Jano es un dios romano arcaico y elemental. Es el dios
de la puerta —ianua— y el que dio su nombre al mes que inicia
el año: ianuarius (enero). Es el dios del paso de uno a otro ámbito.
De ahí que se le represente con doble rostro, mira hacia
atrás y hacia adelante; bifronte y sin espalda, su cabeza se alza
sobre un pilar cuadrangular o sobre un mojón de los que marcan
las lindes. Guardián de los caminos y protector de los nuevos
tiempos. Era venerado en Roma con un gran santuario en
el Foro, que mantenía su entrada abierta. Su templo sólo se cerraba,
de modo ostentoso, en tiempo de paz total, algo que no
fue nada frecuente en la belicosa República romana. El emperador
Augusto mandó cerrar las puertas del templo de Jano
con un gesto simbólico de propaganda: bajo su égida comenzaba
un áureo tiempo de paz, la pax augusta.
No hay mitos sobre Jano, que es, como las divinidades romanas
arcaicas, un dios funcional: el guardián de las puertas,
relacionado con los momentos peligrosos del cruce de un sitio
a otro, un movimiento que para una mentalidad supersticiosa y
primitiva aparece como arriesgado, el señor del umbral que
conviene cruzar con buen pie y bajo buenos augurios. Por eso
el dios mira hacia adelante y hacia atrás al mismo tiempo. Puede
ser visto como un símbolo también del presente, que es sólo
un momento decisivo de tránsito entre el pasado y el futuro.
En ese simbolismo se agota la función crucial de Jano, dios
romano y sin antecedente griego.
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