Existe en la mitología inca un mito-protesta, ya durante la brutal
colonización española. José María Arguedas lo expone:
Se han descubierto últimamente algunos mitos, que son la expresión
más cabal de lo que los indios piensan respecto de los «señores».
I .a mayor parte de las haciendas de la zona andina del país tienen siervos,
es decir, que trabajan gratuitamente para el hacendado. En una hacienda
se descubrió un mito creado por los indios, en el cual se asegura
que hubo dos humanidades: una humanidad muy antigua, que fue creada
por el Dios Adán-Eva. El Dios Adán-Eva creó una humanidad formada
por gentes que eran muy fuertes, que hacían caminar las piedras
con azotes y que construyeron grandes edificios mediante ese poder
descomunal que tenían; el defecto que tenían es que eran relativamente
escasos de inteligencia. El Dios Adán-Eva se prendó de una mujer muy
hermosa, pero ella no aceptó los requerimientos del Dios, y entonces
el Dios la llevó por la violencia a su casa, y cuando la mujer estuvo
encinta la arrojó de su casa. Esta mujer era la Virgen de las Mercedes.
La Virgen de las Mercedes dio a luz un niño que es Teete Mañoco.
Teete Mañoco, cuando fue hombre, destruyó la humanidad creada por
su padre, haciendo caer una lluvia de fuego. Como quedaban algunos
todavía vivos, él, con, el hueso de una canilla acabó de matar a los últimos
que quedaban de la humanidad creada por su padre y creó luego
a la humanidad actual, pero dividió a la humanidad en dos gentes: los
indios y los blancos. (Pero no les llamaban blancos, sino mistis, porque
la división es mucho más cultural que racial.)
Dividió a la humanidad en indios que debían trabajar para los mistis,
y los mistis, que retenían el privilegio de gozar del fruto del trabajo
de los indios, a los cuales se les podía hacer trabajar por la fuerza y
azotándolos. Pero también creó al mismo tiempo el infierno y el Cielo.
El Cielo es exactamente igual que la Tierra; la única diferencia que hay
es que, en el Cielo, los que fueron indios en la Tierra se convierten en
blancos señores y hacen trabajar a los que en este mundo los hicieron
trabajar a ellos. Y así como los blancos o mistis los consideraban a ellos
una humanidad aparte, los indios también consideran a los otros como
una humanidad enteramente aparte.
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jueves, 14 de marzo de 2019
El mito de El Dorado
Es éste uno de los mitos mayores que transformó la codiciosa -de
oro- imaginación española partiendo de leyendas indoamericanas. El
mito de El Dorado se relaciona con la sed de oro de los guerreros españoles,
que torturaban y mataban por el oro, en su búsqueda desesperada
de riquezas físicas en los pueblos indoamericanos, despiadada, sanguinariamente,
al estilo usual de los colonizadores. Mito falso, grande el
de una conquista para implantar un falso cristianismo, guerrero, ladrón
y asesino, o para «civilizar» a los aborígenes. Fue la codicia y la ambición
de oro lo que movió la conquista. Sometidos a espantosas explotaciones,
millones de indios murieron en minas y lavaderos de oro, o en
fatigosas labores agrícolas.
El mito se crea sobre una posible realidad: el adulterio que cometiera
en Guatavitá una cacica. Su marido la castigó mediante el constante
vituperio ante el pueblo de su cacicazgo. En su desconcierto, la adúltera
se echó, con su hija, a la laguna de Guatavitá, donde desapareció. Muy
afligido, el cacique pidió consuelo a los sacerdotes y éstos le aseguraron
que ella vivía en un palacio en el fondo de la laguna, y que sería
bueno se le ofreciesen objetos de oro en desagravio. Los indios así lo
hicieron y la laguna recibió oro y piedras preciosas.
Según Herrera, el indio Muequetá fue quien llevó por primera vez
noticias a los españoles de esta fabulosa laguna y sus tesoros, y refirió
cómo el cacique entraba a la laguna, el cuerpo lleno de polvo de
oro, que se espolvoreaba sobre su cuerpo cubierto por resinas pegajosas
para fijarlo, y que arrojaba en la laguna oro y esmeraldas. Éste era pues
El Dorado, el hombre dorado, que dio pie al mito que enloqueció a los
españoles, tras su tesoro.
Sebastián de Benalcázar decidió salir en busca de «este indio dorado
». Y así comenzó la gran persecución de El Dorado. Según Fray
Pedro Simón, Benalcázar y sus soldados «para entenderse y diferenciar
aquella provincia y las demás de sus conquistas, determinaron llamarle
la Provincia del Dorado».
Sobre El Dorado crecieron las asombrosas noticias. Juan Martínez
ya nombraba a la ciudad del Oro cuando, muy seguro, escribió una relación
donde aseguraba, al referirse a los guyanos, que
cuando el Emperador brinda con sus capitanes y tributarios, entran los
criados y untan el cuerpo de éstos con un bálsamo blanco que llaman
Curcay, y luego soplan sobre ellos oro en polvo por medio de cañas
huecas, hasta que quedan brillantes de pies a cabeza (...) Por haber visto
esto y por la abundancia de oro que vi en la ciudad, las imágenes de oro
en los templos y las planchas, armaduras y escudos de oro que usan en
sus guerras, llamé a aquella región El Dorado.
Como afirma Gandía, «El Dorado ya no era un cacique: se había
convertido en una ciudad, en un país, en una montaña de oro y en su
lago. El nombre subsistía como sinónimo de riqueza».
Le buscaron expediciones sin cuento. Humboldt llegó a decir que El
Dorado era el fantasma de los españoles, atrayéndole... «Aun las cosas
más viles son de oro», afirmaba Pérez Bustamante, al referirse a los
dichos de Orellana, otro fabulador, «se anda sobre piedras preciosas».
La laguna de Guatavitá famosa se siguió buscando, siglo a siglo.
Muchos desagües se hicieron en ella. Gandía -a quien hemos seguido
en este mito- da una relación de las búsquedas:
Entre los numerosos intentos de desaguar la laguna de Guatavitá
con objeto de recoger las riquezas arrojadas a su fondo, citamos el de
Hernán Pérez de Quesada, que obtuvo como beneficio tres o cuatro mil
pesos de oro fino; el de Antonio de Sepúlveda, que en 1580 consiguió
doce mil pesos por las joyas halladas, el de una compañía inglesa que
en vista de las pocas ganancias obtenidas pretendió pedir daños y perjuicios
a Humboldt, un tal Martos exploró la laguna de Guarca, y un tal
Carriaga murió en su intento de sacar el tesoro escondido en la laguna
de Ubaque. En 1856, Tovar, París y Chacón desaguaron parcialmente la
laguna de Siecha y hallaron, entre otras joyas, la balsa de oro. En 1870,
(Jrowther y Enrique Urdaneta murieron asfixiados en una galería de
ciento ochenta y siete metros casi terminada, para desaguar la laguna.
Así recreaban las mentes españolas, sedientas de riquezas materiales,
las leyendas y costumbres de los indios americanos para convertirlos
en los mitos de la conquista americana.
oro- imaginación española partiendo de leyendas indoamericanas. El
mito de El Dorado se relaciona con la sed de oro de los guerreros españoles,
que torturaban y mataban por el oro, en su búsqueda desesperada
de riquezas físicas en los pueblos indoamericanos, despiadada, sanguinariamente,
al estilo usual de los colonizadores. Mito falso, grande el
de una conquista para implantar un falso cristianismo, guerrero, ladrón
y asesino, o para «civilizar» a los aborígenes. Fue la codicia y la ambición
de oro lo que movió la conquista. Sometidos a espantosas explotaciones,
millones de indios murieron en minas y lavaderos de oro, o en
fatigosas labores agrícolas.
El mito se crea sobre una posible realidad: el adulterio que cometiera
en Guatavitá una cacica. Su marido la castigó mediante el constante
vituperio ante el pueblo de su cacicazgo. En su desconcierto, la adúltera
se echó, con su hija, a la laguna de Guatavitá, donde desapareció. Muy
afligido, el cacique pidió consuelo a los sacerdotes y éstos le aseguraron
que ella vivía en un palacio en el fondo de la laguna, y que sería
bueno se le ofreciesen objetos de oro en desagravio. Los indios así lo
hicieron y la laguna recibió oro y piedras preciosas.
Según Herrera, el indio Muequetá fue quien llevó por primera vez
noticias a los españoles de esta fabulosa laguna y sus tesoros, y refirió
cómo el cacique entraba a la laguna, el cuerpo lleno de polvo de
oro, que se espolvoreaba sobre su cuerpo cubierto por resinas pegajosas
para fijarlo, y que arrojaba en la laguna oro y esmeraldas. Éste era pues
El Dorado, el hombre dorado, que dio pie al mito que enloqueció a los
españoles, tras su tesoro.
Sebastián de Benalcázar decidió salir en busca de «este indio dorado
». Y así comenzó la gran persecución de El Dorado. Según Fray
Pedro Simón, Benalcázar y sus soldados «para entenderse y diferenciar
aquella provincia y las demás de sus conquistas, determinaron llamarle
la Provincia del Dorado».
Sobre El Dorado crecieron las asombrosas noticias. Juan Martínez
ya nombraba a la ciudad del Oro cuando, muy seguro, escribió una relación
donde aseguraba, al referirse a los guyanos, que
cuando el Emperador brinda con sus capitanes y tributarios, entran los
criados y untan el cuerpo de éstos con un bálsamo blanco que llaman
Curcay, y luego soplan sobre ellos oro en polvo por medio de cañas
huecas, hasta que quedan brillantes de pies a cabeza (...) Por haber visto
esto y por la abundancia de oro que vi en la ciudad, las imágenes de oro
en los templos y las planchas, armaduras y escudos de oro que usan en
sus guerras, llamé a aquella región El Dorado.
Como afirma Gandía, «El Dorado ya no era un cacique: se había
convertido en una ciudad, en un país, en una montaña de oro y en su
lago. El nombre subsistía como sinónimo de riqueza».
Le buscaron expediciones sin cuento. Humboldt llegó a decir que El
Dorado era el fantasma de los españoles, atrayéndole... «Aun las cosas
más viles son de oro», afirmaba Pérez Bustamante, al referirse a los
dichos de Orellana, otro fabulador, «se anda sobre piedras preciosas».
La laguna de Guatavitá famosa se siguió buscando, siglo a siglo.
Muchos desagües se hicieron en ella. Gandía -a quien hemos seguido
en este mito- da una relación de las búsquedas:
Entre los numerosos intentos de desaguar la laguna de Guatavitá
con objeto de recoger las riquezas arrojadas a su fondo, citamos el de
Hernán Pérez de Quesada, que obtuvo como beneficio tres o cuatro mil
pesos de oro fino; el de Antonio de Sepúlveda, que en 1580 consiguió
doce mil pesos por las joyas halladas, el de una compañía inglesa que
en vista de las pocas ganancias obtenidas pretendió pedir daños y perjuicios
a Humboldt, un tal Martos exploró la laguna de Guarca, y un tal
Carriaga murió en su intento de sacar el tesoro escondido en la laguna
de Ubaque. En 1856, Tovar, París y Chacón desaguaron parcialmente la
laguna de Siecha y hallaron, entre otras joyas, la balsa de oro. En 1870,
(Jrowther y Enrique Urdaneta murieron asfixiados en una galería de
ciento ochenta y siete metros casi terminada, para desaguar la laguna.
Así recreaban las mentes españolas, sedientas de riquezas materiales,
las leyendas y costumbres de los indios americanos para convertirlos
en los mitos de la conquista americana.
El mito de la fuente de la juventud
Es éste, entre los mayores de la humanidad, el muy antiguo mito de
la Inmortalidad, que aparece en las leyendas y mitologías de las grandes
naciones de la Antigüedad.
Seguramente que el gran impulsor del mito de la Fuente de la Juventud
en Europa fue Juan de Mandeville, que publicara sus relatos en
1356. Afirma, describiendo sus viajes por Asia:
Junto a una selva estaba la ciudad de Polombe, y, junto a esta ciudad,
una montaña, a cuyo pie se encuentra una gran fuente, noble y
hermosa; el sabor del agua es dulce y oloroso, como si la formaran diferentes
especerías. El agua cambia con las horas del día; es otro su sabor
y otro su olor. El que bebe de esa agua en cantidad suficiente, sana de
sus enfermedades, ya no se enferma y es siempre joven. Yo, Juan de
Mandeville, vi esa fuente y bebí tres veces de esa agua con mis compañeros,
y desde que bebí me siento bien (...). Algunos llaman a esta agua
Fons Juventutis, pues los que beben de ella son siempre jóvenes.
En 1372 murió Juan de Mandeville en Lieja. Como afirma Gandía:
«En América el mito de la fuente de la eterna juventud nació de la mezcla
de tradiciones indígenas con el recuerdo de la leyenda medioeval
traído por los conquistadores». Es cierto que los indios del Orinoco veneraban
un árbol llamado «El árbol de la vida»; también existían otros
árboles que «proporcionaban a las aguas virtudes curativas», entre ellos
el llamado «Arbol de la Inmortalidad».
Sobre las aguas maravillosas, escribe Gandía: «la historia nos relata
que los indios de Cuba emigraban en busca de un río cuyas aguas rejuvenecían,
y que Juan Ponce de León, después de oír las confidencias de
los indígenas, también se decidió a buscar el río de la vida, en el cual,
bañándose en él “los hombres viejos se volvían mozos”». El cronista
Herrera, que estudiara los manuscritos de Ponce de León, afirma:
Es cosa cierta, que además del principal propósito de Juan Ponce
de León, que fue descubrir nuevas tierras (...) fue a buscar la Fuente
de Bimini y en la Florida un río, dando en esto crédito a los indios de
Cuba, y a otros de La Española, que decían que bañándose en él o en la
Fuente, los hombres viejos se volvían mozos. Y fue verdad que muchos
indios de Cuba, teniendo por cierto que había este río, pasaron (...) a las
Tierras de la Florida, en busca de él, y allí se quedaron y poblaron un
Pueblo y hasta hoy dura aquella generación de los de Cuba. Esta fama
de la causa que movió a estos para entrar en la Florida, movió también
a todos los reyes y caciques de aquellas comarcas para tomar muy a
pechos qué río podía ser aquél (...) y no quedó río ni arroyo en toda la
Florida, hasta las lagunas y pantanos adonde no se bañasen.
Pedro Mártir de Anglería, López de Gomara, Antonio de Herrera,
etcétera, cronistas de Indias, llevaron la fama de la supuesta Fuente de
la Juventud al conocimiento de Europa. Un mito creado por los españoles
en la América, siguiendo las inocentes fábulas de sus indios.
la Inmortalidad, que aparece en las leyendas y mitologías de las grandes
naciones de la Antigüedad.
Seguramente que el gran impulsor del mito de la Fuente de la Juventud
en Europa fue Juan de Mandeville, que publicara sus relatos en
1356. Afirma, describiendo sus viajes por Asia:
Junto a una selva estaba la ciudad de Polombe, y, junto a esta ciudad,
una montaña, a cuyo pie se encuentra una gran fuente, noble y
hermosa; el sabor del agua es dulce y oloroso, como si la formaran diferentes
especerías. El agua cambia con las horas del día; es otro su sabor
y otro su olor. El que bebe de esa agua en cantidad suficiente, sana de
sus enfermedades, ya no se enferma y es siempre joven. Yo, Juan de
Mandeville, vi esa fuente y bebí tres veces de esa agua con mis compañeros,
y desde que bebí me siento bien (...). Algunos llaman a esta agua
Fons Juventutis, pues los que beben de ella son siempre jóvenes.
En 1372 murió Juan de Mandeville en Lieja. Como afirma Gandía:
«En América el mito de la fuente de la eterna juventud nació de la mezcla
de tradiciones indígenas con el recuerdo de la leyenda medioeval
traído por los conquistadores». Es cierto que los indios del Orinoco veneraban
un árbol llamado «El árbol de la vida»; también existían otros
árboles que «proporcionaban a las aguas virtudes curativas», entre ellos
el llamado «Arbol de la Inmortalidad».
Sobre las aguas maravillosas, escribe Gandía: «la historia nos relata
que los indios de Cuba emigraban en busca de un río cuyas aguas rejuvenecían,
y que Juan Ponce de León, después de oír las confidencias de
los indígenas, también se decidió a buscar el río de la vida, en el cual,
bañándose en él “los hombres viejos se volvían mozos”». El cronista
Herrera, que estudiara los manuscritos de Ponce de León, afirma:
Es cosa cierta, que además del principal propósito de Juan Ponce
de León, que fue descubrir nuevas tierras (...) fue a buscar la Fuente
de Bimini y en la Florida un río, dando en esto crédito a los indios de
Cuba, y a otros de La Española, que decían que bañándose en él o en la
Fuente, los hombres viejos se volvían mozos. Y fue verdad que muchos
indios de Cuba, teniendo por cierto que había este río, pasaron (...) a las
Tierras de la Florida, en busca de él, y allí se quedaron y poblaron un
Pueblo y hasta hoy dura aquella generación de los de Cuba. Esta fama
de la causa que movió a estos para entrar en la Florida, movió también
a todos los reyes y caciques de aquellas comarcas para tomar muy a
pechos qué río podía ser aquél (...) y no quedó río ni arroyo en toda la
Florida, hasta las lagunas y pantanos adonde no se bañasen.
Pedro Mártir de Anglería, López de Gomara, Antonio de Herrera,
etcétera, cronistas de Indias, llevaron la fama de la supuesta Fuente de
la Juventud al conocimiento de Europa. Un mito creado por los españoles
en la América, siguiendo las inocentes fábulas de sus indios.
El mito de las amazonas
Según los griegos, este mito de las Amazonas puede ser el de las
centauresas. «En Megara, en Queronea y en Tesalia se conservaban las
tumbas de las amazonas muertas por Teseo. En la guerra de Troya defendieron
a Príamo... En Africa, otras amazonas subyugaron a los atlantes,
númidas, atíopes y gorgones, fundaron una ciudad a orillas del lago
Tritón y fueron exterminadas por Hércules.» Hasta aquí el mito griego.
Sobre ellas se afirmaba que «se mutilaban el seno derecho para manejar
el arco con mayor facilidad». El mito llegó hasta el medioevo.
Para Gandía, cuya investigación seguiremos:
Entre todos los mitos de la conquista americana no hay ninguno tan
confuso, tan deformado e insondable como el mito de las Amazonas
(...) y, sin embargo, es el más auténtico y el más luminoso, no por lo
que su nombre evocaba -mero ensueño de conquistadores-, sino por
lo que su espejismo representaba (...) llegado Colón al Nuevo Mundo
(...) vemos cómo las islas Femenina y Masculina de los mapas medievales
se transforman en islas de Carib y Martinino, una habitada por
Caribes y la otra por Amazonas, exactamente igual que en las orillas
del Termodonte, donde, según las fábulas clásicas, Caribes y Amazonas
vivían en relativa vecindad. Al mismo tiempo, las Amazonas, vistas por
la fantasía de Colón, revelaban los mismos hábitos que las mencionadas
por Herodoto: se relacionaban una vez al año con los hombres, en
primavera, sólo con el fin de perpetuar la raza: guardaban para sí las
niñas y entregaban los niños a los padres.
Así se lee en el Diario del primer viaje de Colón que «de la isla Martinino
dijo aquel indio que era toda poblada de mujeres sin hombres».
Para el fantasioso Pedro Mártir de Anglería: «(...), en ciertos períodos
del año pasan hombres a la isla de ellas, no para usos maritales,
sino movidos de compasión, para arreglarles los campos y huertos, con
el cultivo de los cuales puedan vivir». Y más adelante, refiriéndose a
datos que le ofrecían conquistadores españoles: «Añaden que es verdad
lo que se cuenta de la isla habitada solamente por mujeres, que a flechazos
defienden con bravura sus costas, y que en ciertas temporadas
del año pasan allá los caníbales para engendrar, y que desde que están
encintas ya no aguantan a los hombres, y que a los niños que les nacen
les echan fuera y se guardan las hembras».
Con el tiempo ya las amazonas no se situaban solamente en su isla.
Ya peleaban en el continente. Gandía cita a Antonio de Salcedo, en
cuyos escritos se nombran «mujeres que combatieron contra Gonzalo
Jiménez de Quesada, en Tunja; contra Benalcázar en Popoyán y contra
Valdivia en Chile».
En la relación que Fray Gaspar de Carvajal hiciera sobre el descubrimiento
del Río Grande, escribe: «(...) nos dieron noticias de las
Amazonas y de la riqueza que abajo hay y el que las dio fue un indio
llamado Aparia, viejo que decía haber estado en aquella tierra». Al encontrar
indios adoradores del Sol, éstos dijeron «que eran tributarios
de las Amazonas». Y después refiere el fraile lo más asombroso, que
al entrar en combate contra los indios, éstos fueron a pedir ayuda a las
umazonas, «y vinieron hasta diez o doce, que éstos vimos nosotros,
que andaban peleando delante de todos los indios capitanes, y peleaban
ellas tan animosamente que los indios no osaban volver las espaldas,
y al que las volvía delante de nosotros lo mataban a palos, y ésta es la
causa por donde los indios se defendían tanto».
Éste fue el origen del nombre del río Amazonas. El fraile Gaspar da
más informaciones:
El Capitán le preguntó si estas mujeres parían: el indio dijo que sí.
El Capitán le dijo que cómo no siendo casadas, ni residía hombre entre
ellas, se empreñaban: él dijo que estas indias participan con indios en
tiempos, y cuando les viene aquella gana juntan mucha copia de gente
de guerra y van a dar guerra a un muy gran señor que reside y tiene su
tierra junto a la destas mujeres, y por fuerza les traen a sus tierras y
tienen consigo aquel tiempo que se les antoja, y después que se hallan
preñadas les toman a enviar a su tierra sin les hacer otro mal.
Otras escrituras españolas de aquellos tiempos -que recoge Gandía-
aceptan o rechazan el mito de las Amazonas americanas, pero es
un hecho absoluto que el mito prosperó en su tiempo y aún hoy tiene
distintos defensores.
Como casi siempre ocurre, la imaginación humana llevó el mito a
su exceso, donde, para el arte y la fantasía, es más rico, más atrayente,
más fecundante.
centauresas. «En Megara, en Queronea y en Tesalia se conservaban las
tumbas de las amazonas muertas por Teseo. En la guerra de Troya defendieron
a Príamo... En Africa, otras amazonas subyugaron a los atlantes,
númidas, atíopes y gorgones, fundaron una ciudad a orillas del lago
Tritón y fueron exterminadas por Hércules.» Hasta aquí el mito griego.
Sobre ellas se afirmaba que «se mutilaban el seno derecho para manejar
el arco con mayor facilidad». El mito llegó hasta el medioevo.
Para Gandía, cuya investigación seguiremos:
Entre todos los mitos de la conquista americana no hay ninguno tan
confuso, tan deformado e insondable como el mito de las Amazonas
(...) y, sin embargo, es el más auténtico y el más luminoso, no por lo
que su nombre evocaba -mero ensueño de conquistadores-, sino por
lo que su espejismo representaba (...) llegado Colón al Nuevo Mundo
(...) vemos cómo las islas Femenina y Masculina de los mapas medievales
se transforman en islas de Carib y Martinino, una habitada por
Caribes y la otra por Amazonas, exactamente igual que en las orillas
del Termodonte, donde, según las fábulas clásicas, Caribes y Amazonas
vivían en relativa vecindad. Al mismo tiempo, las Amazonas, vistas por
la fantasía de Colón, revelaban los mismos hábitos que las mencionadas
por Herodoto: se relacionaban una vez al año con los hombres, en
primavera, sólo con el fin de perpetuar la raza: guardaban para sí las
niñas y entregaban los niños a los padres.
Así se lee en el Diario del primer viaje de Colón que «de la isla Martinino
dijo aquel indio que era toda poblada de mujeres sin hombres».
Para el fantasioso Pedro Mártir de Anglería: «(...), en ciertos períodos
del año pasan hombres a la isla de ellas, no para usos maritales,
sino movidos de compasión, para arreglarles los campos y huertos, con
el cultivo de los cuales puedan vivir». Y más adelante, refiriéndose a
datos que le ofrecían conquistadores españoles: «Añaden que es verdad
lo que se cuenta de la isla habitada solamente por mujeres, que a flechazos
defienden con bravura sus costas, y que en ciertas temporadas
del año pasan allá los caníbales para engendrar, y que desde que están
encintas ya no aguantan a los hombres, y que a los niños que les nacen
les echan fuera y se guardan las hembras».
Con el tiempo ya las amazonas no se situaban solamente en su isla.
Ya peleaban en el continente. Gandía cita a Antonio de Salcedo, en
cuyos escritos se nombran «mujeres que combatieron contra Gonzalo
Jiménez de Quesada, en Tunja; contra Benalcázar en Popoyán y contra
Valdivia en Chile».
En la relación que Fray Gaspar de Carvajal hiciera sobre el descubrimiento
del Río Grande, escribe: «(...) nos dieron noticias de las
Amazonas y de la riqueza que abajo hay y el que las dio fue un indio
llamado Aparia, viejo que decía haber estado en aquella tierra». Al encontrar
indios adoradores del Sol, éstos dijeron «que eran tributarios
de las Amazonas». Y después refiere el fraile lo más asombroso, que
al entrar en combate contra los indios, éstos fueron a pedir ayuda a las
umazonas, «y vinieron hasta diez o doce, que éstos vimos nosotros,
que andaban peleando delante de todos los indios capitanes, y peleaban
ellas tan animosamente que los indios no osaban volver las espaldas,
y al que las volvía delante de nosotros lo mataban a palos, y ésta es la
causa por donde los indios se defendían tanto».
Éste fue el origen del nombre del río Amazonas. El fraile Gaspar da
más informaciones:
El Capitán le preguntó si estas mujeres parían: el indio dijo que sí.
El Capitán le dijo que cómo no siendo casadas, ni residía hombre entre
ellas, se empreñaban: él dijo que estas indias participan con indios en
tiempos, y cuando les viene aquella gana juntan mucha copia de gente
de guerra y van a dar guerra a un muy gran señor que reside y tiene su
tierra junto a la destas mujeres, y por fuerza les traen a sus tierras y
tienen consigo aquel tiempo que se les antoja, y después que se hallan
preñadas les toman a enviar a su tierra sin les hacer otro mal.
Otras escrituras españolas de aquellos tiempos -que recoge Gandía-
aceptan o rechazan el mito de las Amazonas americanas, pero es
un hecho absoluto que el mito prosperó en su tiempo y aún hoy tiene
distintos defensores.
Como casi siempre ocurre, la imaginación humana llevó el mito a
su exceso, donde, para el arte y la fantasía, es más rico, más atrayente,
más fecundante.
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