miércoles, 3 de abril de 2019

Odín

De todos los dioses de los germanos el más grande es
Odín, rey de los Ases y soberano de Asgard. Se le representa
pensativo en la cumbre de un escarpado monte, sentado en su
trono y escuchando a sus dos cuervos espías (Hugin y Munin,
«Pensamiento y Memoria»), o bien cuando preside en la imponente
sala del Walhalla, relumbrante de oro y de armas de cobre,
la fiesta tumultuosa y alegre de los guerreros muertos con
valor en fiero combate, a los que atienden las walkirias, o cuando
cabalga en su caballo mágico y veloz, de ocho patas, Sleipnir
empuñando su lanza Gungnir, forjada por los enanos, o va
como un misterioso vagabundo enfundado en su gran capa y
cubierto por un sombrero de anchas alas para visitar a algún
héroe.
El soberano de los dioses germanos —al que los escandinavos
llaman Odín, y los anglosajones Wodan— es un dios de la
guerra, pero también del saber, y de la poesía y la justicia. Es un
bravo guerrero de hermosa figura, pero a la vez un legislador
de certera decisión y un mago peregrino que habla en verso y
hechiza con su palabra y su voz a sus oyentes. Él escoge entre
los combatientes a los que han de morir y envía a sus bellas Avallarías
a llevarse a los guerreros valientes al festín del Walhalla.
Es amo y espía de los humanos, y recorre el mundo con su
atuendo sombrío para premiar a unos y dañar a otros, de modo
un tanto atrabiliario.
Odín es el más sabio, pero adquirió su sabiduría con dolor.
No vaciló en sacrificarse para obtener el saber, arrancándose
un ojo con tal de beber en el pozo de hidromiel de Mímir, quedando
así más sabio y tuerto en su cruel mutilación voluntaria,
o bien ahorcándose del árbol cósmico, el fresno Yggdrasill,
traspasado por su propia lanza, colgado y zarandeado por los
vientos sobre el abismo durante nueve noches en una casi
muerte, a fin de obtener los secretos de las oscuras runas. Mucho
se cuenta de Odín, aunque las leyendas llegan en textos
que son tardíos y que a veces reconstruyen los mitos paganos
en un tono evemerista o de pátina histórica falsa. Odín tiene
también amoríos y numerosos hijos, y protege a los más bravos
héroes. Sufre la muerte de su hijo Balder y debe castigar a Loki.
Como todos los grandes dioses germanos ha de morir en el
Ragnarök, en la batalla final del ocaso de los dioses, en la catástrofe
sangrienta de Asgard.
«Odín es el jefe de los dioses: su primer rey, en las narraciones
historizantes que lo hacen vivir y morir en el mundo; su
único rey hasta el fin de los tiempos en la mitología y, por consiguiente,
el dios particular de los reyes humanos y el protector
de su poder, aun si se jactan de descender de algún otro; el
dios, también, que a veces exige su sangre en sacrificio, pues es
a él a quien casi exclusivamente se ve que le hagan sacrificios
los reyes cuya virtud no basta para que prosperen las cosechas.
En su calidad de jefe de los dioses, es él quien resiente más profundamente
el gran drama de la historia divina, la muerte de su
hijo Balder, que previo y no pudo impedir, y lamentó como padre
y amo del mundo [...]» Como señala G. Dumézil, es el
señor de la magia, la guerra y el derecho.
G. Dumézil señala —en Los dioses de los germanos y otros
textos— que los tres grandes dioses de Asgard, Odín, Thor y
Freyr, equivalen a los tres romanos Júpiter, Marte y Quirino.
Son un trío divino que refleja bien el esquema trifuncional del
panteón indoeuropeo y Odín es un representante de la función
regia y sacerdotal, el equivalente de Júpiter en Roma y
Zeus en Grecia. Pero tiene un aspecto más oscuro y patético
que Zeus, el luminoso olímpico Padre de dioses y hombres al
que se asemeja en muchos rasgos. También en su carácter de
mago y rey es análogo al dios indio Varuna, como destaca Dumézil.
Pero ese aspecto peregrino, misterioso y sufriente, sanguinario
y bárbaro, de Odín es propio del mundo germánico.
Vale la pena recordar la imagen del dios que ofrece el escritor
islandés Snorri Sturluson (en el siglo XIIl) en la Saga de los Ynglingos,
al comienzo de su extensa obra Heimskringla. (Citaré
unos párrafos de la Ynglingasaga, capítulos 6 y 7, de la que tenemos
una directa y reciente traducción de Santiago Ibáñez,
Valencia, 1997):
Cuando Odín de los Ases vino a las tierras del Norte y con él sus sacerdotes,
se cuenta que en verdad poseían y enseñaron los oficios y
prácticas que los hombres han continuado después. Odín era venerado
por todos y de él aprendieron todas las artes, porque él fue el primero
en conocerlas todas. Y era tan ensalzado por estas cosas: era tan
distinguido y de noble aspecto que a todos los suyos se les alegraba el
corazón cuando se sentaba entre ellos. Pero cuando estaba al frente
del ejército les parecía terrible a los enemigos y además cambiaba de
aspecto y tomaba otra forma según quería. Y además hablaba de forma
tan elocuente y persuasiva que todos cuantos le oían pensaban
que su palabra era toda la verdad. Todo cuanto decía era en verso, tal
como aún ahora se compone en poesía [...]. Odín lograba que en la
batalla sus enemigos se volvieran ciegos o sordos o atónitos de terror,
y las armas de ellos no cortaban más que unos palos, mientras que sus
hombres iban sin cotas de malla, furiosos como lobos o perros. Mordían
sus propios escudos, eran fuertes como osos o toros; mataban a
la gente y ni el fuego ni el hierro les dañaba. Era lo que se llama el «furor
de los Berseker».
Odín cambiaba de forma; entonces dejaba su cuerpo dormido o
muerto, y era pájaro o bestia salvaje, pez o serpiente, y en un momento
viajaba a países lejanos para sus asuntos o los ajenos. Además sabía
lograr con sus palabras que se apagara el fuego, o calmar el mar o que
los vientos soplaran en la dirección deseada. Tenía un barco que se
llamaba Skídbladni, con el que recorría anchos mares, y que podía
plegar como un pañuelo. Odín tenía consigo la cabeza de Mímir, que
le daba noticias de otros mundos, y a veces evocaba hombres muertos
de sus fosas, y aparecía junto a los ahorcados. Por eso era llamado Señor
de los espectros o Señor de los ahorcados.
Tenía dos cuervos que había domesticado con sus palabras; volaban
a lo largo y ancho de la tierra y le contaban muchas nuevas. Por
eso era tan extraordinariamente sabio. Todas estas habilidades las enseñó
con las runas y con los poemas de conjuro que llaman encantamientos;
por eso los Ases son también llamados «magos». Odín conocía
y practicaba el método más potente de lo que se llama magia;
por eso podía conocer de antemano el destino de los humanos, o
cómo causar la muerte de los mismos, desgracia y sufrimiento, hasta
el punto de arrebatar a unos la inteligencia o la fuerza y dársela a
otros. Pero esta sabiduría mágica va acompañada de tanto afeminamiento
que los hombres juzgan que no pueden entregarse a ella sin
vileza y, así pues, era a sus sacerdotisas a quienes la enseñaba.
Odín conocía dónde estaban sepultados todos los tesoros, conocía
los conjuros para que se abriera ante él la tierra, los montes y las rocas,
los túmulos funerarios, y con sus palabras de encantamiento podía
abrirse camino y entraba y tomaba cuanto quería. Por estas virtudes
era muy respetado, sus enemigos le temían, sus amigos confiaban
en él y creían en su poder y en él mismo [...]. Y los hombfes sacrificaron
en honor de Odín y los doce jefes y los llamaron dioses y creyeron
en ellos durante mucho tiempo.

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