fuga fácil de las iras de Minos. Por el camino los alegres
jóvenes inventaron una danza nueva, «la de la grulla», todos
en fila y agarrados de las manos, corriendo en zigzag, como
recuerdo del camino del Laberinto. Pero Ariadna no llegó a
Atenas. Se quedó en el camino, abandonada.
Respecto a los motivos del abandono en la isla de Naxos
(o Día según otras versiones), la tradición ofrece unas curiosas
variantes. Según Homero, la diosa Artemis mató a la joven
de un flechazo a instancias del dios Dioniso. (Esta variante, a
la que alude Eurípides, es la más antigua. Podemos suponer
que, al fugarse con Teseo, la joven había traicionado a Dioniso.
¿Tal vez porque era antes su sacerdotisa en Creta?) Según
otros autores, fue la diosa Atenea, o bien Hermes, quien ordenó
a Teseo que dejara a la joven en la isla. O acaso fue el
mismo Dioniso, quien ya había planeado encontrarla allí, sola
y rendida a sus encantos. Otra versión atribuye el abandono a
un factor de azar: una violenta tempestad alejó su nave de la
costa apenas bajó la princesa. (Esta versión es muy rara. Sitúa
además la escena en Chipre, que no está ni mucho menos en
la ruta de Creta a Atenas. Tal vez se ha confundido a la cretense
Ariadna con una figura de nombre semejante en un culto
local, en una isla donde se rendían numeroso cultos a Afrodita.)
Otra, probablemente tardía, cuenta que Teseo dejó a
Ariadna porque ya se había prendado de otra bella muchacha,
de Egle, hija del fócense Panopeo. Puestos a inventar
motivos, podemos sugerir que, siendo Teseo como era un
tipo ambicioso, abandonó pronto a la princesa cretense para
no comprometer su destino futuro de rey de Atenas. Pero no
deja de ser intrigante el que luego, en el mito clásico, Teseo se
casara con Fedra, hermana de Ariadna, (Pero ésa es ya otra
historia.)
El caso es que mientras Teseo se iba camino de Atenas, y olvidaba
en su remordimiento o su tristeza cambiar la vela negra
por la blanca, Ariadna se encontró con el dios Dioniso, festivo
y hermoso, con sus alegres comparsas, y le ofreció compañía,
amor y un himeneo inmortal entre música de címbalos y crótalos.
(Algunos poetas clásicos recuerdan el enlace y la fiesta en
sonoros versos, así Catulo y Ovidio.)
De la leyenda de Ariadna quedan no sólo imágenes, sino
unos cuantos famosos símbolos: el Laberinto, el Minotauro, el
ovillo, y el despertar isleño. El más propio de Ariadna es el ovillo
de hilo. En la cerámica arcaica se le pinta con él en la mano,
aguardando. Medea tiene sus filtros, Circe su varita mágica,
Ariadna sólo su ovillo. Es su arma para ligar al héroe a su propio
destino. En el mundo griego el hilo es instrumento y objeto
muy femenino, pues tejer e hilar es una tarea doméstica esencialmente
de la mujer. Con el hilo el héroe puede salir del Laberinto,
pero por él se encuentra atado luego a su salvadora.
Teseo, que no es un ingenuo, sino un político en viaje iniciático,
rompe esa atadura cuando la deja en la isla. La isla es una especie
de laberinto de muy difícil salida, sin el hilo de un barco.
Menos mal que en ayuda de la bella acude un dios, y nada menos
que Dioniso, el Liberador, el juerguista, el enemigo de las
ataduras, un dios que a veces se metamorfosea en toro. (Aunque
podríamos insinuar que en esto Ariadna se parece a su madre,
que tuvo también amores taurinos, no compliquemos el
tema más.)
Podemos sospechar que Ariadna fue, en mitos y ritos muy
arcaicos, no una princesa, sino una antigua diosa, una figura divina
relacionada con Afrodita y con Dioniso, con cultos de la
vegetación y la fecundidad, amiga de danzas y músicas. La mitología
retomó ecos de sus cultos y trenzó sobe ellos su trama
narrativa, acentuando unos símbolos y unas estampas. Ariadna
alcanzó un destino final más glorioso de lo esperado. Si Teseo
la abandonó —aquel aventurero donjuanesco al que le aguardaba
un destino de monarca ejemplar en Atenas—, ella logró
un feliz amparo dionisíaco. Fue así mucho más que la auxiliar
mágica o la princesa raptada de los cuentos.
Con su halo lunar y sus encantos eróticos —poco amada de
Atenea y Artemis, que aconsejaron a Teseo su abandono, pero
favorecida por Afrodita y Dioniso— la bella cretense, la dama
del ovillo, aguardando a las puertas del Laberinto o en su isla
solitaria, es ella misma un símbolo de la condición femenina,
frágil figura entre tipos masculinos que ejercen o buscan el poder:
como su padre el rey Minos, como su hermano monstruoso,
como el héroe Teseo y como su salvador el divino Dioniso.

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