miércoles, 3 de abril de 2019

SÍSIFO

Sísifo, hijo de Eolo y rey de Corinto, fiado en su astucia,
quiso engañar a los dioses. Por ello sirvió como ejemplo de
un castigo eterno y absurdo en el Hades. Junto con Tántalo,
que en vano intenta una y otra vez alcanzar las frutas del árbol y
el agua del río que tiene al lado para saciar su hambre y sed;
y con Ixión, que gira por los aires clavado en una rueda de fuego,
es uno de los tres famosos condenados a una eterna fatiga
infernal. Sísifo repite durante días, años, siglos, su incesante y
vano esfuerzo, como castigo a su impío empeño. Levanta en
sus manos una enorme roca y la sube por la empinada cuesta
hasta la cima del monte, y, cuando ya está a punto de alcanzar
la cumbre, la piedra resbala de sus manos y rueda hasta el fondo
de la abrupta pendiente. Y Sísifo vuelve a recogerla para
emprender de nuevo otra vez la subida.
Castigo merecido. Sísifo se servía de su gran astucia para
engañar a otros y llegó a traspasar las barreras más inviolables.
Cuentan que fundó Efira, la ciudad que luego se llamará Corinto,
en el istmo de tal nombre. Allí saqueaba y engañaba a los
viajeros. Dicen que allí sedujo a Anticlea, que iba a casarse con
Laertes, y fue así, según la maledicencia, el padre verdadero de
Ulises, que heredó su astucia. Pero ése es un dato menor de sus
andanzas.
Más grave fue que, cuando Zeus raptó a la ninfa Egina, hija
del río Asopo, él denunció al divino raptor al padre río, a cambio
de una fuente para su ciudad. Zeus, enfurecido, envió a Tánato,
la Muerte, en su busca. Pero, con sus engaños, el hábil Sísifo
logró apresar a la Muerte en su casa. Este apresamiento de
Tánato produjo un terrible desequilibrio en el mundo, ya que
nadie moría, y para remediar la catástrofe Zeus tuvo que intervenir
otra vez.
Al sentir próxima su muerte, el taimado Sísifo encargó a su
mujer que diera honras fúnebres a su cadáver y conservara su
cuerpo insepulto. Luego, su alma en el Hades se quejó a la diosa
Perséfone y pidió cruzar de nuevo el Aqueronte para castigar
a su esposa y preparar un funeral decente. Prometió regre
sar enseguida. Pero, una vez en su palacio de nuevo, se metió
en su cuerpo y renegó de su promesa. Los dioses de los muertos
enviaron a por él y, sin reparos, le impusieron luego el ejemplar
castigo de subir la roca hasta una cima. Sin pausa Sísifo se
empeña en su infinito trabajo.
Su figura es todo un símbolo del esfuerzo inútil y reiterado.
Es la imagen del anhelo eterno del hombre por ascender hacia
un alto objetivo, que apenas alcanza y roza, se esfuma. Nietzsche
relacionó, en una ingeniosa etimología, el nombre de Sísifo
con el de sophós, el «sabio». Albert Camus, en su libro El mito
de Sísifo, vio en el reiterado escalador un símbolo de la condición
humana, del intelectual que se pregunta una y otra vez por
el sentido de la existencia, sin lograr encontrar una respuesta
que no le resbale al final de sus manos.

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